María Zambrano, pensadora del alma

    En 1989, mi padre —que ya entonces, y hasta su muerte en 2012, vivía en San Miguel de los Baños, Matanzas— heredó dos cajas de libros de la biblioteca personal de Antonio Sánchez Salazar, abogado, también matancero y amigo de su padre, el poeta Agustín Acosta. Al poco tiempo, y por cuestión de espacio vital en su casa en San Miguel, esas cajas pasaron casi íntegras a mi propiedad. Mi padre, lector sobre todo de temas científicos, se quedó solamente con un tomo de ensayos y alguna novela del matemático, filósofo y ensayista británico Bertrand Russell. Con los años, ese tomo pequeño y hermosamente encuadernado también formó parte de la pequeña biblioteca que dejé en Cuba. Del libro solo recuerdo Satán en los suburbios, rara novela, inglesa hasta la médula, escrita en los años sesenta por un Russell octogenario. 

    Una mañana de sábado, en el maletero de un automóvil amigo llegaron a mi casa las cajas de libros. En una de ellas, y entre otros autores españoles, estaban Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, José Bergamín y Ramiro de Maeztu, amén de otros prosistas y poetas españoles de las generaciones del 98 y el 27. Como era lógico, también en esta caja había poetas del XIX cubano y libros de escritores republicanos, así como otros «exquisitos» y «raros» (en esos mis 20 años) como el ruso, «blanco» y emigrado, León Chestov, con sus Revelaciones de la muerte; los Compañeros eternos del también emigrado, novelista y ensayista ruso Dimitri Merejkovsky; de Giovanni Papini, la mejor biografía de Jesús que he leído, Historia de Cristo, y, sobre todo, su libro —para mí transformador— El Diablo; de Soren Kierkegaard, Temor y temblor y El concepto de la angustia. Y para un aprendiz de poeta, como de manera petulante me consideraba en ese momento, las muy reveladoras Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke. 

    Y en la otra caja, entre varios libros, recuerdo una vieja antología de místicos y alumbrados españoles de los siglos XVI y XVII. Dentro de esa antología, páginas de la Guía espiritual y Defensa de la contemplación del místico quietista Miguel de Molinos. Aunque rápidamente me documenté sobre este heterodoxo español, de la mano del filólogo, crítico y polígrafo español Marcelino Menéndez Pelayo, jamás imaginé entonces la importancia y la rareza de un autor como Molinos, tanto para la obra posterior de quien motiva estas notas sueltas, la filósofa andaluza María Zambrano, como para el idioma español en sus primeros tres siglos, la prosa literaria y las ideas herejes de cualquier época intelectual.  

    En esa segunda caja, bajo la antología de místicos y visionarios españoles, y La lámpara maravillosa de Ramón del Valle Inclán, cuidadosamente forrado con papel de estraza, encontré un ejemplar de Hacia un saber sobre el alma, de María Zambrano, a quien yo conocía solo de nombre por alguna referencia origenista. Ese ejemplar —como muestro en la fotografía que acompaña estas notas— fue dedicado de su puño y letra, en 1951, al abogado matancero Antonio Sánchez Salazar, arriba mencionado.

    Fue con la recomendación de mi padre, y a través de Mirtha Daoiz, responsable del Departamento de Fondos Raros y Valiosos de la Biblioteca Pública Provincial Gener y Del Monte, que pude saber quién era el abogado Sánchez Salazar y su relación con los medios intelectuales matanceros, y en particular con Agustín Acosta. Pero nunca pude averiguar la fecha exacta, u otros detalles de la visita a Matanzas de María Zambrano, así como su contacto intelectual o posible amistad con Sánchez Salazar.     

    Por supuesto, desde la casi infinita masa de libros descargables que existen hoy en la Red, sé que habrá quien lea esto con ironía y hasta algo de conmiseración (¡yo mismo lo hago!); pero debo recordar que hablo del año 1989, sin computadoras ni Internet, cuando los libros llegaban gracias a nuestra escasa capacidad de compra en librerías casi inexistentes —y más que nada de segunda mano—, o bien mediante el préstamo de algún amigo piadoso y también amante de la lectura y la escritura. Como sea, habiendo comenzado yo a trabajar a mis 20 años, en 1989, por fin capaz de comprar mis propios libros, el tesoro de aquellas cajas matanceras pasó a engrosar el núcleo duro de mi pequeña biblioteca en ciernes.  

