El Estado de Israel y la Revolución cubana
Aunque sea una causa aberrante para la inmensa mayoría de la extrema derecha que se reconoce afín al proyecto sionista, el Estado de Israel nació de la mano de un partido y un primer ministro autopercibidos «socialistas» y con mucha cercanía al estalinismo soviético. Tanto así, que la URSS fue pieza clave para el nacimiento del nuevo Estado mediante una fuerte presión diplomática al interior de la Organización de Naciones Unidas (ONU), lo que favoreció la idea del proyecto de partición de Palestina. Asimismo, con envíos a través de Checoslovaquia y con el fin de burlar el llamado de Estados Unidos a no mandar armamento a Oriente Próximo, la URSS se convirtió, por orden estricta de Iósif Stalin, en el mayor proveedor de insumos bélicos a grupos paramilitares sionistas como el Haganá, durante la llamada «guerra de independencia» en 1948 y el posterior conflicto desatado contra los países árabes. Además, el autodenominado «sionismo socialista» representó la fuerza política dominante en Israel a lo largo de 30 años, de la mano del Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel (Mapai) y luego del Partido Laborista.
Cuando la revolución triunfa en 1959, uno de los primeros estados en reconocer al nuevo gobierno de Cuba fue Israel, ya que gran parte de sus esferas políticas veían posibles aliados en los nuevos líderes del sur. Así, durante el verano de ese año, el entonces Capitán José Ramón Fernández viajó al estado sionista para negociar la compra de armamento ligero y artillería y para impulsar la colaboración en el área agrícola. Si bien Israel se rehusó a vender armas, brindó asistencia civil en distintas áreas durante la siguiente década. También por esas fechas, en lo que el Che Guevara visitaba al Egipto de Nasser, parte de su comitiva, entre ellos José Pardo Llada, visitó el territorio israelí para brindar las cordialidades del liderazgo cubano. Según la historiadora Margalit Bejarano, «a los ojos del gobierno israelí, el entusiasmo que rodeó a la revolución de Castro era similar a la atmósfera del naciente Israel en 1948».
Tanto parece ser así, que la Canciller Golda Meir ofreció en aquel momento alianzas de cooperación en varias ramas, gesto que desde la óptica de Bejarano no fue solo una herramienta diplomática de la futura primera ministra, sino que lo hizo «porque sentía una afinidad ideológica con la revolución socialista cubana y estaba comprometida con los países en desarrollo». A esto se suma la visita en 1961 del embajador especial Mordecai Arbell a La Habana, donde firmó varios apartados para la cooperación agrícola y ganadera, y concluyó acuerdos para la migración judía cubana en «condiciones ventajosas» para el crecimiento de nuevos asentamientos de colonos. Esta búsqueda se intensificó entre los años 1963 y 1965, cuando el embajador Haim Yari, con el apoyo de la Unión Sionista de Cuba, realizó múltiples eventos que exhortaba a emigrar a Israel, con promoción para vuelos charter de Cubana de Aviación.
Desde el nacimiento de Israel a finales de la década del cuarenta, una figura clave comenzó a establecer el nexo entre el sionismo y el «socialismo» cubano. Este fue Ricardo Subirana Lobo, un científico judío alemán que se asentó en Cuba luego de la Primera Guerra Mundial. Nació como Richard Wolf, aunque, tras su compromiso con la cubana Francisca Subirana, decidió adaptar su nombre al clima caribeño. Para 1948, Lobo financió el viaje de varias delegaciones de expertos provenientes de los «kibutzim socialistas» israelíes, quienes fundaron profundos lazos con la «izquierda» de la isla, sobre todo la más cercana al estalinismo. Luego de que en 1956 comenzara la lucha armada contra el régimen de Batista, el científico, quien amasaba una considerablemente fortuna, fue de los principales albaceas del Movimiento 26 de julio (M-26-7), dada su afinidad con la figura de Fidel Castro.
