Una década «larga» que transformó la faz del Caribe

    Cambio social y revolución intelectual en el Caribe de los años treinta del siglo XX.

    Con singular fuerza experimentó el Caribe insular la crisis que impactó al sistema-mundo capitalista en los años treinta del siglo XX. La estrecha dependencia con las potencias atlánticas —dada por mecanismos más sofisticados de dominación metrópoli-colonia, incluidas nuevas formas de sujeción para los Estados formalmente independientes— hizo que la crisis desatada por el crack financiero de 1929 se constituyera en un excepcional «punto de bifurcación» con inmensas repercusiones para el campo intelectual y las sociedades caribeñas en general. Esto a tal punto que el historiador, ensayista y profesor jamaicano Franklin W. Knight ha definido ese periodo como un momento transicional entre una sociedad caribeña tradicional, dominada por las élites y el pacto colonial, y un Caribe moderno basado en el sufragio universal y en cierta democratización de la vida social y política. 

    Aspectos políticos y económicos, demográficos y constitucionales, además de una importantísima producción intelectual y artística, pueden señalarse para apoyar el diagnóstico de ese momento de cambio al compás de la crisis general que, en los años treinta, modeló a Occidente: surgimiento de sistemas políticos partidistas, creación de sindicatos y confederaciones obreras; incipiente industrialización en sectores emergentes; crecimiento general de la población; aumento de áreas urbanizadas; movimiento constructivo generalizado, sobre todo en la naciente industria turística, etc. Todo esto unido, por supuesto, a los problemas endémicos del área que surgen de la «Plantación» como matriz socioeconómica y cultural que conforma al Caribe: monocultivo y monoexportación; pacto colonial y neo-colonial del poder metropolitano con las élites nativas; deficiente inserción social y política de la mayoría de la población. 

    Debe apuntarse, sin embargo, que las fuerzas promotoras del cambio social y la revolución intelectual de los años treinta no se limitaron al estrecho marco de diez años. Puede hablarse de una década «larga» (aproximadamente 25 años) en que ocurre esa profunda renovación en todos los aspectos de la sociedad: desde alrededor de 1925 hasta la Segunda Guerra Mundial y la crisis posterior generada por el conflicto en el sistema atlántico de naciones. 

    Para reflexionar sobre la cultura caribeña de los treinta pueden servirnos la llamada «historia intelectual» y el concepto de «época». En términos de una historia intelectual —que ya no es la clásica historia de las ideas, pues a diferencia de esta incluye los contextos de recepción y puesta en práctica de tales ideas—, una épocase define por nuevos estilos de pensamiento, formas artísticas, literarias e ideológicas que conciernen, también, a un conjunto de hechos y acontecimientos significativos del propio movimiento histórico, social y político.

    De modo que, si observamos la cultura de una época como un entramado de significaciones a partir del cual el hombre construye su vida privada y social, bastará para su comprensión no el recuento total de acontecimientos y textos epocales, sino el hallazgo de un centro que, por su propia condición, proporcione un punto de entrada privilegiado a la cultura como un todo, ofreciendo una posible clave de interpretación.

    Solo así la cartografía general del sistema —acontecimientos como textos y textos como acontecimientos— indicará su propia articulación interna. Para el caso que nos atañe, y como ha sido reconocido de manera general, el centro significativo de la cultura y los conflictos sociales caribeños en los años treinta fue, con más o menos fuerza según la circunstancia histórica particular, el «problema del negro»; pero no solo su múltiple legado histórico, cultural y humano en las sociedades caribeñas del momento, sino las problemáticas derivadas de la trata negrera y la esclavitud colonial, la discriminación por el color de la piel, los conflictos raciales, los mestizajes, y, por consiguiente, la deficiente inserción social, política y económica.

    Si observamos primero el Caribe anglófono, vemos cómo el descontento general —catalizado por el nacionalismo cultural de Marcus Garvey— comenzó en la década del veinte con una serie de huelgas espontáneas. Ya en los treinta, este movimiento se radicaliza y se convierte en algo realmente conflictivo que va a extenderse rápidamente por todas las Colonias de la Corona. 

