«Prefiero quitarme la vida antes que renunciar a mi lucha». Una conversación con José Daniel Ferrer

    En la tarde del martes 14 de enero José Daniel Ferrer ensayaba unos versos sobre el miedo en la prisión de Mar Verde. Dicen así:

    Juan, en un bar de La Habana
    Bajo el efecto del ron
    Sin armas, mata a un león
    De la sabana africana.
    Juan, ya sin la borrachera,
    Con solo ver a un ratón
    Se le agita el corazón
    Y corre La Habana entera.

    Así pasaba el tiempo, escribiendo y leyendo sobre medicina y farmacología, porque Ferrer es su propio doctor en prisión. «No dejo que me manipulen ni mientan diciendo algo que no tengo, o negando algo que sí tengo», dice.

    Sobre las 3:45 p.m., cuando supo que terminaba la telenovela turca El cuervo, Ferrer pidió a los reclusos cambiar el canal a Telesur. Allí anunciaban que el presidente estadounidense Joe Biden retiraba a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo. A Ferrer lo acompañaba Aníbal Boloy, un chico de 26 años con quien entabló una amistad en los últimos meses, y que cayó en prisión junto a su madre, tras rentar en Songo la Maya una habitación a unos turistas. Según las autoridades, los turistas portaban armas.  

    —Ese muchacho es víctima de una injusticia terrible —dice Ferrer—. Es un guajiro del campo y él y su madre llevan varios meses encerrados. Yo estoy seguro de que no saben absolutamente nada de quiénes eran esas personas, ni violaron ninguna ley. Le dije que si salía en libertad, iba a dar a conocer su caso y a luchar por esa injusticia. El me miró como diciendo: «Ojalá, ojalá suceda». 

    Unos minutos después, Ferrer cambió de canal a Russia Today, donde anunciaban lo que ya él sospechaba. La eliminación de Cuba de dicha lista implicaba la liberación de 553 presos. Ferrer pensó que podían incluirlo en el acuerdo. Le había sucedido en 2011, cuando el gobierno español y la Iglesia católica negociaron con el entonces presidente Raúl Castro la excarcelación de los 75 opositores detenidos durante la Primavera Negra.

    Ferrer recuerda de manera muy nítida el día de 2010 en que el coronel Fernando Tamayo se paró en la puerta de su celda de aislamiento en una prisión de Las Tunas.

    —¿No te acuerdas de mí? —le preguntó Tamayo.

    Ambos se conocían desde hacía años, porque Tamayo había sido oficial de las fuerzas represivas en Santiago de Cuba.

    —No —le dijo Ferrer—. Estás tan gordo. Me imagino que como eres jefe a nivel nacional, comes mejor que cuando eras represor en Oriente.

    Ferrer sospechó que el coronel quería decirle algo y nunca se atrevió. Solo le preguntó por su salud, la familia, viró la espalda y se fue. Al rato le dijeron que una psicóloga quería hablarle, algo que le resultó particularmente sospechoso, porque los psicólogos casi siempre se negaban a hablar con él. 

    «Una vez me dijeron que hiciera un dibujo de un hombre en un papel y me acordé de Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito. Recordé un pasaje en que le pidieron que pintara una oveja, hizo un muro y dijo que la oveja estaba detrás del muro. Yo dibujé una sombra en el papel. La psicóloga me dijo que qué era eso, que me había pedido que dibujara un hombre y que había pintado un rectángulo. Ahí le dije que el hombre estaba detrás de la pared y que yo no iba a pintar más nada. Por esas razones ellos nunca quieren hablar conmigo». 

    Entonces la psicóloga le preguntó qué iba a hacer con su vida si de momento le daban la liberación. «Le dije que seguir luchando por la libertad, los derechos humanos y el bienestar de mi país», cuenta Ferrer.

    Días después leyó en el diario Granma, el único que llegaba a su celda, un comunicado del Arzobispado de La Habana donde hablaban de las negociaciones para poner en libertad al grupo de presos de la Primavera Negra. 