Lobo defendió y apoyó desde diferentes flancos el proceso insurreccional anterior a 1959, lo que le granjeó gran prestigio dentro del gobierno revolucionario. Llegaron a ofrecerle la cartera del Ministerio de Finanzas, pero rechazó el puesto y solicitó la plaza de embajador de Cuba en Israel. Subirana Lobo, quien ya pasaba de los setenta al triunfar la revolución, presentó sus credenciales de embajador ante Meir y ocupó el cargo de diplomático desde 1961 hasta 1973, cuando Fidel Castro, durante la Cumbre de Argel, anunció la ruptura de las relaciones bilaterales entre ambos países. A partir de ahí, abandonó sus tareas diplomáticas y continuó su vida como «sionista de izquierda» dentro de Israel. En 1975 creó la Fundación Wolf, cuna de los Premios Wolf, galardones muy relevantes en el ámbito de las ciencias y el arte y que favorecen en gran medida al blanqueamiento y la legitimación del estado sionista ante la comunidad intelectual del mundo.

El compromiso con el «sionismo socialista» en gran parte de los grupos revolucionarios cubanos fue resultado de la enorme propaganda proveniente de Israel y de comunidades sionistas alrededor del mundo. El movimiento de los kibutzim jugó un papel fundamental, sobre todo dentro de la izquierda que buscaba ejemplos de equidad y autogestión ante la embestida del capitalismo imperialista de postguerra, aunque gran parte se afiliaba al modelo soviético. En Cuba, personalidades relevantes como Fernando Ortiz, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Ofelia Domínguez y Ángel Alberto Giraudy, con fuerte influencia dentro del bloque auténtico, comunista estalinista y otras ramas cercanas a la «izquierda», fueron algunos de los principales voceros sionistas. Aunque el «más firme aliado de la causa sionista en Cuba» —según describe el académico sionista Arturo López-Levy—[1] fue Eduardo Chibás, quien desde la creación del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) en 1947, y con el apoyo de otros nombres de relevancia como el de Manuel Bisbé y Pardo Llada, abrazó la llamada «causa sionista» con su afiliación al Comité Pro Palestina Hebrea. De las filas ortodoxas emergió gran parte del M-26-7, entre ellos Fidel Castro, quien, según cuenta el activista Moisés Asís en el documental Habana Naglia (1995) de Laura Paul, sirvió en ocasiones de orador para el Comité Pro Palestina Hebrea y en mayo de 1947 ofreció un discurso desde la colina universitaria durante un acto de «solidaridad con la creación de Israel».
Las relaciones del gobierno revolucionario con Israel pasaron por un gran momento entre 1959 y 1967, período en el que, como apunta López-Levy, «fueron extraordinariamente positivas». Tras la Guerra de los Seis Días —que culminara con la ocupación ilegal por parte del Estado sionista de los territorios sirios de los Altos del Golán, de la península del Sinaí egipcia, y con el control militar de Gaza y Cisjordania, territorios palestinos conferidos por la ONU en la resolución 181 de 1947— el gobierno cubano mantuvo sus vínculos con Tel Aviv, amén de algunas primeras tensiones diplomáticas.
Para ese entonces, dentro del bloque «comunista» solo Cuba y Rumanía no habían roto lazos con el autoproclamado estado «hebreo». Esta posición generó disputas entre Fidel Castro y aliados del gobierno cubano. Incluso, según Bejarano, Shlomo Levav, el jefe de la misión diplomática israelí en Cuba, reportó que Subirana Lobo había informado del rechazo de Castro a las presiones soviéticas que le exigían la ruptura de relaciones con Israel. [2] El propio Castro declararía al periodista K. S. Karol que «los países socialistas no han mantenido el principio de romper relaciones con países agresores. Si fuera así, ya habrían roto relaciones con los agresores norteamericanos en Vietnam».[3]
Algo similar sucedió en 1963. Con la muerte del presidente Itzjak Ben, el gobierno cubano decretó tres días de duelo oficial. Esto no fue bien visto por el entonces primer ministro de Argelia, Ben Bella, quien cuestionó la decisión y provocó que Castro cancelara un vuelo programado hacia Argel. Según declaró Levav, previo a la guerra de 1967, Fidel Castro establecía paralelos entre «la lucha de Cuba contra el aislamiento norteamericano y la situación de Israel en el Medio Oriente».[4]
La «ruptura» de relaciones diplomáticas y el cambio de paradigma
La postura del castrismo no podía durar mucho, ya que sus principales aliados comerciales y geopolíticos exigían otro posicionamiento. Así, y tras cierto cabildeo poco explorado, desde La Habana se intensificó el discurso antisionista, que no desmoronó el marco de cooperación en el área agrícola-ganadera y de la piscicultura, aunque Israel detuvo la compra de azúcar cubano con el objetivo de no provocar a los Estados Unidos, su principal aliado luego de la Guerra de los Seis Días y quien desde 1962 mantenía un bloqueo económico contra Cuba.
