Este 10 de septiembre presenciaremos el primer, y único pactado hasta ahora, debate entre Kamala Harris y Donald Trump, aspirantes a la presidencia de Estados Unidos. Ambos llegan a este punto básicamente empatados en las encuestas, con Harris disfrutando acaso una pequeña ventaja. Ambas campañas han puesto sus esperanzas en que este encuentro sacuda la elección, dándole a Trump la oportunidad de pasar a la ofensiva o a Harris de despegarse aún más en la recta final.
La tradición del debate presidencial está cargada de momentos dramáticos, aunque estos pocas veces influyen decisivamente en la elección. Son más drama y espectáculo que discusiones serias sobre el rumbo del país. Los momentos más famosos son parte de los anales de la política, a saber: Nixon sudando delante de las cámaras en contraste con el más telegénico John F. Kennedy; Ronald Reagan desarmando a Walter Mondale al decirle que no iba a tomar ventaja de su juventud e inexperiencia; Lloyd Bentsen noqueando a Dan Quayle con una frase lapidaria: «Jack Kennedy era mi amigo y, senador, usted no es Kennedy». Pero, en general, luego de todas las expectativas que generan, los debates se olvidan un par de semanas después, perdidos en los vaivenes de las campañas. Puede decirse que el debate entre Trump y Biden es la excepción; una desastrosa aparición del presidente en funciones lo llevó a renunciar a su reelección, por lo que el encuentro posiblemente pasará a los anales como el de mayor repercusión en estas lides.
Uno de los aspectos más interesantes del próximo debate es la inversión de roles que se ha dado desde la entrada de Harris en la campaña. La vicepresidenta llega como una aspirante nueva y no como una titular en el poder, desmarcándose de Biden y trayendo al Partido Demócrata aires de renovación. Mientras tanto, al expresidente Trump lo juzgan por su actuación pasada. Pareciera que los cuatro años de la presidencia de Biden no han pasado. Para bien o para mal, la mayor parte del público norteamericano conoce a Trump y ha definido sus sentimientos al respecto, mientras que él desaprovecha toda oportunidad de redefinirse.
Otro aspecto es la hostilidad con que se ha pactado el debate. Ambos candidatos acusan al otro de no querer debatir y discuten detalles del tipo si el micrófono del contrincante debe apagarse mientras uno habla, para evitar posibles interrupciones. Aquí vale acotar que ni Harris ni Trump han sobresalido en sus debates anteriores. Harris ha sido criticada por adoptar posiciones políticas de modo camaleónico y usar argumentos excesivamente tecnócratas. El talón de Aquiles de Trump siempre han sido sus ataques e insultos. Con ellos arrasó en las primarias republicanas en 2016 («Low energy Jeb», «Little Marco»), pero luego le valieron el rechazo de los votantes, que lo encuentran vulgar y poco serio. Tiene además la tendencia de mentir indiscriminadamente, lo cual aniquila su credibilidad con votantes fuera de su base. Tanto es así que en 2020 trató de evadir los debates con Biden y en 2024 se negó debatir en las primarias de su partido.
Trump llega desorientado al debate con Harris, tratando de enrumbar su campaña tras el cambio de candidatos en el Partido Demócrata. Luego de una victoria decisiva frente a Biden, sin dudas Trump esperaba un segundo round, y ahora se queja porque ha perdido esa posibilidad. Su mayor necesidad en este punto es definir o descifrar a Harris, algo en lo que no ha tenido mucho éxito. La línea de ataque que califica a la actual vicepresidenta como alguien de extrema izquierda no ha pegado mucho fuera de la audiencia natural de Trump, quizá por el uso desmedido del término.
Su mejor oportunidad pasa por atar a Harris a los aspectos poco populares de la presidencia de Biden: la emigración y la economía. Sin embargo, este ángulo, una oportunidad magnífica para cualquier otro candidato, se diluye entre otros ataques descoordinados, propios de la indisciplina habitual del expresidente. Para Trump, la búsqueda infructuosa de un nombrete como «Sleepy Joe» o «Crooked Hillary» es más importante y menos aburrida que los detalles de la economía, pero sus intentos en este sentido —«Laffin Kamala», «Comrade Kamala»— no acaban de cuajar. La oportunidad perdida es clara: solo el 15 por ciento de los votantes culpan a Harris por la actuación de Biden.
Harris, por su parte, tiene una tarea difícil en el debate: romper con las políticas menos populares de Biden y desmarcarse en el tema económico. Para cumplir con la audaz propuesta que articula su campaña, es decir, haber presentado a una vicepresidenta titular como la candidata insurgente con promesa de cambio, Harris debe demostrar su independencia y voluntad de criticar a su presidente sin ensuciar su legado. Cada día los estadounidenses padecen la inflación y creen que el país va por mal camino. Harris tiene que abstenerse de presentar un panorama color de rosa que la muestre desconectada de la realidad.
Otra tarea importante es la respuesta a las acusaciones de oportunismo político, de cambio de pelaje de acuerdo con el interés del momento. La vicepresidenta debe justificar estos cambios como un proceso orgánico donde la experiencia de gobierno trae consigo un cambio de opinión. Por último, debe emplear la misma estrategia que empleó Trump contra Biden: dejar que él mismo exponga sus peores debilidades, permitirle su letanía de quejas y agravios y sus teorías conspirativas sobre su derrota electoral y la rebelión del 6 de enero de 2021.
Esto les recordará a los votantes indecisos todo lo que rechazan de Trump. En una elección donde los votantes están hartos del pasado, Harris puede ganar su voto solo con comportarse como una persona normal.
Mi comentario sigue esperando ser moderado
Dicen que Trump mintio cuando dijo que los haitianos estaban comiendose los perros y los gatos y habian acabado con las mascotas. Puede ser. Pero los haitianos y los cubanitos acabados de llegar se llevaban el record organizando esquenas de fraude a las compañias de seguro de autos. Tantas demandas fraudulentas elevaron las primas de las polizas a niveles tan altos que la profesion a la que yo me dedicaba colapso.