Sin tambores no hay na…

    Desde 2022 no volvía a San Basilio de Palenque, corregimiento del municipio de Mahates, ubicado en el departamento de Bolívar, en la región Caribe colombiana. Esa vez no coincidí con su festival de tambores: me sumergí en la vida cotidiana, en las pulsaciones de un día común y corriente, porque también lo cotidiano da a luz relatos fascinantes.

    Pero siempre tuve la inquietud, las ganas de vivir el festival y de sentir los golpes del tambor con los pies puestos en tierras palenqueras. Mientras llegaba el día de cumplir ese sueño me refugié en canciones, lecturas y videos, lo que creo que atizó más mi anhelo de volver. 

    Y volví tres años después. 

    Salí de Barranquilla hasta Cartagena, ciudades vecinas del Caribe colombiano. En Cartagena tomé un bus hasta San Basilio de Palenque. En el bus iba pensando en Paulino Salgado Valdez, más conocido como Batata III, excepcional tamborero palenquero que mantuvo viva la tradición de su padre y de sus tíos. 

    El finado Batata III y la cantante Totó La Momposina hace muchos años recorrieron el mundo llevando cumbias, mapalés y porros, músicas ancestrales de Colombia. Se me eriza la piel de solo imaginar que estuve presente en algún concierto de este dúo irrepetible. Me conformo con imaginarlo; no había nacido aún. Pero lo lamento; aunque nadie tenga la culpa, lo lamento. De lo que me perdí, ¡carajo! 

    En mi cabeza sonaba la canción «Pacantó», especialmente el estribillo: «Oye cómo suenan en Palenque los tambores». Y la voz de Totó exaltando las dotes percutivas de Batata III: «Eso, ahí, Batata, ahí». Frase que subraya la complicidad musical y creativa que tenían, y que se percibe en todo su repertorio. 

    Resonaba en mis adentros la voz de Totó, quien vigoriza aquel estribillo con una expresión sacada de su alma eterna y caribe, una expresión que imita los golpes del tambor: «Prá, prá, purrutá, tá». Y el coro de «Pacantó», ese coro que llevo adherido a las entrañas, coro que me hace levantar de la silla cuando suena donde sea: «Báilalo, gózalo, arrecógete».

    ¡Ay, mi madre! Palenque, cómo me sacudías la vida con tus tambores en ese bus. sin haber llegado aún..

    Al llegar se oían en las esquinas, patios y terrazas tambores afinados, regalando alegría a oriundos y visitantes. Niños y adultos dominaban los tambores invadidos por la efervescencia del festival. 

    El Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque se celebró en 1985 por primera vez. Su misión siempre ha sido salvaguardar, visibilizar y compartir el legado africano de San Basilio de Palenque, primer pueblo libre de América. 

    Este año, del 10 al 13 de octubre, se llevó a cabo la cuadragésima edición. La gente continuó trabajando unida para preservar, mediante la autogestión, un patrimonio nutrido de cantosbailes y tradición oral

    Participaron diversas agrupaciones musicales y artísticas locales y nacionales; además, se fomentaron espacios de conversación alrededor del tambor como pilar y bandera del acervo cultural palenquero.

    Con el tambor se tocan músicas jubilosas —chalupa, cumbia, bullerengue, son palenquero, culebra, puya, mapalé, sones de sexteto, champeta y rap folclórico palenquero, el ritmo más contemporáneo— y ritmos melancólicos como el lumbalú, ritual fúnebre que marca en este territorio el duelo colectivo y representa el viaje del alma de regreso a África. (En el pasado llevaban el tambor en burro hacia la montaña para avisar cuando un paisano estaba a la larga, es decir, estaba en agonía, muy enfermo. También se usaba para notificar cuando la persona había fallecido).

    El instrumento atraviesa la vida entera de los palenqueros: está presente en nacimientos, casamientos, grados, cumpleaños, en la enfermedad y en la muerte. También fue un medio de comunicación y de resistencia para la comunidad de Palenque; se tocaban ritmos puntales para notificar amenazas, incluido cuando el enemigo quería invadir el territorio.

    Ha sido 40 años de homenaje al tambor, de una celebración que también conmemora la juntanza de los pueblos negros de Colombia para el intercambio y la convergencia de sus identidades, sus saberes y sentires. Asimismo, se cumplieron 20 años del reconocimiento a Palenque como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Dos grandes motivos para que sonara el corazón de Palenque que es un tambor inmenso, brioso y fértil. Un tambor que todo lo despierta.

    Durante el festival los tambores armaban su tertulia y la sonoridad se quedaba en los corazones de quienes los apreciamos con los oídos y el cuerpo. Es difícil olvidar aquellos golpetazos al cuero de quienes saben amar lo propio, lo que heredaron, lo que cuidan en colectivo. Tamboreros y tamboreras guiaban el entusiasmo de los que viajamos a Palenque en busca de la mística y del fulgor de la percusión. 

    Y mientras retumbaban, Palenque fluía en su estimulante cotidianidad. Se trenzaban la vida, las conversas, los andares y las sonrisas.

    África cantaba, y con sus brazos enérgicos tocaba el tambor hecho de ceiba o de caracolí. Porque Palenque, según sus habitantes, «es el África fuera de África». Y es que en cualquier quehacer del palenquero hay música: «El palenquero siempre está pariendo música, por eso habla cantado», dicen. 

    En este festival —mi primero, pero no el último—, evoqué una justa declaración que hizo Marco Vinicio Oyaga, tamborero avezado, hijo de Totó La Momposina, en el documental Totó: «Sin tambores no hay Caribe». 

    El tambor ayuda a entender cuándo una canción llora, ríe, sueña. Y eso, por ejemplo, lo sabe bien Petrona Martínez, cantautora afrocolombiana de bullerengue, la reina del bullerengue. Se siente en la voz potente de Martínez en los primeros segundos de la canción «El hueso»: «Vamos, tambó».

    El tambor le concede arrojo a la garganta de quien canta. Marca el estado de ánimo, dice por dónde fluirá la sangre de la canción, de sus coros, sus pregones. Sea un golpe potente o una simple caricia, sin él no corre na por las venas. 

    Sin tambores Palenque no latiría igual. La agrupación musical Tonada, oriunda del Caribe colombiano, lo dejó claro y lo volvió ley en «El golpe de mi tambó»:

    Señores, cosa más buena
    Que el golpe de mi tambor
    Cuando mi tambor se acabe
    Seguro me acabo yo.

    Lo sostendré siempre: sin tambores no hay na…

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    Linda Esperanza Aragón
    Linda Esperanza Aragón
    Comunicadora social-Periodista, fotógrafa documental y especialista en Gerencia de la Comunicación para el Desarrollo Social, con residencia en el Caribe colombiano. Desde la escritura y la fotografía cuenta historias sobre la vida cotidiana y la cultura popular de los lugares que visita. Ha expuesto en varios países de Latinoamérica y publicado en GatopardoHayo MagazineEl EspectadorEl TiempoSemana RuralCartel Urbano, entre otros. Ganadora del segundo lugar en la categoría Turismo del Xilópalo, Premio Nacional de Periodismo Digital (2023), con la crónica «Palenque late en los cinco sentidos», publicada en El Estornudo.

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