El propio Díaz-Canel, quien ni siquiera se dignó a pronunciar el nombre de su exministra, y eligió hablar de «deambulantes» en lugar de «mendigos», peca deliberadamente de lo mismo que, en esencia, se le achaca a su subalterna: niega o encubre la realidad. Pero Marta Elena Feitó Cabrera, desde luego, no formaba parte del selecto club de los intocables. Y, por suerte para ella, muy pronto pasará al olvido.
Una de las obsesiones del presidente Trump es ser reconocido como un pacificador, es decir, un negociador capaz como nadie de mediar en conflictos a nivel global y de traer una nueva Pax Americana. No es un secreto su obsesión por ganar el premio Nobel de la Paz; especialmente porque cree que le fue entregado a Obama sin merecerlo.
Dijo en el debate televisivo, luego de una encerrona propia de una sitcom, que el Estado de Israel tiene derecho a existir en igualdad de derechos, pero lo han llamado antisemita solo por no hablar como un vulgar sionista y no comportarse en el debate como si estuviese corriendo para alcalde de Tel Aviv.
Sin embargo, hay una corriente subterránea que invita a la esperanza. Pienso en Edward Said, el intelectual palestino que enseñó en Columbia University mientras algunos de sus alumnos servían como informantes para espiarlo. Pienso en la ironía luminosa de que, en esas mismas aulas en las que un día vigilaban sus palabras, hoy se haya gestado la mayor ola de oposición estudiantil en Estados Unidos. contra los desmanes del actual gobierno israelí en Gaza.
Quedan muy pocos acuáticos en Viñales y, en rigor, presentan modos de vida que distan bastante de las prédicas de Antoñica Izquierdo. Sin embargo, ellos reivindican su identidad; no pueden evitar cierta nostalgia por los tiempos en que vivían en comunidad y veneran con devoción religiosa a la curandera de Los Cayos de San Felipe. Puedes notar la emoción en sus palabras cuando narran los milagros de los que sus padres y sus abuelos fueron testigos.