El pasado 18 de octubre se estrenó en España el documental Patria y vida: The Power of the music. Supongo que lo que me sacó del tedio de mi tarde de jueves y me propulsó al cine Vialia como un resorte, aquí en Málaga, fue buscar de nuevo la electricidad que nos agitó a todos los testigos de los movimientos de lucha y resistencia social de los últimos años en Cuba.
Volví a sentir la mirada inquisidora de mi padre clavada en el cogote cuando tuve que hacer un esfuerzo para recordar el número de relaciones sexuales que había tenido a lo largo de mi vida. Si bien de pequeña eran lícitos los disfraces de bailarina de Tropicana para los bailes del cole, en la adolescencia, por el contrario, mi herencia cubana me venía reprochada como un estigma.
El pasado 18 de octubre se estrenó en España el documental Patria y vida: The Power of the music. Supongo que lo que me sacó del tedio de mi tarde de jueves y me propulsó al cine Vialia como un resorte, aquí en Málaga, fue buscar de nuevo la electricidad que nos agitó a todos los testigos de los movimientos de lucha y resistencia social de los últimos años en Cuba.
Había más de veinte personas debajo de un aguacero, algunas con sombrillas y otras no. Personas que se mojaban y no intentaban refugiarse bajo un árbol, dentro de sus carros y mucho menos en sus casas. El lugar donde debían estar era allí, frente al altar.
Por su puesto, el apagón masivo —sin precedentes dadas sus dimensiones en un país donde los cortes eléctricos son un mal crónico desde hace décadas— dejó innumerables experiencias íntimas, a menudo dramáticas, o farsescas, que ilustran mejor la oscuridad de estas jornadas en Cuba.