La primera vez que vi al pintor Juan Carlos Sánchez Lezcano fue en la bodega de H y 21, en El Vedado habanero. En esa zona era fácil ver a grandes cubanos como Eliseo Diego, su hijo Lichi o el director de cine Juan Carlos Tabío. También se podía ver al poeta El Ambia y al cantante de «Idilio», Laíto.
Juan Carlos, el pintor, andaba con un cigarro en la oreja, terminando una llamada en el teléfono público de la esquina.
Colgó y con tremendo aguaje cruzó el parque Víctor Hugo, donde había una casita de piedras hecha para una niña muerta en el siglo XIX.
Yo era apenas un chamaquito. Mientras fui creciendo lo veía de allá para acá y, por esas asociaciones locas de la vida, lo sentía como un personaje icónico de El Vedado. Así como El Caballero de París, lo era para La Habana Vieja o Peteko para los alrededores de la Cinemateca.
Juan Carlos tenía un arte y una alegría que mantenían todo a su alrededor encendido.
Una novia argentina me llevó a su casita y desde ese momento se fraguo una amistad. Luego nos hicimos hermanos y hemos vivido muchas cosas juntos.
Juan Carlos es un tipo muy alegre, curioso, obsesivo, eléctrico, que toda la vida ha estado pintando ese dolorcito que tiene entre pecho y espalda.
Cuando me estaba yendo de Cuba solo pensé en que iba a empezar a pisar donde ya Juan Carlos había dejado su huella. En territorio minado el guía se arriesga, va adelante pisando donde no hay bombas y para salvar a los que vienen detrás.
Salió de La Habana para Tenerife y, en vez de hacer como todo el mundo y olvidar, cada vez que hacía un peso se montaba en un avión para volver a casa. A los brazos de su hija. Su hija lo gozaba y por suerte nos daba un pedacito de él también. En un momento, La Habana ya no se sentía como casa, pero había estado tanto tiempo fuera de Tenerife que ahí tampoco estaba el hogar.
Licenciado en el dolor del limbo. Graduado en La Universidad de La Calle.
Ahora, Juan Carlos está en Miami. Mañana, quizá en Tokio.
Hay muchas posibilidades de que se moleste con estas palabras, pero la verdad es que no hay nada que se parezca más a Cuba que él. Contradictorio, a veces sin arraigo, como un botecito que flota y flota y se aleja del malecón. Otras, pone un tema musical de Van Van y vuelve a echar raíces.
Nadie ha pintado tantos globos aerostáticos como él. Cientos de camas para los cubanos que sueñan al borde del litoral. Cafeteras, escaleras y puertas que no llevan a ningún lado. Mucho café y mucho más insomnio. Los sueños, los sueños no se van a cumplir.
Y entonces, a nosotros los humanos, el muy degenerado nos pinta pequeñitos, chiquiticos, como si no tuviéramos ni una sola posibilidad de vencer.
Me he tomado una cerveza con él en G y en Lavapiés; no tengo la menor idea de dónde será el próximo encuentro.
A nadie como a él le ha dolido tanto lo que han hecho con el país. Con una gorra para atrás, unos espejuelos rotos, también incursionó en el reparto: «Papotón el dolor». Por supuesto, no tuvo éxito. Era muy enredado.
Juan Carlos Sánchez Lezcano es un cubano del año 63. Ha visto mucho, y a cada rato amenaza con que no puede con un cuento más.
De su aterrizaje en Miami y de otros dolores conversamos por Wasap. Esto no es una entrevista; es un cariñito para todos los que, como él, tienen a su gente lejos.
CL: ¿Qué estás pintando ahora?
JCSL: He acumulado más de 200 piezas en Tenerife. Allí morirán solas. El destino dirá. Lo último que pinté en Tenerife se parece a las últimas piezas que hice en Miami, que son caramelos, que solo hay que sacarle el papel y meterlo en la boca. Son piezas para exponer en galerías de Miami, «galerías ferreterías» donde son adquiridas por personas que no necesariamente valoran ni conocen nada. Les pueden pegar con el color de la pared, o les pueden interesar a un venezolano nuevo rico del Doral. En fin, son piezas para galerías donde se exhiben decoraciones.
Pero, ¿te sigue emocionando lo que pintas?
Mucho. Y siento que me queda poco tiempo. Intentaré explorar y exponer el tema de los cubanos que llegaron hace poco a Miami. Los que aterrizaron el fin de semana. Y los que están desde hace rato y ahora se asombran de que lleguen más cubanos. Es un egoísmo que se adquiere en este lugar. Es muy triste sentir eso.
