Una procesión acompaña a ritmo de conga el cadáver de un vecino del pueblo… La gente bebe ron y arrolla por las calles de Santiago de las Vegas (al sur de La Habana) porque es 5 de febrero y tiene lugar «El velorio de Pachencho».
No es un momento luctuoso, aunque ahí están la viuda y las flores de muerto. El humor negro de los cubanos ha tomado forma de broma colectiva y, acaso, de ritual apotropaico para ahuyentar la fatalidad. Esta fiesta acontece sin falta por lo menos desde hace 30 años.
«La historia de Pachencho, personaje típico de la vida popular cubana, es la del conocido alcohólico que vaga sin preocupaciones por la vida, hombre jaranero, mujeriego, siempre de buen humor, querido por todos los que lo rodean, que un día de rumba sufre un repentino ataque y se muere. Entonces, sus vecinos organizan una despedida inmensa con una conga, donde se reúnen todos, y al ritmo de la música, entre llanto y recuerdos alegres, pasean su ataúd por todo el pueblo hasta llegar al cementerio… Pero hay un último destalle y es que, justo antes de cerrar la tumba, Pachencho “revive”, porque “bicho malo nunca muere”»: así lo resume para El Estornudo el fotógrafo Omar Meralla, que ha documentado esta forma carnavalesca de expresión colectiva.




Obrada la resurrección, que —según diversas reseñas de la festividad— acontece cuando se vierte un buche de ron sobre el cadáver en la sepultura, hay entonces aún más motivos para celebrar la vida…

Pachencho no estaba muerto… está de parranda.


No existe acuerdo sobre el origen de esta tradición. Fuentes historiográficas la vinculan con la conmemoración del Centro de Instrucción y Recreo, un liceo fundado en 1882 por Fermín Valdés Domínguez; otras señalan que el primer velorio o entierro de Pachencho ocurrió en el año 1937 cuando surgió en esa localidad el Piquete Santiaguero, conjunto musical encargado del «Entierro del Carnaval». Una versión más reciente apunta a la década del setenta, cuando se presentaba allí una pieza de teatro popular: El velorio de Pachencho
En todo caso, agradecemos estas reveladoras estampas a Omar Meralla (La Habana, 1993), cuyo interés profesional se centra en la fotografía documental. «Al igual que Edward Munch intento diseccionar el alma y trato que cada foto sea un sentimiento”, confiesa el autor, aportándole a este concepto mi propia crítica social».


(Fotografías autorizadas por Omar Meralla).