Cuando escucho hablar a Jorge Fernández Era me pregunto cómo dos oficiales de la Seguridad del Estado pudieron entrarle a golpes en una estación policial y sentirse bien al respecto. Uno lo aguantó, como para que no se defendiera, y el otro, identificado como el teniente coronel Yoan, pegó todo lo que quiso. Supuestamente, Yoan se ofendió porque Jorge Fernández Era le llamó cínico y fascista durante el interrogatorio, y para rebatir ese criterio sobre su persona decidió que nada más convincente que una tanda de golpes. Bueno, no una tanda, sino dos. Jorge Fernández Era denunció la agresión en Facebook. Compartió varias fotos suyas con el rostro y el cuello lastimados, muy enrojecidos, sin mirar de frente a la cámara, y todavía encontró fuerzas en ese mismo día, 18 de julio de 2025, para buscar un certificado de lesiones en el Hospital Miguel Enríquez de La Habana y acudir a otra estación policial para denunciar a sus agresores. Estos hubieran preferido que el episodio quedara entre ellos, quisieron zanjarlo con un «aquí no ha pasado nada», que estuvo precedido por amenazas de quitarlo del camino mediante presuntos accidentes, como alimentos de su libreta de abastecimiento que se contaminan o automóviles que se desbocan, pero Jorge Fernández Era, en un acto de civismo, más que de fe en la justicia cubana, acudió a las autoridades. Y la respuesta fue la siguiente: que su denuncia no procedía porque los daños eran menores. «Nada, que los moretones en el rostro, las costillas y la espalda son solo magullaciones colaterales: que alguien le diga al teniente coronel Yoán que para la próxima se esmere y me saque un ojo».
Jorge Fernández Era, escritor, humorista y editor, nacido tres años después del triunfo de la Revolución cubana, es el tipo de persona que se ríe de sí misma. Una lo ve haciendo luego el cuento de esa golpiza en una entrevista de video y se sorprende al descubrir que su voz suave, jovial, se entrecorta a cada rato con su risa. Sobre eso, pienso, voy a preguntarle. Lleva muchos años haciendo humor, desde que estudiaba Periodismo en la Universidad de La Habana, a finales de los ochenta, y todo parece indicar que nada lo va a detener. En 1988 se sumó al grupo humorístico Nos y Otros, conocido por trabajar la sátira, y ahí permaneció hasta su disolución en 1997. Publicó varios libros, ganó premios nacionales, subió a escenarios, viajó dentro y fuera del país y cumplió 62 años. Ha sido incómodo desde joven, pero ahora más que nunca. En Cuba todo ahora es más que nunca. No extraña que su sentido del humor se ponga a tono con los tiempos que corren. Jorge Fernández Era es considerado ahora un disidente, un título que otorga de manera automática la persecución de la Seguridad del Estado, y que nubla cualquier otro.
Aquí, para variar, dejaremos que sea él quien se defina. Nunca nos hemos visto en persona, no hemos hablado en persona, pero sé que es un gran conversador. Lo supe desde su primera respuesta —un audio de dos minutos y medio— a mi solicitud de entrevista; me hizo sentir que habíamos dejado una conversación pendiente, junto a un café acabado de colar, y que necesitábamos retomarla lo antes posible. Por distintas razones, principalmente de mi lado en Miami, la entrevista tomó más tiempo del previsto, pero en lo que mis preguntas llegaban y volvían con sus respuestas no dejamos de conversar. En ese interludio, y esta fue una de mis razones, yo sufrí una migraña terrible, tras someter mi cuerpo a una hora de ejercicio de alta intensidad bajo el sol del mediodía; entonces, por más de cinco minutos, escuché un audio de Jorge —ya en este punto podemos llamarle solo por su nombre— en el que me ofrecía posibles explicaciones acerca de lo sucedido y me compartía recomendaciones médicas. Y esto lo cuento porque quiero que se sepa que, además de ser ese tipo de persona que se ríe de sí misma, Jorge es el tipo de persona que se preocupa por los otros.
MB: Hay algo que me ha sorprendido en entrevistas de video que te han hecho: en distintos momentos, al contar experiencias personales de represión política, te has reído, aunque sutilmente. ¿A qué crees que se deba esto? ¿Qué dice de tu forma de ver la vida?