Esta nueva etapa comprendió la solución de diferendos con la URSS, tras la muerte del cada vez más antiestalinista Che Guevara y el período tenso de la microfracción. También, el ingreso de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en 1972 significó un cambio sustancial en sus relaciones económicas internacionales, integrándose al «bloque socialista» liderado por la URSS y países de Europa del Este. Esto permitió al gobierno de la Isla recibir créditos en condiciones ventajosas, importar bienes de consumo y tecnología, además de contar con asistencia técnica y científica para el desarrollo económico e industrial. Además, el ingreso supuso para Cuba un trato preferencial por su condición de país menos desarrollado dentro del bloque, impulsando su industrialización e incorporación a la división internacional del trabajo. Sin embargo, implicó una fuerte dependencia económica y política hacia la URSS y demás países «socialistas».
En septiembre de 1973, durante la IV Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) en Argel, Fidel Castro anunció la ruptura de relaciones diplomáticas de Cuba con el Estado sionista. Luego de varios años de constantes roces entre la postura de Castro hacia Israel y las exigencias del bloque soviético y los países árabes aliados, la Cumbre de Argel se pintó como el escenario más favorable para un cambio de política respecto a Tel Aviv. Bajo la presión de líderes como Muammar Gadafi y Hazfez al-Assad, así como el paulatino deterioro de los intereses israelíes en la Isla condicionado por Estados Unidos, la ruptura era inevitable. Fidel aspiraba a la presidencia del MNOAL y sabía que sus cordialidades con Israel se reconocían entre sus aliados como un peligro hacia los intereses de las naciones miembros. Un país que mantuviera relaciones con un Estado al que la organización consideraba un enemigo latente, no podía llegar a la presidencia. Por otra parte, la decisión de Castro respondió también al interés del gobierno cubano por continuar recibiendo combustible de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC por sus siglas en inglés), quienes, para frenar el apoyo de Occidente a Israel en vísperas de la guerra del Yom Kippur, decidieron cortar la entrega de crudo a países que aún mantuvieran relaciones con Tel Aviv y no reconocieran el estatus de agresor del poder sionista.
Desde la presidencia del MNOAL, el gobierno cubano buscaría figurar como país bisagra entre los diferentes bloques regionales en disputa, en tanto maquetaba otras formas de reconocimiento en el nuevo orden económico, mediante la presión diplomática desde un puesto privilegiado que reportara garantías. Para lograrlo, uno de sus objetivos era acceder al Consejo de Seguridad de la ONU y así burlar las sanciones del gobierno de los Estados Unidos y de la Organización de Estados Americanos (OEA). Por ello, en Argel debían mover bien sus cartas. Así, luego de que Gadafi interpelara públicamente a la delegación cubana y le cuestionara la naturaleza de sus posicionamientos y su servilismo a la URSS, Fidel cambiaría el tono «moderado» de su primera intervención, por uno tajante y de ruptura absoluta con el estado sionista, lo que generó ovaciones y un abrazo simbólico entre Fidel y el gobernante libio. Según López-Levy, «la ruptura se debió a las aspiraciones cubanas de liderazgo multilateral en contextos donde los enemigos de Israel actuaban como actores con poder de veto»,[5] y añade más adelante que la decisión «careció de reciprocidad». Una nota publicada en Granma el 16 de septiembre del mismo año señalaba que Cuba rompía sus lazos con el estado sionista «como respuesta a las demandas de las naciones representadas en Argel».
