El pasado 18 de octubre se estrenó en España el documental Patria y vida: The Power of the music. Supongo que lo que me sacó del tedio de mi tarde de jueves y me propulsó al cine Vialia como un resorte, aquí en Málaga, fue buscar de nuevo la electricidad que nos agitó a todos los testigos de los movimientos de lucha y resistencia social de los últimos años en Cuba. Las primeras descargas me habían pillado en Miami en 2020. El Movimiento San Isidro (MSI) y sus protestas en la isla se convirtieron en una de mis obsesiones. Un grupo de jóvenes artistas estaba poniendo el cuerpo para cambiar la realidad y su luchaba parecía dar resultado. Había esperanza, la ilusión de que personas sensatas y sensibles vencieran a la injusticia, la corrupción y la tiranía. Estábamos más cerca del Sol.
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Llego justo cuando empieza la sesión y corro a la sala 2. A mis espaldas, los muchachos que han validado mis entradas comentan: «¿Patria y vida? Sí. ¿Te acuerdas de Beatriz Luengo? La de Un paso adelante…» El documental arranca con una brevísima genealogía de la historia del rap y la crítica social en Cuba, a partir de imágenes de archivo de Yotuel y el grupo Amenaza a principios de los noventa. El artista habla de su salida a París, su maleta con poca ropa llena de sueños, de los orígenes y el impacto de Orishas en la música urbana cubana y de la inspiración y el modelo para los jóvenes que sus canciones significan en la isla, a pesar de la censura. Según sus palabras, pareciera que en la historia del rap contestatario en Cuba el único grupo que hubiese existido fuera Orishas. Se ignora por completo la existencia de los raperos que siguieron luchando desde dentro, como Los Aldeanos, por ejemplo.
Continúa la explotación de la novedad y del nacimiento de la letra de «Patria y vida» en la cocina de Yotuel y Beatriz Luengo. Como si hubiesen parido juntos todo lo que vino después. Beatriz Luengo, madre salvadora, portadora de vida, llena seas de gracia. ¿Por qué no mencionan qué los lleva en ese momento a querer escribir esa canción? ¿Por qué no han escrito antes, explícitamente, en todos sus años de carrera musical, sobre los problemas políticos y sociales en Cuba? El resto de los espectadores que no sean cubanos no saben que en 2020 allanaron el domicilio del rapero Denís Solís y luego lo llevaron detenido. ¿El motor creativo de Yotuel y Beatriz apareció independiente de la marea de solidaridad que se despertó entre los artistas por la injusticia de la detención de Denis? ¿Su impulso no tuvo nada que ver con el artivismo del 27N? El protagonismo repetitivo de la pareja durante el filme en todo este asunto me molesta. Pero no tanto como el cinismo del agente musical y de los personajes de la industria y sus algoritmos. Marketing, luego existo. Me pregunto si el pueblo de Cuba hubiese cantado «Patria y vida» si no hubiese sido porque Luis Manuel Otero, Maykel Castillo, el Funky, Anamely Ramos y todo el MSI lo cantaban primero.
A lo largo del documental, las palabras de la pareja desdibujan la intención de «Patria y vida». Como cuando Yotuel sugiere que encontró al líder que necesitaba para su canción en Luis Manuel Otero. ¿Cuál es la intención de esta canción? ¿Que sea un éxito, que acompañe a los cubanos, que denuncie a la dictadura en Cuba? La cantautora española y el artista cubano continúan resaltando el valor de su composición y su condición de pioneros en la lucha política cubana. Al parecer desconocen la larga historia de protestas en el restaurante Versalles de Miami ¿Habrán escuchado hablar de Oswaldo Payá? ¿Por qué tanto ahínco en querer ser los primeros?
En cualquier caso, me alegra que se recopilen los videos que ya me habían perturbado en 2021 y que pueda verse en la gran pantalla el horror de las detenciones a Luis Manuel Otero, las imágenes del Acuartelamiento de San Isidro, a Maykel Osorbo con el tabique partido por los golpes de la Seguridad del Estado, los palos que reciben los manifestantes, los disparos del 11J. También aparece la fuerza del barrio contra la policía, los vecinos defendiendo a Maykel, que escapa con las esposas en una mano. «Aquí no hay libertad ni pinga», grita Luis Manuel.
