Así había cantado antes en la Colina Universitaria (y el audio esta vez tampoco era el mejor, según contó luego gente del fondo), pero la clausura figurada y práctica de la función no deja de ser significativa en la Cuba post-11J.
En Cuba vivía del arte, con solvencia y reconocimiento. En Chile, el panorama es otro: galeristas que no responden, coleccionistas que regatean, y un medio que lo ve como competidor más que como creador.
«Cada vez está más normalizado este fenómeno», dice el fotógrafo. «Toda esa gente allá afuera [en redes sociales] con la idea de que aquí, a raíz del apagón, podía pasar algo parecido a lo de Nepal… Pues, en fin, nada más lejos de la realidad».
El fotógrafo Ruber Osoria explora en esta serie, convertida en un fotolibro testimonial, los derroteros de la diáspora cubana en Chile. Primera entrega.
Quedan muy pocos acuáticos en Viñales y, en rigor, presentan modos de vida que distan bastante de las prédicas de Antoñica Izquierdo. Sin embargo, ellos reivindican su identidad; no pueden evitar cierta nostalgia por los tiempos en que vivían en comunidad y veneran con devoción religiosa a la curandera de Los Cayos de San Felipe. Puedes notar la emoción en sus palabras cuando narran los milagros de los que sus padres y sus abuelos fueron testigos.
En las profundidades de la crisis multidimensional que hace años vive Cuba, la inundación, el fango, los destrozos del viento en los cultivos y en las casas, los objetos perdidos… no son solo las cicatrices pasajeras de un desastre natural.
Por supuesto, un inventario verdaderamente exhaustivo de los dirigentes caídos en desgracia —con dosis mayores o menores de justicia o arbitrariedad— durante los últimos 67 años sería muchísimo más copioso, en un país donde ningún servidor o usufructuario del poder está a salvo del olvido, la cárcel o el mismísimo paredón de fusilamiento.