Recuerdo las noches estrelladas

    Llegué a Miami hace ya 22 años. Recuerdo ir a la playa con mi novia de noche y ver las constelaciones tirados en la arena; antes de que la luz de los edificios las apagara. Recuerdo ir manejando por la i-95 a mi universidad y llegar con el carro lleno de bichos estrellados contra el parabrisa; antes de que desaparecieran millones de insectos por el uso excesivo de pesticidas y la deforestación.

    Mucho en nuestro medioambiente cambia al ritmo de décadas; por eso a veces no lo percibimos ni le damos la importancia que merece. Es como la vieja historia de la rana que cocinan de a poco en un recipiente de agua hirviendo, el proceso es tan paulatino que de pronto está muerta y no se dio cuenta. El deterioro del clima pasa lento por mucho tiempo y luego de repente… Así podemos también perder nuestra humanidad. 

    Hace 22 años Bush era presidente y la guerra de Irak estaba siendo televisada; solo podía ir a visitar a mi familia en Cuba cada tres años y por menos de dos semanas, con una cantidad de dinero limitada. Recuerdo la crisis del 2008, cuando mis padres perdieron su departamento. Recuerdo haber llorado en la ducha pensando en mis tías que murieron en un apartamento de La Habana esperando que algún día regresáramos.

    Hoy parece que todo se sabe, y la gente cree saber lo que nadie puede saber; todas las verdades y mentiras del mundo surgen y se esconden como un sol usurpador. Desde hace meses, el asedio constante de las noticias, las redes, los algoritmos me ha impedido organizar mis ideas para escribir. Por tanto, aquí me refugio en lo que ChatGPT todavía no sabe: mi memoria.

    Nuestra situación actual me recuerda la sociedad post-totalitaria de Vaclav Havel donde el poder le da a la población la información curada, provocando rabia, risa o intolerancia, según le convenga. En el mundo de Havel se trataba de un estado centralizado, en nuestro mundo se trata de una oligarquía que incluye a magnates de Silicon Valley aliados con la mayoría de la clase política y el vasto mundo de influencers desesperadamente buscando mantenerse relevantes en la dictadura de las plataformas. El poder real está en quienes controlan los algoritmos, los tecnócratas que saben cómo y cuando te van a manipular. Nos han hecho predecibles; menos libres.

    Recuerdo más atrás, mi familia y yo cruzando la frontera, mi padre siendo arrestado y mi madre y yo internados en un asilo. Y recuerdo cuando crucé por primera vez solo las calles de La Habana para visitar a mi amigo de la infancia. Recuerdo que saltamos un rato sobre latas y cartones de basura esparcidos por la calle y uno de esos explotó echándome un chorro de líquido sucio. Durante décadas contamos esta historia y reímos. 

    Esa misma calle cubana hoy está repleta de basura. Poco a poco se fue acumulando hasta el punto de que en algunas imágenes parece haber más basura que personas. Con el tiempo admitimos el sufrimiento acumulado como algo normal, tanto los fracasos de la dictadura, como el fracaso de las sanciones por parte de Estados Unidos. Durante 66 años hemos vivido y visto la opresión hasta desensibilizarnos o volvernos locos.

    Bajo el asedio constante de imágenes sobre el genocidio en Gaza, el colapso de la justicia en Estados Unidos bajo el régimen de Trump, la represión contra los inmigrantes, los desastres medioambientales, un cerebro ordinario no tiene otra opción que deprimirse. 

    Pensando en mis dos hijas decidí no ver noticias hace dos meses. Antes leía a diario, Fox News, The New York Times, The Wall Street Journal, The Atlantic, 14yMedio, entre otros; y entraba en YouTube, Instagram, Facebook, para ver las reacciones de la gente. Ahora las reviso si acaso una vez cada dos semanas. Aun así las noticias me encuentran a través de los chats, en resúmenes enviados a mi correo o revistas físicas de algunas subscripciones que mantengo.

