Los músicos del fin del mundo

    Sentado en la arena caliente de la península de Sinaí, Raymel González entretiene la mirada en las aguas del mar Rojo y cuenta los días que le quedan al año, todos calcados del anterior. Piensa en el aburrimiento, en la comida sin gusto que sirven en el Riff Oasis y quién sabe si también le quede nostalgia para evocar su tierra natal: Cuba. 

    Hace nueve meses, el saxofonista de 36 años dejó La Habana con un contrato de trabajo de un año en Egipto, y ahora vive la misma vida multiplicada, alojado en un apartado del hotel donde trabaja dos horas, seis días a la semana, alternando con otra instalación turística cercana, junto a un quinteto de músicos cubanos más jóvenes que él. «En verano trabajamos en una terraza, en invierno en una discoteca y en el otro hotel tenemos un show en el lobby durante todo el año». 

    Muchísimos son los músicos cubanos que, dentro del incesante flujo migratorio de la isla, cuyo población se ha reducido al menos un 20 por ciento en los últimos años cada año, encuentran un contrato en Egipto, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Turquía, Omán, Islas Maldivas, Arabia Saudita, China, Indonesia y las Bahamas. Sin demasiado papeleo, en ocasiones con visados de corta duración, viajan al otro lado del mundo por medio de contratos individuales o como dúos, cuartetos y bandas de pequeño formato, para insertarse en la industria del entretenimiento o de la enseñanza. Fuera de su país se encuentran a merced de sus empleadores.

    Las cifras podrían hablar un poco más sobre este éxodo en el sector musical. Según datos del Anuario Estadístico 2024, los espectáculos musicales en teatros y espacios estatales se han reducido en un 67 por ciento en apenas 5 años. La caravana/casa donde vive Raymel, en el interior del hotel, se distribuye en dos cuartos medianos, una terraza, un baño y una cocina, y ahí se acomodan cuatro personas. 

    «Excepto salir a la calle, bañarme en la playa o la piscina, visitar las habitaciones o mantener relación de cualquier tipo con los clientes del hotel, puedo hacer con mi tiempo lo que yo quiera: dormir, estudiar. Lo dice la compañía desde el inicio, es una normativa. Ellos te ofrecen el contrato y no es cuestionable. Si te interesa, lo aceptas. Si no, no. Esta es una de las compañías que más paga en Egipto y te entrega todos los papeles en regla, no corres ningún peligro legal. Ganas, limpio, 800 dólares mensuales, pero si cometes infracciones, tienes descuento. Los contratos de cada compañía son diferentes y ninguno es perfecto. La lógica no funciona, hay que someterse a lo que te plantean. La otra opción es pedir tu baja y regresar a Cuba. Lo más duro es la monotonía. Si no ocupas tu tiempo en cosas productivas, te vuelves loco», dice el saxofonista.

    A unos 250 kilómetros de Sudán, en la riviera oeste del Mar Rojo, Yeni aguarda. En un mes, la saxofonista cubana deberá abandonar Egipto de modo exprés, reingresar por el aeropuerto y de este modo renovar su visa de turismo. Luego viajará a El Cairo, a la Dirección General de Inmigración egipcia, en el Departamento de Migración del Ministerio del Interior en Abbasiya, para que le otorguen el permiso de trabajo que la compañía por la que fue contratada a los 19 años, en diciembre del 2023, le prometió y nunca cumplió.

    Mientras, en el hotel de Marsa Alam, donde pasa sus días, Yeni va al gimnasio, al mercado, duerme mucho, ve películas y se mimetiza con la lentitud inalterable del desierto. En su servicio semanal toca diariamente unos tres o cuatro sets de 30 o 45 min de saxofón, y por lo regular ocupa el horario de cinco de la tarde a once de la noche.

    «Yo tenía furia por irme de Cuba. No había un camino, solo me mentalizaba: quiero irme, quiero irme, pero que pase lo que sea. Vine recomendada por una amiga saxofonista que no quería el contrato y me propuso a mí en su lugar. Viajar fue como tirarse a un abismo; llegué sin conocer a nadie en Egipto. Me dije que iba a trabajar para mandarle dinero a mi familia, para ayudarlos, y para vivir yo decentemente, pero no tenía un objetivo fijo. Me hubiese gustado saber que no era tan sencillo como pensaba, que no es fácil estar ilegal en un país; saber más acerca de la manera en que funcionan las compañías aquí y no venir engañada, como llega casi todo el mundo».