    Ante tal situación de crisis se convoca, en 1938, desde la Guayana Británica, un Congreso obrero que, con el fin de agrupar a varias entidades sindicales y laborales, traza estrategias políticas y económicas de lucha mancomunada para todo el Caribe anglófono. Misión de este Congreso fue, entre otras, unificar la ideología nacionalista en torno a la demanda de autogobierno para las Colonias, basado en el derecho al voto para todos los adultos. 

    La elección de los legisladores debería realizarse en base a su nivel educacional. Estos, a su vez, elegirían a su presidente y a un Consejo Ejecutivo para auxiliar al Gobernador General.  A lo que apuntaba esta medida, en forma oblicua, era a terminar con el Status of Westminster (1931), que concedía absoluta prioridad a los problemas imperiales en los asuntos internos del Sistema Colonial de la Corona Británica. El Congreso, que contó con la presencia de varios intelectuales de la región, fue una plataforma para reivindicaciones futuras que llevaron al establecimiento de la Federación de las Indias Occidentales, en 1958, y, posteriormente, a las independencias en el Caribe anglófono. 

    Lo más importante del proceso en las Colonias de la Corona fue la solidaridad clasista que unió a todo este movimiento de reivindicación laboral y social. Esta unidad solo se logró por el trabajo mancomunado de sindicatos y organizaciones sociales: The Jamaican Tradesmen, Bustamante Industrials Trades Union, Federated Workers Trade Union en Trinidad, Barbados Workers Union, la British Guyana Labour Union, fueron algunas de las organizaciones más influyentes entonces. A partir de estas grandes organizaciones se formó, en cada posesión británica, un sistema político bipartidista con líderes de extracción popular o de sectores medios. Fue esta generación, altamente consciente, la responsable de liderar los procesos de independencia y paulatina descolonización a partir de los años sesenta.

    En las Antillas francoparlantes el clima sociopolítico fue diferente, aunque la crisis golpeó con igual intensidad; en todo caso, solo se comprende a partir de la historia particular de las posesiones francesas. 

    En primer lugar, la creación de un clima ideológico cultural mediante el uso de una enseñanza elemental basada en el universalismo francés. En segundo, la propia tradición política francesa de imposición de estructuras socio-administrativas sobre la base de mecanismos asimilacionistas. Para terminar, el accionar de la social-democracia antillana desde fines del siglo XIX, con su concepción reformista de armonía entre trabajo y capital, que promovía, en consecuencia, la integración a la sociedad francesa metropolitana. Un elemento no menos relevante fue el desarrollo agrario y comercial del capitalismo en Francia y su influencia en las características del proletariado antillano colonial, surgido en un contexto mercantil agroexportador. 

    Al respecto, es sumamente esclarecedor el esquema propuesto por el novelista, poeta y ensayista martiniqués Édouard Glissant en El discurso antillano: artificialización de la producción y las clases sociales que impide la creación de una burguesía nacional y la resolución autónoma de los conflictos clasistas que habrían ayudado a fundar la Nación; creación de una élite de representación, sin función verdadera y sin representación ni de sí misma, ni de los problemas de la colectividad.

    En forma resumida, la propuesta de Glissant explica el devenir histórico específico de las posesiones francesas en el Caribe: la irresponsabilidad de una élite respecto a los problemas de la sociedad; la no existencia de una burguesía que impulsara la producción nacional, y la falta de un antagonismo clasista verdadero en el proceso productivo. Todo esto trae como consecuencia —según el martiniqués— la ausencia de una genuina lucha de clases que promoviera el cambio social en los críticos años treinta. Para confirmar este esquema «asimilacionista» debe señalarse que, en 1935, se produjo la integración de la Federación Comunista de la Martinica como Filial del Partido Comunista Francés (1935) y la formación de la Unión de Sindicatos de la Martinica (1937), como parte de la Confederación General del Trabajo Francesa.

    En Cuba, varios sucesos marcan la década que estamos revisando: fundación de la Confederación Nacional de Obreros de Cuba y el primer Partido Comunista en 1925; la Liga Antiimperialista; el Ala Izquierda estudiantil; el Directorio Estudiantil Universitario; etc. Todas involucradas en la lucha contra la reelección de Gerardo Machado, en 1933. 

