No tengo memoria de las penurias del Periodo Especial porque cuando nací, en 1994, ya la crisis era tan grave que apenas un mes antes había sucedido la primera protesta antigubernamental masiva en la historia de la Revolución cubana, el llamado «Maleconazo». Mis primeros meses de vida coincidieron con la salida del país en balsas improvisadas de decenas de miles de cubanos: la «crisis de los Balseros», y para cuando tuve la capacidad de guardar en mi memoria alguna vivencia, el sistema, en teoría, había sobrevivido al colapso. Sin embargo, existe mucha bibliografía sobre aquellos años difíciles, y también gente que los recuerda.
Cuando el socialismo real comenzó a quebrarse en la URSS, allá por la segunda mitad de la década de los ochenta, muy pocos en Cuba tuvieron noticias fidedignas de ello. Algo vieron con sus propios ojos, o intuyeron, por ejemplo, quienes viajaban por motivos laborales o académicos. Y también hubo gente, como Vladimir, lo suficientemente perspicaces como para sospechar en la distancia que las cosas debían estar bastante mal en Europa del Este para que, de pronto, dejaran de circular en Cuba las revistas Sputnik y Novedades de Moscú.
«Acá teníamos una idea de la glasnost y la perestroika, pero no sabíamos lo que eso estaba causando allá porque aquí lo escondieron. El que sí lo sabía era Fidel. Él lo tenía claro y por eso soltó aquel discurso famoso, dejando caer un poco lo que venía. Entonces llegó el Periodo Especial y cogió a todo el mundo de sorpresa», dice Vladimir, de 57 años, residente en el municipio La Lisa, al oeste de La Habana.
El discurso al que se refiere fue pronunciado por Fidel Castro durante un acto político el 26 de julio de 1989, cuatro meses antes de la caída del muro de Berlín. Ese día, el líder cubano habló con la retórica triunfalista habitual con que oficiaba la celebración de toda efeméride, hasta que, de pronto, planteó el desmembramiento del Campo Socialista como una opción probable. «Si nos despertáramos con la noticia de que la URSS se desintegró, cosa que esperamos que no ocurra jamás, aun en esas circunstancias, Cuba y la Revolución cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo», dijo. Aunque poco después el fragmento se volvió uno de los más conocidos de Castro, en aquel instante pasó como cualquier otro de sus arrebatos oratorios nacionalistas. En 1991 llegó el «Periodo Especial en Tiempos de Paz» tan de súbito que para muchos en la isla fue como había predicho Fidel Castro: despertar para ver que el mundo tal como lo conocían había cambiado. A partir de entonces todos debieron asumir que la relativa bonanza ochentera había sido una ilusión, un espejismo, porque nunca fue propia. En las décadas anteriores, Cuba se había vuelto en extremo dependiente de la URSS y de los altos precios con que los miembros del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) compraban sus producciones de azúcar y níquel. Todo eso había desaparecido para siempre.
En cifras, el Periodo Especial significó para Cuba perder de golpe el 98 por ciento de la entrada de combustible y el 72 por ciento de su intercambio comercial, así como la contracción de su PIB en un 35 por ciento en solo tres años, algo prácticamente inédito en un país occidental desde la Gran Depresión. En la vida de los cubanos significó largos apagones, escasez casi absoluta de transporte público, desaparición de productos de primera necesidad en los mercados, hambre… Del conjunto de penurias, lo que más suelen recordar quienes lo vivieron son los prolongados cortes de electricidad y la falta de alimentos. El hambre, incluso, dejó en la memoria popular todo un recetario de comidas «alternativas» como el «bistec de toronja», la «pasta de oca», el «perro sin tripa» e infusiones de casi cualquier planta.
«De la noche a la mañana empezaron a desaparecer las cosas de las tiendas, y después llegaron los apagones y se empezó a pasar hambre. ¡Pero hambre!», recuerda Vladimir, quien ahora guarda en su casa, con el cuidado que merecen las piezas arqueológicas, tres números de Sputnik —fue el regalo de un amigo, dice— publicados entre 1989 y 1990 con artículos que alguna vez fueron premonitorios.