    Permítaseme un paréntesis. Arriba dije, con toda intención, andaluza y no española, porque, si con razón se ha hablado de las múltiples y hasta contrapuestas Españas, en relación con María Zambrano —y otros como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Ángel Ganivet, Luis Cernuda, por solo hablar de las generaciones del 98 y 27—, yo siempre preferiré lo andaluz a lo español; lo andaluz en su variante universal y gravitante hacia el norte de África y en su apertura atlántica hacia las Américas. Así, es la propia María Zambrano quien ha visto este «andalucismo» en forma de pertenencia cuasi metafísica, cuando recuerda, en carta a un amigo, cómo en la casa paterna de Vélez Málaga, un día de sol radiante y cielo profundamente azul, su padre la elevo en sus brazos a la altura de un limonero. Ahí se le quedó prendida la mirada ya para siempre…  

    Volviendo a Un saber sobre el alma: esta es la edición príncipe de la Editorial Losada, Buenos Aires, 1950; libro que recoge sus ensayos escritos entre 1933 y 1944. Es decir, ensayos escritos en el contexto histórico-social de la Guerra Civil Española, y, ya después, en los años del transtierro americano, en lo que la propia Zambrano llamó «inmensidad del exilio». 

    Como ha señalado la crítica y la historia intelectual, estos son textos de juventud que la pensadora malagueña dio a conocer en las páginas de revistas, en las dos orillas atlánticas, española y americana. Textos de su juventud filosófica, pero que, claramente, anticipan ya algunos temas mayores de su reflexión posterior, mostrando la evolución y los vericuetos de un pensamiento filosófico urgido de alcanzar aquella razón cordial y mediadora. Así, en estas reflexiones se tratará de comprender el alma humana, pero no como entidad abstracta y metafísica, sino el alma integradora —y, por supuesto, su conocimiento o gnosis— de todas las dimensiones del ser humano: las emociones, el corazón y el cuerpo; la razón y el espíritu. Para años más tarde quedará en su obra —a medio camino entre la poesía, la filosofía y la gnosis hermética— el saber sobre las dimensiones infernales, o de sufrimiento del alma, cuando esta se abisma en sus raíces materiales —que Zambrano llamará los ínferos (infiernos).   

    Entre los temas tocados en estos ensayos, con gracia poética, aparecen ya dos de sus conceptos-metáforas fundamentales, con claros fundamentos en un «momento» romántico rastreable desde principios hasta finales del siglo XIX, con Nietzsche, y, ya comenzado el siglo XX, en la obra del pensador alemán Max Scheler: la razón poética y la metáfora del corazón. Es decir: «un orden del corazón, un orden del alma, que el racionalismo, más que la razóndesconocen». 

    En otras palabras, y como nos recuerda Kierkegaard, sería desplazar a un lado aquel sujeto ideal, central, pero sin entrañas, para percibir la naturaleza, el mundo y el lugar del sujeto humano dentro de este tejido complejo. Volver a aquella antigua división trinitaria y hermética del ser humano —espíritu, alma, cuerpo—, asesinada, entre otros, por el racionalismo cartesiano. Alma como principio vital que abre el espacio cerrado de esa misma claridad cartesiana que la niega; alma rizomática de múltiples centros: alma imaginal, anidada en el corazón y mediadora entre los cielos —numéricos y abstractos— y el clamor doliente de los infiernos —cósmicos y personales. 

    Visto en su conjunto, los ensayos que se compilan en ese primer libro de María Zambrano parten de una de tantas crisis históricas, y de una «consciencia sintiente» que también se piensa, o se sabe, en crisis, tanto ante sus estudios de filosofía como frente a la asfixiante realidad europea del momento; una consciencia sabedora de que, con las antiguas armas del pensamiento racional occidental, es decir, los grandes sistemas filosóficos de los siglos XVII y XVIII, que «cuajan en témpanos la corriente fugitiva de la vida» (Miguel de Unamuno), no se podrá superar este momento crítico. Una vida en crisis, nos dice la pensadora, necesita un nuevo saber de reconciliación, un «saber sobre el alma» que descubra las razones que el corazón, aliado a la pasión, ha encontrado. Superar el «resentimiento en la moral», que decía Max Scheler, uno de los pensadores que la andaluza leyó en profundidad.  

