Represor GO, o cómo desandar el totalitarismo

    Un jurista novel es un positivista a reformar. La Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana se ufana de formar juristas neoconstitucionalistas —aunque en los primeros años de carrera aseguran formar juristas críticos, en alusión a la teoría crítica del derecho que bebe del marxismo—; sin embargo, en realidad gradúa positivistas. Aún peor, los profesores que se dicen constitucionalistas son positivistas conservadores, que enseñan a defender con argumentos manidos en vez de generar criterio y conocimiento. 

    Ser positivista ofrece al juez una calma inmerecida; con el mantra dura lex sed lex[1] se desprende de responsabilidades como quien se quita la toga. Eso no es justo. La toga debe pesar, y no solo pesar, sino apesadumbrar. Quien juzga sin inquietud, sin cuestionarse, aún no está preparado para juzgar: le sobra certeza y le falta humanidad. 

    Decía José Ortega y Gasset: «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».[2] Un positivista no solo no entiende de circunstancias, apenas percibe el Yo. Tiende a la lógica del farolero del quinto planeta: no hay nada que entender, la norma es la norma, y buenas noches.[3]

    En atención al alcance de sus consecuencias, hay dos tipos de positivistas: el que juzga y el que opina. 

    La expresión latina me iudice suele traducirse al castellano como «en mi opinión». La palabra «iudice» tiene como raíz el «ius», que para los romanos era equiparable al derecho de los mortales —distinto al derecho divino que definían con otro término. De la propia raíz deriva el término «iustitia», «iustus». Lo justo era lo que se avenía al derecho de los mortales: es justo porque es legal —positivismo.

    De tal suerte, los jueces romanos eran aquellos mortales que decían —dicodictum— lo que era iustus, lo que era legal. La castellana judicatura —iudicare— se refiere a los que «dicen el derecho» —ius dicunt, ius ego dico, ius illi dicunt. En otras palabras, aquellos que fueron elegidos para interpretar el derecho y administrar justicia. 

    Por otro lado, opinar está al alcance de todos: «opinions are like assholes, everyone has one…».[4] Juzgar también, pero son actividades cuya diferencia radica en la calidad de la pausa antes del decir. 

    No son intercambiables las expresiones emitir un juicio y emitir una opinión, aun cuando todo juicio no deja de ser una opinión…; pero una opinión con pausa, una opinión ponderada, contrastada, reposada.

    Quiso Tomás de Aquino realizar una distinción entre el juicio ita aliquid est vel non ita —«lo que es o no es»— y el quod esse debet —«lo que debe o debería ser». 

    Todas las personas pueden reconocer la existencia o inexistencia de algo concreto, tangible, o evidente —del latín videre, «lo que se ve». De modo que cualquiera se encuentra legitimado para emitir un juicio sobre si una cosa es o no es, si está o no. Así, basta un vistazo para concluir si es de día o de noche —no es una opinión, es un hecho—; pero alegar que el día es bueno y la noche es mala es un juicio de valor, y requiere un análisis, necesita una pausa donde se analice aquel quod esse debet

    Si el análisis es inexistente, o liviano —que es casi lo mismo que inexistente—, entonces no se trata de un juicio sobre lo que debe o debería ser, sino de una simple opinión, una mera creencia.  

    Conocer la diferencia entre juicio y opinión es un peldaño superado por la Ilustración. Ilustrar viene de traer lux al que no puede ver.[5] La ilustración como movimiento promovía el uso de la razón, que no implica el destierro de las opiniones, pero sí entender la diferencia entre lo que se sabe y lo que se cree. 

    Los espacios públicos creados por las redes sociales han desdibujado líneas, y ahora se cree, se juzga y se condena con una vehemencia que trasciende cualquier vestigio de humildad respecto del saber y la responsabilidad de saber bien antes de emitir un criterio que vincule a un tercero. Actualmente no solo juzga quien no debe; también lo hace quien no sabe. Y así se trenzan el juzgar y el creer, el saber y el suponer. 

