La fragilidad del sistema persiste y hay riesgo de nuevas desconexiones; todo resulta ciertamente sombrío —aunque ya no tanto como en la noche del miércoles— porque aún, pese a las tempranas investigaciones, se desconoce el «motivo» de este «fenómeno», conceptuado empáticamente, en televisión nacional, por el ministro el Energía y Minas, Vicente de la O Levy, como «el más desagradable posible para cualquier operadora de electricidad».
Así glosa este viernes el periódico Granma, en un artículo de su portada digital, los informes del alto funcionario sobre «la situación» tras 28 horas de apagón general en Cuba —hasta las primeras horas de la tarde del jueves— debido a «la salida inesperada» de la Central Termoeléctrica (CTE) Antonio Guiteras, en Matanzas, justo mientras la CTE Felton, en Santiago, se encontraba en mantenimiento por la avería de un transformador.
En el último año son varios los apagones totales en la isla, una variedad cetácea, megalítica, que se ha sumado al apagón crónico programado (cada cuatro o cada seis horas) en ciertas áreas urbanas o el apagón crónico por la libre (sin límite fijo y sin periodicidad reconocible) en extrarradios y zonas rurales, y al apagón local intempestivo por ineficiencia o rotura localizadas o el apagón regional a causa de alguna tempestad.
Y, claro, Granma se ha apresurado a anotar un nuevo «logro de la Revolución», un nuevo triunfo de la clase obrera y, tal vez, de las ciencias aplicadas cubanas: «La experticia de los trabajadores del sector permitió reconectar en tiempo récord el Sistema Eléctrico Nacional», tituló el diario del Partido Comunista.


No se descarta que alguien en la redacción sepa que eso de convertir la derrota en victoria no es solo un mantra propagandístico que hizo suyo Fidel Castro, sino una fórmula dialéctica que se cumple, no a la vista del pueblo y de la militancia partidista, o en las mismísimas narices del enemigo, sino, implacablemente, en el envés tecnocrático, realpolítico del discurso oficial.

La victoria, en este caso, sería la instalación del apagón masivo como una contingencia naturalizada: otra. Como un destino sobrevenido o un eclipse que se cumple, elípticamente, cada cierto tiempo, sin más.
De modo que la inepcia burocrática y la corrupción sistémica, el voluntarismo político y la colonialidad económica (de la URSS, de Venezuela), cifrados hoy en las anticuadas maquinarias de las termoeléctricas cubanas, todo eso que la prensa oficialista esconde cada día entre la guata inflamada del «bloqueo» –gracias, por supuesto, a la bendita persistencia (para el régimen cubano) del embargo estadounidense–, todo eso, decíamos, se posa ahora con naturalidad durante uno, dos o tres días, como un impasible nubarrón de los trópicos, sobre toda la geografía de la isla. Y no pasa nada.



Ya hemos hablado aquí de las posibilidades metafóricas del «Gran Apagón». La novedad en este punto sería, si la cosa tuviera algún sentido, la falta de novedades.
Las imágenes no son de estas noches. El fotógrafo ha salido a las calles de La Habana solo para constatar que bastaba con enviar a nuestra redacción estas fotos de archivo que, en rigor, corresponden a otros apagones, parciales o totales, de los últimos tiempos.
«Cada vez está más normalizado este fenómeno», dice el fotógrafo. «Toda esa gente allá afuera [en redes sociales] con la idea de que aquí, a raíz del apagón, podía pasar algo parecido a lo de Nepal… Pues, en fin, nada más lejos de la realidad».
Si alguien ha dicho alguna vez que Cuba es la otra isla del Gatopardo, desde luego se equivocaba entonces como se equivocaría ahora mismo. Desde hace décadas nadie se ha arriesgado a cambiar nada allí, ni siquiera para que las cosas sigan igual.
Cada pequeña modificación sobre el terreno de la realidad ha sido una respuesta más o menos obligada por las circunstancias, y casi siempre administrada con minuciosa gradualidad, para que las cosas, insensiblemente, cambien lo menos posible. Sin demasiados sobresaltos.
Cada algarabía retórica, cada campaña ideológica o social, cada acto de repudio, cada marcha del pueblo combatiente o tribuna abierta, cada contramarcha, cada llamado a la economía de guerra, cada apertura relativa, cada purga, cada ola represiva, cada estremecimiento y también cada apagón ha sido, aunque no pareciera, el mínimo posible, dada la coyuntura específica, para que el tiempo continuara detenido en Cuba.


En el sofisticado laboratorio social que es la isla, solo hay un gran fogón de inducción y una gran olla hirviente. El ciudadano es esa rana que ya se quemó sin saberlo; de vez en cuando hay que destapar y soltar presión, y entonces algunos saltan escaldados…
Cuando sale inesperadamente la Guiteras, la cocina no se apaga, el agua no se templa, sino más bien todo lo contrario. Hace muchos años, este invento ganó una mención en el Fórum de Ciencia y Técnica.