    Así, la época en que se escriben estos textos —pensando en el concepto de época de Walter Benjamin— solo puede entenderse desde la razón maridada con la pasión, porque la «verdad» de una época en que los grandes sistemas de pensamiento han abandonado a la vida, humillándola, es una vida en crisis. Es en tales momentos de crisis, dice la malagueña, cuando la vida aparece en su mayor desamparo. Y es en esos momentos de desamparo en que la vida muestra lo que no-es, o, tal vez, lo que realmente es: un clamor desde las entrañas, necesitado de rescate… En esta metaforización, el imaginario propio del gnosticismo —gnosis indual y nunca dualista en María Zambrano— no está en lo absoluto fuera de lugar.   

    No olvidar, por demás, que estamos en ese momento histórico —los años treinta y cuarenta—, en pleno ascenso de los totalitarismos europeos de derecha e izquierda. Y parece ser —tesis que comparte María Zambrano con otros pensadores de la época, aunque desde presupuestos filosóficos diferentes— que han sido esos grandes sistemas de pensamiento totalizador —«de ciencia y conocimiento puro, y de conocimiento aplicado a técnicas, a la fabricación de instrumentos»— los que condujeron a Europa a una crisis cuyo momento culminante será la Segunda Guerra Mundial. Sobre el tema dejará un libro breve, pero contundente, La agonía de Europa, escrito en 1940 y publicado en 1945, al finalizar la conflagración; libro que, por supuesto, cargará en su seno con la reflexión sobre la Guerra Civil Española y la caída de la República. 

    Para Zambrano esa crisis funciona como un misterioso nexo que une nuestro ser con la realidad; porque, según apunta en algún momento del ensayo «La vida en crisis», en distintos momentos de la Historia, el alma se ha enlazado con algunas zonas del universo, y con otras no… Y en esta época es la razón embriagada, degenerada en lógica y razón instrumental lo que parece conectar con esa zona opaca de la realidad que habitamos. De ahí esa realidad sentida como agobiante y dolorosa. Otra vez pudiéramos remitirnos a ese imaginario del gnosticismo que calza la hermenéutica de los existencialismos europeos de entreguerras: destierro, exilio y extrañeza, sueño y muerte, vigilia y llamada, evocación y recuerdo. Es por la palabra poética que nos hacemos libres de la circunstancia asediante e instantánea, dice la pensadora andaluza.

    Tal vez son esas mismas realidades negadas —pasiones, instintos, sentimientos reprimidos, sublimaciones— las que nos ayudan a hacer memoria, permitiéndonos recoger de las tribulaciones la experiencia. Y con ello: hacer historia. En otras palabras: darle fin a una época: cambiar el «modelo de ser hombre». En este sentido, para la malagueña lo más terrible del mundo moderno —en su exceso de razón y lógica— es la condición fantasmal, pre-lógica y pre-racional…, pero después de que la razón lo ha habitado: un mundo del «antes» en el «después», como imagen confirmada del horror. ¿Cómo no pensar en las grandes experiencias de encierro y de trabajo coercitivo en el mundo moderno europeo y americano, desde las plantaciones esclavistas en el Caribe colonial hasta los campos de concentración y los gulags…?

    De esta forma, la crisis es metáfora de arribo a algún lugar, a una estación determinada que, a su vez, será puro tránsito. Crisis puede ser sinónimo de «vivir siempre en peligro», con la conciencia alerta de nuestra situación en el universo, dice Zambrano recordando a Nietzsche; porque es la vida, y no sus avatares y aventuras extraordinarias, «el acontecimiento más peligroso del universo». Y para martillar sobre el tema, la malagueña le dedica un ensayo a Descartes, pero no a su lúcido, racional y claro sistema filosófico, sino a su biografía —como militar, cortesano y hombre de mundo— escrita por Abraham Hoffman. 

