Biden vs Trump, la elección que aún podemos evitar

    El presidente Lyndon B. Johnson llegó a la Casa Blanca en 1963 luego del asesinato de John F. Kennedy, en 1964 fue elegido con el mayor margen de victoria popular hasta entonces en Estados Unidos y en 1968 anunció al país que se retiraba de la contienda para su reelección.

    Johnson ha sido uno de los presidentes con mayor éxito en la política moderna de su país. Su mandato trajo la ley de Derechos Civiles, la reforma migratoria de 1965, el Medicare, la expansión de Medicaid, el Departamento de Transporte y la ley del derecho al voto. Pero también fue el presidente responsable de la guerra de Vietnam, por lo que enfrentó protestas masivas, su popularidad cayó y terminó perdiendo el control del partido demócrata. Habría que añadir, entre las razones de su renuncia, su mal estado de salud, producto de una adicción a la nicotina que ya le había costado un infarto a los 46 años.

    En una línea, Johnson anunció su decisión: «No voy a aspirar, y no aceptaré, la nominación de mi partido para otro período presidencial». La renuncia llegó tarde, los demócratas no pudieron encontrar un candidato efectivo para enfrentar a Richard Nixon, pero contribuyó a salvar el legado de Johnson. Conocido como el Maestro del Senado, a Johnson lo recuerdan como un político astuto y muy efectivo, una figura dominante en su época, quien, sin la guerra de Vietnam, habría sido considerado entre los cinco presidentes más relevantes en la historia estadounidense.

    El presidente Joe Biden tiene muchos puntos en común con Johnson. Ambos tuvieron largas carreras como senadores (Biden por 36 años) y utilizaron el proceso legislativo a su favor. Ambos son conocidos por su capacidad para negociar con aliados y adversarios y buscar un resultado satisfactorio para todas las partes. Ambos salieron de la pobreza y siempre mantuvieron en mente sus orígenes humildes para conectar con el hombre trabajador y establecer una conexión moral con los problemas sociales. Ambos han sido descritos como ambiciosos y testarudos, políticos que desestiman las críticas, confían en su intuición y prefieren un círculo cerrado de asesores para tomar decisiones.

    Ahora, a sus 81 años y después de un desastroso debate con Donald Trump, Biden se encuentra en una situación similar al escenario que enfrentó Johnson en 1968: o continúa una campaña presidencial para la que se encuentra cada día menos capacitado en cuanto a popularidad y estado físico, o deja el camino abierto para un relevo.

    Solo sus acérrimos oponentes niegan el récord exitoso de Biden: el empuje de legislación bipartidista que va a modernizar a Estados Unidos en infraestructura y tecnología; haber respondido al desafío de la pandemia y sus secuelas con niveles récord de empleo y estabilidad de la economía; la solidez del dólar comparado con otras monedas en ascenso; la expansión y fortalecimiento de la OTAN y la respuesta a las amenazas de China y Rusia. Pero los votantes, cuatro años después de su primera contienda presidencial, ven a anciano con limitada capacidad cognitiva, al cual Donald Trump, en este primer debate televisivo entre ambos, sencillamente puso a la defensiva, reduciéndolo a frases entrecortadas e insultos sin pegada.

    Con voz acallada y frágil, expresiones de confusión y grandes errores tácticos, Biden, quien debía sobre todo mostrarse enérgico, fracasó estrepitosamente y lució al menos una década mayor que su oponente, al que solo lleva tres años. Biden puede ser un gobernante efectivo, pero siempre ha sido un político mediocre, dos veces derrotado en las primarias presidenciales. Orador poco elocuente, explotó cierta personalidad campechana y populista que con los años lo convirtió en el abuelo que ya todos desean que se retire para que disfrute lo que le resta de vida fuera del ámbito público.

    Las opiniones del establishment demócrata luego del debate han sido devastadoras. La mayoría de los columnistas, incluyendo a figuras influyentes como Thomas L. Friedman y Paul Krugman, le han pedido públicamente que se retire de la contienda. Las noticias hablan de un partido angustiado, en crisis, que busca opciones nervioso. Las figuras políticas que podrían relevarlo, particularmente el gobernador de California, Gavin Newson, y la vicepresidenta Kamala Harris, lo han apoyado en público, pero el mero hecho de tener que servir como portavoces refuerza la pregunta de si serían una mejor opción. Mientras tanto, el presidente y su campaña insisten en que no habrá retiro y que aún son la mejor opción contra Trump. Sabemos que solo un pedido directo de la primera dama Jill Biden, quizá acompañada de figuras topes del partido, convencería a Joe Biden de renunciar.