«Aunque hambre, lo que se dice hambre, no pasamos mi familia y yo. Lo demás sí nos faltaba: ropa, aseo, electricidad, transporte. Pero hambre no pasamos», continúa, y cuenta que por esa época tuvo el privilegio de trabajar como seguridad en varios hoteles y un centro nocturno frecuentado por extranjeros. A partir de los noventa, y hasta hace unos años, cuando la industria turística se vino abajo, ningún empleo fue más codiciado en el país que aquellos asociados a los hoteles. Con el Periodo Especial, Cuba se abrió al turismo y al dólar, y nadie dejaba más dólares que los visitantes dispuestos a la propina. En los espacios para extranjeros también había mucha comida, así que era normal que los empleados como Vladimir hurtaran con regularidad para alimentar a sus familias.
Marta Rosa Castillo, por su parte, no tuvo la suerte de trabajar en un hotel. En 1991, después de haber estudiado Física en la Universidad Estatal de Moscú (Lomonosov) a inicios de los ochenta y de haber tenido a su segunda hija apenas un año antes, se ganaba la vida en un centro de investigaciones ubicado en El Vedado. Ella y su esposo, también físico, hasta entonces habían podido desarrollarse profesionalmente con salarios que les alcanzaban para una vida bastante digna, y hasta para mantener un auto.
«Recuerdo que hasta ese momento la libreta de abastecimiento garantizaba una cantidad específica de pollo cada nueve días —le decían “novena”—, y cada tres novenas una de carne de res. En diciembre de 1990 dieron la última novena de pollo, y la res no la vi nunca más. A partir de ahí comenzaron aquellos inventos de los que seguramente habrás oído hablar. De vegetales solo se conseguía col, y servía lo mismo de ensalada que de plato fuerte, incluso de postre. De granos, solo frijol colorado. Mi esposo y yo priorizábamos la proteína para las niñas, y lo que comíamos siempre era arroz y frijoles colorados», dice.
Marta, de 64 años, ha vivido siempre en Cojímar, un pueblito pesquero en el extremo este de La Habana. Hasta 1991, iba diariamente a su trabajo en el auto familiar, pero la absoluta escasez de combustible la obligó a moverse en una de las decenas de miles de bicicletas chinas que el gobierno cubano importó como alternativa dada la falta de transporte. «Tenía que pedalear casi 30 kilómetros diarios para ir a trabajar, y terminé con una inflamación pélvica. El médico me prohibió volver a montar bicicleta», recuerda. Como su salario y el de su esposo dejaron de alcanzar para vivir, Marta encontró otras maneras de salir adelante. Una fue la venta de shorts cosidos por ella misma con las telas que una amiga extraía de los enseres usados en los Juegos Panamericanos de La Habana 1991. También vendió raciones de gelatina que le llegaban gracias a un trabajador de la fábrica del pueblo, quien aprovechaba las noches para sustraer algún costal, y en asociación con un carnicero comerció a sobreprecio pequeñas cantidades del picadillo destinado por el gobierno al consumo normado de la población.
Marta y Vladimir son orgullosos supervivientes del Periodo Especial, y aunque la crisis los afectó, con algo de satisfacción reconocen que no tanto como a otros. Treinta años después, ya lejos de aquellos tiempos difíciles, otra megacrisis ha golpeado los indicadores económicos y sociales del país. Comparar ambos momentos se antoja inevitable:
«¿Y ahora, está mejor o peor la situación en Cuba?», pregunto.
«Yo creo que esta puede ser igual de mala que aquella», me dice Marta.
Vladimir, por su parte, responde: «Es distinta».
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Tampoco he vivido la crisis actual, o no del todo, o no directamente; como tampoco los hijos de Marta y Vladimir, quienes también viven fuera de Cuba. Y aunque hay ciertos datos que quizás me ayudan a comprenderla, no son definitivos. La más reciente debacle económica de la isla no ha alcanzado todavía el momento idóneo del recuento, y hasta se espera que empeore, de manera que es imposible medir su alcance. Por ahora, podría decirse que durante esta crisis los índices económicos han retrocedido de manera gradual y constante; que el problema de la vivienda está en su punto más álgido; que hay más personas que nunca en situación de calle (al menos desde 1959); que la inflación ha alcanzado cifras récords y el país sufre una gravísima situación demográfica extremada por el mayor éxodo migratorio de su historia (se estima que en los últimos tres años Cuba ha perdido el 18 por ciento de su población).
