Una de las obsesiones del presidente Trump es ser reconocido como un pacificador, es decir, un negociador capaz como nadie de mediar en conflictos a nivel global y de traer una nueva Pax Americana. No es un secreto su obsesión por ganar el premio Nobel de la Paz; especialmente porque cree que le fue entregado a Obama sin merecerlo.
No hay dudas de que la música cubana está viva: se produce, circula, se escucha. Pero esa vitalidad no basta para hablar de una industria. Lo que existe hoy es un conjunto inestable de prácticas y circuitos de producción informal: dispersos, improvisados, sostenidos por la energía individual y una circulación lateral de recursos. Los artistas crean con lo que tienen, se abren paso como pueden y rara vez logran cobrar a tiempo.
Uno de los momentos políticos más importantes de los Estados Unidos son los primeros cien días de una Presidencia. Es cuando se establecen las prioridades...
Si Trump continúa llevando al extremo la reducción del Estado federal y se aboca a una guerra abierta con los gobiernos de los estados, es posible que un día despierte con la noticia de que ha cercenado las propias bases del poder ilimitado que busca.
Ahora que una presidencia profundamente antidemocrática avanza de manera abierta y acelerada hacia un modelo autocrático, ¿serán capaces los ciudadanos de darse cuenta a tiempo y defender la Constitución que dicen venerar?
A inicios de este mes, José Daniel Ferrer había anunciado públicamente —mediante una carta enviada desde su celda para que fuese transcrita en Facebook— su decisión de partir al exilio, tras décadas de militancia frontal contra el gobierno cubano, «para poner a salvo a [su] esposa e hijos».
Ni recursos suficientes, ni responsabilidad administrativa, ni previsión epidemiológica, ni genuina voluntad política más allá del histriónico voluntarismo de siempre.