JFE: Mis padres, que fueron demasiado serios para mi gusto, tenían, sin embargo, un humor sutil. Mi mamá me decía que, por nacer en medio de la tensión generada por la Crisis de los Misiles de 1962, salí de su vientre como un cohete. Quizás por ahí venga la cosa. El humor es mi coraza en otras guerras que me ha deparado la vida. Contribuyó a una manera particular de ver los acontecimientos y sigue siendo fundamental a la hora de forjar amistades —y me precio de tener muchas, sin contar aquellas que han claudicado al sonido de las explosiones.
Gracias al humorismo algunos me consideran escritor. Prefiero verme cual cronista de la época que me ha tocado vivir. Que mis compatriotas sonrían conmigo es un orgullo. Si mi obra perdura por ello, bienvenida entonces la risa con que sustituí el llanto cuando Trinidad Era y Alonso Fernández me trajeron al mundo.
La Cuba de ahora es una Cuba bastante dura, que enfrenta la peor crisis económica y política desde 1959, quizá incluso desde antes. ¿Cómo encuentras inspiración en esa realidad para sostener tu columna de humor en El Toque y hacer reír a tus lectores?
No ha sido solo en El Toque. Escribí durante dos años para La Joven Cuba, y ahora sostengo también otra columna en Cuba x Cuba. Con anterioridad, en mis comienzos, colaboré bastante con Dedeté, Palante y la sección «La Bobería» de la revista Bohemia. A las dos primeras publicaciones ya no les cuadra lo que hago. En «La Bobería», ya desaparecida, el maestro Héctor Zumbado comenzó a finales de los ochenta a pulir lo que definitivamente sería mi obra más madura. A él le debo entender que una cosa es el chiste vacío y otra el humor que se forja desde el conocimiento, la cultura y la responsabilidad.
Si me dieran a escoger, me quedaría con una realidad que no me diera motivos para diseccionarla, pero quién soy yo para inmiscuirme en esa obsesión de nuestros dirigentes y de nuestra prensa de darme trigo para hacer el pan.
Has contado antes que fuiste una persona que creyó en la Revolución durante muchos años. Naciste en 1962 y también viviste sus mejores momentos. Pero me interesa hablar sobre el proceso de desencanto. ¿Cómo ha sido y qué ha significado dejar de creer? ¿Podrías decir si la Revolución existió, si fue verdad, más allá de los discursos, y en qué sentido lo fue o no?
La Revolución «fue», eso es innegable. Por lo que significó en sueños de libertad, soberanía, redención humana, mucha gente, mi familia incluida, sacrificó su juventud, su existencia. Pero el rumbo comenzó a perderse desde sus propios comienzos, y hoy es una caricatura de lo que pretendió ser.
El proceso revolucionario cubano fue el que se desencantó de los millones de seres que lo defendieron. Traicionó a los humildes que se lo dieron todo y alzaron sus fusiles cuando se les dijo que esto era de ellos, por ellos y para ellos. Y la manera más cínica de mantener un poder, que hace tiempo es contrarrevolucionario, es tildar de enemigos a quienes, desde la honestidad, el compromiso y la crítica tratan de salvarlo. Ahora es un esqueleto que, salvo por la fuerza, no sobrevivirá; ni conservando su ADN.
Tú empiezas la carrera de Periodismo en 1986, justo cuando empiezan a avanzar la perestroika y la glasnost en la Unión Soviética, que fueron preludios de su desintegración, y has contado que eso influyó en la atmósfera política que se vivía entonces en la Facultad, donde eras vicepresidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Quisiera saber cuál era la conexión que veías entre lo que sucedía en Europa del Este y la Revolución cubana. ¿Qué expectativas tenías en ese momento?
Para un joven que se había sonado toda la porquería ideológica que, como «ayuda desinteresada», nos enviaban en forma de mamotretos «los hermanos soviéticos», y que gustosamente el adoctrinamiento nos entregó una cucharada tras otra, comenzar a leer en Novedades de Moscú, Tiempos Nuevos, Sputnik y otras publicaciones soviéticas que aquello no era el paraíso dibujado fue también quitarse la modorra del sueño que roncábamos en la isla. No es que no existiera en Cuba un pensamiento que cuestionara el remanso de paz en que parecíamos vivir con la bonanza artificial de una economía sostenida a merced del Campo Socialista; ahí está el movimiento plástico de los ochenta para demostrarlo. Lo secundaron otros, como el del humor universitario, que bebió más de lo que sucedía en el Este europeo.
