Hoy en la mañana alguien decía en Twitter que cualquiera que haya crecido en Nueva York podría identificar a Nueva York en Zohran Mamdani. Un set de valores políticos cosmopolitas que conecta a tres continentes, en medio de un contexto nacionalista excluyente. El cosmopolitismo New Yorker tiene mucha más tela, pero, en los tiempos que corren, tomémoslo por bueno, dado que también hay tantas cosas verdaderamente extraordinarias ahí.
El chico hizo una campaña espectacular contra los millones de Wall Street y la bajada de línea de los medios mainstream, y ahora mismo, según leemos, ha separado las aguas en el Partido Demócrata, un cónclave que ya sabe perfectamente lo que tiene que hacer en términos políticos para recuperar terreno ante Trump, pero cuya razón económica no se lo permite. Este triunfo de Mamdani en las primarias de su partido, que prácticamente lo convertiría en el alcalde de la ciudad en noviembre, es muy revelador y, para muchos, también esperanzador, porque colocó a los demócratas frente al propio espejo deformado de su buena conciencia liberal y denunció indirectamente el pacto oligárquico entre las élites financieras y los ideólogos conservadores del país.
CNN, The New York Times o The Atlantic, que primero no lo tomaron en serio, después, cuando vieron que subía como la espuma, fueron con todo contra Mamdani; corrieron abiertamente en su contra, aun cuando el muchacho apenas ha venido proponiendo aumentar un poco los impuestos a los millonarios y estabilizar los precios de las rentas (una absoluta locura en esta ciudad).
Dijo en el debate televisivo, luego de una encerrona propia de una sitcom, que el Estado de Israel tiene derecho a existir en igualdad de derechos, pero lo han llamado antisemita solo por no hablar como un vulgar sionista y no comportarse en el debate como si estuviese corriendo para alcalde de Tel Aviv. La madre de Mamdani es india-americana, el padre de Mamdani es indio-ugandés. Mamdani nació en Kampala y es musulmán-neoyorquino. Trae consigo el paquete multicultural. Ah, pero Mamdani tiene un problema. Ha señalado el dinero y la desigualdad y no aspira, al menos por ahora, a una cuota de representación identitaria. Habla sin culpas en nombre del judío de Flatbush, del dominicano del Bronx y del ruso de Coney Island y, cosa curiosa, ni el judío de Flatbush, ni el dominicano del Bronx, ni el ruso de Coney Island se molestan; ninguno se pregunta qué hace ese tipo hablando en nombre mío, si él no «es» como yo. Parece que lo que dice, adonde apunta, lo vuelve como ellos. Es ahí donde el dispositivo «New Yorker» se convierte en algo potente, cuando adquiere un significado material, cuando interpela las condiciones concretas de vida.
Resulta entonces que esa mezcla no cuadra, por lo que llegamos al punto en que ciertos bastiones demócratas del mundo woke, esos puestos de mando para la inclusión subalterna, los barrios donde viven los editores y los galeristas que más defienden las otredades, Tribeca, Upper West Side, Upper East Side, Greenwich Village, se decantan y votan abiertamente por Andrew Cuomo, el hombre de Bloomberg, un concejal de pasquín y quizá el acosador sexual más famoso de toda la ciudad.
Sería una gran noticia que este chico, Mamdani, quien se define como «demócrata socialista», se confirme en cinco meses como el administrador político de Nueva York, un lugar donde ahora mismo, sea en el Federal Plaza 26 o en Jackson Heights, uno se encuentra todos los días a cientos y cientos de emigrantes destruidos, cargando solo con lo que llevan puesto y en la cara una expresión seca de espanto, una expresión de verdadero terror, traumatizados por la cacería fascista y la persecución enferma que padecen.
Ningún republicano, neocon, fascista, ecologista, neoliberal, liberal, comunista, demócrata, socialista, independiente, ni ningún político o no político, ni administrador de ninguna ciudad, cambiará la miseria que está en la base de Estados Unidos desde antes de su fundación. Afirmarlo es poesía de la pobre. Mamdani, que es tan «muchacho» como Bukele y Boric, vivirá de un salariazo de un cuarto de millón de dólares pagado por ti. Eso es todo.