Aquí en Miami me di el lujo de pintar, pero la «advertencia» y la decisión de «matar al artista» y «enterrarlo» se adquiere una vez pasas la aduana; cuando tienes que ser un houseman de un hotel y recibes otra orden. Como la del Titán de Bronce: «Al machete y a degüello».
Entonces, ¿en qué ciudad pintas mejor?
Creo que en Tenerife por las condiciones que tuve allí. Al regresar a La Habana se me bloqueaba el alma y la mano. Yo no solo necesito material de artes plásticas; también requiero de recursos, de una ferretería común.
Lamentablemente, en Cuba encontrar una puntilla o un martillo es difícil. Si es difícil encontrar el papel sanitario, imagínate…
¿Qué tema te obsesiona en la pintura? ¿Cómo ha ido cambiando esa obsesión?
Creo que siempre intenté contar cosas como los escritores o como en el cine. Siempre lo logré. Ahora tengo más edad y me obsesiono por exponer en un lienzo toda mi historia y lo que me duele. No me conformo. Una de las piezas más hermosas que hice recientemente fue un regalo para mi segunda hija, Myra Lucía. Nunca había pintado algo tan hermoso, con tanto interés.
Ahora te pudiste encontrar con tus hijas en Miami.
Si, me reencontré con mi segunda hija después de 14 años y un poco más sin verla. Pero eso es una entrevista aparte.
¿Qué tiene Miami que no hay en La Habana? Ojo, a un nivel emocional para ti.
Bueno, todo está asfaltado como cuando venía un presidente a algún barrio en Cuba, que se hacía la calle nueva: así es Miami. Lo primero que me enseñaron es que en Miami no debes ni cuestionarte nada, ni esperar justicia divina.
En Miami debes creer en Dios; es otro recurso guardado para sobrevivir.
En Miami están todos mis amigos, que un día se fueron de La Habana.
Por lo demás, Miami es más feo que pegarle a tu madre. Tiene Lamborghini, tiene armas y no almas. En Miami sobra la libertad de expresión, tanto que te puedes poner a dar gritos que a nadie le importa, a nadie le interesa, y nadie necesita libertad de expresión.
En Miami solo se necesita ganar dinero y no enfermarte. Puede que a cualquiera, saliendo de Jatibonico, o de Bauta, le guste, acostumbrado a calles sucias y derrumbes, pero yo sí he visto otras ciudades… Y Miami es fea, muy fea.
Creo que el mejor lugar de Miami es la casa de un amigo. La sala donde te invitan a un café y te escuchan y tú escuchas.
Eso ocurre poco y, cuando ocurre, lo agradeces. En mi caso, desde mi llegada, he tenido muchos momentos de esos.
Cuento con amigos.
¿Qué te queda en La Habana?
Mucho menos que todo lo que he perdido en la vida. A mí me queda de La Habana una tonta esperanza de que esto, «pirarse para cualquier parte», sea una mentira. Un momentico, y que todo volverá a ser de otra manera.
Yo busco recuerdos que cada día se muelen en la maquinaria de subsistir. Te queda el orgullo y 49 cuentos para hacer del pasado cuando te reúnes con alguien. Eso ayuda a vivir: contar cuentos de Cuba.
De La Habana te queda un retorno imaginario, una visita insegura; te queda que fuiste de allí, que fue tuya, y eso es algo.
Creo que de La Habana me queda un sentimiento por la propia ciudad y lo que represento culturalmente; eso no se pierde. Muchas personas murieron en el extranjero manteniendo su estirpe, sus convicciones; creo que lo de ser habanero, ser cubano, es algo que uno no quiere que desaparezca.
Pero para tener algo.
Cuando te vas, aunque te toque la lotería, tienes muy poco.
¿Qué te queda en Tenerife?
De Tenerife me queda el recuerdo de amigos que no olvidaré. Allí hice una carrera plástica y también un poco de arte para el cine.
Me queda la humildad y la nobleza, muy parecida a la de Cuba.
Me quedan muchos recuerdos de llorar y llorar mientras añoraba a mi gente.
Uno, cuando está lejos de la casa, siente que más nunca va a poder meter a todos los seres queridos bajo un mismo techo. Yo tengo una madre en La Habana, una hija en Barcelona, amigos en cualquier parte regados por ahí…
En mi caso, para sentir que tengo a todo el mundo bajo el mismo techo, tendría que tener a los amigos de vecinos… que tu oficio sea el tuyo, el que te gusta… que en Cuba exista un civismo.