Creímos inocentemente que la perestroika del guarapo llegaría en breve. El gobierno dio pita a un «proceso de rectificación» que se quedó en la epidermis, y luego echó a bolina el papalote.
Acaba de salir —en el extranjero— el libro El túnel al final de la luz, compilado por Enrique del Risco, uno de los humoristas imprescindibles que surgieron en aquella época. En él se analiza muy seriamente la influencia de la perestroika y la glasnost en las ciencias sociales y el pensamiento cubano de finales de los ochenta y principios de los noventa. En ese texto hay respuestas mejores que la que pueda yo darte. Y preguntas también.
Hay un suceso del que has hablado en varias ocasiones, que viviste en 1987, cuando cursabas el segundo año de la carrera, y que has identificado como una primera decepción política: una reunión con Fidel Castro y Carlos Aldana que se realizó precisamente por la expresión de críticas sobre la realidad de la época por parte de los estudiantes de Periodismo. ¿Con qué específicamente dirías que te decepcionaste? ¿Con Fidel Castro? ¿Con la Revolución? ¿Con ambos?
A esa reunión la mayoría de los estudiantes de la Facultad asistimos con la convicción de que nuestras preocupaciones y reclamos tendrían oídos receptivos. Llegábamos imbuidos con «El Comandante no sabe nada» o «Tú verás que, cuando se entere, todo va a cambiar».
Me quedaría corto si llamo decepción —con Fidel, con Aldana, con la Revolución…— al estado de ánimo con que salí del Salón Plenario del Comité Central del Partido aquel 29 de octubre de 1987. Fragmentos de una canción de Polito Ibáñez lo definirían mejor: «Diría que es triste que a veces la fe por lo nuevo se llegue a reprimir; diría que algunos aplauden y viven de aquello querido por error; pero lo que siempre sorprende es que hay quienes te aplastan en nombre del amor».
Aquel suceso —que debo agradecer en mi formación como sujeto pensante— desencadenó en mí un afán por investigar sobre la historia sumergida de Cuba, esa que no se enseña en la escuela. Si todos la sumaran a verdades irrebatibles que nos ofrece la práctica, se darían cuenta de por qué hemos llegado a un estado de cosas que es «continuidad» también.
Catorce horas en una reunión con Fidel Castro no es poco tiempo. ¿Qué recuerdas de él? ¿Qué impresión te dejó y qué tan distinta era de la que tenías antes?
La reunión comenzó sin él. Tras la violación flagrante de lo que se había acordado previamente con el secretario ideológico del Partido, el grupo de estudiantes que estuvimos enrolados en la organización de aquel encuentro —un proceso repleto de trampas— nos dimos cuenta muy pronto de que aquello sería una farsa.
Fidel, que «pasaba por allí», se sumó un rato después. Su dominio de lo discutido hasta entonces dejó entrever que había estado al tanto gracias a las cámaras que nos apuntaban.
Que un grupo de muchachos de —como promedio— 20 años de edad mostrara por momentos su inmadurez es comprensible, pero es muy frustrante que un estadista del calibre de Fidel Castro perdiera la chaveta con nosotros. Hubiera sido edificante que él aceptara con humildad que había —y sigue habiendo— culto a su personalidad, que ese tema —entre otros como la Guerra de Angola, la prensada prensa, los rumbos del socialismo…— obnubiló a los demás y creó una tensión extrema de la cual no fuimos responsables los estudiantes.
Nunca vi a un «padre» tan alterado con sus «hijos». Fue una impresión funesta para un joven como yo, que le comentó a un compañero de clase, minutos antes de las dos de esa tarde, que aquel encuentro sería histórico. Y mira si lo fue.
Tu intervención en esa reunión te expuso luego al acoso y una serie de represalias. ¿Cómo lograste sobreponerte a esa experiencia para seguir trabajando con distintas instituciones cubanas, dentro del sistema?
