Cuando Alexis Rodríguez-Duarte y su pareja y colaborador Tico Torres decidieron convertir el encargo de la revista de moda masculina L’Uomo Vogue en tributo desde Miami a la Cuba de sus padres, no podían siquiera imaginar que estaban desafiando la historia, la suya, la de la revista, y también la de Celia Cruz. Las fotos de aquella sesión han sido modelo e inspiración para que la artista Phebe Hemphill diseñara la moneda dedicada a «La Guarachera de Cuba», la «Reina de la Salsa», como parte del programa American Women Quarter en su serie de 2024. Es el último hito de la ya legendaria foto de Celia y las palmas reales, que desde 2016 —en impresión de inyección de tinta— forma parte de la colección permanente de la National Portrait Gallery de Washington D.C. (administrada por el Smithsonian Institute), donde se exhiben retratos de los personajes más ilustres y famosos de los Estados Unidos.
«¡Yo soy de Cuba la Voz, Guantanamera! Celia Cruz es el título que quisimos darle a la foto. ¡No podía ser otro!», me cuenta Alexis Rodríguez-Duarte, emocionado y elocuente. Alexis es fotógrafo; Tico, un verdadero director de arte del photo shoot, como lo definió Cabrera Infante, el encargado de la mise-en-scène, y también el ojo crítico tras el lente de Alexis. Están casados y llevan más de 40 años juntos, compartiendo vida y profesión.
En el apartamento donde viven en el West Village, Nueva York, Celia y Cuba están por todas partes; una mezcla de cosmopolitismo y cubanía en su expresión más moderna y personal: fotos —por supuesto—, discos de vinilo en profusión, libros, posters, revistas, objetos y remembranzas de sabores y olores que en un tiempo sentían ajenos y a los que volvieron, precisamente, gracias a Celia Cruz.
Así lo cuenta el fotógrafo: «Nosotros, Tico y yo, tuvimos la idea de proponer a Alex González, entonces director de arte de L’Uomo Vogue una serie fotográfica de moda bajo el concepto Miami Cuban Style. Para entonces, ya estábamos de vuelta a nuestras raíces, con mucha pasión. Llegamos a Miami desde Cuba, junto con nuestras familias, en 1968 en los “Vuelos de la Libertad”, cuando aún éramos niños, y nos criamos en Miami: uno en Hialeah y otro en La Pequeña Habana. En la adolescencia, y siendo cubanoamericanos, queríamos ser más Americans, y nos esforzábamos para ello. Americanizarnos era parte del proceso de integración, lo mismo que ocurrió con los italianos y con otras nacionalidades: nosotros queríamos ser americanos».
«Celia entonces era la música de nuestros padres; era la Celia que oíamos en las fiestas que todos los fines de semana se hacían en casa de Tico, y era, de cierta manera, una música que ubicábamos en el pasado», recuerda Alexis Rodríguez-Duarte. «Y fue la propia Celia quien me reconectó con mi identidad y el legado de donde de vengo. Celia hizo que, de alguna manera, volviéramos con mucho orgullo a la semilla, a los orígenes, desde el aprendizaje y la búsqueda».
También evoca el asombro del primer encuentro con la diva cubana: «En 1988 vivíamos en Londres durante una corta temporada y vimos en el metro los posters anunciando su concierto en el Hammersmith Palais, no sin cierta incredulidad y estupor frente a lo que creíamos incoherente y de poco tirón para los londinenses. Nos dio curiosidad y quisimos conocerla, y decidimos buscarla. Conocer a Celia fue definitorio: con tremenda sencillez se puso ella misma al teléfono y accedió a conversar con aquellos chicos cubanoamericanos, que éramos nosotros; quería saber absolutamente todo de nosotros y nuestras familias», rememora el artista. «Nuestra situación en Londres era precaria, al punto que no podíamos permitirnos pagar entradas de teatro. Con pena se lo dijimos a Celia cuando nos preguntó si estaríamos en su concierto. Pero su reacción abrió la esperanza: “No les prometo nada, haré algunas gestiones. No se preocupen”. A la mañana siguiente llamó ella misma y nos dijo que pasáramos por la taquilla del teatro. Allí nos esperaban no solo dos entradas, sino también dos pases de acceso general VIP. ¡No nos lo podíamos creer! El concierto fue un tremendo éxito, ella estuvo grandiosa, estremeció la famosa sala y nosotros, que pudimos ubicarnos junto a la consola de sonido, y hasta pasar al camerino y conversar allí con ella, ¡cometimos el error de no llevar la cámara! Se inició así una etapa de 15 años de colaboración, aprendizaje y amistad, que marcó nuestras vidas y carreras».
