La hija de 12 años de Katia Ojeda le ha dicho: «mami, por favor, vámonos de Cuba, aunque sea en una palangana». Ojeda la oye y siente cómo el corazón se le exprime, se le tuerce, se le hace talco. Si está sentada en el portal de su casa de Sagua la Grande, y de repente oye un grito, un «¡ay, caballero, la luz!», sale corriendo a «adelantar», lo que se traduce en recargar las baterías de los celulares, poner a lavar la ropa sucia acumulada y, sobre todo, cocinar. Pero dos horas de luz no es luz. Tres horas de electricidad no significa que se restableció el servicio. Poder cocinar hoy no quiere decir que vas a poder cocinar mañana.
Desde el viernes no ha sido fácil para Ojeda. Su hija padece el síndrome de Drummond, un trastorno metabólico que, entre otros síntomas, provoca no pocas complicaciones digestivas. Por tanto, Ojeda debe asegurarse de que su hija tenga una dieta rica en viandas, frutas, vegetales, pescado y huevos. Desde que Cuba declarara la «emergencia energética» y el país comenzara a acumular horas sin electricidad, lo que ya cuenta como el apagón más largo de su historia a escala nacional, Ojeda pudo guardar los alimentos de su hija en la casa de una vecina que tiene planta generadora, y cocinarlos con el gas que su hermana le compró desde la Florida, o en los fogones de petróleo, incómodos y malolientes, pero que sacan a cualquiera del apuro en los días de apagón.
«Hay un descontento enorme», dice. Le han puesto la luz por dos horas y sabe que pronto se la van a quitar otras 16. «Yo no sé qué va a pasar, pero algo va a pasar. Las personas están al estallar». Desde el viernes un camión de Tropas Especiales recorre el pueblo de arriba abajo.
Tener luz se ha vuelto cuestión de privilegio. El que la tiene por cuatro horas es mucho más privilegiado que el que la tiene por dos. El que vive cerca de zonas estratégicas, dígase hospitales o aeropuertos, alcanza el punto máximo del privilegio. En todo este retrato del desastre, hay quien no espera la luz más que para sobrevivir, para alimentarse o respirar.
El apagón masivo del 17 de octubre agarró a Yany en el hospital pediátrico de Pinar del Río. Su hijo Jeisel, de cuatro años, ha tenido mucha diarrea y fiebre. Como Jeisel padece de atrofia muscular espinal tipo 1, o la llamada enfermedad de Werdnig Hoffmann, su insuficiencia respiratoria crónica requiere mantenerlo conectado a un respirador artificial de por vida.
«El ventilador no le puede faltar y también se alimenta por gastrostomía», asegura su madre. «Tanto él, como el equipo de ventilación necesitan permanecer en un cuarto bien climatizado todo el tiempo».
Hace dos años, Yani pudo conseguir una casa para vivir con Jeisel en Los Palacios y, según dice, el gobierno le proporcionó una planta generadora y el combustible para que funcione. Aun así, no es suficiente para que el cuarto de la casa se mantenga climatizado. «Eso lo perjudica mucho, tanto al niño como al equipo de ventilación que debido a los apagones ya presenta fallas», dice la madre. «La falta de corriente es complicada para estos niños ventilados, que necesitan tener sus equipos conectados. La pasamos muy mal con ese tema. Para nosotras las madres es desesperante».
También lo es para Duniel. Con un tenedor, ha tenido que moler los alimentos de su hija Anelis todos estos días, porque no tiene cómo conectar la batidora. Se fue la luz en La Coloma, Pinar del Río, como en toda Cuba, y desde entonces todo es más difícil para la familia. Su hija de 10 años padece Síndrome de West, una epilepsia agresiva que le ha afectado el habla y el desarrollo psicomotor. También se alimenta por gastrostomía, por lo que toda la comida de Anelis debe estar bien triturada.
El domingo Duniel salió por el barrio a preguntar quién tenía una planta o a quién el refrigerador no se le había descongelado, para que le guardaran, de favor, la carne, el puré y el yogurt de Anelis.
«La hemos pasado negra», dice Duniel. Ha visto que la comida se le ha echado a perder, y la poca energía proveniente de un pequeño panel solar la usa para conectar el equipo de aspiración traqueal, que alivia las secreciones de Anelis, agravadas por el cambio de tiempo y la humedad. Desde el viernes, cuando quieren ahorrar la energía del panel, a Anelis la aspiran con el backup de una computadora.