El Periodo Especial fue bastante preciso en cuanto a fechas, excepto por su final, que ningún consenso logra ubicar en el tiempo. Algunos, medio en serio medio en broma, dicen que nunca llegó. En cambio, a la situación actual es difícil encontrarle un inicio exacto, y hasta un nombre definitivo, pues en los últimos cinco años ha pasado de ser una «situación coyuntural» a un «ordenamiento económico» y, después, «reordenamiento económico» y, más tarde, «economía de guerra». Los efectos del Periodo Especial se sintieron casi como un golpe de KO en el primer asalto, mientras que ahora la depauperación se manifiesta de manera más lenta, quizás como un hongo que avanza sobre la materia orgánica descompuesta, indetenible, hasta ocupar toda la realidad. Las fuentes entrevistadas para este trabajo describen el momento actual como nefasto, y acaso terminal; sin embargo, por ahora se niegan a dictar un veredicto definitivo sobre qué momento de crisis consideran peor.
El demógrafo y economista cubano Juan Carlos Albizu-Campos no cree que entre una y otra crisis puedan establecerse comparaciones en términos tan absolutos como «mejor», «peor» o «igual». Recientemente, durante una entrevista, cuando le pregunté qué palabra usar para diferenciarlas, respondió: «la situación actual, en todo caso, es más compleja que el Periodo Especial».
La complejidad, y también el comportamiento a lo largo del tiempo de la «situación actual», se explican en sus causas. De acuerdo con Albizu-Campos, esto de ahora no es más que el resultado de un conjunto de viejas crisis no superadas —incluida el Periodo Especial—, todas superpuestas, un acumulado que estaría eclosionando.
«También ahora todo es más complejo que cuando el Periodo Especial porque en esa época Cuba tenía un atractivo internacional que hoy no [tiene]. A inicios de los noventa, el país estaba en una situación económica peculiarmente adversa, pero recién se abría a la inversión extranjera y al turismo, y no tenía las condiciones de endeudamiento y falta de liquidez que ahora padece», explica.
Por su parte, el economista cubano Omar Everleny Pérez Villanueva opina que esta crisis no es necesariamente peor que la del Periodo Especial, lo que tampoco quiere decir que sea igual o mejor.
«El Periodo Especial fue nuestra primera gran crisis. Pero como la economía estuvo hasta entonces tan cerrada al mercado, todo lo que se hizo para salir del problema fue bien visto. Antes no se podía usar el dólar y comenzó a usarse el dólar; no había tiendas en divisas y se abrieron tiendas en divisas; no había dónde comprar dólares y abrieron las casas de cambio (CADECA). Aparecieron instrumentos nuevos, y eso hizo que la gente tuviera cierta fe en que todo mejoraría. Y así fue: durante la segunda mitad de la década de los noventa, mejoramos», dice.
«¿Y qué sucede hoy?», pregunto.
«Que no hay nada nuevo que hacer», responde. «No hay de dónde agarrarse. Y el Estado ha pasado de no superar totalmente el Periodo Especial a una crisis marcada por la llegada del COVID-19, las medidas del gobierno de Donald Trump y la ineficiencia interna de nuestra economía».
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Vladimir nunca se ha manifestado abiertamente contra el gobierno cubano, y probablemente nunca lo hará, pero sobrelleva la resignación con pequeños actos de rebeldía, como poner a todo volumen, de vez en cuando, «Ya viene llegando» de Willy Chirino.
«Fidel era un hijueputa», aclara, como para que no se malinterprete lo que dirá a continuación, «pero en el Periodo Especial supo llevar esto, y si no hubiese estado él, la cosa hubiera sido mucho peor. Porque ahora no hay nada, y el gobierno se la pasa construyendo hoteles. En esa época, tampoco había nada, pero Fidel cogía de aquí y de allá, pedía prestado a cualquier país, y esa basurita que tenía la mandaba a los hospitales y a cubrir por lo menos la canasta básica. La gente lo respetaba, y cuando el tipo decía que íbamos a salir de la crisis, todo el mundo se lo creía».