La promesa de que ninguno de los que intervinieron en el plenario sería reprimido fue incumplida de inmediato. Se inventaron reuniones año por año —con reincidencia de Aldana y otros encumbrados personajes— para analizar a los audaces que «decepcionamos» el amor a Fidel, el Partido y la Revolución. La de segundo año se enfocó en juzgar a tres estudiantes; en mi caso, por exponer críticamente lo que pensaba de la voluntarista construcción en solo dos meses de cien círculos infantiles en la capital. Hasta se me acusó de haberle dicho «loco» al Comandante, cuando «la locura esa» —así más o menos me expresé— tuvo más de un victimario. Intentaron expulsarme de la Juventud, y yo, que me sentía un verdadero comunista, les tomé la delantera y entregué mi carnet, secundado por otros compañeros de clase. La «devolución roja» fue neutralizada por Aldana; arguyó que podíamos estar equivocados, pero, con nuestra honestidad, demostrábamos que éramos revolucionarios «salvables».
El saldo del proceso post-salón plenario fue una bronca con un oportunista de primer año que hizo campañita para la expulsión de su cargo del vicepresidente de la FEU de la Facultad —lo logró y sumó un punto a su carrera política—; otra más grande con tres primeros secretarios municipales del Partido que me cayeron en un Volga con la invitación a un recorrido por los círculos infantiles de la capital —«donde los microbrigadistas, Jorge, te explicarán por qué estás equivocado»—, y mi traslado voluntario —a instancias de la decana de la Facultad, quien se portó espectacular— hacia el curso nocturno para poder concluir la carrera.
No me sobrepuse del todo tras ese parteaguas. Por suerte no tuve que hacer servicio social en ningún medio de prensa. Mi vida laboral con el Estado transitó por un montón de instituciones de Cultura, donde no faltaron las zancadillas, como la que me aplicaron en el Centro de Estudios Martianos. Allí llegué a ser director y fundador del Portal José Martí, el sitio web oficial sobre el Apóstol, y de ese lugar me expulsaron por «contrarrevolución», solo por tener en mi computadora un documental subversivo, a pesar de que una de mis funciones era recopilar, a través de Internet, parte de lo que se generaba en Miami contra Martí y la Revolución.
Después de 1987 nada humano me fue ajeno, así que aquello no me cogió sorprendido. Tras un periodo en «plan piyama», seguí en lo mío, y nada mal, en múltiples instituciones culturales, hasta que en 2023 solicité mi baja de la última de ellas: el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello. Vi venir que la Seguridad del Estado fraguaba una hijeputada similar a la que me hicieron en el Centro de Estudios Martianos.
En 2023, al sumarte desde La Habana a la iniciativa de la doctora Alina Bárbara López Hernández de protestar pacíficamente y en solitario en un espacio público, en Matanzas, tu sentido crítico de la realidad pasa a otro nivel, o al menos así lo ve la Seguridad del Estado, porque empieza poco a poco a acrecentar la violencia contra ti. ¿Qué te hace dar ese paso? ¿No tuviste miedo? ¿Qué te ha hecho insistir?
En abril de 2023, cuando decido sumarme a las manifestaciones pacíficas de Alina Bárbara, ya pesaban sobre mí dos medidas cautelares de «Reclusión domiciliaria» y «Prohibición de salida del país» por el supuesto delito de «Desobediencia», al negarme a asistir, con todo fundamento, a dos citaciones que violaban la Ley de Proceso Penal. La Seguridad del Estado me había visitado el 30 de enero de ese año para decirme que existe El Coco y sugerirme que dejara de escribir para La Joven Cuba.
Apoyo a Alina Bárbara porque sus reclamos son justos y con apego a los derechos que nos otorga la Constitución. Es un deber moral y ético.
Soy un ser humano igual que otro cualquiera; no voy a pecar de imbécil diciendo que el temor no va conmigo. Lo que pasa es que los golpes síquicos y físicos te van haciendo fuerte, y los compañeritos que me atienden se han encargado de proporcionármelos.
La primera vez que me interrogó la tristemente célebre teniente coronel que maneja los hilos de la represión a los intelectuales, esta me amenazó con acusarme si revelaba en Facebook su identidad. Escribí entonces una parrafada titulada «Estado de la Seguridad», donde expuse el porqué de mi «cobardía». Concluía así:
El miedo existe, lo tengo. Muy fácil reclamar que mencione aquí su nombre, que se la ponga en bandeja de aluminio para otra sesión de interrogatorios o una imputación que eleve el monto de mis multas y me conduzca a una oficina más oscura que aquella en que me hizo talco. Pero piensen en las consecuencias que para mí tendría confesar que la compañera es nada más y nada menos que la teniente coronel Kenia.
