Si Kamala Harris opta por ofrecer soluciones tecnocráticas como Hillary Clinton, dará la impresión de ser otra elitista recetándole al pueblo lo que debería hacer. Si, por el contrario, toma una página del populismo optimista de Obama y demuestra que puede escuchar y responder a los problemas con una visión unificadora, podrá replicar una coalición de minorías y moderados y será, en enero de 2025, la primera mujer presidenta de los Estados Unidos.
Harris, de ascendencia hindú y jamaiquina, tiene ahora la posibilidad de hacer historia, no solo rompiendo el tabú sexista de la política estadounidense, sino además convirtiéndose en la segunda persona afroamericana que llega a la Presidencia.
Es cómodo e igualmente equivocado decir que se trata de hechos aislados o excepciones dentro del sistema, ignorando el deterioro de las normas políticas y el auge de la retórica incendiarias en el país. Al contrario, la historia norteamericana muestra que la violencia política —cuatro presidentes y un candidato presidencial han sido asesinados, mientras que un presidente y dos candidatos han sobrevivido otros intentos— ocurre en momentos en que la hostilidad alcanza niveles extremos.
La hipocresía inherente en las protestas sobre la comparación hiperbólica entre Trump y Castro suena hueca cuando viene de los mismos sujetos que constantemente asemejan a sus oponentes políticos con los regímenes de Cuba o Venezuela.
Es un lugar común declarar cada elección «la más importante de nuestras vidas», pero esta en particular representa la disputa entre el establishment político que ha convertido a Estados unidos en el país más poderoso del planeta y un agente de cambio cuyo récord de inefectividad y despropósito ya conocemos.
Ni [Hillary] Clinton era más ambiciosa o despiadada que cualquier político hombre, ni [Sarah] Palin era más propensa a equivocarse que Bush hijo o Dan Quayle o más mentirosa que Trump. Pero estos defectos o cualidades mal vistas son excusados rutinariamente en un hombre mientras que se convierten en un símbolo de inferioridad en una mujer.