Una de las obsesiones del presidente Trump es ser reconocido como un pacificador, es decir, un negociador capaz como nadie de mediar en conflictos a nivel global y de traer una nueva Pax Americana. No es un secreto su obsesión por ganar el premio Nobel de la Paz; especialmente porque cree que le fue entregado a Obama sin merecerlo.
Dijo en el debate televisivo, luego de una encerrona propia de una sitcom, que el Estado de Israel tiene derecho a existir en igualdad de derechos, pero lo han llamado antisemita solo por no hablar como un vulgar sionista y no comportarse en el debate como si estuviese corriendo para alcalde de Tel Aviv.
No hay dudas de que la música cubana está viva: se produce, circula, se escucha. Pero esa vitalidad no basta para hablar de una industria. Lo que existe hoy es un conjunto inestable de prácticas y circuitos de producción informal: dispersos, improvisados, sostenidos por la energía individual y una circulación lateral de recursos. Los artistas crean con lo que tienen, se abren paso como pueden y rara vez logran cobrar a tiempo.
Ha muerto Rodolfo Rensoli, y con él se ha ido la primera piedra del movimiento de rap cubano. Friki, rasta, rapero, fan de los Rolling Stones, Metallica y los Beatles, de Bob Marley...
Ciudad de México no se queda atrás. Con una comunidad venezolana integrada por 26 mil 383 personas, según El Instituto Nacional de Migración, es lógico que surjan restaurantes que ofrezcan un refugio para la diáspora. ¿Cómo se han adaptado al contexto local?, ¿consideran que ofrecen nostalgia?, ¿al mexicano también le gusta la comida venezolana?
El tambor le concede arrojo a la garganta de quien canta. Marca el estado de ánimo, dice por dónde fluirá la sangre de la canción, de sus coros, sus pregones. Sea un golpe potente o una simple caricia, sin él no corre na por las venas.