    María Zambrano (1904-1991), filósofa y ensayista española
    María Zambrano (1904-1991), filósofa y ensayista española / Imagen: Tomada de Internet

    De ahí vendrá, años después, su idea hermética y esotérica del dia-pas-ón (musical): hay que pasar por todo; una noción que desarrolla en su libro más importante, El hombre y lo divino. Para ascender a la claridad hay que descender a los propios infiernos. Por otra parte, esa crisis epocal que María Zambrano «descubre», desde la balbuciente razón poética, es la misma que, por ejemplo, reflejará Freud en sus ensayos metapsicológicos; la misma que rastrearán los pensadores de Frankfurt tanto en la experiencia europea como más tarde en los Estados Unidos, y la que, más volcado a lo social y a sistemas políticos concretos, estudiará el psicoanalista «hereje» Wilhelm Reich. 

    La diferencia radica en que, para ellos, las dimensiones inconscientes, irracionales y emotivas del hombre son fundamentales y lo determinan tanto en el plano personal como en el social y el histórico. Por tanto, es desde este conocimiento que se realiza el cuestionamiento de la razón, la moral y la identidad burguesa como elementos falsos y «sobredeterminados». En tanto, para María Zambrano tal visión sería reductora, porque no integra el elemento propiamente «humano» en su dimensión racional e intelectiva, pero aliada a lo espiritual. El diagnóstico es similar, porque iguales fueron los síntomas, la manifestación del malestar. Lo diferente fue la respuesta para comprender al hombre moderno. Por eso su ensayo en este libro sobre el freudismo —más que sobre el psicoanálisis — se llama «El freudismo, testimonio del hombre actual». (El subrayado es mío).

    Esta visión del hombre como un ser sin brújula, desnortado, ser para la muerte diría Heidegger, jirón batido por impulsos desconocidos que vienen de fuerzas contradictorias e incontroladas, es responsable de la indigencia del tiempo actual, y esto —apunta Zambrano en su ensayo «La metáfora del corazón»— por la falta de metáforas vivas y actuantes: «esas que se imprimen en el ánimo de las gentes y moldean su vida».  

    Por ser escritos a lo largo de una década (1933-1944), los textos agrupados en Hacia un saber sobre el alma muestran cierto nivel de dispersión, variedad de intereses y miradas. Aunque también debe apuntarse que todos giran alrededor de una visión no limitada de la filosofía y, en particular, de algunas escuelas filosóficas. Y lo que pudiéramos llamar, ya dentro del pensamiento y la historia, algunos momentos de crisis y cambios. 

    Los seis primeros ensayos, que guardan cierta unidad, son para mí los más interesantes, por esa mixtura que ofrecen de reflexión filosófica, prosa poética, musical y casi recitativa, y por algunas metáforas y términos de «la gnosis» que después constituirán elementos habituales en sus textos: «Hacia un saber sobre el alma», «Por qué se escribe», «Apuntes sobre el tiempo y la poesía», «Poema y sistema», «La metáfora del corazón» y «La Guía, forma del pensamiento». 

    En ellos, María Zambrano parte de la razón vital de Ortega y Gasset para adentrarse en territorios fértiles para una Razón más comprehensiva, que después será su «razón poética», a la cual su maestro jamás intentó acercarse. Aunque debe anotarse que Zambrano vio el logos histórico orteguiano como un «logos del Manzanares», es decir, como un impulso poético dentro de su filosofar. Es esta nueva razón —diría la andaluza— la que nos permite ese renovado, pero siempre antiguo «saber sobre el alma» que cada época en crisis parece necesitar. Es en este «saber sobre el alma» que tiene primacía la «metáfora del corazón», puesto que es en él, víscera sintiente ubicada en un centro cósmico que el sufismo llama barzaj, donde anida el alma humana.   

    «¿Por qué se escribe?», que apareció en la Revista de Occidente, fue —según la propia pensadora en el prólogo del libro— su primer trabajo publicado (1933), y es el segundo en la colección. Este ensayo, leído a mis 20 años, resultó, más que un deslumbramiento, toda una declaración de principios sobre el acto de escribir. La tesis fundamental es honda y sencilla a un tiempo: «escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que solo brota de un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable». De alguna manera el escritor quiere decir el secreto. La verdad de lo que pasa en el seno del tiempo, lo que no puede decirse y a lo que no puede renunciar. 