Todo parece indicar que, además del interés en mantener apoyos vitales para la economía cubana, la decisión de ruptura surgió al calor de la Cumbre, y no había sido una estrategia pensada como respuesta a la colonización sionista en Palestina o a su escalada bélica en Medio Oriente. El propio embajador Ricardo Subirana Lobo se mostró desconcertado cuando conoció la noticia y declaró que, aunque los vínculos políticos no eran muchos, las relaciones económicas siempre gozaron de buena salud y la dinámica entre ambos gobiernos era armónica. Sin embargo, según datos que van de 1959 a 1965, el intercambio comercial nunca sobrepasó los dos millones de dólares para ambas partes.[6] Esto cambiaría radicalmente durante años de «ruptura».

Después de Argel, el gobierno cubano asumiría una postura completamente distinta ante el Estado de Israel y el sionismo. Durante la guerra del Yom Kippur enviaría tropas y equipos a Siria. Allí participaron de 800 a cuatro mil efectivos cubanos aproximadamente, equipados con tanques soviéticos T-54 y T-55. Los enfrentamientos, en apoyo a Siria, se efectuaron desde los Altos del Golán. La contribución incluyó pilotos de helicópteros, operativos en comunicaciones, oficiales de inteligencia y contrainteligencia; todo un contingente preparado para operar a nivel directo en el terreno. El gobierno mantuvo la operación en secreto y sin declarar oficialmente la guerra a Israel, aunque las tropas cubanas permanecieron en Siria hasta 1975.
Durante las décadas del setenta y ochenta, la postura de Cuba contra el Estado israelí fue firme y, si no fuera porque existió toda una historia de oportunismo precedente, pudiera hasta parecer un acto de coherencia y dignidad política por parte del gobierno cubano sobre una entidad colonizadora y genocida. Pero los dobles raseros del castrismo nunca se hacen esperar y la historia cambiaría exponencialmente durante la década del noventa.
En 1978, el gobierno ordenó cerrar los locales de la Unión Sionista de Cuba, dada la cercanía de la Cumbre de Países No Alineados que se celebraría al siguiente año en La Habana y en la que Castro asumiría la presidencia de la organización. Antes, en 1975, patrocinó la resolución 3379, donde se declaraba «sionismo igual racismo», y que no se derogaría hasta 1992, siendo Cuba el único país no árabe en oponerse. Casualmente, y según informó Jack Rosen, del American Jewish Congress, durante su visita a Cuba en 1999, Fidel Castro le confesó su desconocimiento sobre la postura asumida por la delegación cubana, la cual le achacó a la irritación ante el hecho de que «Israel vota consistentemente del lado de EE.UU. y en contra de Cuba en cada cuestión que discuten en Naciones Unidas».[7] Las posturas de Cuba durante esos años respecto a Estados Unidos, y por transitividad respecto a su principal enclave en Medio Oriente, Israel, fueron más frontales que la de la gran mayoría de países árabes o islámicos, quienes ya propiciaban nuevos acercamientos al estado sionista. Así, y como indica López-Levy, Cuba se posicionó en una zona más acalorada respecto a Israel que Turquía o Jordania, y se opuso a los acuerdos de Camp David con mayor firmeza que miembros de la Liga Árabe como Marruecos, Arabia Saudita o el Irak de Hussein, al punto de proponer, aunque sin éxito, la expulsión de Egipto del MNOAL, durante la Cumbre de La Habana.
