Es casi unánime la opinión de que el colapso eléctrico ocurrido en Cuba a partir del 17 de octubre —que paralizó al país en toda su extensión y sumió en las tinieblas a una población ya extenuada por innumerables penurias— sería un síntoma extremo de la crisis multidimensional, endémica que enfrenta la isla desde hace más de 30 años.
«El interés de este proyecto se centra en generar una catarsis, un grito, una queja, una denuncia ante el absurdo y la incertidumbre que abruma a una isla».
Yo no sé todavía qué es Miami. Llevo en la ciudad siete meses, pero por un rato Legna Rodríguez me aleja de las zonas comunes: playa-playa, piscina-piscina, warehouses y mediocridad.
No hay dudas de que la música cubana está viva: se produce, circula, se escucha. Pero esa vitalidad no basta para hablar de una industria. Lo que existe hoy es un conjunto inestable de prácticas y circuitos de producción informal: dispersos, improvisados, sostenidos por la energía individual y una circulación lateral de recursos. Los artistas crean con lo que tienen, se abren paso como pueden y rara vez logran cobrar a tiempo.
Ha muerto Rodolfo Rensoli, y con él se ha ido la primera piedra del movimiento de rap cubano. Friki, rasta, rapero, fan de los Rolling Stones, Metallica y los Beatles, de Bob Marley...