    «Ahí comenzó un proceso de presión psicológica», asegura Ferrer. «Me decían constantemente que los que se fueran a España eran los que iban a ser liberados de inmediato. “Si debo cumplir 25 años en prisión, entonces saldré en 2028 y no hablemos más del asunto”, les contesté. Nunca acepté la libertad a cambio del exilio. Incluso la Fiscalía en 2003 me pidió pena de muerte, me dijo que si no me iba, me fusilaban».

    En aquella ocasión, Ferrer salió de la cárcel el 26 de marzo de 2011. Este 16 de enero de 2025 ha vuelto a salir. Sabe que podría volver, que pueden detenerlo de un día para otro. No le importa. Dice que su lucha continúa.

    ¿Cómo te comunicaron este jueves que estabas liberado?

    En la mañana, cuando pensaba salir a hacer ejercicios, una de mis escasas fuentes en prisión me pasó por al lado y me dijo bajito que la cosa estaba revuelta, llena de jefes, y que le parecía que me iban a dar la libertad. Ahí comencé a comunicarme con las pocas personas que en los últimos 55 días he podido contactar. Les hice notas diciendo que a lo mejor salía de la prisión y que no dejaran de comunicarse conmigo. También repartí los alimentos que tenía. Luego llegó el mayor de la policía política nombrado Julio Fonseca y me dijo que me vistiera, que un equipo legal quería hablar conmigo. Le pregunté qué querían hablar, y me dijo que me iban a dar la libertad. Le dije que no, que no aceptaba condiciones de ningún tipo. Que a mí me liberaban completamente o me dejaban preso hasta que se cayera la dictadura. Y que si me llevaban por la fuerza, empezaría a gritar «Abajo Canel, abajo Raúl», y toda la nomenclatura del régimen. Después llegó un teniente coronel y otro oficial y me dijeron: «Vístete, que te mandaron a buscar y te tenemos que llevar».

    Me llevaron a una oficina de la jefatura del penal. Les dije: «¿Y qué es esto? ¿Otra farsa judicial?». Ahí me dijeron que venían a notificarme mi libertad condicional debido a un proceso que el gobierno revolucionario ha decidido desarrollar como gesto de buena voluntad con el Papa Francisco. Les repetí que yo no aceptaba la libertad condicional, que a mí me secuestraron en mi casa, secuestraron a mi familia, me robaron todo, no dejaron ni siquiera sillas, se llevaron la televisión, me fabricaron delitos, me golpearon en prisión, me han tratado de matar de hambre, he tenido que protestar, hacer huelga de hambre para que me permitan entrar los alimentos que necesito para vivir y las medicinas que ellos no tienen. Que esto es una especie de campo de concentración nazi, pero del sigo XXI.

    Les dije que no quería hablar con ellos y me respondieron que igual tenía que escuchar, que iba a ser puesto en libertad condicional y que, si no cumplía con los requisitos o violaba la legalidad socialista, iba a ser nuevamente llevado a prisión. Les dije: «Bueno, ahorrémonos todos esos trámites y fabriquen ahora otro delito para que me lo impongan en julio cuando se extinga mi sanción». Les dije que al régimen no le quedaba mucho, y que cuando el régimen termine, yo era quien los iba a acusar por todas estas violaciones y amenazas. Les dije que a ellos también les convenía que cayera la dictadura, porque el salario que ganaban no alcanzaba. Tienen que robar por la izquierda constantemente para sobrevivir. A pesar de que les dije que no quería salir con libertad condicional, me dijeron que no podía entrar más para allá dentro, que mi mujer y mi hijo estaban afuera esperando. No me dejaron recoger mis libros, mis pertenencias, mis libretas de apuntes, mis medicinas, mis versos, mis escritos, dijeron que luego iban a mandármelos a mi casa. 