    Ahora Yeni relata, atenuadas con el fino polvillo del tiempo, sus pesadillas durante aquellos primeros seis meses: sumida en la depresión, con la habitación atiborrada de cajas y cajas sin abrir, que ordenaba compulsivamente por Amazon, durmiendo a horas extrañas, llorando y deambulando sola por el desierto. O ese 24 de diciembre del año pasado, en la ciudad más populosa de Hurgada, a unas pocas horas del cobro del mes y vestida con un atuendo navideño para un show nocturno, cuando la policía egipcia, en una de sus redadas contra inmigrantes irregulares, irrumpiera en su casa, la apresara durante 72 horas y luego la condujera esposada hasta el aeropuerto. «Fue muy malo, en Egipto no te vas a topar con una cárcel normal, puedes encontrar niños de ocho años conviviendo con adultos y asesinos. Hay todo tipo de personas allí. No hay compartimentación entre migrantes y delincuentes, ni escrúpulos. Son cárceles asquerosas, te maltratan psicológicamente».

    «Luego», continúa, «debí volar y volver a entrar al país. En un aeropuerto militar de Rusia viví una experiencia terrible, me hicieron perder mi maleta y mi ropa. No me permitían volar y me retrasaron para que perdiera el vuelo. A Alejandría llegue sin equipaje, con el pasaporte en el bolsillo. Al regresar a Egipto los guardias pensaron que transportaba droga porque no tenía maletas ni objetos personales. Viví interrogatorios, revisiones. La compañía gestionó mi retorno a Egipto y no me entregó nunca los 700 dólares del salario de aquel diciembre. Aún recuerdo lo que sufrí en la cárcel y no lo he superado».

    Aunque Egipto sea un país de libre visado (cualquier extranjero puede solicitar un permiso de entrada electrónico o entregar el monto de 25 dólares en el aeropuerto al ingresar al país), los foráneos que se encuentren allí en condición de turistas no tienen permitido trabajar. La permanencia en territorio egipcio más allá de lo regulado por el visado concedido (30 días de estancia máxima con un período de validez de 90 días en el caso del visado de turismo), constituye un delito que puede dar lugar a duras sanciones.

    Si bien algunas compañías que proponen contratos laborales internacionales para artistas en Cuba, cumplen con el acuerdo de trasladarlos al país por medio de visas de turismo (la vía más expedita para ingresar), y luego cambiar sus estatus con un visado temporal de trabajo, muchas otras mantienen a sus empleados en un limbo legal, lo que les provoca una inseguridad constante durante los seis meses a el año de duración general del acuerdo firmado. A su vez, el promedio de tramitación del permiso de trabajo en Egipto toma de ocho a diez, aunque durante su tramitación, ya el solicitante tiene permitido trabajar. 

    ¿Por qué, ante la posibilidad real de inseguridad laboral, sin fuertes vínculos culturales ni étnicos con el país, y comúnmente sin un grupo de apoyo al otro lado, la emigración a Egipto continúa siendo solicitada entre los músicos cubanos? Ante un panorama artístico en crisis, con cada vez menos espacios de trabajo bien remunerados para músicos egresados de conservatorios, las ganancias de 700 u 800 dólares netos representan un estándar de vida elevado en un país con un salario mínimo legal de 7.000 libras egipcias (138,50 dólares). El ejercicio de la música, insostenible de mantener en Cuba como profesión, es en cambio muy solicitada en la extendida y millonaria industria del turismo en Egipto.

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    Músicos cubanos en Egipto / Foto de cortesía
    Músicos cubanos en Egipto / Foto de cortesía

    Melina Torres fue una de los millones de visitantes internacionales que recibió Qatar durante la Copa Mundial de Fútbol de 2022. Ella no cruzó al otro hemisferio para disfrutar del «mundial más caro de la historia», sino por mediación de un amigo que le gestionó, y también a su esposo, un contrato de seis meses de trabajo en un hotel, como dúo musical. En la tramitación para viajar fuera de Cuba, sus nuevos jefes sólo le exigieron un PCR. El papeleo y la visa de trabajo los recibió por email. 