Desde 2006, cuando Fidel Castro le cedió la Presidencia de manera interina a su hermano Raúl Castro —dos años después reconocería que aquella dejación, por problemas médicos, sería indefinida—, la frase «esto con Fidel no pasaba» se volvió un lugar común en Cuba. Entre aquellos que vivieron el Periodo Especial y sufren la ruina económica actual —lo mismo críticos como Vladimir que los más fieles al sistema— sobrevive la idea de que la presencia del gran líder al menos hacía más llevadera la miseria.
El comentario no se fundamenta necesariamente en un culto irracional a la personalidad de Castro, y menos aún en sus habilidades para dirigir la economía nacional. En cualquier caso, no se puede desconocer que, aunque maneras muy cuestionables, el gobernante optó siempre por un Estado fuerte que privilegiara, ante todo, los indicadores sociales que gustaba presumirle al mundo. De quienes le sucedieron podría decirse no solo que se han desviado de ese camino, sino también que carecen del carisma de Castro para convencer a la gente de que sus decisiones son las correctas.
«La verdad es que la figura de Fidel ayudó a salir del peor momento del Periodo Especial. Él, de pronto, cambiaba a los ministros que él entendía que debía cambiar, se le ocurrían ideas, las que fueran, y a la gente le parecía bien. Pero ahora el Estado no ha tomado ninguna iniciativa verdaderamente drástica para salir de la crisis. Cuando el Periodo Especial mucha gente tenía la esperanza de que íbamos a sobrevivir a aquello; yo incluido», dice Pérez Villanueva.
«¿Cree entonces que el factor subjetivo de la esperanza en el progreso y la confianza en los dirigentes del país es clave para salir de una crisis?», pregunto.
«Sin dudas», contesta el economista, «y creo que estamos hablando de una de las grandes diferencias que hacen más compleja la situación actual. Los factores relacionados con la moral de un país son muy importantes, y en tiempos del Periodo Especial ayudaron a salir un poco de los momentos más graves. Pero ya no podemos contar con eso. ¿Qué más le van a decir a la gente, que estaremos mejor en 2025? Pero si ya dijeron que en el 2024 íbamos a estar bien y andamos peor que en 2023. La gente ya no les cree».
«¿Y cómo se manifiesta esa desesperanza?», quiero saber.
«Mira, en casi todas las casas de Cuba hay alguien que se ha ido», dice Pérez Villanueva. «Mi cuadra, por ejemplo, se ha vaciado de jóvenes. Si vas a una casa, el tema de conversación siempre es el hijo que se fue, y eso pesa mucho. Hay desesperanza porque las familias están más divididas y separadas que nunca. La familia cubana vive un estrés constante porque tiene problemas con el agua, porque la cuota normada no viene a la bodega, pero también porque tiene a los suyos afuera. Y los ancianos, los jubilados que trabajaron 40 años para el Estado, tienen una pensión que no les alcanza ni para comprarse 30 huevos».
Aquellos indicadores sociales que Cuba presumía también se han visto afectados por la nueva crisis, especialmente los relativos al sistema sanitario. Para Marta, por ejemplo, el sistema de salud pública fue lo único que se mantuvo «bastante aceptable» durante el Periodo Especial. Una de las pocas veces que su hija enfermó, en marzo de 1993, pasó varios días ingresada en un hospital, pero la atención médica y, sobre todo, las medicinas nunca faltaron en ese momento. «Ahora es distinto porque no hay medicinas y los hospitales están en pésimas condiciones. Esa es una gran diferencia entre los noventa y ahora», dice.