    Hemos abandonado cualquier inclinación por la moderación o el comedimiento. Como individuos decimos defender la libertad de pensamiento mientras que como masa bloqueamos la diversidad de opiniones, la independencia en el pensar. Pese a encontrarnos como individuos mejor instruidos y ser mucho más conscientes de las normas de convivencia de la modernidad, en tanto masa somos tan lerdos como el más estridente de la manada. Para James Surowiecki,[6] justo el ejemplo de lo que no debemos ser como gentío, como comunidad. 

    La tendencia a cazar «represores» en la actual campaña política «chivatea a tu chivato» remite más a una cacería de brujas de siglo XV europeo que a cualquier intento genuino de hacer justicia. Justicia no es venganza, e incitar a una cacería como quien localiza un Pokemon no tiene una finalidad de reparación como alegan quienes lo promueven. 

    La conceptualización de quién es un represor político en un régimen dictatorial como el cubano es harto circunstancial, y si no queda clara esa circunstancia no puede salvarse a cuanto Ortega y Gasset —«yo y mi circunstancia»— ahora se pretende encasillar como represor según una lógica tan positivista como la que sirve a quien solo sabe repetir: «la ley es dura, pero es ley». 

    Se corre el riesgo de juzgar al positivista con positivismo, y esa ironía es una desandanza muy peligrosa.  

    Por supuesto que se debe aspirar a una justicia restaurativa —que no meramente punitiva, que es adonde apunta actualmente una parte de la masa en redes sociales—; por supuesto que hay grados de responsabilidad —que no pueden reducirse a la pertenencia o no a un partido tan masificado e insubstancial como el PCC en sus niveles básicos—; por supuesto que las víctimas en cualquier medida tienen derecho a verse compensadas y restituidas —que no vengadas. Pero se ha de cuidar las formas de condenar; no sea que nos pasemos de «enérgicos y viriles» y terminemos arrollando a ritmo de «no los queremos, no los necesitamos». Se ha de distinguir entre lo que se cree y lo que se sabe, entre lo que se opina y lo que se juzga, entre restauración y venganza.  

    La cubana no es ni la primera, ni la más rota de las sociedades que una idea ha dividido.    

    Pero, como ha dicho el profesor español Lorenzo Vicente Burgoa, «el clásico bon sens no tiene actualmente buena prensa. Antes bien, para más de uno, sería un tanto sospechoso… Está más de moda el ya también viejo elogio de la locura erasmiano o la ciega voluntad de poder». 

    Quizá, como masa, nos falta humanidad y nos sobra certeza. Somos aquel jurista novel que se considera paladín de la justicia y no pasa de farolero de quinto planeta. Y si como turba —en cualquiera de sus acepciones— nos regodeamos en aquel rancio positivismo a la hora de juzgar —y no aprendemos de años de errores y los usamos como experiencia socio-política—, una vez que los dizque «represores» de hoy pasen por fin a reprimidos, puede que el sitio vacante haya terminado calzando exactamente en nuestra recién adquirida pasión por los ajustes de cuenta. Puede que ahora el represor seas tú.


    [1] Significa: «la ley es dura, pero es ley».

    [2] Ortega y Gasset, José: Meditaciones del Quijote. Consultado en https://demiurgord.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/09/meditaciones-del-quijote.pdf.

    [3] Antoine de Saint-Exupéry: El principito, editorial Salamandra Infantil y Juvenil, 2021.

    [4] Eastwood, Clint: The Rookie, 1990, Warner Bros.

    [5] Similar idea encierra el término alumno: «a» como prefijo que denota falta de algo, y «lumnus» como luz: aquel que le falta luz.

    [6] James Michael Surowiecki fue un columnista en The New Yorker. Autor del libro The Wisdom of Crowds: Why the Many Are Smarter than the Few and How Collective Wisdom Shapes Business, Economies, Societies and Nations (2004)

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    4 COMENTARIOS

    1. El fenómeno debe ponerse entre paréntesis, al modo de Husserl que aprendió Ortega y Gasset, ya que, como el autor debe saber, hay una enorme escala de represores, que llega hasta delatores que causaron fusilamientos o largas condenas de prisión. Sin esa escala cualquier análisis es banal.

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