    El periodo que se abre desde 1937 hasta 1940, con la convocatoria a las elecciones para la Asamblea Constituyente, se caracterizó por un nuevo auge de las fuerzas populares y por ciertas aperturas y reformas democráticas que realizó Fulgencio Batista para manipular las fuerzas políticas en pugna. En consecuencia, fueron legalizadas en 1938 varias organizaciones de izquierda y el Partido Comunista, paso previo a la fundación de la Confederación de Trabajadores de Cuba, que agrupó a todos los trabajadores organizados del país.

    El ascenso de las fuerzas de izquierdas en Cuba durante la década del treinta culmina en la convocatoria a la Asamblea Constituyente y en la Constitución de 1940; un documento que —aunque nacido de un precario equilibrio de fuerzas políticas que le impide rebasar los presupuestos burgueses del momento social— tuvo un definido perfil progresista para su época. Su logro mayor reside, acaso, en que hizo imposible la reconstitución del viejo orden oligárquico, estableciendo los «marcos de legalidad en una nueva etapa del proceso político cubano». La Constitución de 1940 evidenciaba, según el historiador marxista Julio Le Riverend, el éxito en la lucha popular a fin de plasmar en un texto constitucional reivindicaciones básicas arrebatadas a los grupos dominantes. 

    Si se observan las expresiones estéticas y las ciencias sociales del periodo, se aprecia la emergencia, desde mediados de los años veinte, de un núcleo esencial de valores, ideas y conceptos, que rompen con la estricta disciplina de las ciencias modernas, y con el canon de belleza clásico y académico occidental. Asimismo, surgen metáforas literarias, artísticas y visuales que terminan con la idea de desarrollo lineal en las expresiones culturales; escuelas y generaciones artísticas en pugna; obligadas influencias y copia de la tradición europea y élites de vanguardia divorciadas del acontecer político.

    Un primer momento en esta floración estuvo dado en la poesía por el negrismo, que deriva del vanguardismo y no solo de las modas que irradiaban de Paris y Nueva York. Así, el poema «Pueblo negro» (1926), del puertorriqueño Luis Palés Matos, es considerado el texto iniciador del movimiento. Pronto, el negrismoepidérmico de los cubanos Ramón Guirao, José Z. Tallet, Alejo Carpentier, el uruguayo Idelfonso Pereda y el español Alfonso Camín, más atentos al aspecto formalista (onomatopeyas, jitanjáforas y ritmos miméticos del folklore), se transforma en algo esencial impulsado por la influencia de las vanguardias europeas y las ideas socialistas, el imaginario afro-caribeño y la poesía española de la Generación del 27.

    Con el cubano Nicolás Guillén, la poesía negrista se abrió hacia las posibilidades universales de una expresión social que integraba la racialidad, pero que no era determinada solamente por el color de la piel. Desde sus libros de la década del treinta, Motivos de sonSóngoro cosongo, y West Indies, Ltd., se aprecia, al mismo tiempo que una radicalización en el compromiso social de la voz poética, un despojarse paulatinamente de los aspectos más exterioristas y superficiales de la propia lírica negrista. 

    En otras palabras, la poesía de Guillén es el intento de darle una voz «auténtica» al negro cubano y caribeño, liberándolo de una peculiar subjetividad: la del sujeto formado en una realidad colonial o neocolonial. Por esta razón, al reivindicar los valores del negro y su belleza —belleza que contradice el canon clásico—, Guillén intenta hacer obra de descolonización mental, enfrentándose a varios siglos de prejuicio racial y social.  

    En el eje de una perspectiva afroatlántica que impacta en el Caribe, surge en el París de los años treinta el movimiento de la negritud, cuyo objetivo, más que lograr una transformación del tejido político y social en las Antillas francófonas, fue restaurar una subjetividad profundamente herida y fragmentada. Liderado por el martiniqués Aimé Césaire y el guyanés Léon-Gontran Damas, el punto más alto del movimiento en cuanto a expresión lírica fue, sin duda alguna, el Cuaderno de retorno al país natal (1939) del mismo Césaire. 

    La intensa reflexión ontológica del Cuaderno… constituye no solo el dibujo de una geografía anclada en la nación y en los problemas de la sociedad como consecuencia de la exclusión por los siglos de colonialismo, sino, además, el retorno mítico a un paisaje imaginario donde el hombre negro y su cultura son recuperados plenamente. Es el cuerpo del negro, desmembrado y distorsionado por los siglos de dominación lo que se intenta recuperar a través de la palabra poética. Son los límites de la Isla, y los límites impuestos a los cuerpos, aquello que se intercambia y transgrede.  

