Cómo perder una elección en Estados Unidos

    Las campañas presidenciales en Estados Unidos se ganan por márgenes mínimos en unos pocos estados debido al sistema de Colegio Electoral. Poco vale que todos los partidarios de uno u otro partido salgan a votar en estados donde son mayoría, si los candidatos no pelean por cada voto en estos estados claves.

    Muchas veces esos márgenes se pierden por errores de la campaña: Al Gore ignorando el voto hispano en la Florida en el 2000; John McCain seleccionando a Sarah Palin como su vicepresidente; Mitt Romney enfocándose en el ataque en Benghazi y no en el estado de la economía, o Hillary Clinton descuidando hacer campaña en Wisconsin, Pensilvania y Michigan. Estos deslices tácticos terminaron costándole la elección a cada uno de esos candidatos más que los actos de su oponente.

    En esta campaña presidencial ambos pretendientes tienen la posibilidad de cometer una o varias de esas fallas. Empecemos por Trump. El boxeador Mike Tyson dijo una vez: «Todos tienen un plan hasta que les pegan en la boca». Y la campaña de Trump tenía un plan claro: atacar al poco popular presidente Biden por dos frentes: su avanzada edad y la percepción pública de la economía. Luego del puñetazo que les ha propinado el cambio a Kamala Harris, tienen que abandonar el primero de estos frentes y ver cómo atan a la vicepresidenta al segundo.

    El primer error de Trump ya lo ha cometido, y fue elegir como vicepresidente a JD Vance, un político de dos años de experiencia que no ofrece contraste ni balance con su líder; no le trae votos de segmentos que ya él no tenga en el bolsillo, ni la posibilidad de recaudar más dinero. Una encuesta de CNN lo señaló como la selección vicepresidencial más negativa desde 1980. Vance es además un mal político de campaña, demasiado intelectual y demasiado «raro» —según lo clasificó el gobernador Tim Walz— en sus ideas. La selección de Vance ha sido considerada como un exceso de confianza de la campaña republicana cuando Biden era aún el rival; prefirieron entonces levantar entusiasmo entre las filas de los convencidos en vez de buscar atraer nuevos votos. Para empeorar las cosas, Vance era un crítico acérrimo de Trump y hay muchas declaraciones suyas a las cuales la campaña demócrata puede sacar partido. No es de extrañar que haya rumores sobre una posible sustitución, lo cual tampoco tendría precedentes.

    La campaña de Trump también puede cometer errores en los mensajes que use para atacar a Harris. Ya varias de las primeras líneas de ataque les han rebotado. La crítica a Harris como la «candidata DEI» (diversidad, equidad e inclusión) no ha pegado por dos razones: la primera es que los republicanos han usado tanto «DEI» como un insulto que ya ha perdido efectividad entre personas que estén fuera de la burbuja, y la segunda es que «DEI», aunque es un tema favorito de los comentaristas conservadores, no es una preocupación entre las personas comunes y corrientes. Más les saldrá el tiro por la culata si atacan a Kamala directamente por su género y raza, como ya se ha visto en las reacciones entre las mujeres al resurgir un video en que Vance se burla de las «childless cat ladies», incluida Harris entre ellas. Un fallo aún más grave para Donald Trump sería no controlar su furia tras haber perdido un blanco fácil en Joe Biden; esto lo ha puesto a la defensiva, y está probando frenéticamente una línea de ataque tras otra, sin disciplina en los mensajes.

    Pero el mayor problema, y casi inevitable para la campaña, es que Trump sigue siendo Trump. En las últimas tres semanas ha desperdiciado dos oportunidades para añadir partidarios: la ola de simpatía que se hubiera podido materializar luego del atentado contra su vida y la convención republicana donde podría haber pivotado hacia una posición más de estadista, más conciliatoria y basada en una visión común para todos los norteamericanos. En su lugar ha preferido continuar con la retórica demagógica revanchista y el estilo populista ramplón que le ha ganado una base tan ardiente como limitada. Si Trump no puede hablar coherentemente durante 60 minutos de por qué su programa es el mejor para el país, no lo podrá hacer durante la campaña. Será el mismo Trump que ya perdió el voto popular dos veces.

    ¿Cómo puede ganar Trump? Sigue estando a la cabeza en muchas encuestas —aunque Harris ya ha ganado terreno— por una razón muy simple. Recordemos las inmortales palabras del consultante político James Carville: «It’s the economy, stupid». Y, más que los indicadores económicos, la percepción pública de la economía no favorece al partido gobernante. La inflación, los altos precios de la canasta básica y la crisis de la vivienda son el mayor factor de preocupación para las familias norteamericanas. Solo el 15 por ciento de los estadounidenses cree que viven mejor hoy que cuatro años atrás. En manos de un candidato con menos rasgos negativos que Trump, esto ya de por sí le garantizaría la victoria. Si encuentra la disciplina para enfocarse en este aspecto, ganará en noviembre.