    Y más allá de ciertas palabras que sabemos tan del gusto epocal: escribir, soledad, aislamiento, quisiera quedarme con la vibración, la huella que tras de sí deja el verbo «brota»: estela de tan místicas resonancias sanjuanescas y teresianas que, por aquel entonces, había yo también comenzado a leer. Sin embargo, a la cita sobre la soledad y el necesario aislamiento creativo, yo prefiero este otro fragmento del mismo ensayo que anticipa el pensamiento más maduro de Zambrano: «toda victoria humana ha de ser reconciliación, reencuentro de una perdida amistad, reafirmación después de un desastre en que el hombre ha sido la víctima; victoria en que ya no podría existir humillación del contrario, porque ya no sería victoria, esto es, gloria para el hombre».   

    Bien mirados, entre los dos fragmentos citados no hay contradicción. Escritura en soledad y comunión humana son vasos que se comunican en ese centro cordial, recóndito: el corazón. Y es ahí, a medio camino entre los ínferos y los cielos, en esta tierra que habitamos, donde se aúnan la visión intelectual como música de la razón y nuestra experiencia vital y afectiva. 

    Este intento de comprensión del alma humana y de la vida terrenal más allá de la filosofía sistemática, ese rescate de los aspectos de la vida que no acoge la razón, es lo que explica aquel incidente, no exento de irónica gracia, con Ortega y Gasset. Dicho incidente se produce, por supuesto, en ese momento inicial, dubitativo del pensamiento de María Zambrano. Una vez —cuenta ella—, a propósito de la publicación en Revista de Occidente, el maestro la recibe en su despacho.  Y ahí, parado, descortés como nunca lo fue, en forma casi hosca, le dijo algo así: no ha llegado usted aquí (mundo de la filosofía) y ya quiere irse allá (mundo de la poesía y de la mística).   

    Años después, describe Zambrano el dolor que le causaron aquellas palabras duras; cómo, arrasada en lágrimas, se fue caminando por la Gran Vía madrileña. Y, al mismo tiempo, la liberación que le causó la frase con respecto a sus dudas iniciales sobre la filosofía, reafirmándola en su vocación y su decisión de un camino independiente. Razón histórica, y altas matemáticas de la historia, en Ortega y Gasset, frente a una Razón poética, desvalida y sintiente, como camino no lineal, accidentado, a saltos: sendero, vereda y vericueto —con la sinuosidad de la serpiente hermética de la sabiduría—, nos atrevemos a agregar.  

    Tal vez no esté de más anotar aquí el concepto de filosofía de Ortega y Gasset, el maestro: «la filosofía es un enorme apetito de transparencia y una resuelta voluntad de mediodía». En otras palabras: la filosofía sería aletheia, des-ocultación, como decían los griegos en su momento histórico más luminoso: ruptura del Misterio. Es evidente que una pensadora tan cercana a esas heideggerianas «sendas perdidas» dentro de los claros del bosque, y de una verdad difusa y sometida al embate de una memoria dinámica en el seno secreto del tiempo humano, verdad rastreada en los sueños bajo la apacible, mediadora, pero también ambigua, luz lunar, no podía suscribir ese concepto cenital, tajante, meridiano e, incluso, si se quiere, violento, de la filosofía.  

    Las posibles implicaciones políticas de estas dos formas del mirar filosófico pertenecen, no tanto a la historia de la filosofía española, como a la historia intelectual de la España del siglo XX. María Zambrano, siempre cerca del pueblo llano, formó parte de una izquierda ética, no totalitaria, y de una especie de anarquismo no doctrinario. De este modo desea, o sueña, con una historia no sacrificial y devoradora; una historia sin vencedores ni vencidos. Ortega y Gasset, como tantos intelectuales de su época, sale de unas vagas ideas socialistas, en su juventud, para apostar, en su madurez, por un conservadurismo maniqueo de raíz nietszcheana, pero sin la salvadora poesía: minorías selectas e iluminadas versus masas rebeldes y oscuras. Es así que opta por lo más rancio y conservador de esa Europa —modernizada y modernizadora—, que consideró un imprescindible faro para la España de su momento. A tal propósito, recordar los reproches callados que por su posición de connivencia con el franquismo le hizo la propia María Zambrano. 