    En aquellos días vertiginosos, Melina recibió las llaves de un apartamento en Doha sufragado por sus empleadores, y comenzó a trabajar en un restaurante latino seis días por semana, con tres sets de 45 minutos de show musical, mientras alternaba con su pareja.

    La música acústica y cuidadosamente interpretada que la cantante aprendió en los conservatorios de Cuba, pasó rápidamente a un segundo plano ante las exigencias de canciones para fiesta y el uso de backing tracks, comunes en los negocios grandes. 

    Pero, tres meses después de su arribo a Medio Oriente, los empleadores de Melina decidieron suspender su contrato. «Nos dijeron que no estaba siendo sostenible para el hotel, porque había terminado el mundial y el país se había quedado como en una temporada baja un poco extraña», cuenta. «Nos dijeron que nos comprarían un pasaje de regreso a Cuba o que podíamos encontrar otro contrato en un plazo de tiempo y ellos nos harían una transferencia de Sponsor. Para vivir en este país y tener ID, hay que estar obligatoriamente contratado en una compañía. En ese entonces encontramos una compañía de Enterteiment que nos contrató, y que igual proveía lugar donde vivir, pero en este caso acordamos trabajar como «freelancer». No bajo ese nombre, porque no es legal acá. Me refiero a que puedo trabajar donde quiera y cuando sea que me llamen, y luego le reporto a mi compañía un porcentaje de mis ganancias mensuales. Muchas personas tienen contratos exclusivos con hoteles con un salario mensual, pero realmente es más rentable de la manera en que estoy yo y la mayoría de los cubanos aquí, porque se gana mucho mejor de esta forma».

    Los sponsors, el sistema de patrocinio llamado «Kafala», es un componente principal del proceso de visa de trabajo en Qatar. Bajo este sistema, una empresa local debe asumir la responsabilidad de la situación legal y el bienestar de un trabajador extranjero. El Índice Global de esclavitud 2023 de Walk Free, recoge que, en los Estados del Golfo, ocho de cada diez trabajadores son migrantes y laboran bajo el sistema kafala (patrocinio). Son países donde muchas de las reformas destinadas a proporcionar la protección necesaria no se han implementado plenamente o distan mucho de ofrecer una protección real a un grupo muy vulnerable.

    No obstante, cada caso es diferente y aparentemente hay un supuesto «reblandecimiento» de las leyes del kafala en Qatar, luego del Mundial de Fútbol. De cualquier manera, la normativa, obviamente, aún contiene ciertas obligaciones hacia los empleados, como trabajar en exclusiva para su empleador patrocinador, cumplir con los términos de su contrato de trabajo, informar a su empleador si desea abandonar el país y obtener el permiso de su empleador en caso de cambiar de trabajo. Otro detalle primordial es respetar las leyes y costumbres locales. Melina explica: «Aquí puede que no seas la gran cosa musicalmente, pero si eres bonita dentro de los estándares de ellos y te vistes bien, tienes la vida garantizada. En tema de vestimenta aquí se ve vulgar lo que es normal en Cuba. No debes enseñar mucho los hombros, ni usar ropa corta o apretada. Mientras mejor te vistas, más cercano a sus costumbres, más te van a respetar y mejor te va a ir».

    Con un sueldo suficiente para costear un nivel de vida adecuado, enviarle dinero a su familia en Cuba, ahorrar e incluso hacer turismo en países próximos, una tarjeta de salud por apenas 20 dólares anuales con cobertura médica casi total, y unos índices de seguridad ciudadana muy elevados, Melina no planea marcharse de Qatar por ahora. Ante la pregunta de cuánto tiempo estaría en un país dónde difícilmente obtenga nunca un status legal permanente, la cubana contesta: «Supongo que me quedaré hasta que me lo permita mi imagen».

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    Aunque las playas de Abu Dabhi, con su quietud y su arena pálida, casi artificial, encantan a los turistas, Diana Gutiérrez regresa con frecuencia al recuerdo de Guardalavaca, Esmeralda y Varadero. Extraña el verde de las ciudades y la barra de guayaba y de maní. Se agota de ver cada día solo desierto y polvo. 

    Hace poco viajó a Armenia en unas vacaciones exprés de tres días con un boleto barato que compró. 

