La celebración del burro en San Antero

    En el Caribe colombiano, departamento de Córdoba, hay un municipio que escogió el burro como símbolo de su fiesta más importante: San Antero, una población cuya economía se mueve gracias a la agricultura, la pesca, la ganadería y el turismo.

    Sus habitantes son mayoritariamente  indígenas y afrodescendientes. Sus primeros moradores fueron los indígenas pertenecientes a la cultura zenú y, más tarde, los negros cimarrones que escaparon de la construcción de las murallas de Cartagena de Indias. 

    Cuentan los sananteranos que Remigio Masa, quien era el alcalde del pueblo, mandó lejos el aburrimiento cuando estaba reunido con un grupo de amigos una tarde de abril de 1925, época de Semana Santa. Ese día —relata la gente con regocijo— Remigio les dijo:

    —¡Vamos a salir de la monotonía! 

    —¿Y cómo lo haremos? —preguntaron en coro. 

    —Hagamos un muñeco que represente a Judas Iscariote, el traidor que vendió a Jesús por treinta monedas de plata. 

    —¿Cómo será la cosa? —le preguntaron. 

    —Lo montamos en un burro y lo paseamos por las calles de San Antero acompañado por muchos burros al son de nuestra música tradicional: el porro. 

    Todos estuvieron de acuerdo y organizaron la fiesta. Primero, redactaron un testamento, lleno de sarcasmo y jocosidad, en que Judas dejaba sus bienes para que se repartieran equitativamente entre los pobladores de San Antero y del resto de Córdoba. Después, llevaron a cabo el paseo de Judas Iscariote para que lo vieran todos; un oprobio rotundo. Y, en la noche, al terminar el recorrido quemaron el muñeco; un espectáculo de juegos pirotécnicos. Se armó un fandango que duró hasta el amanecer. 

    Con nostalgia, los amantes de este festival recuerdan cuando explotaba la cabeza del muñeco —el Judas traicionero. Dicen que el sonido se escuchaba en los montes, en todos los alrededores de San Antero. 

    —¡Oigan cómo suena! —decía la gente.

    La ocurrencia de Remigio se volvió costumbre: cada año, el Sábado Santo de la Semana Mayor, se hacían el paseo y la quema de Judas. Fue entre 1986 y 1987 cuando la junta organizadora decidió dar un paso más: 

    —Hagamos de este paseo de Judas una fiesta grande que dé a conocer a nuestro pueblo al mundo entero. Se llamará el Festival del Burro y será un homenaje a ese animal que es primordial en las labores del campo. Ya no será un solo día; durará toda la Semana Santa. 

    Desde hace más de tres décadas se celebra el ahora llamado Festival Nacional del Burro, una tradición que nutre la idiosincrasia y reafirma la religiosidad en este terruño cordobés. 

    La fiesta congrega personas de toda Córdoba, de la región Caribe, el país y el extranjero. Su programación incluye concursos, danzas, comparsas y conciertos. El día más emblemático es el Sábado Santo. Y, aunque en el pasado un párroco dijo que el festival se alejaba del respeto a la Iglesia y denotaba falta de religiosidad, este nunca se esfumó…  

    La predilección hacia el burro, como han reconocido los sananteranos, tiene que ver con su ardua trabajo en la agricultura. El animal acompaña fielmente al campesino en su faena diaria, cargando leche, leña, pasto, agua. El burro y el hombre, un binomio imprescindible; un vínculo que representa al ser laborioso, fuerte y echao pa’lante.

    Además de considerarlo un medio rural de carga y transporte, se le asocia con el fervor y la religiosidad del pueblo, ya que el burro estuvo presente en el nacimiento de Jesús. En San Antero se rememora también la llegada a Jerusalén, cuando Jesús, montado en un burro, fue aplaudido por su humildad. 

    El Sábado Santo, la comunidad de San Antero prepara a los burros para el concurso de disfraces. Los sananteranos suelen hacer críticas sociales mediante los atuendos que eligen: se inspiran en la actualidad política nacional e internacional, en acontecimientos de la población y en personajes de la cultura popular. 

    Un panorama rebosante de pañoletas, gafas, pelucas, sombreros, flores, lentejuelas, faldas y vestidos colorinches. Corcovea la genialidad. 

    Raldis Manuel Núñez, concursante por más de diez años, ha ganado en varias oportunidades con disfraces de taxiburrochikungunyapapaburro. El año pasado se inspiró en los incendios forestales que ocurrieron en Colombia. Este año decidió participar junto a su paisano Andrés Álvarez, y ganaron el primer lugar con el disfraz denominado colombianos deportados, en alusión a la crisis diplomática entre Colombia y Estados Unidos a inicios de este 2025.

    Al tiempo que los burros disfrazados coexisten con la emoción de los parranderos, Judas cuelga de una estructura artesanal de madera —el ancestral escarnio público que no ha perdido su esencia— por haber traicionado a Jesús. A eso de las siete de la noche, arde en llamas el vil apóstol y la gente guapirrea —ese legítimo grito caribe, ¡wipipipi!, que traduce revela el alma de la fiesta—, baila al compás del porro y otros ritmos de Caribe… Y nace el fandango. 

    El Festival Nacional del Burro no es solo un evento folclórico o costumbrista; es un espacio para bailarle a la vida, un ritual comunicativo donde confluyen el humor, la devoción, el ingenio y la costeñidad en todo su esplendor. 

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    Linda Esperanza Aragón
    Linda Esperanza Aragón
    Comunicadora social-Periodista, fotógrafa documental y especialista en Gerencia de la Comunicación para el Desarrollo Social, con residencia en el Caribe colombiano. Desde la escritura y la fotografía cuenta historias sobre la vida cotidiana y la cultura popular de los lugares que visita. Ha expuesto en varios países de Latinoamérica y publicado en GatopardoHayo MagazineEl EspectadorEl TiempoSemana RuralCartel Urbano, entre otros. Ganadora del segundo lugar en la categoría Turismo del Xilópalo, Premio Nacional de Periodismo Digital (2023), con la crónica «Palenque late en los cinco sentidos», publicada en El Estornudo.

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