    La realidad del mundo estaba tronchando mi intimidad. No había mucho que pudiese hacer para aliviar el tormento de nadie, solo desvelarme, hablar de lo mismo con mi familia y mis amigos, muchos pasando por una situación similar. Ahora quizás esté menos informado, pero me he vuelto mejor persona. Recuerdo más cosas de mi vida, le leo más a mi hija de tres años (ya empezamos con Julio Verne), hemos visto películas de Chaplin y de Buster Keaton. Ahora puedo escribir de nuevo; y en mi trabajo he tenido mejores ideas.

    Wendell Berry, escritor y agricultor norteamericano escribió que debemos pensar en pequeño, pues pensar en grande nos ha traído grandes problemas. El gran desarrollo de nuestros tiempos está siendo debatido sobremanera: la inteligencia artificial promete crecimiento y progreso a un alto costo social. Viene acompañada de un consumo excesivo de agua y energía, y de despidos masivos de taxistas, camioneros, analistas, ingenieros y otros profesionales.

    Ya han salido los primeros estudios demostrando que hay un impacto en la habilidad de estudiantes a pensar de forma critica. Algunas tecnologías son capaces de predecir tu comportamiento futuro mejor que tú misma. Lo que está en riesgo en este salto al abismo es el significado de ser humano. ¿Qué nos quedará que sea imposible de predecir? ¿Cómo rescatar nuestra espontaneidad? ¿Somos libres si un robot sabe lo que haremos y consumiremos antes que nosotros?

    El espacio de las memorias íntimas es un sitio donde todavía la tecnología no tiene acceso. Y cada vez que recordamos algo, lo cambiamos; nuestra relación hacia las imágenes evoluciona, nuestras neuronas se revuelven y reorganizan, haciendo del momento recordado siempre diferente. 

    Me pregunto si al escribir esto y publicarlo ya le estoy abriendo la puerta a los robots a que conozcan parte de mis recuerdos. Pero aún no pueden saber lo que me reservo, ni pueden saber cómo me sentiré mañana. Los robots conocen ahora algunos de mis recuerdos y pueden contárselos a cualquiera, pero no conocerán cómo volveré a esas imágenes.

    Para la Bienal del Museo Whitney en Nueva York, la artista Holly Herndon creó un alto volumen de contenido distorsionado sobre su identidad y la subió a las redes. Su propósito era confundir a los robots sobre su vida creando un camuflaje alrededor de su persona, protegiendo su esencia.

    Un futuro en el cual los implantes cerebrales distorsionan los límites entre nosotros y la inteligencia artificial ya está aquí, para bien y para mal. Solo el colapso de la civilización podría frenar el progreso; y yo no quiero eso.

    Entre tanto debo resistir. Debo recordar y crear mi camuflaje como tantas criaturas lo hacen en la naturaleza. Aunque sepa que la derrota a largo plazo es muy probable; porque en un mundo que sobrevalora la victoria y la prosperidad, volver a la resistencia, el cobijo después de una batalla perdida entre los amigos y la familia, es la esencia de vivir.

    La lenta degradación medioambiental imperceptible se llama líneas de base cambiantes; hacen que un ecosistema deteriorado parezca normal. La desaparición de las estrellas en el cielo y de los insectos, así como el calor excesivo y las catástrofes naturales se han vuelto cosas ordinarias. La penetración de la tecnología en las últimas décadas ha creado un fenómeno similar; sea la adicción a los celulares, el uso excesivo del GPS, o de algún modelo de inteligencia artificial, se ha normalizado. Los robots escogen lo que vemos, y hasta piensan por nosotros. Recordar otros tiempos antes de esta era, recordar noches estrelladas, es mi forma de resistir.

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    4 COMENTARIOS

    1. Hermosa manera de resistir. Un libro que le va a gustar a tu niña: la versión de Martina que hizo Carmen Agra. Las ilustraciones son un tesoro.

    2. Disfruté mucho leer la narrativa de este artículo de opinión. Gracias por redactarlo, Lemis, pues hay ahí valiosas recetas para procesar y enfrentar algunos de los residuos de esta sobredosis histórica.

    3. Esperanzador tu texto, porque no hay autoengaño, sino mirada alerta; no conmiseración sino análisis claro. Me gustó tu mención de Wendell Berry. No lo conozco pero apruebo lo que dices de él. Pensar en pequeño, creo que ahí hay grandeza, al menos ecológicamente hablando. Saludos y gracias!

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