Aun así, los acercamientos políticos entre Cuba y organizaciones israelíes no se detuvieron. El Partido Comunista de Israel hizo acto de presencia en congresos del Partido Comunista de Cuba (PCC), y grupos de la «izquierda» sionista como el MAPAM frecuentaron la isla. En 1990, a raíz de la visita de Dov Avital, jefe del departamental de América Latina del MAPAM, la prensa oficialista cubana reflejó por primera vez, luego de la «ruptura» de 1973, la presencia en la la isla de un político israelí de afiliación sionista. De esta forma, los contactos de Cuba con la izquierda sionista se reactivaron con invitaciones a eventos, congresos y conferencias. Así, como consecuencia del colapso soviético y la crisis siguiente, la política exterior cubana cambió de forma tremenda, centrando sus esfuerzos en atraer inversores extranjeros y nuevos socios comerciales. Esto posibilitó el comienzo de un nuevo proceso en las relaciones entre ambos países. Empresas y capitales israelíes se establecieron en la isla, principalmente en la rama agrícola, textil, turística e inmobiliaria.
El sostén israelí tras el derrumbe soviético
Para finales de siglo, el vínculo se haría cada vez más fuerte, cuestión que dio paso a un proceso que Mónica Pollack, jefa de relaciones internacionales del partido de izquierda sionista Meretz, describió de esta forma: «El fin de la Guerra Fría ha liberado a Castro de la camisa de fuerza anti-israelita».[8] Añadió que el gobierno cubano mostró interés en restablecer relaciones y en publicitar la libertad de emigrar a Israel para los judíos cubanos. Lo anterior se llevó a cabo mediante la reanudación del programa de la agencia judía de emigración. Entre cuatrocientos y seiscientos judíos de la isla fueron autorizados por el gobierno cubano y apoyados por Israel para establecerse en asentamientos ilegales de colonos en los territorios palestinos ocupados. Este movimiento, desarrollado entre 1995 y 1999, se llamó Operación Cigarro, y se viabilizó a través de las oficinas diplomáticas de Canadá en La Habana. El trato entre la Agencia Judía para Israel y el gobierno de Castro se mantuvo en secreto durante años. En diciembre de 1998 Fidel visitó la Sinagoga del Patronato del Vedado, donde ayudó a encender las velas de Janucá. Actualmente las fotos de ese día se exhiben en las paredes del Patronato.
Esa muestra de acercamiento del castrismo con la comunidad judía de Cuba, la que siempre mantuvo en su mayoría firmes posicionamientos sionistas, más que un gesto de tolerancia religiosa por parte del gobierno, significó una ventana de oportunidades y garantías frente al cada vez más cercano y presente mercado israelí, que desde principios de la década había echado raíces en varios sectores económicos de la Isla. También en 1999 se efectuó el congreso de la Unión Interparlamentaria, al que se presentó una poblada delegación israelí presidida por el ministro Meir Sheetret y por Zeev Boim, vicepresidente del Parlamento Israelí (Knseet) y diputado por el partido de extrema derecha Likud, quienes actualmente se encuentran en el poder de la mano del criminal de guerra Benjamin Netanyahu.
Justo ese año, la juventud del Meretz asistió al Festival Internacional de Solidaridad auspiciado por la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Asimismo, en 1994, durante la visita a La Habana del Gran Rabino Asquenazí de Israel, este insinuó tener mensajes para Fidel Castro de parte del entonces ministro de Relaciones Exteriores, Shimon Peres. Probablemente se trataba de la posibilidad de reasentar cubanos en Israel a cambio de prebendas en algunos sectores económicos de interés. La entonces directora del Departamento de Asuntos Religiosos del PCC, Caridad Diego, le comunicó al Rabino Lau que «Cuba» aceptaba con beneplácito los enfoques referidos y que veía con suma empatía las ayudas brindadas por Israel. [9] En 1997, la visita a Israel del viceministro de la Industria Pesquera de Cuba, Enrique Oltuski, auspiciada por el político de derechas y ministro de la Agricultura Rafael Eitan, propició nuevos vínculos entre La Habana y Tel Aviv en diferentes áreas económicas, lo que se extendería a la rama deportiva con la visita a la isla del presidente del Comité de Deportes israelí.