«Eso sin contar la parte del lavado de los culeros», cuenta el padre. «No hay agua porque no hay corriente, y me he visto sin nada que ponerle. Yo todavía soy un poco más fuerte, pero su mamá se deprime. Ya casi ni agua nos queda, esta situación se está volviendo insostenible».
A Anelis la sientan en el portal de la casa para que agarre el fresco de la tarde. Se trata de distribuir los recursos: si en el día ahorra la energía del panel, en la noche podrá dormir con un ventilador portátil.
Si vuelve la luz, «nada que festejar»
A todas estas familias comenzó a llegarles la electricidad desde inicios de semana, a cuentagotas. Algunos antes, otros después, a unos por un par de horas o por tiempos más sostenidos. El gobierno del país ha ido reactivando el sistema electroenergético nacional, desde que algunos reportaran hasta más de 70 horas sin luz. Pero sucede que no es como otras veces, no podría decirse que la gente está feliz con la vuelta de la eletricidad. Duniel corrió a llenar tanques y a lavar todos los culeros orinados de su hija.
La Empresa Eléctrica informó que, al menos en La Habana, el servicio había regresado, aunque algunos residentes insisten en que el servicio aún les falla, o viene y va. El ingeniero Lázaro Guerra Hernández, director de Energía Eléctrica del Ministerio de Energía y Minas, dijo que la termoeléctrica Guiteras, la principal del país, ya arrancó, pero «trabajará limitada a 120 MW». Las autoridades han echado a andar otras unidades e «islas» a lo largo del país, y el gobierno de México anunció la ayuda inmediata en medio de la emergencia energética.
Sin embargo, los expertos han insistido en que no hay arreglo inmediato posible, sino que se necesita un cambio estructural. El primer ministro cubano Manuel Marrero dijo que las causas del fallo responden al aumento de la demanda, al deterioro del sistema eléctrico, con más de 40 años de funcionamiento, y sobre todo a la falta de combustible. Pero las autoridades no mencionan que el modelo económico de la isla impide a los inversores poder contribuir al desarrollo energético de un país que no puede autoabastecerse.
Todo apunta a que no habrá por el momento una Cuba sin apagones, algo que ya ni siquiera había antes del apagón nacional. «El problema es estructural, el sistema hace falta recapitalizarlo», asegura Jorge Piñón, director del Programa de Energía para Latinoamérica y el Caribe de la Universidad de Texas. «Cuba no tiene dinero, tiene un modelo económico centralizado y mientras ese modelo económico exista, no vas a tener a los grandes inversores, que son los que pueden venir y recapitalizar todo este sector energético. Además, ¿quién va a pagar los miles de millones que se necesitan para tener un sistema energético moderno, eficiente, de baja contaminación? El consumidor cubano es pobre, no tiene para la comida, ¿cómo va a pagar la electricidad?»
Piñón tuvo contacto en una ocasión con una compañía europea que, a su vez, mantenía conversaciones con el gobierno cubano para construir una nueva planta termoeléctrica en Matanzas. «La conversación, que desde el punto técnico iba muy bien, se detuvo cuando se preguntó quién pagaba. Era una planta que iba a costar alrededor de 600 millones de dólares. Ahí los europeos pararon la conversación. Cuba tiene un modelo económico que no es viable, que no va a generar las inversiones que la economía nacional necesita», sostuvo el experto en energía.
Algunos cubanos creen que el apagón llegó para quedarse. Lo que hay es una tristeza de fondo.
«Ayer, cuando comenzaron a poner la luz, hubo gente que gritó de alegría, pero mucha gente no», cuenta una vecina del centro de Pinar del Río que prefiere no revelar su identidad. «Hay personas muy escépticas, porque sí, pusieron la corriente, pero los apagones van a continuar. Mucha gente va a seguir teniendo corriente por dos o tres horas al día solamente. No hay nada que festejar».
Por su parte, Piñón cree que «desafortunadamente no es un problema que se va a solucionar a corto plazo. Requiere mucho dinero y va a tomar fácil más de cinco años. «Según nuestros cálculos, [el arreglo del sistema energético cubano] va a costar por lo menos más de 10 mil millones de dólares ».