    ¿De qué condiciones hablaron para ponerte en libertad?

    Empezaron a decir que yo debía ir a un tribunal a firmar mensualmente y debía ponerme a trabajar donde ese tribunal me ubicara.

    ¿Es algo que, imagino, no piensas hacer?

    En eso siempre he sido muy claro. Yo nunca he simpatizado en lo más mínimo con Lenin, ni Marx, ni Engels, ni nadie de ese equipo. Pero Lenin decía que para hacer la revolución se necesitaban cuadros completamente comprometidos. Yo no tengo tiempo para vender tomates ni sembrar lechuga, mi tiempo es para luchar por la libertad y la democracia. Yo lo único que necesito es una muda de ropa y el mínimo de alimentos. Yo no fumo, no tomo, no voy a fiestas, no tengo otros gastos, por tanto no necesito trabajarle al régimen, ni le trabajo por los salarios miserables que pagan. Mi tiempo es para levantarme temprano, ver qué está pasando en la nación y en el mundo, porque me interesa lo que está pasando en Ucrania, en Israel, en Palestina, en Venezuela.

    Tienes un hijo, el pequeño Daniel José, que tenía poco más de un año cuando entraste a prisión. ¿Cómo es llegar a casa, y ver ahora a tu hijo de cinco años?

    Esa es la parte más dura. Llevaba un año y nueve meses sin ver a mi hijo. Después de ese tiempo lo vi por primera vez el 5 de diciembre. En 2002, mi hija mayor tenía cinco años y mi segundo hijo cinco meses, y me pusieron 25 años y pena de muerte. Un psicólogo, que más bien era un terrorista al servicio de la policía política, me dijo: «José Daniel, si te están dando la oportunidad de irte del país para no fusilarte, ¿por qué no te vas? Tú tienes dos hijos, los vas a dejar huérfanos». Le dije: «Yo no quisiera dejar a mis hijos huérfanos, pero cuando sean grandes me van a preguntar si me fui de Cuba por temor a que me fusilaran. Y la pena y vergüenza que voy a sentir en ese momento va a ser grande». Así que le dije que era mejor que mis hijos crecieran sabiendo que me fusilaron por no renunciar a las cosas en las que creía. Esa siempre ha sido mi máxima. 

    ¿Cómo se manejan estos temas con la familia? ¿Cómo lo vive tu esposa?

    He compartido mis años con mujeres maravillosas, buenísimas, las quiero mucho. Les agradezco mucho por el sacrificio que pasaron, pero a mí siempre me dolió la vida que yo les daba. Asaltos en el hogar, golpiza, robos, tener un televisor hoy para los niños y mañana no tener ni televisión ni comida para esos bebés, porque la policía política asaltó mi casa y me llevó todo. Ha sido parte del mecanismo para hacerme la vida imposible. Y ante esa situación, siempre me ha dolido la vida que han tenido que enfrentar. Pero siempre les he dicho, como mismo le dije a mi actual pareja desde que nos vimos por primera vez, que no están obligadas a vivir esto. A mi actual pareja le dije tres años atrás: «Si quieres, quedamos como amigos, solo te pido que cuando puedas me traigas a mi hijo a la prisión. Tú puedes rehacer tu vida, porque yo no te quiero obligar a que tengas que seguir pasando por esto». Ella quiso seguir, me alegra, me hace feliz, me hace sentir orgulloso, pero yo no se lo exijo.

    ¿Qué significa volver a casa?

    Venía con hambre y sed y cansancio, y cuando me bajé de la motocicleta en la que llegamos, se disparó mi adrenalina de tal manera que pensé que tenía 18 años. Y más cuando los vecinos y los primeros activistas vinieron a saludarme. La adrenalina estaba tan alta que hasta hace un ratito yo no sentía ni sed, ni cansancio, ni agotamiento; ahorita fue que me enteré que tenía sed y que tengo hambre.

    ¿Se ha dañado mucho tu salud en todo este tiempo?

