No caben dudas de que el hecho de haber vivido bajo dos regímenes dictatoriales seguidos durante los últimos 73 años ha aislado a los cubanos de las tendencias políticas del resto de América Latina. Sin embargo, a veces coincidimos en tantas cosas que no pareciera así. Una de ellas, cómo no, es la admiración que sienten muchos hacia Nayib Bukele, el hombre que se hizo con la presidencia de El Salvador al frente de un partido llamado Nuevas Ideas para terminar imponiendo una idea tan vieja y gastada en este continente como es una dictadura.
En América Latina, muchos, incluidos no pocos cubanos, desean un Bukele en su país que los salve de sus respectivos problemas, como si la cuestionable fórmula para erradicar a las maras fuera la panacea regional. Pero no importa. Son los tiempos de la bukelemanía, y desde hace bastante nadie ha sido más famoso en este continente. El salvadoreño es un auténtico rockstar y hasta sus imitadores tiene (Rodrigo Chaves en Costa Rica y Daniel Noboa en Ecuador, por ejemplo), aunque estos no pasen de ser como esos Elvis fotografiables que inundan Las Vegas.
En general, la bukelemanía es comprensible. De acuerdo con el último informe del Latinobarómetro (2024), las cosas andan tan mal en la región que solo el 52 por ciento de los latinoamericanos cree que lo mejor es vivir en democracia, al 25 por ciento le da un poco igual y el 23 por ciento desearía vivir bajo un régimen autoritario. También, según Latinobarómetro, estas estadísticas son las más optimistas de los últimos años.
La democracia, en fin, está en crisis, lo que me lleva a pensar seriamente que la bukelemanía cubana no se sostiene racionalmente. Porque lo que compartimos con aquellos que adoran a Bukele es solo eso, la adoración, no las condiciones que lo convirtieron en lo que es hoy. En Cuba no hay pandillas como las maras, pues el Estado mantiene el monopolio absoluto de la violencia; no hay partidos políticos tradicionales inoperantes en proceso de desmoronamiento, pues no existe en la isla otro partido que no sea el comunista; y tampoco hemos asistido a la debacle de una democracia sietemesina, surgida de una cruenta guerra civil que cerró sin un vencedor claro, porque no sabemos siquiera lo que es nacer en democracia.
Si nos detenemos en lo terriblemente familiar que debiera hacérsenos Nayib Buekele, cualquiera pudiera pensar que la bukelemanía de muchos cubanos se debe a una suerte de amnesia. Los cubanos sufrimos que Fidel Castro construyera una dictadura cargándose los poderes del Estado, pero hay quienes consideran una audacia que Bukele tome la Asamblea Legislativa de El Salvador con militares. Cargamos el peso de haber sido gobernados durante seis décadas por un hombre y su hermano, pero hay quienes justifican que Bukele haya cambiado la Constitución salvadoreña para reelegirse indefinidamente, que le haya sumado un año más a los mandatos y que sus hermanos sean funcionarios de facto.
Cada vez que podemos, denunciamos que el régimen cubano persigue y encarcela a periodistas y activistas, pero hay quienes prefieren mirar hacia otro lado cuando los periodistas y activistas de El Salvador son hostigados y obligados al exilio. Nos burlamos, no sin cierta pesadumbre, de ideas tan delirantes como el cordón de La Habana, la zafra de los Diez Millones, la desecación de la Ciénaga de Zapata para sembrar arroz, el plátano microjet y la promesa de que Cuba produciría más carne y leche de vaca que Holanda, pero hay quienes creen que Bukele es un visionario por haber impuesto el uso de criptomonedas (que no tardó en revelarse como un fracaso) y proponer la construcción de Bitcoin City, una «ciudad futurista» anunciada hace cuatro años, de la que todavía no se ha colocado el primer ladrillo. Denunciamos a Díaz-Canel por tener presos políticos, por la represión policial y la política punitiva y carcelaria cubana, pero hay quienes admiran la velocidad con la que Bukele convirtió a El Salvador en el país con la mayor tasa de presos del mundo tras encerrar al 2.6 por ciento de su población adulta, aun reconociendo que muchos pueden ser inocentes. Nos avergonzamos de los actos de repudio y las tribunas abiertas y las marchas de reafirmación revolucionaria, pero hay entre nosotros quienes admiran la oratoria de Bukele y la movilización que logra con un simple tuit.
Pensándolo bien, tal vez la bukelemanía cubana no sea cosa de amnesia, como de seguro tampoco esta es la causa de la trumpmanía nacional. De hecho, creo que apostaría más por un trauma.
Esa contradicción también es palpable en la admiración por Donald Trump de parte de un segmento mayoritario de los cubanoamericanos y emigrados cubanos de reciente factura a los EEUU. Fidel y Trump son como la testa que representa a Jano. Saludos.