    Llegó hace dos años a los Emiratos, en un vuelo de dos mil dólares que luego debió reembolsar a sus empleadores. Hoy, por unos dos mil 500 dólares, Diana trabaja nueve horas diarias, seis días a la semana, impartiendo lecciones de violín y piano en un instituto de música que es, dice, la metáfora perfecta de una pasarela de aeropuerto, con alumnos de todas partes el mundo. 

    «Nunca fue mi idea salir de Cuba», confiesa Diana. «Tocaba en la Camerata Romeu, la Orquesta de Cámara de La Habana, canté con Interactivo, acompañaba a jazzistas, y como músico tenía la posibilidad de viajar esporádicamente. Estaba feliz. Pero luego de la pandemia la situación se volvió cada vez más difícil. Cobraba y el dinero se me iba en carros para llegar a los ensayos. Para los músicos del país, por su formación, es muy fácil conseguir contrato en el exterior, así que decidí irme con una compañía que solía reclutar bastantes artistas cubanos».

    Llegó un 23 de agosto, y los meses iniciales fueron bastante duros. «Te descuentan un porciento el dinero de ese pasaje y la renta de tres meses», explica. «El primer mes en el exterior debes costearte todo: comida y transportación. En aquel entonces yo no llevaba conmigo mucho dinero; contaba con unos 700 billetes entre euros y dólares y finalmente gasté 500. Como la renta es en general muy costosa, los primeros tres meses la empresa gestiona tu alojamiento en una casa común. Aquí le llaman partición. Te corresponde un cubículo pequeño con una camita y un closet por unos mil 200 dirhams mensuales: 326 dólares. Yo era dichosa porque mi habitación tenía una ventana. Compartía baño y cocina con 17 personas, todos filipinos. Yo era la única cubana y latina».

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    Es domingo y Amalia Díaz descansa en una tumbona frente a la piscina de su complejo de apartamentos en Dubai, país donde reside hace siete meses. El calor del Medio oriente se le enquista como una enfermedad crónica, mientras dos guardias vigilan en el exterior del local. «Aquí hay cámaras por todos lados», explica. «Dubai es uno de los países más seguros. He salido a las cuatro de la mañana con todo oscuro y no pasa nada».

    Al inicio, cuando vivía en una acomodación de la empresa, debía trasladarse diariamente alrededor de dos horas para llegar al conservatorio de música donde trabaja. Tras convivir tres meses con otros profesores en el pequeño recinto de la compañía, Amalia encontró, por medio de una página web, un estudio disponible en la zona de la ciudad donde se ubica el instituto. Este condominio fue construido hace apenas siete años, y resulta mucho más económico si lo comparas con zonas de playas y monumentos. Aunque su patrimonio como maestra de música es de unos dos mil dólares mensuales, sumados a comisiones extra por rendimiento (poco más que el salario mínimo para técnicos calificados), el arrendamiento del apartamento constituye un 60 por ciento de los ingresos de Amanda.  

    «Desde un principio me mentalicé para vivir sola, porque la convivencia es complicada. Pero lo más fuerte aquí es la renta. Hay distintos tipos de arrendamientos y eso es un dato que no sabes hasta que llegas al país. Ofertan apartamentos compartidos, digamos un cuarto, en una renta de seis o más habitaciones. Una máster room es también un cuarto en una casa común, pero que incluye baño propio. Y luego hay estudios: espacios compactos con cocina, baño y dormitorio en unos pocos metros cuadrados».

    Aunque Amanda ya ha incorporado las rutinas de su nueva vida —horarios laborales complejos, paseos al cine y la playa, una economía estable, amigos de Miem, de Egipto y Filipinas, las guaguas con aires acondicionado y el metro, las tiendas vistosas, el mall, todo de dimensiones increíbles— no se imagina de aquí a cinco años trabajando en la escuela. «Yo no huí de Cuba. Todos quieren irse de Cuba porque no hay oportunidades, pero yo no vivía mal, no estaba harta ni deseaba realmente emigrar. Me fui pronto porque estudié música durante 13 años y, luego de graduarme, me encontré enjaulada, con oportunidades laborales esporádicas y posibilidades de becas internacionales muy lejanas para mi especialidad, que es dirección coral y de orquesta», dice. «Fui maestra allá durante tres años, y empecé el ISA, pero nunca lo terminé. Llegué a Dubai porque quería ahorrar para continuar mis estudios en otro lugar, como Europa, por ejemplo, y trabajar en ese tiempo en algo que disfrutara. Cuba se me quedó chiquita y sueño con hacer algo más».

