Los últimos acuáticos de Viñales

    Desde la casa de Antonio y Sofía se ven los amaneceres más bellos de todo Viñales. Como buenos guajiros, se levantan y abren su casa cuando todavía es madrugada. Cada día los primeros rayos del sol entran de frente por su puerta y la ventana contigua. 

    La casa está ubicada en la Sierra de los Infiernos, y queda de camino a un mirador al cual los guías llevan ahora grupos cada vez más reducidos de turistas. Por ello han recibido la visita de más de un extranjero curioso, y algunos hasta se han hecho sus amigos. No hay regalo que reciban sin aclararle antes al visitante que ellos no piden nada y que no hay ninguna obligación de regalarles. Aun cuando tienen una ubicación privilegiada, no les interesa explotar el turismo de ninguna manera. 

    Antonio y Sofía son una de las dos familias de acuáticos que todavía vive en esta sierra, de las 16 que había hace unos 15 años y de las 70 que llegó a haber en los tiempos de mayor auge de la comunidad

    Solo Antonio se deja fotografiar; su esposa, aunque igual de amable, es más suspicaz y teme que una foto o video suyo pueda ser usado con malos fines. Cada día baja hasta el valle a la casa de Nilda, su sobrina, cuyas nietas son la luz de los ojos de Sofía y su esposo.

    Nilda también es acuática. Su casa también solía ser una estación de paso para los turistas, a quienes vendía el guarapo de las cañas sembradas en su patio, extraído con un trapiche mecánico. Mantiene el negocio, pero ya casi no hay a quien venderle. 

    Prácticamente no quedan acuáticos en Viñales que se curen solo con agua. La mayoría se ha dispersado por el llano del municipio y han sacado su carnet de identidad. Los que mantienen la fe de sus padres y sus abuelos son todos gente mayor, y la mantienen solo en parte, pues ya no observan muchas de las reglas en que se basaba su comunidad. Hablo, por ejemplo, de no usar la electricidad, no maquillarse ni cortarse el pelo (en el caso de las mujeres), no asistir a fiestas (en especial, las vinculadas con el gobierno), no firmar documentos o no tener vicios (ni siquiera el café). 

    Adela, una de las hermanas de Antonio, vive actualmente en el pueblo de Viñales con su esposo, su hijo y sus nietos, y aunque ya no tiene en cuenta ninguna de las normas y tradiciones acuáticas, conserva muy buen recuerdo de su juventud. Afirma que conserva la fe que le inculcaron sus padres y se refiere al agua de manera muy especial. Al igual que muchas parejas de acuáticos, su primera visita a un médico ocurrió, de común acuerdo con su marido, al salir embarazada. 

    A unos siete kilómetros del pueblo viven Josefa y Félix, al borde de la carretera en una zona conocida como El Canopy. Ellos, como el resto de los acuáticos de su generación, aprendieron a leer de mayores. Su hijo tampoco fue a la escuela, pero una vez adulto no quiso continuar con la fe de sus padres. Los nietos de Josefa y Félix son los primeros de su familia en pasar por el sistema educativo.

    Quedan muy pocos acuáticos en Viñales y, en rigor, presentan modos de vida que distan bastante de las prédicas de Antoñica Izquierdo. Sin embargo, ellos reivindican su identidad; no pueden evitar cierta nostalgia por los tiempos en que vivían en comunidad y veneran con devoción religiosa a la curandera de Los Cayos de San Felipe. Puedes notar la emoción en sus palabras cuando narran los milagros de los que sus padres y sus abuelos fueron testigos.

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