Si no fuera porque el dinero recaudado este viernes en el homenaje a El Taiger va a ser destinado íntegramente a sus cuatro hijos, yo diría que los 78 dólares que gasté para asistir fueron de los peores gastados en este año. Yo no salgo mucho en Miami. No tengo carro y no vivo con nadie, lo cual significa que pago sola desde la renta de mi apartamento hasta el detergente de lavar. Cada salida que hago, la elijo cuidadosamente. Trato de que sea a algún evento artístico: un concierto, una obra de teatro, una exposición de pintura. Algo así.
Bebo poco, a veces nada; entonces no tiene mucho sentido para mí, por ejemplo, ir a un bar. Salir por salir. A no ser que sienta ganas de bailar. Ahí es distinto. Pero me resulta un poco complicado reclutar amistades para ir a bailar, más para bailar la noche entera. A mí no me gusta bailar apenas una canción o un pedacito de canción. Me gusta sudar la pista por par de horas, hasta dejar mi cuerpo exhausto, y volver a casa y darme una ducha antes de tirarme en la cama.
El espectáculo Celebrando la vida de El Taiger, en Flamingo Theather Bar, este 5 de septiembre, prometía un poco de todo lo que busco por separado: música en vivo, perreo intenso, vida social, la oportunidad de estrenar un vestido. Además, una sentía que el evento sería histórico: se trataba de la conmemoración del primer cumpleaños del músico José Manuel Carvajal Zaldívar, a once meses de su trágica muerte, el 10 de octubre de 2024, en Miami.

No podía decirse que se trataba del primer homenaje a El Taiger, también conocido como La Bestia, La Machine, El Animal (LBMA), o la tranka de Cuba. El Taiger ha sido homenajeado por músicos, amigos, familiares y fanáticos, desde el momento en que se supo que su cuerpo había sido encontrado con un disparo en la cabeza en la parte trasera de un Mercedes Benz, en Miami, y trasladado al Jackson Memorial Hospital. Los siete días que su corazón de 37 años permaneció batallando contra la muerte fueron siete días de vigilia, oraciones, lágrimas, canto, perreo y bocinas en los alrededores del hospital. Imagino que la gente pensaba que su música obraría un milagro y traería a El Taiger de vuelta entre los vivos.
Celebrando la vida de El Taiger, en la víspera de su cumpleaños 38, prometía ser un punto culminante de todos los homenajes previos; una oportunidad para la conmoción y la gozadera, para no dejar que el dolor por su muerte nos hiciera perder de vista que el propósito de su vida, la música, seguía cumpliéndose en su ausencia física. Y, hasta cierto punto, el evento sería eso, porque si por algo estuvo sostenido fue por el amor a El Taiger.
Yo compré mi entrada —y las de mis amigos— desde mediados de agosto. Me daba miedo que se agotaran y perdernos la función. Varios días estuve presionando a esos amigos para que tomaran una decisión y me dieran luz verde para comprar las entradas. Ustedes van a ver que nos vamos a quedar afuera, les decía yo, medio molesta, regañona, y poco me faltó para comprar mi entrada sola, a riesgo de acabar en una mesa con desconocidos.
Y tenía razón: sí se agotaron. Ya en la noche del viernes, las más de 400 sillas de Flamingo, en el centro de Brickell, habían sido vendidas. Mis amigos y yo llegamos sobre las diez de la noche. Las entradas citaban para las 8:30, y por un momento consideramos que sería posible que empezara tan temprano un show en Flamingo, porque ahí estaría presente la hija mayor de El Taiger, Yailet, de apenas 11 años, pero por suerte confiamos en el buen juicio del amigo que más tiempo lleva viviendo en Miami y asistiendo a conciertos en Flamingo.
Hasta la medianoche no empezó el homenaje. No hubo ni siquiera videos conmemorativos sobre El Taiger en las pantallas con los cuales entretener al público en su espera. No hubiera sido necesario realizar un documental. Hubiera bastado con recopilar un poco de los materiales que distintos artistas, influencers, familiares y seguidores compartieron en redes sociales tras la muerte del homenajeado. Algo en lo que cualquiera hubiera aceptado colaborar con total disposición. Y aquí apenas doy la primera idea que me viene a la mente. Probablemente un director de espectáculos hubiera generado otras mejores.