    El brazo derecho, si no lo tengo en reposo, me empieza a doler por la última golpiza que me dieron. Tengo problemas gástricos, como consecuencias de tantas huelgas de hambre y del agua que se toma en prisión. 

    ¿Qué crees de que, por segunda vez, el gobierno de tu país te ponga en la calle por una negociación externa, ambas con la Iglesia católica como mediador? 

    Una mezcla de emociones. Sabes que la iglesia y el gobierno de los Estados Unidos tienen la mejor intención, y eso lo agradecemos de todo corazón. Pero hay una cuestión que me preocupó en aquella ocasión y que me preocupa ahora. Cuando el Cardenal Jaime Ortega me llamó en 2010 a la prisión, preguntó si yo aceptaba salir a España. Le dije que no, que yo no aceptaba el exilio bajo ninguna condición. Terminé remitiéndolo a un pasaje bíblico, a Lucas 13, versículo 32. Es el momento en que unos fariseos le dicen a Jesús que se vaya, que Herodes quiere matarlo. Jesús le dice algo como «vayan y díganle a ese zorro que hoy y mañana continuaré sanando y al tercer día voy para Jerusalén porque un profeta no debe morir fuera de Jerusalén». O sea, le estaba diciendo al Cardenal: «Dígale a ese zorro que se llama Raúl Castro que yo no me voy a ningún lado, que si quieren que me maten, pero yo no me voy a ir del país». Lo que me preocupa, y que resulta incluso penoso, es cómo en la situación actual le permiten al régimen cubano publicar una nota tan irrespetuosa. Se presentan triunfantes, como un gobierno magnánimo que en un gesto de buena voluntad hacia su Santidad libera a 553 presos. No debe ser así cuando se trata de situaciones que implican tanto sufrimiento humano, tantas violaciones a tantos derechos humanos y, encima de eso, cuando el régimen no hace firmar ningún acuerdo para respetar derechos básicos fundamentales o se compromete con que no van a tomar represalias y poner nuevamente en la cárcel a las víctimas que acaban de excarcelar. 

    ¿Entonces crees que te pueden volver a llevar a prisión en algún momento?

    Si, por supuesto. Y ahí empezaremos el nuevo capítulo de ese círculo vicioso en el que te encarcelan, te torturan, te presionan para que te vayas del país; te enferman, te causan todo tipo de problemas, golpean a tu familia, los amenazan con desalojarlos de su hogar. Luego la Iglesia vuelve a intermediar, una administración demócrata les pide algo a cambio de quitar una medida o castigo, y liberan a quienes nunca debieron estar presos. Eso es una burla a la inteligencia y la dignidad del ser humano.

    ¿El exilio sigue sin ser una opción para ti?

    Eso nunca lo he contemplado ni lo voy a contemplar. Y te confieso: yo amo a mi familia, amo demasiado la vida, a mis hijos, a mis nietos, a mi mamá, a mi esposa, y nunca había pensado en suicidarme, pero en prisión atravesé una situación y creí que mi salud física y mental se estaban deteriorando de una manera demasiado rápida. Tenía dolores intensos de cabeza, sentía unos zumbidos ensordecedores que no me dejaban dormir y llegué a tener alucinaciones por primera vez en mi vida. Creo que me drogaron en ese tiempo con algún tipo de sustancia, porque no tiene otra explicación. Entonces consideré el suicidio antes que la rendición. Ellos me repetían que si aceptaba irme del país, se resolvía la situación y me ponían en libertad. Pero se lo dije a ellos, a mi mujer y a mi familia: antes de rendirme recurro a lo que nunca he pensado hacer; prefiero quitarme la vida antes de renunciar a mi lucha.

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    1 COMENTARIO

    1. Está narración sobre la vida José Daniel Ferrer es de un valor histórico incalculable, viva la libertad, el pueblo necesita de un liderazgo como el de el, que no claudica por nada ni nadie

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