De acuerdo a Omar Everleny Pérez Villanueva, los buenos indicadores sociales en Cuba, que durante mucho tiempo marcaron una enorme diferencia entre la isla y otros países pobres de la región, también impulsaron hasta hace poco en los cubanos cierta confianza en que había una salida para las crisis. La economía podía estar en caída libre, pero muchos creían aún que los sistemas públicos de salud y de educación compensaban en cierto modo. Ya no parece ser así. En 2017, Cuba bajó 22 lugares —del 51 al 73— en el ranking de países según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la Naciones Unidas; cinco años más tarde, descendió al puesto 83, y durante el 2023/2024 bajó el 85. Aun así, esos datos pueden pecar de optimistas. De acuerdo con declaraciones ofrecidas por Juan Carlos Albizu-Campos a El Estornudo, el gobierno cubano no ha brindado cifras confiables a la ONU para la realización del ranking del IDH, así que es muy probable que, en realidad, el país ocupe un puesto más bajo.
«El sistema de salud es un desastre», sentencia Pérez Villanueva. «Llegas a un hospital y te atienden gratis, pero el doctor ya no te da recetas, sino métodos. Te dice lo que tienes que tomar, pero no te lo ofrece porque en las farmacias no hay medicinas y tienes que conseguirlas por tu cuenta. Y si vas a enfrentar una operación, el cirujano te dice que consigas la gasa, el hilo para la sutura, todo. Y si no lo consigues, no te pueden operar. Yo soy asmático y hace tres meses que no me dan por el tarjetón mi aparato para el asma. Si vas a urgencias con una fractura, por ejemplo, también puede ser un problema porque no hay yeso, y si necesitas sacarte una muela no hay anestesia. Este nivel de depauperación del sistema de salud nunca se vio en Cuba».
El reconocimiento de esta grave situación no ha llegado directamente del gobierno, pero sí de alguna figura cercana al oficialismo, como Aleida Guevara. La hija del Che Guevara, en una entrevista realizada en diciembre de 2023, declaró: «[En el Periodo Especial] la cosa se puso bien fea y todavía estamos en condiciones muy difíciles, muy precarias. La salud pública se ha resentido totalmente desde el punto de vista material. Se está operando solamente en los casos de urgencia ¡y cuidado, porque a veces tenemos problemas con eso!».
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La activista Marthedela Tamayo no tiene memoria exacta de todas las penurias que pasó su familia durante el Periodo Especial, que no fueron pocas, sobre todo porque no vivían en la capital, donde la crisis siempre golpeó un poco menos que en el resto de las provincias. Recuerda, eso sí, que hacia 1994, con 11 años, tenía un único par de tenis precarios, muy comunes en los niños cubanos de entonces: los chupameaos, llamados así porque absorbían cualquier líquido del exterior.
Sus padres, por supuesto, sí recuerdan aquellos malos tiempos y muchas cosas que «vistas ahora, parecen increíbles», como haber comido cabecilla de arroz; usar por aceite hasta la última gota de grasa que puede tener la piel escamosa de un chicharro; los continuos brotes de escabiosis y la falta de medicamentos para tratarla, que un verso popular de entonces resumía con algo de humor negro: «si no tienes lindano, échate agua y pásate la mano».
Les pregunto también si consideran la crisis actual más o menos grave que el Periodo Especial.
«En aquella época los valores humanos estaban más arraigados en la gente y en las familias que ahora. Pero no había nada de nada, y ahora, aunque muy muy caro, hay algunos productos que en el Periodo Especial no se veían», contestan.
A diferencia del Periodo Especial, las tiendas en Cuba no están hoy del todo desabastecidas —al menos no las privadas. A pesar de las muchas trabas que ha impuesto el Estado, el sector privado en la isla es dinámico, sobre todo desde que en 2021 el propio gobierno, incapaz de satisfacer la demanda de productos, se vio obligado a permitir la creación de MIPYMES. Por supuesto, estas empresas no son el principal motor de la economía —y muy difícilmente lo sean en un corto plazo, pues el gobierno cubano las considera actores económicos «complementarios» frente a la empresa estatal socialista—, pero ya han demostrado tener gran potencial. En 2023, según Omar Everleny Pérez, las MIPYMES importaron productos por un valor de mil millones de dólares, y durante el primer semestre de 2024 alcanzaron un total de importaciones de 900 millones de dólares, una cifra superior a la del Estado. Además, el pasado año fueron responsables del 44 por ciento de las ventas de bienes y servicios en el país, y de mantener su ritmo de crecimiento actual, asegura el economista, es probable que para diciembre hayan llegado al 60 por ciento.