La década del noventa abrió las puertas a las inversiones israelíes en Cuba, principalmente en el sector agrícola, donde expertos se trasladaron a La Habana para iniciar la inversión conjunta para el plan de cultivo de cítricos en Jagüey Grande. Al mismo tiempo, alrededor de 500 técnicos cubanos viajaron a Tel Aviv para recibir asesoría y entrenamiento, así como para efectuar un encuentro con el ministro de Agricultura Ya’akov Tsur. Este impulso lo llevó de la mano un personaje de muchísima relevancia en la historia de Israel: Rafi Eitan, exjefe de Operaciones de la Mossad y posterior ministro de Seguridad Social de Ariel Sharon por el Partido Gil-Gimla’ey Yisrael LaKnesset. Eitan, junto a otros inversores israelíes o judíos sionistas, estableció en Cuba la empresa GBM Inc. Consulting & Trade Company, la que reportó cifras multimillonarias para el castrismo y ayudó en grandísima medida a sobrellevar la situación social durante el Período Especial.
Al mismo tiempo, el grupo israelí impulsó negocios inmobiliarios que decantaron en la creación de Inmobiliaria Monte Barreto S.A., empresa mixta junto a la estatal Cubalse S.A., responsable de la construcción de los edificios multipropósito del Miramar Trade Center. En esa nueva apuesta de GBM, una pieza clave fue el argentino-israelí Enrique Rottenberg, artista visual que también es accionista y propietario del segundo piso de la Fábrica de Arte Cubano (FAC). Se calcula que, desde 1993, los negocios de Jagüey Grande reportaron más de 600 millones de dólares al país. Mientras, el alquiler del complejo de oficinas del Miramar Trade Center reportó alrededor de cuatro millones solo en 1998, cuando ni siquiera iba por la mitad de su construcción.
GBM y el capital israelí dominaron la economía cubana de finales de siglo para luego consolidarse como socios indispensables de la gestión castrista. Su poder fue tal que no tardaron en expandirse al sector de las telecomunicaciones; poco tiempo después llegaron a administrar toda la infraestructura informática. El gobierno cubano otorgó a esta empresa el primer puesto entre todas las que por entonces operaban en suelo nacional; a decir de Eitan, «gracias a la confianza que depositan en nosotros, nuestra honestidad y nuestra contribución a la economía del país». Según diversas fuentes, y el propio testimonio de Rafi Eitan sobre GBM, «fuera del negocio del turismo, durante años fuimos la segunda empresa extranjera más grande en Cuba en términos del alcance de nuestras actividades allí».[10] Para hablar de esto, necesitaremos otra entrega.
[1] López-Levy, Arturo. 2010. «Las relaciones Cuba-Israel: A la espera de una nueva etapa». Cuba in Transition, ASCE.
[2] Bejarano, Margalit. 2009. «A Diplomatic Account of an Inevitable Divorce: Relations between Cuba and Israel, 1959-1973». Paper presented at the Cuban Studies Conference of the CRI-FIU.
[3] Karol, K. S. 1971. Guerrillas in Power. London: Jonathan Cape.
[4] Halperin, Maurice. 1981. The Taming of Fidel Castro. Berkeley: University of California Press. Accessed through Interview with Shlomo Levav.
[5] López-Levy, Arturo. 2010. «Las relaciones Cuba-Israel: A la espera de una nueva etapa». Cuba in Transition, ASCE.
[6] Idem.
[7] Baum, Phil. «American Jewish Congress Perspective on Cuba». *Judaism* 49, no. 194 (Spring 2000): 217.
[8] Michael S Arnold, 1999, «Castro’s Jewish bargaining chip». Jerusalem Post, October, 15.
[9] Yehezkely, Zador. 2004. «400 of Cuba’s Jews Want to Emigrate to Israel». Yediot Ahronot, February 8, 6.
[10] Eitan, Rafi. Capturing Eichmann (capítulo 30). Barnsley, UK: Greenhill Books, 2022.