Si bien es comprensible la intención que hubo detrás de la espera, porque el cumpleaños de El Taiger es el 6 de septiembre, esa espera pudo hacerse un poco más tolerable. Que el público estuviera compuesto fundamentalmente por fieles a la música de El Taiger no debió tomarse como una licencia para la improvisación, porque si hubo detrás un proceso de pensar, organizar, montar y ensayar el homenaje, en los resultados, sinceramente, yo no lo noté.
Todavía no logro descifrar cuál fue la función que cumplieron el cantante El Divo de Placetas (Eduardo Antonio) y los humoristas Antolín El Pichón (Ángel García) y Robertico (Roberto Riverón) en la apertura del evento. No hubo una presentación, un resumen sobre la vida y obra de El Taiger, una bienvenida al público, un momento de saludo a los artistas presentes, un anuncio de quiénes subirían al escenario. Nada. Los tres salieron al escenario como quienes salen a una directa en sus redes sociales a hablar con sus seguidores. El momento más memorable fue cuando El Divo dijo: «El perico es uno de los tantos componentes que a mí me gustan».
No los culpo por pararse ahí a mostrar nada más que su celebridad. Alguien, me imagino, debió haberles dicho: el escenario es de ustedes, salgan y hagan lo suyo, sea lo que sea. Nadie, sentí yo, se acordó del público. El público parecía un elemento decorativo, como los libros en la pared del fondo del local. Yo sentí de pronto que no había pagado por un espectáculo, sino que se me había hecho el gran favor de regalar mi dinero para ser testigo de una descarga personal entre distintos músicos, con motivo del cumpleaños de El Taiger.
A los 30 minutos de concierto, mi cabeza ya estaba aturdida. Yo consumo bastante reparto y reguetón: lo pongo en el gimnasio, para limpiar, con amigos o cuando ando bajoneada. Me sé varias canciones. Algunas, cuando me gustan mucho, las escucho en bucle durante una hora. Esa mujer, por ejemplo, que fue con la que abrió el concierto, si mal no recuerdo, es una de mis favoritas.
Sin embargo, no sé decirles qué pasaba con el sonido que estropeaba la música. Se escuchaba insoportablemente alta. En algún momento, yo no escuché más que ruido, un ruido estresante, que nos haría acudir a Elis Regina en el carro de vuelta a casa para aliviarnos. Y no, no era el género, al que mis amigos y yo estamos más que acostumbrados, y mucho menos eran los temas de El Taiger. Me falta conocimiento para explicar qué era, pero me sobra experiencia como espectadora en conciertos para darme cuenta de que algo iba mal.
Había lo esencial para que el homenaje fuera un suceso histórico, hermoso; sobre todo, para que pudiera repetirse en años venideros y una quedara con ganas de volver a pagar por una entrada. Había un grupo de músicos bastante diverso: subieron a cantar Señorita Dayana, Descemer Bueno, Jacob Forever, El Chacal, Alex Duvall y Divan, Yulién Oviedo, El Yonki, Dany Ome y Kevincito el 13, entre otros. Incluso, desde una videollamada, Ana Paloma, la hija menor de El Taiger, cantó El mejor del mundo, un tema dedicado a su padre que grabó hace unos meses junto a Oviedo. Además, había un público ya sensibilizado con el homenaje, que no por sensibilizado debía ser incondicional y darse por contento con cualquier cosa.

El cierre no fue mucho mejor que la apertura: un brindis entre músicos con una botella que estuvo encima de una mesa en el escenario todo el concierto. De fondo, el tema «El sano». Y calabaza calabaza, chirrín chirrán. Si no es por la aparición de Ana Paloma, que tiene tanta bomba a sus siete años, que es capaz de emocionar a cientos de personas detrás de una pantalla de celular, y con el sonido en contra, en el homenaje a El Taiger no hubiera habido nada memorable. No hubiera habido el estallido de emoción que una esperaba, y no porque faltaran las emociones por separado, sino porque faltó quien supiera llevarlas todas juntas a un espectáculo. Armonizarlas.
No sé si la iniciativa de celebrar el cumpleaños se repetirá en el futuro con el ánimo de recaudar dinero para sus hijos, pero sí sé que no me quedaron ganas de volver a asistir. A menos que vea algún indicio de que hay una cabeza pensante detrás, que sabe dirigir un espectáculo, un homenaje a un artista muerto, que no es cualquier tipo de espectáculo, y la experiencia prometa ser diferente. «El relajo con orden, pa’ que parezca guaracha, pa’ que parezca guaracha, el relajito con orden».