Ojalá que esto lo vea mucha gente, pienso, sobre todo aquellos que se sorprenden cuando les dices que en Cuba hay una dictadura. «¿Qué dictadura?», te responden, «¿la de Batista?» Las curadoras y activistas Anamely Ramos y Claudia Genlui aportan sensatez y recuerdan que no es el mismo costo personal para los que cantan dentro que para los que cantan fuera. Resulta terrible que los artistas en el extranjero tengan amenazas de muerte y vivan con miedo, pero cuentan con algún tipo de protección, a diferencia de quienes están ahora en la cárcel en Cuba.
Una pareja sentada detrás de mí, a la izquierda, llora desconsoladamente. Pienso en el papel que juega la amistad para la conformación de cualquier producto cultural. Son los amigos los convocados al rodaje. De ahí que aparezca Alexander Otaola, el influencer de Miami con aspiraciones políticas que a través de su programa de salsa rosa ha ganado popularidad en la comunidad al sur de La Florida a base de juicios intransigentes, manipulando las desgracias del exilio. Otaola desprestigia y evalúa a los cubanos de acuerdo a sus parámetros propios de anticastrismo, tal como en la isla evalúan el patriotismo en función de cuán «revolucionario» eres o no.
Entonces vuelvo a ver las nominaciones a los Grammy de 2021 y me revuelvo en la butaca, me entra de nuevo la mala leche con el discurso de Beatriz Luengo y la desafortunada vestimenta de la pareja. La banalidad del mal en el espectáculo. ¿Hay lugar para la fiesta cuando Luis Manuel Otero y Maykel Castillo siguen en la cárcel? ¿El objetivo de la canción era expresar el sufrimiento de un pueblo o ganar dos Grammy? Las palabras más acertadas fueron de Maykel desde la cárcel: el premio es para el pueblo cubano. Pero, ¿qué harán los cubanos con él? Los cubanos no necesitan premios: necesitan derechos, comida y estar con su familia. No necesitan que se premie su sufrimiento como máxima realización de arte. Tres años después, la isla sigue a oscuras y la única «música» que rompe el silencio de la noche es la rabia de las cacerolas, que siguen vacías.
Las llamas comiéndose una escultura de madera de LMOA ponen fin al documental. El videoclip de «Patria y vida» acompaña a los créditos. Tres o cuatro espectadores entonan bajito la letra con melancolía. Ahora entiendo la actitud derrotista de mi padre cuando, desde Miami, lo llamaba eufórica en 2021: «Papá, ¡se va a caer la dictadura!» «No va a pasar nada, no va a cambiar nada. Esto ya lo hemos vivido otras veces», me decía. Otro ciclo de esperanza que se va por el sumidero de la «cubantropía», para ponerlo en los términos de Iván de la Nuez.
Vuelvo a casa apesadumbrada. ¿Qué más tiene que pasar para que pase algo? Iván, mi novio, me llama y hablamos por Whatsapp. Ha descubierto que en el calendario hindú nuestra era se conoce como Kaliyuga. El planeta está muy alejado del Sol y la era se caracteriza por la degradación progresiva de la moralidad, la espiritualidad y la justicia. El dharma, u orden cósmico, se encuentra en su punto más bajo, y predominan el caos, la corrupción, el egoísmo, la maldad y la ignorancia. Buscamos juntos en internet y celebramos, antes de tiempo, el vaticinio de algunos gurús que dicen que la era está llegando a su fin. Iván lo corrobora con Chatgpt. «Según las escrituras hindúes, solo han pasado aproximadamente cinco mil 125 años desde su inicio, lo que significa que quedan alrededor de 426,875 años para que termine». De pinga.
Espero que al menos el protagonismo y la fama de Beatriz Luengo y Yotuel sirvan para algo y se llenen las salas de cine, aunque ellos se lleven más mérito del que les corresponde por esta parte de la historia cubana, y aunque lo que hagan sea utilizar las voces de los que tienen voz, pero no tanto alcance.