Nos damos cita en la Salomon Arts Gallery en el conocido barrio de Tribeca. Hace unos días, en este lugar, Consuelo Castañeda reunió varias de sus piezas en la exposición Traveling in the Light (Part 1), un momento que ella quiso convertir más en una fiesta que en un show, con músicos al piano, shots de tequila, amigos, galeristas, aprendices y críticos de arte. Ahora la galería está vacía y solo permanecen varios de sus famosos Pinocchio y Mickey Mouse, los planos de sus proyectos, algunos poliedros y otras obras que dan forma a su última exhibición en Nueva York.
En el outfit monocromático y austero de Consuelo solo resaltan sus divertidos espejuelos moteados y color hueso. Desde ya aviso que en esta entrevista Consuelo echará por tierra todo lo que antes se ha dicho de ella: no es una artista, no es, por cierto, una artista de los ochenta, y tampoco es tan extrovertida como algunos piensan. Una vez, hace unos años, me aparecí a medianoche en la cervecería La Tropical, en Miami, donde tocaba una banda para un puñado de gente dispersa, y divisé a lo lejos a Consuelo, sola, bailando sola, cantando sola, sintiendo sola bajo la noche despejada de la Florida. Es la imagen que de ella guardo hasta hoy.
«La gente cree que soy muy sociable, y lo soy, conozco a mucha gente», dice. «Pero también tengo una parte que es muy monástica, trabajo muchas horas sola, en silencio, no tolero mucho los juicios de los demás».
Que es una todoterreno, que ha ido de la pintura al espacio, de la historia a la luz, de las letras a los colores, de los íconos a la arquitectura, del diseño gráfico a las instalaciones, que rompe el plano bidimensional, y todo eso a la vez, es algo que dominan quienes conocen su obra. También que fue miembro del colectivo de artistas Equipo Hexágono, profesora aclamada del Instituto Superior de Arte (ISA), que es una amante del archivo y que ya ha comenzado a estudiar la Inteligencia Artificial. Lo que casi nadie domina, ni tendría por qué, es que Consuelo es astigmática e hipermetrópica, y por tanto casi nunca sabe cómo verdaderamente luce la luna.
«Si te digo que la luna está linda, te miento, porque la veo doble siempre».
Consuelo es muy «quisquillosa», es lenta cuando crea y le gusta trabajar los cuadros que miden 60 de largo por 60 de ancho, la medida suficiente como para no subirse a una escalera, el espacio exacto donde puede desplazar con facilidad su cuerpo de un metro 50 centímetros y poco más de 100 libras. A veces la verás en las cercanías de Lincoln Road, atravesando en bicicleta, shorts y chancletas las avenidas de Miami Beach, el sitio que la ha acogido desde que vive en Estados Unidos. Otra de las cosas que Consuelo va a poner en discusión es que ella sea una exiliada y que su trabajo podría no ser arte cubano. Pero vayamos a la raíz: ¿quién es en realidad Consuelo Castañeda?
«Vengo de una barriada popular, un ghetto en Luyanó, un barrio que bordea la Bahía de la Habana, un lugar urbanísticamente neoclásico, donde los negros libertos trabajaban en el puerto. Un lugar de almacenes, industrial, muy marcado por la línea de ferrocarril. En ese barrio nací, un barrio pobre. Mi mamá era soltera, mi papá era marinero, lo veía esporádicamente. Mi mamá me tuvo bastante mayor, como con 40 años. Era costurera, con muchas habilidades manuales. Me enseñó una cosa en la vida, que es que yo no necesito nada, porque yo me lo puedo crear. En ese barrio, por el ambiente, a casi todos los niños los apuntaban en las escuelas de música. El primer intento fue entrar a estudiar música, hice las pruebas en la Amadeo Roldán. Las niñitas agarraban piano mayormente, pero yo agarré percusión y violín. Fue muy significativo, porque siendo yo tan chiquita, tendría unos siete u ocho años, ya dibujaba, y le dije a mi mamá que no me gustaba esa escuela porque no me gustaba que me compararan con los demás, ni el carácter competitivo que tenía ese sistema educativo. Esperé a tener la edad para entrar en San Alejandro, tendría unos 12 años.
