El único transporte que conecta a Machuca con el mundo exterior es un camión que cada dos semanas entra para recoger viandas desde Rancho Mundito, el pueblo más cercano, a unos 13 kilómetros.
Si alguien quiere entrar o salir por sus medios, debe hacerlo a pie, a caballo o mulo, por un camino de piedras y lomas entre la Sierra del Rosario. Si los acuáticos de Machuca han sobrevivido como comunidad a los de Viñales, sin dudas es debido a este aislamiento.


«Los de Viñales son unos infladores, los de verdad están en Machuca», me dijo un amigo hace poco más de un año. Excursionista veterano de los campos de Cuba, había convivido en 2014 con los acuáticos durante varios días. Me dio sus impresiones, me explicó cómo debía hacer el viaje, y me advirtió que suelen ser gente reservada, cerrada con respecto a sus creencias, así que iba a ser difícil documentarlos. No obstante, sus impresiones correspondían a 11 años atrás, y ambos concordamos en que quizá ahora serían algo más abiertos.
Para llegar a Machuca uno debe bajarse en el puente de Taco Taco, en la autopista de Pinar del Río, entrar hasta el pueblo de Santa Cruz, coger un riquimbili hasta Fierro, otro hasta Rancho Mundito, buscar cualquier cosa que te adelante hasta un pedraplén, y desde allí caminar diez kilómetros. No te encuentras un alma hasta el cuarto kilómetro, cuando llegas al caserío de San Diego, donde viven algunos acuáticos. De ahí en adelante, puedes encontrarte unos cuantos más que viven al costado del camino.
Bastan unas palabras para notar que los acuáticos aquí son diferentes a los de Viñales, aun cuando en buena medida están emparentados. La fe acuática en Machuca está quizá mucho más cerca de lo que fue en tiempos de Antoñica Izquierdo.



Las reglas de conducta que la curandera impusiera hace 90 años en los Cayos de San Felipe todavía son observadas aquí con bastante celo: no usar electricidad, no tener carnet de identidad, no firmar documentos, no fumar, no consumir bebidas alcohólicas ni café, vestir de largo y no cortarse el pelo en el caso de las mujeres.
Claro que algunos se ciñen a la tradición más que otros. Llama la atención que los más devotos rondan el centenar, pero no pocos de ellos son gente joven. No tienen reparos en referirse a sus creencias como religión, haciendo énfasis en que Antoñica llegó para traerles la luz de su señor Jesucristo.



En casi todas las casas hay imágenes de Antoñica y de Cristo por igual; a menudo enmarcadas junto a retratos familiares. Casi siempre se encuentran en el altar de la casa, donde no falta un recipiente con agua bendecida por la propia Antoñica, que han conservado hasta hoy.
Es el agua que usan para curarse. Echan un poco en el cubo con que se van a bañar o en el vaso que van a beber, y al mezclarse todo se convierte en el líquido bendito y sanador. Luego reponen lo que falta en el recipiente con agua corriente, y toda pasa a adquirir la propiedad curativa.
Para alguien acostumbrado al bullicio de una ciudad capital puede resultar inquietante la paz que se respira en este lugar. Aunque hay varias casas a tu alrededor, solo escuchas los pájaros y la vegetación que mueve el viento. El tiempo se ha detenido en estos lares donde vivir con lo mínimo, y de la forma más serena posible, es considerado una virtud. Y ninguna penuria es poca o mucha cuando se trata de salvar el alma.


«Las cosas del mundo no nos pertenecen», dicen, o: «Las cosas del mundo no son como las de uno».
«Las cosas del mundo». Es como se refieren a todo aquello exterior a su fe y a su comunidad. A cada momento los acuáticos de Machuca subrayan con orgullo que su vida dista mucho de la civilización.
Estas personas personifican lo más cercano a vivir de acuerdo a lo que Jesucristo predicó. Y sanará, o no, el agua, es un asunto de fe. Pero es origen y sustento de la vida. Saludos.