Cuando salió este lunes 13 de octubre de la prisión de Mar Verde hacia el aeropuerto internacional de Santiago de Cuba, José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) y uno de los prisioneros políticos más prominentes en la isla, había decidido por fin romper «ese círculo vicioso» descrito en entrevista para El Estornudo: «te encarcelan, te torturan, te presionan para que te vayas del país; te enferman, te causan todo tipo de problemas, golpean a tu familia, los amenazan con desalojarlos de su hogar», decía tras su excarcelación en enero de este año (como parte de un grupo de, supuestamente, 553 presos), gracias a las gestiones del Papa Francisco y la saliente administración estadounidense de Joe Biden. «Luego la Iglesia vuelve a intermediar, una administración demócrata les pide algo a cambio de quitar una medida o castigo, y liberan a quienes nunca debieron estar presos».
Ferrer volvió a la cárcel tan pronto como a finales de abril. Durante unos meses, su casa en el barrio de Altamira había vuelto a ser no solo un foco de irradiación opositora en el Oriente cubano, sino, principalmente, un lugar donde cada día encontraban comida caliente decenas de santiagueros desamparados.
Sobre la posibilidad de marchar al exilio había dicho en enero: «Eso nunca lo he contemplado ni lo voy a contemplar. Y te confieso: yo amo a mi familia, amo demasiado la vida, a mis hijos, a mis nietos, a mi mamá, a mi esposa, y nunca había pensado en suicidarme, pero en prisión atravesé una situación y creí que mi salud física y mental se estaban deteriorando de una manera demasiado rápida. Tenía dolores intensos de cabeza, sentía unos zumbidos ensordecedores que no me dejaban dormir y llegué a tener alucinaciones por primera vez en mi vida. Creo que me drogaron en ese tiempo con algún tipo de sustancia, porque no tiene otra explicación. Entonces consideré el suicidio antes que la rendición. Ellos me repetían que, si aceptaba irme del país, se resolvía la situación y me ponían en libertad. Pero se lo dije a ellos, a mi mujer y a mi familia: antes de rendirme recurro a lo que nunca he pensado hacer; prefiero quitarme la vida antes de renunciar a mi lucha».
Llegado cierto punto, de nuevo tras las rejas en Mar Verde —donde ha asegurado que se negaba a vestir el obligatorio uniforme de preso común—, con 55 años y la salud ya resentida, José Daniel Ferrer debe haber comprendido que, para él, en rigor, no era una opción el camino del exilio que han emprendido tantos cubanos en las últimas décadas, sino, en todo caso, una variante del mismo aún más dura y perentoria, la que proponían sus captores, y cuya única alternativa era languidecer en una mazmorra indefinidamente. Es decir: el destierro.
«Nunca pensé salir de Cuba, pero nunca pensé que el régimen llegara a 2025», dijo en conferencia de prensa, flanqueado por su familia (que no vio hasta el momento de abordar el avión en Santiago), luego de aterrizar en Miami hacia el mediodía de este lunes.
Por otro lado, Ferrer parece ahora estar convencido de que su salida de la isla no implica, necesariamente, renunciar a su lucha. «Mi intención al llegar acá es continuar dando mi modesto aporte en la búsqueda que la mayor unidad y efectividad dentro y fuera del país», dijo. «Al régimen hay que acorralarlo, a la tiranía hay que arrinconarla, la policía política no debe dormir un momento».
En la sede de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), fue recibido mientras se entonaba el Himno de Bayamo. Ferrer —a la derecha su hermano; a la izquierda, su esposa y sus hijas— declaró entonces tener «sentimientos encontrados» porque en las cárceles cubanas quedan aún muchos otros presos políticos; entre ellos, mencionó a Félix Navarro, Maykel «Osorbo» Castillo y Luis Manuel Otero Alcántara.
Acompañando allí a Ferrer también estuvo Rosa María Payá (a su izquierda, al frente), fundadora y directora de la plataforma Cuba Decide e hija de Oswaldo Payá, quien hasta su fallecimiento en 2012 —en un accidente automovilístico que, según muchas voces de la disidencia cubana, fue orquestado por el régimen castrista— era seguramente opositor de más alto perfil en la isla.
Coincidentemente, este mismo lunes llegaba a Madrid el expreso político cubano Luis Robles, de 32 años, cuya excarcelación también fue parte del acuerdo con Washington y El Vaticano a principios de año. Robles había sido condenado a cinco años de prisión solo por mostrar, el 4 de diciembre de 2020, en el concurrido bulevar de San Rafael de La Habana, un cartel que reclamaba libertad para el rapero disidente Denis Solís.


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A inicios de este mes, José Daniel Ferrer había anunciado públicamente —mediante una carta enviada desde su celda para que fuese transcrita en Facebook— su decisión de partir al exilio, tras décadas de militancia frontal contra el gobierno cubano, «para poner a salvo a [su] esposa e hijos».
«Durante los últimos cuatros meses y 9 días el ensañamiento de la dictadura en mi contra ha sobrepasado todo límite. Las golpizas, torturas, humillaciones, amenazas y condiciones extremas. Los robos de mis alimentos y productos de aseo, ordenados por los esbirros del régimen. Las amenazas contra mi esposa e hijos en Cuba han sido mayores que en toda época anterior en prisión», detalló Ferrer, quien durante años ha sido considerado un ejemplo de aguante y tenacidad dentro de la oposición cubana.
Confesó además que ya había resuelto marchar al exilio antes del último «asalto» a su casa el 29 de abril último y, por tanto, antes de su último encarcelamiento. «Esta decisión la tomé por la seguridad de mi familia», insistió en la misiva, antes de lanzar una severa crítica al propio campo de la disidencia y el exilio cubanos: «y por la frustración que me produjo el confirmar al salir de prisión [en enero de 2025] la desunión, el sectarismo y la falta de efectividad de la oposición dentro y fuera de Cuba, en la lucha por la libertad y el bienestar de nuestra patria».
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En un comunicado que no hace referencia a la causa —ni pretendida ni, por supuesto, real— de su condena, ni a la condición política del «ciudadano cubano José Daniel Ferrer», el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba afirmó que su salida, junto a sus familiares, hacia Estados Unidos se produjo «tras una solicitud formal del gobierno de ese país y la aceptación expresa de Ferrer García».
La inexplicable circunstancia de que una Cancillería dedique toda una declaración pública membretada a la partida de un simple «ciudadano», un preso común que «permanecía sujeto a la medida cautelar de prisión provisional», solicitado aún más inexplicablemente por un gobierno enemigo que, a su vez, se vanagloria de ejercitar una política de tolerancia cero con los inmigrantes que cometen delitos… Toda esa inexplicabilidad no puede ser más elocuente.
Entre 2003 y 2011, Ferrer también estuvo a la sombra luego de su encarcelamiento durante la llamada Primavera Negra. Cuando en el año 2010, la mayoría de los 75 presos políticos de aquella ola represiva fueron excarcelados gracias a una mediación papal, él fue uno de los pocos que decidieron no exiliarse y continuar la lucha política en Cuba. Saldría de prisión en marzo del año siguiente.
A partir de entonces, José Daniel Ferrer continuó siendo un opositor resuelto y, sobre todo, un pasajero de primera clase en el «círculo vicioso» de la represión.
Hasta este lunes en que empezó a ser un desterrado.