No pocas voces Consuelo ha dicho que es una estudiosa de la semiótica de Humberto Eco, que es una amante de la América de Jean Baudrillard, de los artistas conceptuales y que Paul Virilio le mostró el camino hacia la tecnología y la cibernética. De su paso por el ISA Consuelo heredó la pedagogía que le enseñaron sus profesores rusos. Luego fue ella quien acogió en las aulas nombres como Tomás Esson, Luis Gómez, Magdalena Campos o Lázaro Saavedra. Cuando comenzaba en Cuba la década de los noventa, Consuelo se fue a México, luego a Estados Unidos.
«Yo me fui cuando iba a comenzar el Periodo Especial y fusilaban a Ochoa. Recuerdo que con conjuntivitis hemorrágica vi el juicio sumario que televisaron, y para mí eso fue muy fuerte. A ese señor unos días antes le iban a dar el control del ejército. Ahí se avecinaba una gran represión contra los intelectuales».
Un tiempo después, ante la noticia de la muerte de su madre, Consuelo trató de regresar a Cuba y le prohibieron la entrada al país.
«Al mes de la muerte de mi mamá fue que a mí me dejaron entrar de nuevo, recuerdo que fueron todos mis amigos, y las madres de mis amigos, a recibirme al aeropuerto. Pero ya el vacío que yo tenía era sumamente grande. Mi casa se la cogieron, ahí vive un militar, yo ni he ido, eso lo borré. Yo no estuve en la defunción de mi mamá, en parte me alegro porque no tuve que cargar con esa memoria tan fuerte que se te queda, pero de todos modos era inadmisible para mí. Yo me quedé con maletas listas, tickets de avión, y nunca se pudo. Eso provocó que yo estuviera casi 17 años sin ir».
Las razones nunca las supo. Consuelo dirá que se trató de una «violacion total de los derechos humanos». «Esa es la única definición que yo encontré porque ni siquiera es el contenido ni los asuntos centrales de mi trabajo. Yo no me he caracterizado nunca por tener posturas militantes. Nunca supe por qué, y lo vi muy injusto».
En medio del fervor de 2016, Consuelo regresó a Cuba con su exposición CCC 2016, que acogió la galería Orígenes. «Ese fue un momento de ensoñación para todos. Yo fui con la ilusión de operar allí. Una, porque la generación más joven no tenía ni idea de cuál era mi trabajo, y yo nunca he parado, entonces las referencias que tenían eran los inicios. Ellos silencian la actividad de la gente. Ya eso ha cambiado mucho por las posibilidades de las comunicaciones a través de Internet, pero antes te silenciaban y ya, era como si no existieras. Eso me molestaba, y por eso la exposición».
Su regreso se ubica en la era Obama, el tiempo de las repatriaciones, del regreso de artistas, intelectuales, negociantes y nostálgicos, categorías de las que huye Consuelo constantemente. Incluso rechaza que la llamen artista, y cuando la llamo así me corregirá sin reparos. Si le pregunto cómo puedo llamarla entonces, me dirá que «ente creativo». Entonces le digo «ente creativo». «¿Ves qué facilito?», dice en modo retórico.
«Yo niego a que me llamen artista, porque es muy limitada la actividad creativa, me las estás parcializando, poniendo en un nicho que yo he roto. Me ha costado leer muchísimo, aprender muchísimo, para salirme de ahí. En general a casi nadie le aconsejo que se llame artista, sino que se considere como un ente creativo. Yo me acuerdo que cuando empecé, algunas personas decían “no, ella no es una artista, ella es una diseñadora”, porque hacía las citas de arte, o porque consideraban al diseño algo de segunda, cuando yo pienso que un diseñador tiene una conciencia del proceso de comunicación más completa, sabe cuándo la obra se vuelve obsoleta, cuándo se pudre y cómo reciclar el material. Eso no lo piensa un creador que se considera artista, porque creen que son la autoridad».
Pero el artista Joseph Kosuth dijo que eras una «artista postposmoderna». ¿Qué dices de eso? ¿Lo aceptas?