    Pasemos a los posibles obstáculos en la campaña de la vicepresidenta Kamala Harris. El primer error sería pensar que la euforia que ha despertado entre los demócratas, este período de luna de miel, va a ser suficiente. Ha sido sin duda una sustitución exitosa, sobre todo teniendo en cuenta que no tiene precedente. En 24 horas, Harris tenía el apoyo de prácticamente todo el partido, incluidos sus probables contrincantes por la nominación, y había recaudado una la cantidad récord de 150 millones de dólares. El entusiasmo ha energizado a los demócratas incluso en estados que se daban por perdidos, como la Florida. Pero esta energía inicial tiene que continuar por tres meses más y traducirse en maneras efectivas de lograr votos. Confundir entusiasmo con intención de voto fue una equivocación que cometió Trump en 2020 con sus famosos rallies. Harris no puede cometer la misma pifia.

    El segundo error vendría con la elección de su vicepresidente. Al contrario de Trump, Harris debe elegir a alguien que provea balance a la campaña; alguien que atraiga a votantes indecisos sobre la vicepresidenta –incluidos aquellos que tienen rezagos raciales o sexistas— y, sobre todo, que le aporte un estado clave para la elección. Esto último descalifica a un aspirante como Pete Buttigieg, secretario de Transporte, por más popular que sea en sectores de la izquierda. Por suerte, el Partido Demócrata tiene una buena banca de políticos moderados con popularidad y credibilidad en varios de esos estados decisivos. Entre ellos destacan Josh Shapiro, gobernador de Pensilvania, y Mark Kelly, senador por Arizona. Este último tiene la ventaja de que, en caso de ser elegido, le correspondería a la gobernadora demócrata de Arizona nombrar a su sustituto en el Senado, donde cada curul importa.

    Al igual que Trump, el mayor inconveniente para Kamala Harris sería continuar siendo la Kamala Harris que hemos visto en campaña anteriormente. La vicepresidenta tiene fama de apoyarse demasiado en su carisma y fortaleza, pero le falta la disciplina para hacer el trabajo duro de una campaña presidencial. Su intención de proyectar una imagen divertida, que le ha traído memes favorables y apoyo entre los jóvenes, le ha acarreado también críticas: por ejemplo, la de ser un peso pluma como estadista, poco seria y presidenciable. Su desempeño como vicepresidenta ha hecho poco para cambiar estas percepciones. El cargo es contradictorio: por una parte, es el camino más rápido a la Presidencia y, por otra, es una posición insípida donde lo más importante es no eclipsar al presidente. Ciertamente, los tropezones de Harris en el puesto y su imagen relegada tras bambalinas han opacado sus logros.

    ¿Cómo puede ganar Kamala Harris? Su primer instinto será atacar a Trump sin misericordia, ya que el mayor segmento de votantes es anti-Trump, pero esto por sí solo no le dará la victoria. El papel de bálsamo anti-Trump le correspondió a Biden, quien lo ejecutó a la perfección en 2020. Harris tiene que ir más allá en la movilización de ciudadanos hastiados y ansiosos de normalidad. Lo mejor que puede hacer es prestar atención a las preocupaciones de los votantes que en buena medida se le atribuyen al gobierno del que forma parte. Tiene que tomar la decisión difícil de aceptar las críticas generadas por la actual percepción de la economía en lugar de adoptar un tono defensivo. Tiene además que expresar su entendimiento del porqué de la polarización y la furia que padece el país. Una inmensa mayoría de los estadounidenses, más del 80 por ciento, cree que los políticos no están interesados en sus problemas y que no tienen manera de cambiar el rumbo de la nación. 

    Si Kamala Harris opta por ofrecer soluciones tecnocráticas como Hillary Clinton, dará la impresión de ser otra elitista recetándole al pueblo lo que debería hacer. Si, por el contrario, toma una página del populismo optimista de Obama y demuestra que puede escuchar y responder a los problemas con una visión unificadora, podrá replicar una coalición de minorías y moderados y será, en enero de 2025, la primera mujer presidenta de los Estados Unidos.

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    1 COMENTARIO

    1. Muy bueno Ale…De todas maneras me cuesta aceptar que alguien que haya llegado a Fiscal General de un Estado carezca de disciplina incluso para la dura campaña presidencial…No trabaja sola…Otra cosa es que aguante el tirón de tres meses manteniendo el entusiasmo y el encanto que ha recibido como bonificación por el inesperado cambio…Tres meses es un tiempo que para caso, ya apremia…

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