    Aimé Césaire (Basse-Pointe, Martinica, 1913 - Fort-de-France, Martinica, 2008)
    Aimé Césaire (Basse-Pointe, Martinica, 1913 – Fort-de-France, Martinica, 2008) / Foto: Vía: towardfreedom.org

    Fue también a partir de esta tercera década del siglo pasado que comienzan a aparecer en el Caribe textos de reflexión histórica y cultural con una mirada diferente. Esos estudios críticos de las viejas epistemes franquearon, desde varios ángulos, las fronteras bien delimitadas de las ciencias para proponer nuevos conceptos sobre el ser caribeño y su realidad histórica, social y cultural.

    En las ciencias sociales, el despertar de esta nueva conciencia vino con la obra Así habló el tío (1928), del antropólogo haitiano Jean Price-Mars. El libro, una colección de conferencias pronunciadas en plena ocupación de las tropas norteamericanas, se publicó mientras debutaba una nueva generación intelectual haitiana que se agrupó en un movimiento y la Revista Indigenista.

    Otro fundador de los estudios científicos del mundo afrocubano en la década del veinte fue el antropólogo cubano Fernando Ortiz, quien —junto a Jean Price-Mars— pertenece a una generación iniciadora de estudios etnológicos y antropológicos con una mirada desprejuiciada que intentaba desentrañar la importancia del aporte africano en la construcción de las culturas caribeñas. 

    Un segundo momento en la evolución intelectual de Ortiz se relacionó con los sucesos de la década del treinta y su exilio en los Estados Unidos. Tanto su conferencia Los factores humanos de la cubanidad (1940) como el Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940) son textos fundamentales que abren su periodo de madurez y, al decir del historiador cubano Rafael Rojas, su «noción republicana y transcultural de la identidad cubana». En ellos desmontó el discurso antropológico de la identidad nacional sostenido por las élites blancas criollas, demostrando que la identidad cubana se había construido, a través de migraciones sucesivas, ajena a todo esencialismo racial o cultural.

    Con este mismo sentido, Los jacobinos negros. Toussaint Louverture y la revolución de Saint-Domingue (1938), del trinitario C.L.R. James, es sin dudas una obra pionera y ejemplar en la historiografía caribeña: primer examen del impacto de las fuerzas económicas de la época sobre la sociedad y la política en Saint-Domingue, así como incisivo análisis sobre la relación dialéctica entre la personalidad sobresaliente y las masas populares en un proceso revolucionario de gran radicalidad. 

    Desde un ámbito historiográfico similar, la tesis doctoral del historiador trinitario Eric Williams, «The Economic Aspect of the Abolition of the West Indian Slave Trade and Slavery» (1938), marcó un importante momento de renovación, al aplicarse análisis económicos de inspiración marxista a la realidad plantacionista caribeña y al tema de la abolición de la esclavitud. Este trabajo temprano de quien sería también primer ministro de Trinidad y Tobago se convirtió en la base de su renovador Capitalismo y Esclavitud (1944). Otra de las obras significativas del periodo, con una visión global de las sociedades antillanas y de sus problemas comunes, pero no idénticos, fue su libro El negro en el Caribe (1940).

    Dada la no existencia o la precariedad de casas editoras nativas, la edición y circulación de revistas literarias fue uno de los mecanismos que reflejó entonces el despertar intelectual y cultural de la región. En lengua inglesa los dos números del suplemento cultural Trinidad (1929-1930), dirigidos por C.L.R. James, Alfred Mendes y Albert Gomes, se apartaron por primera vez de los clásicos esquemas de publicación literaria. Otra revista de Trinidad y Tobago, relacionada con este suplemento, fue The Beacon (1931-1933). En sus páginas se promovían ideas liberales y se abogó, en forma clara, por la abolición de los esquemas raciales coloniales. Bim (1942), fundada y dirigida por Frank Collymore, ayudó a perfilar las literaturas nacionales y, al mismo tiempo, a brindarle una homogeneidad peculiar a las letras de la región. En Bim —forma antigua para designar a los habitantes de Barbados— comenzaron a publicarse los autores de mayor importancia de las cuatro décadas anteriores en todo el Caribe anglófono. La revista también estuvo vinculada al movimiento de autonomía de finales de los años treinta en Barbados.