Seis años después de aquel episodio londinense, el proyecto sugerido por Alexis y Tico fue aceptado por la revista italiana de modas, con la condición de conseguir que Guillermo Cabrera Infante escribiera el artículo acompañante. La respuesta de Alexis y Tico fue audaz, dando por hecho la colaboración del eminente escritor cubano, a quien ni siquiera conocían. La historia tuvo un final feliz: Cabrera Infante accedió a colaborar en ese y otros proyectos de la revista y de los fotógrafos, y escribió un ensayo que tituló «Sol sobre Miami».[1] Sus textos y una serie de fotos del gran autor cubano realizada por Alexis y Tico —quienes llegaron a sostener una relación de amistad con él y su esposa, Miriam Gómez— son la mejor prueba del éxito de aquella empresa.
El Fairchild Tropical Botanic Garden de Coral Gables, con sus altas palmas reales, y su extensa colección de plantas tropicales exóticas, fue el sitio elegido por los fotógrafos para recrear en Miami la nostalgia por el clasicismo de aquella Cuba de los años cincuenta que también encarnaban sus padres. La idea de que Pedro Knight, enfundado en un impecable tuxedo de Versace, tuviera determinado protagonismo se justificaba no solo por el perfil de la publicación, sino también por lo que ese discreto caballero —quienes lo conocieron dicen que lo era en toda la extensión de esa palabra— representaba en la vida de Celia: una pareja icónica de aquella Cuba de añoranzas que buscaban Alexis y Tico.
Para 1994 ya Celia no solía usar sus recreaciones estilizadas de la bata cubana —traje de guarachera, de rumbera, le llaman algunos, aunque, personalmente, no me gusta tal definición. Ella misma había producido un cambio de look que la insertaba de manera espectacular más en la escena pop que en la de la música tradicional cubana y afrocaribeña.
«A pesar de eso, quise elegir ese vestido, porque nuestra fantasía era la Celia de nuestros padres, la de los sesenta, la imagen que ellos conservaban en su memoria. Con esta indicación, Celia eligió varios vestidos en esa línea y los llevó para Miami. Entre ellos, elegí ese. Ella lo había usado antes en alguna actuación, pero era el ideal. Tiempo después el vestido recorrió un accidentado camino, que Omer [Pardillo] puede explicar mejor que yo», dice Tico Torres, al tanto siempre del estilismo y de la escena para la fotografía.
Era una elaborada bata cubana color verde lima, repleta de encajes y bordados, creada por el diseñador y modisto cubano Enrique Arteaga, entonces residente en Nueva York. La debacle que marcó la breve vida del Fashion Café, en el Rockefeller Center, casi arrastró consigo la mítica bata cubana de Celia Cruz, quien la había cedido para su exhibición en el supuestamente prometedor negocio que en diciembre de 1994 inauguraban a todo trapo (nunca mejor dicho) las supermodelos Claudia Schiffer, Naomi Campbell y Elle McPherson. «Cuando el Fashion Café cerró, en 1998, los vestidos que allí se exhibían como parte de su decoración fueron vendidos en una plataforma comercial de Internet», explica ahora Omer Pardillo, quien fuera manager de la gran artista cubana. «Un amigo me avisó a tiempo, y pude comprarlo y recuperarlo. Hoy forma parte de la colección del Celia Cruz Estate/Celia Cruz Legacy Project».
La bata cubana reinterpretada vigorizaba el simbolismo del entorno elegido para la sesión de fotos; el entronque de la tradición con la modernidad radicaba en los complementos: los altos zapatos sin tacones, desafiantes de la gravedad —ya una marca Celia Cruz—, y el complejo peinado recogido —que las cubanas de los sesenta habían bautizado como «María Caracoles»— a cargo de Olazábal, famoso estilista cubanoamericano de Miami.
«Mi Hasselblad, esa misma que ves aquí», y señala hacia un ángulo del salón: «con ese mismo lente, fue la que captó esa imagen de Celia», dice Alexis Rodríguez-Duarte. «Aunque vivimos en la era digital, nosotros somos muchachos de películas, de aquellas —o estas— cámaras con rollos o carretes. Las imágenes que los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin enviaron desde la Luna fueron tomadas con una Hasselblad. Yo me crie con películas y sigo utilizándolas, además de las cámaras digitales… Pero pensamos que no hay comparación posible en cuanto a resultados».
«Acostumbro a conversar con la persona que estoy fotografiando», dice ahora el autor de la icónica instantánea. «Y cuando voy a accionar mi cámara se me ocurre preguntarle a Celia cuál es su canción cubana preferida. Ahí abre los brazos, mira al cielo y con toda la potencia de su voz comienza a cantar: “Guantanamera, guajira guantanamera, / guantanamera, guajira guantanamera...”. Esa es la historia real y no otra, a pesar de los diversos significados que se ha querido atribuir al momento captado en la foto. Celia no está invocando ni a sus ancestros africanos, ni a los orishas, por más que se repita en diferentes fuentes», insiste. «Así fue toda la sesión de fotos: Celia cantándonos a capella, brindándonos el privilegio de su voz».
1994 fue también el año en que Celia recibió, de manos del presidente Bill Clinton, la Medalla Nacional de las Artes, creada por el Congreso de los Estados Unidos, máxima distinción honorífica que se concede a artistas y patronos de las artes en el país.