Que regresen los amigos que murieron lejos, y eso no sucederá. El gobierno de la familia Castro un día no estará. Y, cuando ya no existan, se irán dejándonos un país como carne para los buitres.
Una vez me contaste que te sentías en un limbo constante. ¿Te sigues sintiendo así?
No todos estamos fabricados de la misma materia. Sí, en un limbo vivo.
Yo sigo amando la terraza de G. Donde quiera que esté viviré en un limbo, viviré pensando que es un ratico y que todo pasará y volveré a comprar pan en H y 21, en El Vedado.
No solo yo; todos los que salieron viven en un limbo. Hasta los que dicen que compraron una casa, casa por la que pagaron a un millón y por la que todos los años les cobran un poco más.
Todos están en un limbo; todos son «pobres diablos que andan por la calle llorando», pero sin comentarlo, y haciendo parrilladas los domingos para una vez más reafirmar que tienen comida de sobra. Al otro día pal combate de nunca acabar… (quien no esté de acuerdo que me escriban por interno).
¿Un lugar para jubilarte?
Todos los días pienso dónde quiero morir y dónde no y dónde me agarrará la muerte. Es lo que más presente tengo aparte de cómo sobreviviré al desarraigo y al hambre y a no tener un techo.
Un día en Santiago de Compostela, mi amigo Paco y yo estábamos regresando de Galicia y tuvimos esa conversación. Y terminó disgustado por sentirse responsable de mi futuro.
Me da terror andar por el mundo y pensar que un día «llegará la muerte» y yo estaré lejos de casa. Pero sé que es muy tonto andar preocupado con eso…
Como si me fuera a enterar de que me metieron en una fosa común —como a Mozart y a tantos otros a quienes les tocó compartir con un tongón de huesos ajenos.
Y mis hijas pasarán por allí un día para ponerme una flor.
Yo lo digo ahora para endeudar a todos mis amigos. Yo quiero morir meciendo un sillón en la terraza de G y que me entierren en Colón.
¿Un sueño por cumplir?
Poder visitar un café en La Habana donde toque habitualmente Xiomara Laugart. Poder mantener a mis hijas con mi oficio. Que Cuba un día funcione, que exista la ley, lo mismo para el delincuente de a pie que para Sandro Castro y su familia.
Y sobre todo que exista un éxodo de todos los cubanos de regreso a la isla. Especialmente, mis amigos, los que queden… Y para soñar más: que los que murieron sin regresar sean trasladados al Cementerio de Colón.
¿Cuál fue el mejor momento que viviste en Cuba?
Era un adolescente cuando mi papá regresa de la guerra de Angola. Me pareció muy absurdo que el mundo estuviera en paz y mi papá se fuera a una guerra. Llegó medio loco, pero vivo. Me contó qué fue esa guerra.
Los padres de mis amiguitos llegaban de una misión en el extranjero cargados de regalos lindos; mi papa me trajo casquillos de balas y un bocadito que le dieron en el teatro Karl Marx al regreso.
Luego, con los años, vimos juntos los cajones donde se supone que trajeron a los combatientes de Angola. En algún momento cruzamos mirada y seguimos viendo en silencio el reportaje.
¿En Tenerife?
Cuando tuve a mi hija María Gabriela conmigo y pude compartir con ella los beneficios que da una sociedad con recursos.
¿Y en Miami?
A mi llegada me recibieron todos los amigos por los cuales lloraba y por los cuales quería viajar a este lugar caluroso y amenazante.
El día que abrí la puerta donde estaba quedándome y tocaba el timbre mi segunda hija con su mamá, y les di un beso y un abrazo a las dos con el mismo impulso y la misma devoción.
Dame un consejo… O, vaya, tres consejos para el cubano del futuro.
No permitas ni un centímetro de vulneración de tus derechos; es fácil que ocurra.
Ama a tu país y tu ciudad. No es lo mismo la Revolución, y todo el odio que sientes por ella, que el país que te vio nacer.
Cubano del futuro: los frijoles negros contienen oligosacáridos, un tipo de azúcar que el cuerpo no puede digerir fácilmente, lo que lleva a producir gases. Para que me entiendas, cuando empieces a especular por todo lo que tienes, materialmente hablando, intenta que no se te salga un pedo. Aprieta el culo y dales a los pedales.
Y, para no acabar así, te digo que hay algo que me gusta mucho del cubano.
El cubano actualmente es un cubano distinto; le llegó de pronto Internet y una dosis de protestar por lo que no le gusta, le llegó la posibilidad de salir del país si logra reunir todo lo que se necesita para el viaje. Se hizo más internacional. Asume posiciones que lo hacen caber más en el mundo.