    Por la peculiar evolución sociocultural de las posesiones francesas caribeñas, sus revistas más representativas se fundaron por entonces en París. En la metrópoli, jóvenes provenientes de todo el mundo colonial francés, destinados a convertirse en las élites que mediatizaran el proceso de dominación, se agrupan en la defensa cultural de las raíces propias, africanas y caribeñas. La edición del único número de Légitime Défense (1932), por jóvenes intelectuales martiniqueños, se consideró la primera manifestación consciente de los intelectuales caribeños en contra de la colonización cultural. L’Etudiant Noir (1934-1935), fundada por Aimé Césaire, Léon-Gontran Damas y Leopold Sedar Senghor, fue la heredera más radical de Legitime Défense en su oposición al colonialismo y l capitalismo —ambos, responsables de la discriminación racial y la exclusión social de las mayorías antillanas. Sin embargo, las posiciones políticas de la revista no iban más allá de responder al asimilacionismo metropolitano y a la necesidad de emancipación racial fuera de la construcción de una nación independiente y descolonizada. 

    La revista Tropiques (1941-1945) se fundó en la Martinica por René Menil y Aimé Césaire, y superó claramente los preceptos de L’Etudiant Noir. Ahora, desde las mismas colonias, se proponía el rescate de los valores antillanos sepultados por la colonización: se estudiaba ahí la orografía de la isla, su flora y fauna; la historia de la esclavitud, la emancipación, el folklore y su entronque con las tradiciones africanas. Todo sirvió para combatir el status colonial y para despertar una conciencia cultural con raíces propias.

    En Cuba, la Revista de Avance (1927-1933), prolongación del Grupo Minorista, estuvo animada por el mismo espíritu combativo que se manifestó en la Protesta de los Trece (1923). La revista reflejó en sus páginas las más diversas facetas y aspectos de la creación cultural, literaria y artística del momento. En este sentido, planteó la misma renovación vanguardista epocal en las letras, las artes plásticas, el movimiento afrocubano y la música. En 1929 su compromiso político se hizo palpable en una denuncia de las maniobras norteamericanas durante la Conferencia Panamericana efectuada en La Habana en 1928.

    De este modo, fueron las mismas condiciones sociales de la masa de esclavos emancipados, y la independencia formal de algunas naciones como Cuba, o intervenidas por tropas norteamericanas como Haití y República Dominicana, lo que convirtió la región en un verdadero campo de luchas sociales e intelectuales durante las tres primeras décadas del siglo XX. Tal era la ola general de descontento y lucha en todos los frentes sociales que la crisis económica desató lo que las Comisiones de Estados Unidos e Inglaterra catalogaron —en Problemas de la Nueva Cuba (1934) y West Indian Royal Comission Report (1938)— como una verdadera «revolución». 

    Tras este recorrido que sabemos fragmentario, puede anotarse, para concluir, que aquella década enriqueció el discurso contracolonial en sus aspectos originarios, a partir de los problemas endémicos del área. Fueron esos problemas nunca resueltos, consecuencia de largos siglos de coloniaje, los que alimentaron una conciencia nacional de raíz antiimperialista; un nacionalismo cultural con base racial, aunque no excluyente (garveyismo y negritud), y, por supuesto, una «revolución intelectual» que ayudó a configurar una nueva fisonomía social, política y cultural en el área caribeña.

    Podemos decir, dándole otro sentido a las palabras de la teatróloga alemana Erika Fischer-Lichte, que se trató de un momento histórico donde empezaba a constituirse una subjetividad individual y colectiva diferente; un momento de cambio constante previo al establecimiento de una nueva jerarquía de valores y de significados compartidos. Durante esa larga década de transición en que la historia caribeña parece acelerarse, al interior de ese campo de significados que se abre, donde ya no es suficiente la emancipación individual, muchas cosas —para no decir todas— serán posibles. Sin embargo, el final será incierto…

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    Nansen H. Tápanes
    Nansen H. Tápanes
    Nansen H. Tápanes (1969). Licenciado y master en Historia por la Universidad de La Habana. Ha publicado artículos en las revistas Cubanow (ICAIC) y Conexos, el portal CubarteHypermedia Magazine y Rialta Magazine.

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