    Ni que decirlo: mientras vivía en Cuba, esta vieja edición de Hacia un saber sobre el alma fue de mis libros más queridos; uno de aquellos que, por dos razones, guardé como un tesoro. En primer lugar, porque a sus páginas marcadas y anotadas por mí, sin que probablemente las comprendiera en toda su hondura y lucidez, están atados algunos de los mejores recuerdos de mi juventud. En segundo: con su lectura comencé a tener, a los 21 años (3 veces 7), una serie de sueños que duraron hasta los 28 años y que anoté concienzudamente; sueños que en ese momento llamé trascendentes, para, años después, comprender su vital y absoluta inmanencia: el testimonio de una vida —la mía— en absoluta crisis. Fue ese primer libro de la pensadora andaluza y esa «ola de sueños», generadora de la «incertidumbre que viene del soñar», como diría Roger Callois, lo que me llevó a otros libros, autores, pensadores y raros «soñadores» —de la llama y de la vela, para recordar un hermoso título de Gastón Bachelard.   

    Eran esos, mis veinte, los momentos en que visitaba a mi padre en aquel San Miguel de los Baños iniciático, aislado entre pequeñas lomas, con un microclima, recorrido por el agua subterránea de sus manantiales sanadores descubiertos en el siglo XIX por el negro esclavo Miguel. Aquellas aguas —internas, órficas y mercuriales—, bien repartidas en las entrañas del pueblo —¿como el logos de María Zambrano?—, que brotaban en cualquier punto misterioso. Aguas, que, con mayor claridad, escuchábanse borbotear como una vida interna bajo el umbral de la conciencia, en las ruinosas piletas de ladrillos rojos y enchapes de azulejos, en los silenciosos y abandonados jardines de la Estación Termal del Gran Hotel Balneario… 

    Según Antonio Colinas, poeta y estudioso español, Hacia un saber sobre el alma, pertenece en la obra de Zambrano a un bloque de libros que él llama iniciáticos o de pensamiento inspirado. Por esa capacidad suscitante y memoriosa que tiene todo pensar y sentir iniciático, cuando veo hoy lo anotado por mí en lecturas sucesivas, a lo largo de tantos años, en los bordes de aquellas páginas, no puedo dejar de pensar en Matanzas y en esas otras aguas de su bahía gigantesca, aguas abiertas y oscuras: en la hermosa y acogedora playita de arena en forma de medialuna, casi dentro de la ciudad, y, por supuesto, en aquel San Miguel de los Baños que visité por primera vez con 14 años (2 veces 7), después del accidente que sufrí con 13, cuando lidié por primera vez con la muerte cercana, repetida, y «otra»: la muerte en otros… 

    Y pienso en mi padre y en aquellas ascensiones a la Loma del Jacán, que tantas veces hicimos, por el viacrucis de piedras desgastadas, repasando, con la mano sobre la áspera piedra más que con la vista, cada imagen de la Pasión por la que hay que transitar; buscando, arriba, en la cúspide, la ermita y santuario que guarda el Cristo tallado en madera oscura. 

    ¿Cómo olvidar, entonces, aquellas, para mí, dos cajas de libros que recibí de mi padre en la juventud? ¿Y aquellas larguísimas caminatas que hacíamos, por las bien trazadas calles del pueblo, donde no parábamos de conversar, como dos niños, como dos dementes a los que solo sostienen los libros y las palabras…?   

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    Nansen H. Tápanes
    Nansen H. Tápanes
    Nansen H. Tápanes (1969). Licenciado y master en Historia por la Universidad de La Habana. Ha publicado artículos en las revistas Cubanow (ICAIC) y Conexos, el portal CubarteHypermedia Magazine y Rialta Magazine.

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    3 COMENTARIOS

    1. He leído cosas de Maria Zambrano y me he identificado con ella por su manera de escribir y pensar con poesía, esa profunda sapiencia del corazón que penetra y queda. Tu ensayo y memorias dan ganas de leer a esa gran mujer. Excelente ensayo. Felicidades!

    2. Una hermosa evocación, no solo de una pensadora española que nos es tan cercana, sino también (con mayúsculas en mi caso) de la figura de tu padre, del sostén que los libros representan y de la fragilidad siempre latente de la existencia. Gracias.

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