    ¿Qué alternativas restan a los demócratas para salvar la elección? Con el período de primarias ya cerrado, un candidato relevo emergería del proceso interno del partido y no por votación directa. Esto normalmente alimentaría el caos, las luchas intestinas y las acusaciones de elitismo, pero dado que el 70 por ciento de los votantes demócratas cree en alguna medida que Biden debería retirarse, cifra que se va a incrementar luego del primer debate, no queda otro remedio que aceptar el proceso partidista.

    Recordemos que los partidos políticos estadounidenses son organizaciones privadas con amplio poder de establecer y cambiar sus reglas y procedimientos. La candidatura se determina por el voto de los delegados y superdelegados en la próxima convención que arranca en Chicago el 19 de agosto. Mucho depende todavía de las acciones de Biden, quien ya cuenta con el apoyo de tres mil 600 delegados a la convención. Si decide entregarle esos delegados a otro candidato como la vicepresidenta Harris, la colocaría en una posición difícil de batir. Si opta por no influir en la elección de un posible sucesor y liberar a sus delegados, estos tendrían la libertad de votar por cualquier otro candidato.

    Dado que varias figuras inmediatamente saltarían al ruedo —Newson, Harris, los gobernadores Gretchen Whitmer, J. B. Pritzker, Jared Polis y Josh Shapiro, o el secretario Pete Buttitieg—, el Comité Democrático Nacional (DNC) tendría que apresurarse y generar un proceso interno para que estos candidatos compitan por el voto de los delegados, mientras conectan con las bases demócratas. Pudiera tratarse de un evento tipo townhall o de una serie de debates organizados en un plazo breve. O pudieran incluso mover el voto de los delegados para una fecha antes de la convención y llegar a ella con un candidato ya elegido, lo que vendería una imagen de unidad en el partido. Una tercera vía, si Biden no se retira, sería la llamada opción nuclear: el partido invoca su regla número 13 y declara que todos los delegados pueden votar de acuerdo con su conciencia.

    ¿Tendría éxito este relevo? La pregunta nos lleva a la otra parte de la ecuación: Donald Trump. Aunque haya sido el ganador del debate, no ha salido ileso. Al contrario, el consenso dice que, ante un adversario débil, Trump continuó mintiendo descaradamente y aferrándose a un estilo que promete otro mandato entre caótico y autoritario. Negó contestar si aceptaría el resultado de la elección y amenazó con revanchas contra sus adversarios políticos. Es todavía un peligro para el proceso democrático estadounidense y carga con el rechazo de gran parte de la población, incluyendo republicanos. Las encuestas revelan una y otra vez el deseo de volver a la normalidad política, con candidatos más jóvenes que representen tendencias opuestas pero siempre dentro de un marco más tradicional. De este modo, habría una oportunidad para que los demócratas nominaran a una figura centrista como Whitmer o Shapiro, lo que aunaría el voto anti-Trump, atraería a los independientes y garantizaría estados claves como Michigan o Pennsylvania, respectivamente.

    Es un lugar común declarar cada elección «la más importante de nuestras vidas», pero esta en particular representa la disputa entre el establishment político que ha convertido a Estados unidos en el país más poderoso del planeta y un agente de cambio cuyo récord de inefectividad y despropósito ya conocemos. Aunque faltan cuatro meses para las elecciones y parecería poco tiempo para que los demócratas encontraran un candidato sustituto, Trump se vería en franca desventaja, seguramente insalvable, ante un candidato joven y enérgico que represente, a la vez, un cambio generacional y un retorno a la normalidad. El avezado estratega y gurú de Obama, David Axelrod, lo ha venido diciendo desde hace meses y el debate le ha dado la razón. Biden y el partido demócrata deberían escuchar.

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    2 COMENTARIOS

    1. Segun los expertos, la unica forma es si Biden renuncia de forma voluntaria. El partido democrata debio escoger
      otro candidato hace meses. Ahora es tarde.

    2. Siguiendo el razonamiento del autor, la mayoría de los estadounidenses somos estúpidos o suicidas. Só, porque las encuestas indican a Trump por encima de Biden prácticamente en todo el país. Será que los demócratas lo han hecho tan bien que queremos todos nosotros regresarnos a los tiempos oscuros de Donald J.? Si algo reveló este debate para los que aún se creían lo contrario, es que Biden no es quien dirige este país. Hay muchas manos metidas que deciden qué se hace y qué no. La persecución desenfrenada que llevaron los demócratas contra Trump fue contraproducente, pues a muchos oí decir que se trataba de una cacería de brujas y el americano no gusta del abuso. Creo que a nadie gusta, solo mentes retorcidas  y represoras. Trump no es moneda de oro. Pero no lo queremos para canonizarlo y  en su período no hubo guerras, la frontera estuvo segura, los precios se mantuvieron bajos hasta la llegada de la pandemia, los chinos fueron puestos a raya y el surcoreano dejó de amenazar y tirar cohetes.  La gente se da cuenta y por eso reaccionan como lo hace. 

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