¿Cómo fue la primera vez que estuviste en un calabozo? ¿Cómo luce Cuba desde ahí? ¿Qué sentiste al ser encerrado por razones políticas?
La primera vez que estuve en un calabozo fue en diciembre de 1988. Nos y Otros fue invitado a la Semana de la Cultura de Caibarién, y el día que partíamos de regreso, mientras esperábamos el ómnibus que nos llevaría a La Habana, alguien descubrió que, en el espacio de un espejo que faltaba en la habitación, uno de nosotros había escrito: «Aquí la pinga». Estuvimos encerrados hasta el otro día. Nos soltaron con una multa por «Exhibición impúdica» que todavía me da cierto pudor.
Sé que me preguntas por los últimos años, pero ese cuento está bueno.
El 18 de junio de 2023 fue mi tercera manifestación pacífica ante el monumento a Martí en el Parque Central. Las dos anteriores transcurrieron sin contratiempos, hasta con acompañamiento de unos pocos amigos. Llegó un agente de la Seguridad y me pidió que lo acompañara. Discutí con él y al final cedí, porque vino un policía a apoyarlo. Ya el carro patrullero esperaba por mí. Me esposaron y se efectuó mi traslado hasta la Unidad de Zulueta. Lo recuerdo al detalle porque coincidió con el Día de los Padres. Los policías se quedaron estupefactos al ver cómo entré en aquel lugar felicitando a todo el mundo.
En el calabozo había cuatro personas: dos muchachos muy jóvenes que habían participado de una riña tumultuaria, un chofer de P7 que accidentó a alguien, y un señor mayor que ingenuamente se puso a revender medicinas a un costado del Teatro Martí, frente por frente a la Unidad de la Policía que creía Policlínico. Con este último conversé tanto que me cogió cariño. Tras el primer interrogatorio no se dio cuenta de mi regreso tras las rejas y gritó: «¡Qué nada le pase a mi amigo opositor!».
En las mazmorras uno se topa con la Cuba profunda. Se da cuenta de que buena parte de los encerrados son víctimas de una sociedad que los olvida o los aparta, y que la frontera entre delincuentes y policías se desdibuja, porque estos últimos son parte del pueblo y sufren también de la exclusión social y la pobreza.
En estos últimos dos años hemos visto que la represión de la Seguridad del Estado sobre ti ha ido en aumento. Te mantienen con una restricción de salir del país, te han puesto bajo arresto domiciliario, te han detenido varias veces, y el pasado 18 de julio, mientras estabas bajo custodia, fuiste golpeado por oficiales y amenazado de muerte. ¿Temes por tu vida? ¿Dónde encuentras fuerzas para reponerte de tanta violencia?
No puedo caer en la paranoia de pensar que, cada tres metros que camine, está preparado lo que impunemente me prometieron esos esbirros. En definitiva, si eso pasara, ni yo ni nadie podrá impedirlo, pues, como cantó Silvio [Rodríguez], «tras mis asesinos se esconde otra fuerza que sí es mi enemiga mortal». Prefiero imaginar que el objetivo de las amenazas es intimidarme y lograr, como pasa con mucha gente, que me mate en vida. No puedo renunciar a mi felicidad, que es ser más libre que mis captores y alimentar el intelecto con la escritura, además de querer a mi hijo, a mi esposa, a la familia, a las amistades, y compartir con ellos los pocos buenos momentos que nos depara una realidad como la cubana.
Hay una foto tuya con otros miembros del grupo Nos y Otros en la que llevas un pulóver que dice «Vengo del sol y al sol voy». ¿Es apenas una frase o sientes que dice algo sobre ti? ¿Cuál sol sería ese, metafóricamente hablando?