Alexis y Tico fueron testigos de otros muchos momentos trascendentes en la vida de Celia Cruz, sobre todo en Nueva York, Miami y París: con su cámara, inmortalizaron conciertos, aniversarios personales y diversas ocasiones muy relevantes que jalonaron ese camino de inmersión en la sociedad estadounidense y de reconocimiento de la estatura artística y humana de Celia Cruz en su país de adopción. Ello no solo se expresó en forma de condecoraciones oficiales, sino también en el cariño popular, como cuando ella y Pedro Knight fueron elegidos Grandes Mariscales del Desfile del Día de Cuba en Nueva York, en 1999, o cuando ella cantó como invitada especial de Aretha Franklin en el legendario concierto VH1 Divas live: The One and Only Aretha Franklin en el Radio City Music Hall, en 2001.
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Veintinueve años después de aquella memorable sesión de fotos, la Casa de la Moneda de los Estados Unidos anunciaba la elección de Celia Cruz entre las mujeres notables que serían honradas en la emisión de 2024 del programa American Women Quarter. Entre las fotos enviadas por Omer Pardillo, albacea y ejecutor del Celia Cruz Estate, para el diseño de la imagen en el reverso del quarter que homenajearía a La Guarachera de Cuba, estaban las tomadas aquel día en Miami por Alexis Rodríguez-Duarte y Tico Torres.
En la pequeña circunferencia de cuproníquel de 5.670 gramos, 24.26 mm de diámetro y 1.75 mm de grosor, la artista Phebe Hemphill retoma la esencia de las fotos de Alexis y Tico, y sintetiza de manera brillante símbolos identitarios y singulares: la alegría perenne en su risa, la actualizada bata cubana que, siendo un vestuario escénico, es aún uno de los estereotipos más persistentes de la cubanía de ataño, la exageración de su peinado y sus pendientes, todo rematado con su grito como diana rumbera que llama a la sabrosura: «¡Azúcar!».
«Esto es muy surreal para nosotros», dice Alexis Rodríguez-Duarte. «Después de trabajar para los más importantes medios del mundo de la moda, después de retratar a tantas celebridades [no los menciona, pero su lente ha captado a Jeff Koons, Madonna, Daniel Arsham, Andy García, Carolina Herrera, Gloria Vanderbilt, entre muchos otros], nunca pudimos imaginar la trascendencia de lo que hemos hecho, capaz de expresarse en algo tan extraordinario como la moneda de Celia».
El diseño de Hemphill ha permitido que por primera vez no solo una palabra en español, con ortografía y signos de admiración perfectos, y un elemento de vestuario que apela a la identidad cubana, aparezcan en una moneda estadounidense; Celia Cruz es también ahora la primera mujer afrocubana cuya imagen es esculpida en una moneda no ya de Estados Unidos, sino de cualquier otro país. Por supuesto, incluida Cuba, donde Celia nació y forjó los cimientos de su carrera, y cuyo gobierno sigue condenándola a la censura y el desprecio oficiales.
Esos símbolos pasarán de mano en mano, esculpidos en cada una de los 500 millones de quarters que la Casa de la Moneda de Estados Unidos decidió fabricar y poner en circulación en esta oportunidad; sin dudas, uno de los logros más significativos de la cubana más universal. Se trata del reconocimiento de su impacto en la cultura de la nación estadounidense, resultado de su defensa constante de las tradiciones musicales de su país natal y del hallazgo inteligente de caminos para convertirlas en un patrimonio asumible por las más amplias audiencias latinas y anglosajonas. Su implicación en las causas sociales más nobles y urgentes —como la lucha contra el cáncer y el VIH—; su gestión material para la formación musical de niños con bajos recursos; el respeto de los colegas norteamericanos por su arte genuino y magistral y por sus valores humanos, y, en suma, el singular valor simbólico de su figura, constituyen también razones para esta moneda de Celia Cruz.
Para Alexis y Tico, la inspiración que representó la Reina de la Salsa ha trascendido los límites imaginables: el reencuentro con sus orígenes, aquella vuelta a la semilla se convirtió en razón de vida. Desde 1993 sucesivos proyectos los han llevado a documentar la diáspora cubana en Estados Unidos y a comprometerse en la recuperación de la historia del exilio cubano a través de la memoria visual; como ejemplo, su memorable exposición Cuba Out of Cuba: Through the Lens of Alexis Rodríguez-Duarte in Collaboration With Tico Torres (Cuba fuera de Cuba: a través del lente de Alexis Rodríguez-Duarte en colaboración con Tico Torres) en Miami, 2014. Cabe destacar asimismo el trabajo docente en instituciones especializadas, los encargos de los más prestigiosos medios internacionales (The New Yorker, Vanity Fair, Town & Country, Harper’s Bazaar, etc.), y una serie de desnudos artísticos masculinos.
[1] Publicado originalmente en L’Uomo Vogue, el ensayo «Sol sobre Miami» se incluyó después, en 1999, en El libro de las ciudades, una compilación de textos de Cabrera Infante publicada por Alfaguara.