Yo me quedé fría, me dejó reflexionando. Un artista como él, que trabaja con concepto, que te hizo una obra que se llama «Una y tres sillas», una persona que hizo una obra así y ver mi obra que está pintada, que está regresando a las herramientas tradicionales, porque vengo de esa escuela… Sí, soy postposmoderna, absolutamente, pero sin saberlo. Yo estaba usando los resortes de la tradición pero le estaba metiendo una intención conceptual que Kossut aprecia. Yo vuelvo a revitalizar aspectos conceptuales sobre la artesanía típica del arte postmoderno, fue como girar la rueda dos veces. Eso me gustó mucho, y por eso lo he dejado que corra.
Mickey Mouse, Pinocchio, Popeye son algunos de tus personajes. ¿Cómo nacen? ¿Por qué esa apropiación de los íconos pop del cartoon estadounidense?
Esos son personajes de mi infancia. Cuando llegué a Estados Unidos compré una alcancía que es una figura de Betty Boop. Entonces corté de una imagen de un cuadro de Frida Kahlo el retrato de Diego Rivera y se lo pegué a la Betty Boop. Ahí hice mi primera iconografía del cartoon americano que se llamó Betty Kahlo. Después empezaron los Popeyes. Es en el cuadro ¿Quién le presta los brazos a la Venus de Milo? donde por primera vez utilizo el brazo de Popeye. Cuando llegué a Estados Unidos y la gente decía que era comunista, hice el primer Popeye con la hoz y el martillo. Cuando decían que Consuelo era drogadicta, hice el de la matica de marihuana. Ya después estaba haciendo una exposición que se llamó Finding de self y ahí hice el tercer Popeye que era con la imagen de sí mismo, o sea, tú mismo te pones la etiqueta de ingeniera, de artista, limitando quién eres, dando una visión de ti para con la sociedad o satisfaciendo la visión que la sociedad tiene de ti. El Mickey nació cuando mi sobrina llegó al mundo. Yo hice ediciones chiquitas para el baby shower que luego regalé a los niños. Yo les regalo muchas obras a los niños. Ahí estoy garantizando 60 años de información acerca de mi obra. Pinocchio viene más tarde. A veces digo que estos personajes ya tienen que descansar.
Hasta hoy no tienes galería. ¿Por qué alguien rompería así con ese tipo de institución?
Yo no tengo galería ni quiero tener. Ya yo pasé por esa experiencia y estoy muy feliz de haber salido de ella. Cuesta mucho trabajo para un creador regresar al mercadeo, es otra actividad y otro arte. Te limita mucho el desarrollo. La dinámica de las galerías es como la de un matrimonio, tú tienes que hacer compromisos de dos, cinco, diez años. Es demasiado, ya siento que no tengo tiempo. Lo otro es que no es como antes, que te garantizaban una entrada sistemática con la tú podías vivir, sino que ahora tú te la tienes que seguir buscando. Los compradores se te acercan y estás todo el tiempo en esa actitud de traición con el galerista. El sustento que te proporcionan las instituciones del mercado, las galerías, es muy poco. Antes tú hacías una exhibición y por lo menos dos piezas de cada puesta quedaban vendidas, ahora no, ahora prácticamente la institución galería como espacio de mercadeo se ha vuelto una operación de real estate.
Luego de salir de Cuba comienzas a trabajar con la artista Quisqueya Henríquez, que falleció recientemente. ¿Qué se siente despedir a las personas que fueron imprescindibles, a los amigos, a los amantes?
Es delicado. Incluso este viaje que yo me he regalado a Nueva York es un poquito para acortar en mi mente ese dolor. Han sido personas muy importantes, que de una manera muy rápida, inclusive más jóvenes que yo, se van. Sí, me afecta mucho emocionalmente. Quisqueya es una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida. Irrepetible. De esas que tú le decías: “Oye, y en qué libro Lyotard escribió esto”. Y te decía: “Libro tal, página tal”. A ese nivel. Con una delicadeza extrema a la hora de manufacturar su obra, conceptualmente muy exigente. Con una obra bellísima que tampoco la gente la conoce. Sucede también con la de Arturo Cuenca, no hay un centro que esté agrupando estas obras, y quedan diseminadas. Yo estoy preocupada hasta con la mía, por eso prefiero que quede en las manos de amigos.