A Martí lo tengo cerca. Casualmente trabajé en varios lugares relacionados con él: la Biblioteca Nacional José Martí, el Centro de Estudios Martianos, la Fragua Martiana y la Editorial José Martí, donde edité y corregí libros de Fidel, Armando Hart, Vilma Espín, Eusebio Leal, Ignacio Ramonet… Tengo deudas con la obra del Héroe Nacional, pero nadie puede decir que lo llevo dentro por oportunismo. Mi sol es el suyo: una Cuba inclusiva donde quepan además los que lo arrastran por el piso.
Cuéntame sobre tu foto de perfil, en la que sostienes una hoz y un martillo, símbolos asociados históricamente con el comunismo. ¿Por qué esa imagen? ¿Has recibido ataques de la disidencia política por ella?
En una de mis cinco estancias en México, me pasé dos días en casa de unos amigos de mi hermano Luis Felipe Calvo y su esposa Loló, una residencia en las montañas que rodean Guanajuato de la que guardo muy gratos recuerdos por la hospitalidad de los anfitriones y por la sencillez de su espléndida arquitectura. En el recorrido para enseñarme la casa, sobre una mesa de un cuarto de aperos de agricultura, me topé con la hoz y el martillo. Los tomé en mis manos y Luis Felipe me tiró esa foto, en la que, por casualidad, estoy vestido con una camisa roja. Cuando la puse en mi muro, le adosé una frase que más o menos decía: «Lo que pasa cuando uno se encuentra en casa ciertas cosas que ya no sabe dónde ponerlas». Quienes me conocen captaron el sentido irónico de enarbolar dichos símbolos, pero algunos que no pues reaccionaron virulentamente. Creo que al final, con la lectura de mis posts, la gente se ha dado cuenta de mi sarcasmo y hasta se divierten con la imagen.
Si ahora mismo tuvieras el poder para hacer cambios grandes en Cuba, tan grandes como los que necesita el país para tener dignidad plena, ¿qué harías? ¿Por dónde empezar?
Ya estoy viejo para hacer cambios; sería un error darle esa encomienda a un guiñapo que va aprisa hacia los 70. Se lo dejo a las generaciones que vienen detrás. Si de empezar se trata, que toquen a mi puerta y oigan los cuentos de una persona que luchó por la dignidad e intentó conservar intacta la inmadurez de la juventud.
¿Cuba tendrá arreglo después de más de 70 años sin democracia, desde 1952 hasta hoy? ¿Algún día lograremos construir una república martiana? ¿Cuáles serán los mayores desafíos que enfrentaremos?
El daño que arrastramos tras tantos años de no aprender a fundar una nación —no hablo solo del 59 hacia acá— se va tornando irreversible, pero aún tengo esperanzas. Reponernos de los últimos 73 costará más de un siglo; de eso no me cabe la menor duda. No lo veré, pero Martí, con su inmortalidad, iluminará a las personas decentes que crean en la República soñada con todos y para el bien de todos. Muchos la llevan en la boca y pocos en el corazón. Qué mayor desafío que honrar lo que el Apóstol defendió de cara al sol.
¿Ves alguna salida al sistema totalitario que vive Cuba?
Si hubiera salida para la barbarie de Partido único y dirigentes intocables, hay que tratar que no sea de emergencia, porque los esquemas de intolerancia y de «haz tú lo que no me atrevo a hacer yo» se repiten en ambos frentes de la contienda —que ojalá fuera solo de ideas.
Creo en una Cuba en que nos aceptemos tal cual somos, sin doble moral, tertulias de pasillo y odios acumulados en una urna que nadie sabe qué contiene hasta que se abra. Un país donde decir lo que se piensa no se reprima y sea la razón de cada día. En que podamos elegir al gobierno. En que la falta de alimentos sea comidilla del pasado. En que se trabaje honradamente y el salario sea salario. En que uno viaje con su dinero y regrese a vivir el presente y construir de veras un futuro sin esos calificativos utópicos que nos han enterrado en vida. Merecemos demostrar que estamos vivos, que podemos y debemos echar hacia adelante un país con la suma de todos los talentos individuales.
¿Cómo te definirías hoy? ¿Te sigues pensando un hombre revolucionario?
Soy un tipo al que Dios le dio la cualidad de hacer reír y de sonreír a las desgracias desde la bondad, consecuente con lo que le exige a quienes le acompañan. Si ser revolucionario es enfrentarse a todo lo que dice ser revolucionario y no lo es, claro que lo soy. Pero los cartelitos no me importan.