Hoy vi las cajas de fósforos que dieron en el mercado por la libreta de abastecimiento y hasta me sorprendí. Desde que no tenemos gas para cocinar, los fósforos se han ido convirtiendo en un objeto arcaico.
Recuerdo que en la infancia una de mis hermanas me mostró cómo colocarlos en posición vertical sobre el piso, y en parejas. Uno de los fósforos (que en Cuba no se hacen de madera sino de papel encerado y enrollado) se despliega simulando un vestido.
Y así, poniendo uno contra otro, las cabezas unidas en un gesto hasta tierno, se les prende fuego.
Es impresionante cómo las llamas producen la ilusión de que se trata de un baile.
Recientemente tropecé en YouTube con un video sobre los frecuentes suicidios entre menores de edad y el fenómeno de los Toyoko Kids en Japón. Se trata de un movimiento formado por adolescentes y jóvenes, atrapados en complejos procesos psicológicos, que escapan de sus hogares y deciden vivir en la calle. Sobreviven como pueden, recurriendo si es preciso a la prostitución, y consumen sustancias destructivas. En ese ambiente de automarginación, donde nadie juzga a nadie, encuentran algo equivalente a una familia.
En cierto sentido el proceso se asemeja a un corredor de la muerte, pues rehúsan buscar opciones de recuperación y reinserción social.
El video se centra en el testimonio de un padre que perdió a su hija cuando el novio la invitó a saltar juntos de lo alto de un hotel de 12 pisos. El método —y el hotel mismo, por el fácil acceso a la azotea— es recurrentes entre los Toyoko Kids.
La muchachita, de solo 15 años, estaba muy apegada a su abuelo y no había podido superar su pérdida.
Lo más siniestro, según expone el youtuber, es la asiduidad de estas muertes en pareja, clasificadas bajo el término «shinju». Esto simplifica el protocolo legal y evita una investigación sobre si una de las partes coaccionó o manipuló a la otra psicológicamente.
Y volviendo a las parejas de cerillas que danzan antes de consumirse… era común en Cuba que una botella de alcohol y un fósforo constituyeran el final de maridos infieles. También era escalofriante la frecuencia que lo usaban mujeres para autoinmolarse; en cierto modo un acto de gran coraje, pues es una de las muertes más horribles.
Esta combinación letal también ha sido el arma de algunas madres desesperadas a la hora de defender una vivienda ocupada ilegalmente. Ante la amenaza de ser desalojadas, las bravas mujeres tenían lista la botella con alcohol y los fósforos, dispuestas a volar junto a sus hijos. Funcionó en muchos casos, porque la necesidad y los métodos extremos pueden ablandar a veces la injusticia.
De todos modos, ya hace tiempo que la calidad de los fósforos cubanos es pésima, y puedes agotar la caja entera sin lograr encender ni uno solo.
Pero lo que me aterra de este tema escabroso es la desolación no expresada que se ha enquistado en el corazón de un individuo, menor o adulto, obnubilando su percepción de la realidad. Y conduciendo a un desenlace irreversible.
Ignoro les tasas de suicidio en mi propio país, y no solo esos progresivos por autodestrucción mediante el alcoholismo, el químico o la mezcla de medicamentos. Hay tantas formas de morir, alimentándose mal, durmiendo mal, entre apagones programados o imprevistos, perdiendo de vista cualquier variante de futuro que no sea extinguirse.
En ocasiones uno se entera por las redes sociales sobre jóvenes que han recurrido al suicidio en medio de estados depresivos. Por ejemplo, varones que cumplen con el servicio militar obligatorio. O una adolescente que se lanzó de un edificio por una traición amorosa. O los jóvenes que decidieron poner fin a sus vidas juntos en las vías del tren…
Ellos cargaban con el fracaso de no poder sostener a sus familias. Entonces, como ahora, me pregunté si no había manera de evitar un final tan absurdo. Porque dejar hijos huérfanos es prevaricación y desperdicio.
Alguien decidido a terminar con todo lo hará sin duda, y si malogran el acto reincidirá hasta completarlo; pero hay miles que mueren involuntariamente y dan señales de querer vivir, de que, por favor, los salven.
Recuerdo que el cantante francés Manu Chao dijo en una entrevista haber aprendido, viendo la pobreza en Latinoamérica, cómo personas que tienen razones de sobra para deprimirse eligen levantarse cada día y seguir luchando el sustento propio y de sus familias. Especialmente madres.
Esos niños de Japón que huyen de sus familias y buscan la muerte en una caída libre desde la azotea de un hotel, bajo el efecto de psicotrópicos, tienen garantizados alimento y un confort básico. Pero algo falla en el contexto de una sociedad hiperdesarrollada.
¿Qué los lleva a perder el rumbo? Porque cualquier cubano sueña con ese progreso apabullante del primer mundo; es el estándar de felicidad imaginado desde el subdesarrollo.
Según la OMS, los países con más altos índices de suicidio son Guyana, Corea del Norte y Sri Lanka. Y en Latinoamérica, otra vez Guyana, y Surinam, por individuos mayores de 80 años. En otra búsqueda hallé que el suicidio es la décima causa de muerte en Cuba, y la tercera en el grupo de 10 a 19 años.
Sin embargo, nunca he podido orientarme bien con las estadísticas. Siento que la tragedia de un solo ser es tan valiosa como la de una multitud. Para ese individuo, su sufrimiento es el mundo, porque experimentamos la existencia de forma subjetiva, y quien ha descendido al infierno de la depresión conoce el precio de cada punzonazo.
¿Quién sabe si, de repente, esos Toyoko Kids despertaran en Cuba, reaccionarían como por terapia de choque? Quizá encontrarían en la lucha por la supervivencia un incentivo concreto para apreciar lo que perdieron en su país.
Pero, la pregunta urgente, allá y aquí: ¿cómo revertir la decisión de rendirse? ¿Cómo convencer a alguien anclado en ese punto de que mañana todo puede cambiar?
«Este desierto blanco me aniquila…»; así describía uno de sus abismos mentales el poeta suicida Ángel Escobar.
No sabemos qué produce el reacomodo y armonía internas, pero a veces sucede… Despertamos con una perspectiva nueva sobre la misma situación. Y las fuerzas llegan, silenciosamente.
El poeta místico Maulana Rumi expresaba: «Deja las preocupaciones a Aquel que creó los pensamientos».
Si nadie puede escapar de su propia fecha de caducidad, entonces, para qué apresurarse. No puedo dejar de pensar que el suicidio, más que una derrota personal, es el fracaso de la sociedad que no supo impedirlo.
Muy bueno su post que toca una parte sensible de los humanos donde quiera que vivan pero quizá mucho más entre los que mal viven! ✍️
Valioso tu texto, la muerte no es una via de escape, a no ser que no tenga remedio, ya sea por una enfermedad terminal y el paciente quiera poner fin a su vida. Morir joven es la peor desgracia, una historia que no tuvo un recorrido. La vida es un regalo.