Si bien en la Casa de Tomás se reciben a los viajeros de forma incondicional, es tradición en el excursionismo cubano llegar con alguna donación. Es conocida la dura situación del campesinado cubano, así como la dificultad de acceder a determinados productos y utensilios en comunidades tan intrincadas.
«No es porque te veas criatura / Pero tienes que saber / Que hay dos cosas seguras / Que es la muerte y la vejez. /Por la plata no te alegres / Que tienes que comprender / Que nunca la plata puede / Con la muerte y la vejez».
Es casi unánime la opinión de que el colapso eléctrico ocurrido en Cuba a partir del 17 de octubre —que paralizó al país en toda su extensión y sumió en las tinieblas a una población ya extenuada por innumerables penurias— sería un síntoma extremo de la crisis multidimensional, endémica que enfrenta la isla desde hace más de 30 años.
«El interés de este proyecto se centra en generar una catarsis, un grito, una queja, una denuncia ante el absurdo y la incertidumbre que abruma a una isla».
Desde entonces ha habitado tres geografías chilenas: Ñiquén, Tirúa y Concepción. Tres climas, tres culturas, tres formas de aprender a «respirar». En Ñiquén, el frío seco le partía la boca. En Tirúa, el viento helado lo abrazaba junto al mar. En Concepción, encontró algo parecido a Santa Clara: bohemia, música, vida.
«Creo en una Cuba en que nos aceptemos tal cual somos, sin doble moral, tertulias de pasillo y odios acumulados en una urna que nadie sabe qué contiene hasta que se abra. Un país donde decir lo que se piensa no se reprima y sea la razón de cada día. En que podamos elegir al gobierno. En que la falta de alimentos sea comidilla del pasado. En que se trabaje honradamente y el salario sea salario».