    Respecto a la brecha salarial de los trabajadores extranjeros, la Organización Internacional de Trabajo (OIT) explica la gran variabilidad de los sueldos de los artistas entre un país y otro, pues «la situación de los trabajadores asalariados migrantes varía en función del nivel de ingreso del país de acogida. En los países de ingreso alto, los migrantes están sobrerrepresentados entre los trabajadores asalariados con remuneración baja. A la inversa, en los países de ingreso bajo y, sobre todo, de ingreso mediano bajo, los migrantes suelen estar mejor remunerados que los asalariados nacionales».

    Esto nos permite entender por qué en Egipto, un país de ingreso mediano bajo, el salario estimado de los entrevistados supera hasta ocho veces el ingreso mínimo de un trabajador, mientras que en los Emiratos, con una economía abierta y altos PIB, el sueldo de las profesoras apenas sobrepasa los 7.000 AED (1.905,82 dólares estadounidenses) estimados para técnicos calificados, pues el país no ha fijado un salario mínimo legal.

    La OIT también confirma que la desigualdad salarial se recrudece con la interseccionalidad de múltiples grupos de vulnerabilidad, en este caso, mujeres que también son trabajadoras migrantes. Aunque es un asunto preocupante a nivel mundial, los anuarios de la OIT no poseen muchos más datos de interés actual acerca de esta situación en el Medio Oriente. 

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    Músicos cubanos en Egipto / Foto de cortesía
    Músicos cubanos en Egipto / Foto de cortesía

    Ya han pasado dos años desde entonces, y Tanya aún recuerda a la chica que la expulsó de la compartición en que ambas vivían. Fue su segunda mudanza desde que llegara a Dubai con un contrato de trabajo de 48 horas semanales para impartir clases como profesora de piano en la academia más grande del país. Aquel día, aún incomprensible para la cubana de 20 años, Tanya escuchaba música en su habitación, cuando su compañera de departamento decidió desalojarla. La música interrumpía sus rezos: eso le había explicado a prisas la chica, en un inglés que aún Tanya articulaba con parches y dificultad. A partir de ahí cambió de casa al menos dos veces más.

    Por estos días Tanya planea mudarse del estudio que comparte con una colega a un departamento propio. Se gana la vida interpretando shows en bodas, restaurantes, hoteles y recepciones corporativas, como parte de un cuarteto y de una banda latina. También da clases privadas a unos diez estudiantes, con al menos uno o dos días de descanso semanales. Recién en septiembre comenzó a renovarse el espíritu de la ciudad, luego de un verano de temperaturas abrasivas y ofertas laborales mínimas.

    Durante la temporada alta, Tanya estará mucho más atareada: «Como freelancer ganas mejor que en contratos exclusivos, pero no durante todo el año», explica.«En temporada baja escasean los eventos y muchos alumnos viajan junto a sus familias, huyendo del calor. Además, acá el networking es muy importante para conseguir un trabajo regular en un mismo lugar, o un evento de cierto calibre. Necesitas vídeos de promoción de calidad con buen audio, publicar fotos, estar activa en las redes sociales. Trata mayormente de cómo te ves. En bodas y eventos de marcas buscan que seas bonita, y en lo musical quieren ritmos latinos, pero dentro de un show coherente con la cultura árabe. Hay que tener ese doble foco de fiesta, sabor latino y también clásico, elegante.  Debes acumular bastante vestuario. En ocasiones lo proporcionan ellos, pero en otras esperan que tengas un armario repleto de opciones. Y no solo los típicos vestidos blanco y negro, sino uno plateado, azul celeste, rosado, champán, crema, dorado… Mis trajes los compro en Shein. Me cuestan 200 dirhams y me pagan dos mil, así que los utilizo en varias ocasiones, porque es una inversión».

    Para Tanya, en el Dubai tecnológico e hipervigilado, si no sabes moverte no prosperarás nunca. La soledad puede ser abrumadora y encontrar pareja resulta muy difícil. «En parte por las diferencias culturales, o tal vez porque aquí todos estamos de paso». 

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