La aparición de las MIPYMES ciertamente diferencia mucho la crisis actual del Periodo Especial. Hoy, por ejemplo, Marta no debe vender raciones de gelatina ni picadillo sustraído ilegalmente de una carnicería estatal para sobrevivir porque tiene un pequeño negocio de decoraciones, quizás no de los más prósperos, pero suficiente para no pasar las necesidades de hace 30 años. Por su parte, Vladimir cuenta con el apoyo de sus hijos desde el extranjero. Pero, ¿y quien no tiene hijos en el extranjero o un negocio propio? ¿Qué sucede con aquellos que trabajan para el Estado y no tienen más entrada económica que su salario, o con los pensionados?
El hecho de que el sector privado sea prácticamente el único proveedor de productos en los mercados de la isla, sumado a las deformaciones económicas del país —como la inflación y la existencia de una multiplicidad monetaria y cambiaria— ha provocado lo que el investigador Juan Carlos Albizu-Campos define como una «polarización de las riquezas y las oportunidades»; es decir: desigualdad.
Según Pérez Villanueva, esta desigualdad es otro de los grandes aspectos que distinguen esta crisis respecto del Periodo Especial. «Y yo no estoy en contra de la desigualdad», aclara, «pues todo aquel que gana su dinero trabajando honestamente se lo merece. Pero en el Periodo Especial, con todo y sus problemas, había cierto equilibrio, cierta igualdad».
«Pero se ha hablado de que en el Periodo Especial fue cuando comenzaron a notarse las desigualdades en Cuba», apunto.
«Las hubo, por supuesto, sobre todo cuando empezaron las tiendas en CUC», reconoce este economista. «Pero muchos centros de trabajo les pagaban a sus trabajadores estímulos en esa moneda, y si no trabajabas en esos lugares, igual podías ir a CADECA y comprar CUC. Ahora, aunque tengas el dinero, no puedes ir a CADECA y comprar dólares o MLC. El ambiente es tan tétrico como antes, pero con sus diferencias: ahora hay cierta vida nocturna, hay restaurantes, paladares, dos o tres discotecas. Para el que tiene dinero, claro».
«Entonces, ¿la situación socioeconómica actual es peor que la del Periodo Especial?», insisto.
«No se puede decir que sea estrictamente peor, porque quien tiene hoy recursos financieros puede comprarse la leche que quiera, las cervezas que quiera, y así. Han aparecido tiendas (las MIPYMES) con una gran variedad de productos que lo permiten. Claro, a esos precios acceden los diplomáticos, los que reciben remesas, los que tienen negocios prósperos, pero también gente que uno podría pensar que no gana dinero, pero sí que ganan: un chapista o un mecánico en Cuba cobra actualmente lo que quiera. No te voy a decir que es el 25 por ciento de la población la que accede a esas tiendas, pero sí son muchos. Ahora, los demás están muy jodidos. Esas diferencias jamás se vieron en el Periodo Especial», explica Pérez Villanueva desde La Habana.
Por fin… ¿qué momento ha sido peor, el Periodo Especial o esta ruinosa espiral que vive Cuba? ¿Qué metodología podría ayudarnos a encontrar una respuesta? Probablemente no exista tal, y toda conclusión sea siempre inexacta, puesto que se trata, más allá de cifras macroeconómicas, de una indagación en los terrenos subjetivos de la experiencia y la memoria. O tal vez es simplemente demasiado pronto para un veredicto.
El autor concluye preguntándonos «¿Qué metodología podría ayudarnos a encontrar una respuesta?» y yo le respondería: la edad. Para los que ahora son viejos, ahora es peor, pues ya no tienen tiempo para tener esperanza. Los jóvenes de entonces se las arreglaron soñando con un empleo en el turismo mientras bebían chispa-e-tren en el Malecón, metiéndose a jineteros o navegando en una balsa. Los de ahora no son muy diferentes.