Todo el mundo habla de los míticos ochenta en Cuba, tú eres parte de esa generación, pero no te gusta que te ubiquen ahí. ¿Qué pasa con los ochenta?
No, porque uno no está muerto. Cuando yo me muera entonces tú di “bueno, ella es de los ochenta”. Pero si yo estoy todavía activa, no me ubiquen en nada. Si yo estuviera repitiendo lo mismo, como otros compañeros míos que lamentablemente se han quedado haciendo el mismo stamp, como un brand, pero no es mi caso. Yo me rompo la cabeza, me lleno de incertidumbres, de dudas, me pongo nerviosa, me tomo mi tiempo, gasto mi vida en buscar nuevas cosas dentro de mí. ¿Entonces cómo tú vas a decir que yo soy de los ochenta? Esas son etiquetas, los archivos tienen que tener otras maneras de organización.
Pero sí, yo vengo de ahí, me formé con ese grupo de creadores. Yo creo que fue significativo el cambio que hicimos, en muchos sentidos. Hubo un batacazo de censura muy grande en los años sesenta, cuando Cuba estaba en el top de la modernidad, muchos artistas iban a estudiar a Europa. Ya cuando yo me estaba formando había un hueco. Se crearon las escuelas de arte, trajeron maestros del interior, gente que pintaba pajaritos, la naturaleza inofensiva, lo que yo llamo el zoológico de la ignorancia. Los grupos de muchachos que éramos nosotros nos estábamos preocupando por otras cosas, y trajimos otros contenidos que estaban vetados. La sexualidad estaba vetada, la religión tanto cristiana como africana estaba vetada. La política cultural en Cuba, como ahora, estaba estrechamente conectada con los centros de poder de los Estados Unidos. Sí hubo un cambio, fue una generación mucho más culta.
Sobre la producción artística de las generaciones más jóvenes, ¿cómo ves lo que se está haciendo? ¿Qué nombres destacarías?
Es impresionante lo que se está haciendo, me encanta la obra de muchos creadores. Yornel Martínez es uno de mis preferidos, de los más conceptuales, muy amante del archivo. El Chino Novo me gusta mucho. Hamlet Lavastida. Me fascina la obra de Carlos Garaicoa, de Alexandre Arrechea; de las mujeres, me gusta Susana Pilar. Hay gran cantidad que me gustan; así y todo les veo algo, que lo tenemos metido en el ADN, y es el resolver las conceptualizaciones a través del objeto. Muy pocos son performeros. Generalmente generan un objeto, lindísimas ideas, pero se manifiestan de una manera muy tradicional. Eso sí lo veo muy extendido. Primero un dibujo, luego pasan al objeto tridimensional, muy pocas veces trabajan el espacio, muy pocas veces pasan a planos de uso cibernético, aunque los hay.
Tu actividad creativa, ¿es cubana?
El concepto de nación es un concepto de la modernidad, y yo por suerte he tratado de rebasar esos límites. Siempre es importante de dónde procedes, estás marcado; me encanta comerme mis frijoles y mi yuca, pero la cultura culinaria que tengo depende de lo que he vivido fuera de Cuba. No me empecino, por una razón de procedencia, en que eso es lo mejor, es lo máximo, es lo más significativo para mí. Y así mismo es con todo.
Cuando fui aquella vez, fui con muchos proyectos que se frustraron por las mismas razones que se frustraban antes. Entonces dije: “Oye, yo no tengo ni tiempo ni vida para meterme en este esfuerzo”. Yo iba con la idea de desarrollar un centro cibernético. Pero perdí mi entusiasmo, la verdad. Ahora no tengo ninguna motivación. Toda esa gente que conocí y me resultaron tan inteligentes están fuera también. Generalmente no niego casi nada en mi vida. Por esa razón no tengo ese carácter nostálgico respecto a Cuba, ni nunca lo he estimulado. Incluso no soy de las personas que se considera un exiliado, porque sí, lo eres en el sentido en que eres castigada por dejar tu país, cosa que no le sucede a otros emigrantes. Pero yo me hubiera ido de cualquier manera y en cualquier momento histórico.