Tres minutos con José Daniel Ferrer, de vuelta en la prisión de Mar Verde

    Por el pasillo del destacamento número 15, en la prisión de Mar Verde, vieron a José Daniel Ferrer la tarde de este sábado, vistiendo solamente un short que le llegaba a las rodillas. Le permitieron pasar tres minutos con su esposa Nelva Ortega y su pequeño Daniel José, quienes no lo veían desde hace más de diez días. Ferrer, alto y aún fornido, ha rebasado todas las enfermedades, aguantado todas las huelgas de hambre y soportado todas las golpizas que los carceleros cubanos le han propinado en las últimas dos décadas. Ahora se niega a colocarse el uniforme gris de los presos comunes. 

    Hay quien se ha resistido a la vestimenta porque la tela es dura y acartonada, la misma que usan para revestir los ataúdes en Cuba, que a muchos les provoca una especie de dermatitis en la piel. Ferrer, sin embargo, sigue la tradición política de otros reclusos que no han querido, ni por asomo, que los consideren presos comunes, y que reivindican su condición de presos políticos. 

    Hasta hace muy poco, cuando nadie sabía nada de Ferrer, su hermana Ana Belkis Ferrer pensó que, si no lo mostraban, era porque seguramente al líder de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) lo habían golpeado como castigo ante su insistencia de andar «semidesnudo». En la madrugada del 29 de abril, lo sacaron a la fuerza de su casa y lo encerraron en la misma prisión en la que estuvo durante los últimos cuatro años.

    Al día siguiente de su arresto — o más bien secuestro, como prefieren llamarlo sus familiares—, Ferrer logró hacerles llegar una carta, escrita a mano y con tinta azul, en la que relata su primera impresión de vuelta a la cárcel. «Las cosas muy tensas. El ambiente peor que nunca», dejó saber. También contó que no tiene nada para alimentarse, que valoraba la posibilidad de entrar en huelga de hambre y que lo habían golpeado «para ponerme el uniforme por la fuerza». 

    Carta enviada por José Daniel Ferrer a su familia

    Es la razón por la que Ana Belkis cree que su hermano pasa parte del tiempo en calzoncillos, como ha hecho otras veces en el penal, aun cuando los mosquitos acaben con él. 

    «Siempre se ha resistido a ponerse el uniforme de preso común», dice Ana Belkis. «José Daniel se lo quita, lo rompe y ellos se lo vuelven a poner. Eso ha tenido consecuencias negativas». No pocas veces le han interrumpido las visitas familiares y han cancelado las llamadas telefónicas de su esposa, Nelva Ortega, al penal. «Usan eso como una excusa», dice la hermana. «Ellos saben que no es un preso común y que no ha cometido ningún tipo de delito».

    No obstante, para las autoridades cubanas Ferrer ha cometido el peor delito de todos: desafiarlos. Maricela Sosa Ravelo, vicepresidenta del Tribunal Supremo Popular, comunicó que Ferrer no había asistido a las audiencias correspondientes tras su última excarcelación, luego de los acuerdos de La Habana con El Vaticano que puso en la calle otra vez a más de 500 presos cubanos. «No solo no se presentó», dijo la funcionaria, «sino que dio a conocer a través de su perfil en redes sociales, en flagrante desafío e incumplimiento de la ley, que no comparecería ante la autoridad judicial».

    Ferrer ha encarado al poder político con su labor en grupos opositores, con su negativa a irse del país cuando fue liberado junto al resto de los disidentes de la Primavera Negra, con su labor al frente de la UNPACU en los barrios santiagueros, con las tantas huelgas de hambre y, últimamente, con su cocina colectiva, apagando el hambre de cientos de coterráneos suyos que día tras día tocaron a la puerta de su casa desde su excarcelación el pasado enero.

    Ferrer reparte comida en su casa de Altamira / Foto: X
    Ferrer reparte comida en su casa de Altamira / Foto: X

    A lo largo de estos meses, Ferrer y Nelva convirtieron el hogar de Altamira en una especie de comedor público, donde la gente llegaba con pozuelos plásticos a llevarse un poco del menú del día; comida servida y elaborada con el dinero del exilio y el trabajo de los activistas, lo que ayudó a alimentar incluso a más de mil personas diarias. Ahora los santiagueros que hacían la cola no han aparecido más. Saben que Ferrer está preso, y una decena de ellos, que llegaron a preguntar por Ferrer, también terminaron encarcelados. 

    La madrugada del 29 de abril, un grupo formado por militares del Ministerio del Interior, Boinas Negras y agentes de la policía castrista irrumpieron en su casa, rompieron las puertas y el techo y tiraron al suelo la ropa, los zapatos y las sábanas. La casa de Altamira parecía algún lugar del fin del mundo. También robaron. Cargaron con celulares, una computadora, una planta eléctrica, medicamentos. Y arrasaron con todo lo que la familia usaba para alimentar a la gente hambrienta: tres balas de gas licuado, carbón, ollas de cocción, los sacos de comida, una nevera con cárnicos y hasta la leche y la merienda de la escuela del pequeño Daniel José, quien se orinó al despertar y ver lo que los oficiales habían hecho con su casa. 

    «Al niño le afecta mucho», dice la tía Ana Belkis. «Desde el vientre de su madre está sufriendo situaciones de asalto, agresión, está muy afectado, una criatura que ni siquiera sabe el por qué de nada».

    A Nelva no la dejaron ni siquiera cambiar de ropa a su hijo. A ambos los subieron a un carro y los condujeron hasta un hogar de menores, donde permanecieron retenidos casi hasta las 11 de la mañana. Cuando volvieron a la casa, Ferrer no estaba. Se lo habían llevado a la prisión. Fue muy poco el tiempo, casi cuatro meses, en que fueron de nuevo los tres: Nelva, Daniel José y Ferrer.

    «Es bastante duro», dice su hermana. «Pero lo cierto es que ya son tantos años en esta lucha que hemos aprendido mucho. La alegría de que lo liberaran fue pequeña, porque sabemos y estamos claros que con una dictadura en Cuba, José Daniel y todos los presos siempre tienen un pie en su casa unos días, y el otro lo tienen en la prisión».

    De eso Ferrer nunca tuvo dudas. En enero, cuando lo excarcelaron, dijo en una entrevista que no descartaba su regreso al penal. «Y ahí empezaremos el nuevo capítulo de ese círculo vicioso en el que te encarcelan, te torturan, te presionan para que te vayas del país; te enferman, te causan todo tipo de problemas, golpean a tu familia, los amenazan con desalojarlos de su hogar. Luego la Iglesia vuelve a intermediar, una administración demócrata les pide algo a cambio de quitar una medida o castigo, y liberan a quienes nunca debieron estar presos».

    Nadie sabe exactamente cuándo excarcelarán de nuevo al líder de la UNPACU, pero a su familia le han dicho que ahora Ferrer podría pasar en la cárcel el mismo tiempo de su última condena, cuatro años y seis meses, luego de que lo detuvieran por participar en las manifestaciones masivas de julio de 2021.
    Más de 40 organizaciones de todo el mundo han exigido su liberación inmediata y han condenado la decisión de las autoridades cubanas. Sin embargo, Ferrer saldrá de la cárcel cuando el gobierno cubano así lo quiera, o cuando lo convenzan de que deje de luchar por Cuba. Ferrer dijo a El Estornudo que eso último no va a suceder, y su vida misma confirma sus palabras. «Antes de rendirme recurro a lo que nunca he pensado hacer; prefiero quitarme la vida antes de renunciar a mi lucha».

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