Basura como paisaje

    Cuba es hoy una sociedad de subconsumo donde la única materialidad que se produce en exceso es, por supuesto, la basura. En exceso, básicamente, porque en la isla —donde escasea la comida y casi cualquier producto de primera necesidad, incluidos el agua potable y la corriente eléctrica— no parece haber modo de deshacerse de «los desechos sólidos».

    Ni recursos suficientes, ni responsabilidad administrativa, ni previsión epidemiológica, ni genuina voluntad política más allá del histriónico voluntarismo de siempre.

    La semana pasada, Díaz-Canel aparecía rastrillo en mano y luego regañaba a la población, a los trabajadores estatales, a los cuadros de dirección de nivel de base… porque no salieron a «trabajar la basura» en algunos municipios capitalinos, atestados de inmundicias y escombros, amenazados por los peores miasmas del Trópico, como Diez de Octubre, Playa o La Lisa. 

    Hace nada veíamos en redes sociales islotes de basura navegando las calles de la ciudad tras unas lluvias torrenciales. No puede imaginarse augurio más explícito de enfermedad. 

    La epidemia de la basura no como chancro, como síntoma purulento y colonizador, aunque más bien inmóvil en su mismidad de basural o vertedero cederista —lo cual supone una nueva cartografía del vecindario e impone ciertos desafíos concretos y sensoriales al transeúnte—, sino la basura, de pronto, tan versátil como esos virus que anuncia… Sacando ventaja de los elementos, dispersándose, corriendo por las arterias de la urbe para al fin recalar en algún punto aguas abajo y volver a cambiar, por una vez sin ayuda de nadie, la topografía de La Habana.

    Frente a la posibilidad de una gran epidemia, y vista la grave situación en lugares como Matanzas, el gobierno llamó a una rápida ofensiva revolucionaria, ahora contra «los residuos sólidos», que es el eufemismo técnico al que sin falta acuden los tecnócratas del desastre. 

    Las autoridades aseguraron que, en solo un fin de semana, fueron recogidos más de 35 mil metros cúbicos.[1] Nadie puede calcular qué inesperado abanico de posibilidades habrá abierto, para el insalubre socialismo cubano del siglo XXI, semejante esfuerzo colectivo de higienización.

    En Cuba, la basura es cosa de todos, o algo así, se le ha escuchado decir, casi proverbialmente, al presidente, supuestamente enrabietado. «Todos los días hay que combatir», soltó ante las cámaras de la televisión estatal.

    Por su parte, el primer ministro cubano, Manuel Marrero, sopesó la insolubilidad teórica y práctica de «dar respuesta a dificultades como el bajo coeficiente de disponibilidad técnica de los vehículos especializados de Comunales», y enseguida apuntó a esa zona gris, y acogedora, de la procrastinación nacional donde siempre, ya lo sabemos bien, «hay cosas que hay que hacer día a día y no se hacen».

    Ay… Y Marrero deploró, especialmente, que no haya entre nosotros eso que los expertos llaman «cultura del detalle».

    Son cosas que nos siguen pasando, digámoslo de una vez, por no hacer caso a las amonestaciones de la prensa oficial: «Lo que está en juego no es solo la higiene. Es la narrativa de cómo nos estamos comportando como ciudadanos. Es, también, la falta de valentía para corregir al que, estando los tanques vacíos, tira sus desechos afuera», leíamos en agosto en el portal Cubadebate. «Porque el cubano se ha acostumbrado a esperar que otro venga y haga lo que todos deberíamos hacer de manera conjunta: organizar, limpiar, hacer».

    Faltan trabajadores, combustible, camiones, equipos especializados y decenas de miles de contenedores de basura en la capital. Y, diantres, lo que no falta es el invento, el desvío de recursos, la indisciplina social: «No es secreto para ningún ciudadano que los tanques son empleados lo mismo para hacer pozuelos, que palitos de tendedera, que los entierran y convierten en tanques de agua», protestaba Cubadebate contra el ingenio nacional.

    El Ministerio de Salud Pública habla de «arbovirosis» propias de la época del año. Pero sabemos que, en Cuba, por diseño, se desconocen las cifras exactas de infectados y de fallecidos por enfermedades como dengue, oropuche o chikungunya.

    Resulta obvio que la incapacidad de Comunales, y del resto de entidades encargadas de gestionar la basura en Cuba, es solo un aspecto en una crisis que abarca el déficit crónico de medicamentos, la depauperación física y la obsolescencia tecnológica de muchas instalaciones hospitalarias, y el deterioro, en general, de los servicios médicos gratuitos que, en algún momento, fueron ciertamente una piedra de toque en el funcionamiento social isleño y, desde luego, un infaltable argumento triunfalista en el discurso político del totalitarismo cubano.

    A su vez, la fragilidad del sistema sanitario es apenas otro círculo —muy importante— en una espiral de ruina y desolación que comprende la desarticulación paulatina de la red asistencialista de seguridad social, la dureza de la vida cotidiana (inflación y escasez, apagones, desabastecimiento abasto de agua, colapso del transporte, etc.), la creciente inequidad social, el éxodo sin precedentes de los últimos años.

    Estas fotografías disparan inevitablemente un haz de reflexiones en torno a la policrisis cubana de estos años. Son, en tal sentido, pretextos.

    Pero también son fin en sí mismas, paisaje constituido ante nuestros ojos. Continuidad de nuestra psique y de nuestros cuerpos. Texto y contexto del ser cubano hoy.


    [1] Según estimaciones oficiales, La Habana genera diariamente unos 30 mil metros cúbicos de desechos sólidos.

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