Daniel Martínez es un fotógrafo cubano que se define dentro de la fotografía conceptual; sin embargo, le vence la pasión fotográfica y nunca sale sin una cámara al hombro para documentar lo que en su camino ve y enamora el lente de su cámara.
Esta vez fue una Leica prestada la que quedó prendada, al igual que el autor, del alma de un desgastado gimnasio en la calle Cuba #815, entre los escombros de La Habana Vieja.
Juego de seducción: luces y sombras, miradas contrapuestas, monocroma en blanco y negro. El lente de Daniel Martínez apunta al corazón del emblemático Gimnasio de Boxeo Rafael Trejo, parido en 1933 por una de las grandes pasiones de la isla caribeña.


Doce cuerdas definen este cuadrilátero donde campeones olímpicos y mundiales han dejado sus huellas, donde muchos adeptos del deporte pasan horas y horas cada día, donde los niños de la barriada empiezan a canalizar sus sueños de triunfo.
Daniel Martínez retrató a estos pequeños pugilistas una tarde de verano. Encontró tal vez en ellos, descalzos hijos del solar, la velocidad, la estrategia, la fuerza, el devastador gancho de derecha que hicieron de Teófilo Stevenson un campeón inolvidable.
En cada disparo de obturador, el fotógrafo capturaba en estos infantes el espíritu de Eligio Sardiñas (Kid Chocolate) a los 12 años, practicando sus primeros golpes, convirtiéndose en «el hombre más rápido que el viento».


El lente recorría aquel escondrijo glorioso en el barrio de San Isidro, y acaso pensaba en aquello de toda la gloria del mundo en un grano de maíz, en los estómagos tal vez vacíos de estos niños tan contentos, en una infancia tan sana y un futuro tan gris.
En esas cavilaciones andaba Daniel Martínez cuando María le voceó a Carlitos para que fuera a buscar el pan en la bodega. «¡De pinga esto…!». La cámara en contrapicado casi pudo fotografiar aquella respuesta asomando en la mente del muchacho.
(Texto: Laura Hevia. Fotografías autorizadas por Daniel Martínez).