La crisis liberal y la futura democracia en Cuba

    El sistema global está en crisis. Es una verdad que ya poco o nada necesita demostrarse. Aunque, por más que no es coherente aferrar la esperanza a los trozos de modelos en evidente colapso, hay quienes persisten en la fútil idea de encontrarle una lectura de prosperidad a la hecatombe que tenemos enfrente. En los últimos años se han removido tanto las estructuras del capitalismo posfordista que representa incluso riesgoso aspirar a una lectura acertada del lugar al que nos conduce esta nueva etapa. Cada vez más la teoría política se asiste de la realidad efectiva que de un futuro nebuloso dentro de un ahora absolutamente inestable. 

    No es algo extraño que las directrices políticas, principalmente en Occidente, cambien de súbito. Esta región ha contemplado tantos derrumbes y reconstrucciones que hasta parece ilusorio hablar de una nueva crisis cuando ni siquiera es comprobable el fin de la anterior. Pero si algo se puede asegurar, es que el momento histórico que vivimos no tiene precedentes por más equivalencias que existan con otros períodos. 

    Se habla de un nuevo renacer para el fascismo, sobre todo en Europa. El avance de la —incluso autonominada— extrema derecha, el rescate de figuras y simbologías harto deleznables, las políticas genocidas llevadas a cabo por distintas administraciones y respaldadas por magnates y compañías multimillonarias, así como la constante añoranza con que determinados actores de influencia hablan de etapas y procesos anteriores pudiera dar la idea de una inminente regresión histórica. Pero al mismo tiempo, el flujo tecnológico existente, la pugna por la llamada «conquista espacial», la digitalización de cada milímetro de la vida, los avances en sectores como la robótica, la inteligencia artificial, el transhumanismo y la ingeniería genética, proyectan un escenario de incuestionable tránsito hacia un futuro permeado por la lógica post-industrial que en cierto grado puede convertir en profeta a algún que otro artista de la ciencia ficción. 

    Ese coqueteo aspiracionista del desarrollo infinito que de a poco nos conduce al colapso distópico, busca ridiculizar en gran medida el axioma de que, en un mundo de recursos naturales limitados, no se puede aspirar a un nivel de producción y consumo ilimitado, como falazmente vende la propaganda capitalista. Para que esa idea enquistada en el primer mundo logre cierto grado de efectividad, los niveles de explotación a los que se somete al Sur Global llevan de a poco a un punto de no retorno, donde crisis de escalas incalculables nacen y arrasan en avalancha. El efecto de esta bola de nieve inevitablemente repercute en las estructuras políticas globales, y llevó, en gran medida, a la puesta en escena de la cual somos partícipes actualmente. 

    Durante mucho más de un siglo, la llamada democracia liberal marcó la ruta de la política en el mundo, al punto de ser considerada el non plus ultra de cualquier forma de orden social. Bajo ese régimen ideológico desarrollista, el Estado moderno y el capitalismo sentaron sus estructuras desde el supuesto de que fuera de esa forma de entender la política, la economía y la sociedad, solo existiría el caos, el hambre y la tiranía. Incluso, luego de que en Europa del Este triunfara la Revolución rusa que llevó a la creación de la URSS y al nacimiento del resto de modelos réplica en la región, la democracia liberal siguió jugando el mismo rol de ejemplo, incluso en medio de la supuesta bipolaridad. Pero ahora todo cambió y la democracia liberal —sobre todo en el núcleo de la democracia representativa— yace bajo un tsunami al que no se le puede aún ni poner nombre. 

    La causa principal de tamaño desmembramiento es, sin dudas, la incapacidad de ese sistema para proveer niveles de justicia social dignificadores para las mayorías alrededor del mundo y, en cambio, propiciar el constante crecimiento de élites económicas y políticas que son las principales responsables de la ya mencionada crisis. A diferencia de lo que la democracia liberal en teoría aspira, el régimen político-ideológico que ha determinado el sistema de vida de la humanidad desde el siglo XIX solo consiguió estrechar los paradigmas de libertad efectiva para las personas. En un sistema donde supuestamente se alcanzaría total libertad y plenitud con vistas al desarrollo, vemos como cada vez más los sujetos somos dependientes de aparatos de arbitraje, poder y disciplinamiento, que solo consiguen hacernos siervos de un sinnúmero de instancias que regulan nuestra vida. 

    Dentro de un régimen político que debería combinar la estructura democrática, con la libertad individual dentro del marco del estado de Derecho, vemos como para las mayorías esos valores pilares no pasan de ser un proyecto inalcanzable. En este punto nos encontramos con un retroceso global de la democracia, donde las personas cada vez deciden menos por sí mismos, mientras aumenta el autoritarismo a manos del Estado y las regulaciones económicas y culturales que imponen distintas élites. Tal autocratización implica la erosión de instituciones claves para la vida social plena, como elecciones libres y transparentes, los sistemas judiciales y los derechos individuales.

    Este fenómeno se puede ejemplificar con casos como el de Nayib Bukele en El Salvador y Viktor Orbán en Hungría. Estos jefes de Estado, electos democráticamente, han utilizado, en múltiples ocasiones, vericuetos legales con los que lograron debilitar la democracia desde el poder ejecutivo, al punto de incurrir en explícitas violaciones al orden constitucional y a los derechos civiles de los ciudadanos. Procesos de este tipo, definidos por algunos teóricos como «autoritarismo encubierto», son posibilitados por el mayor aliado que siempre tuvo la democracia liberal y que ahora reaparece en vertiginosa ruptura: el populismo. 

    Son los nuevos populismos uno de los principales motores para la actual crisis. Líderes de este tipo, devenidos autócratas e ideólogos, basan su agenda en sostener apoyo popular inmediato, resultado de promesas extravagantes y políticas insostenibles. Así, mientras atacan bienes indispensables para el equilibrio en el funcionamiento de la «democracia», como la libertad de expresión y los derechos de los sectores vulnerables, pactan y sirven a intereses de hegemonías globales u oligarquías domésticas, como sucede en Argentina con el actual mandato de Javier Milei. Esto da al traste con índices inflacionarios estratosféricos, empobrecimiento popular, desplazamientos, extractivismo y, por supuesto, vulneración de la dignidad de vida de las personas. 

    El impacto de las desigualdades económicas y culturales que entrecomillan la funcionalidad del régimen «democrático» dentro del capitalismo, genera una de las características principales de esta crisis: la desconfianza popular en el orden democrático liberal y el desmantelamiento de instituciones que conforman la parte sólida de ese sistema. Múltiples encuestas realizadas por diferentes medios y sitios de investigación muestran que el apoyo público a la «democracia» está en declive. Por el contrario, crecen los discursos reaccionarios que hablan de «mesías» que «nos salvarán del sistema».

    El mejor ejemplo está en la fuerza de la ideología trumpista y sus múltiples rostros. Esta línea política, actual regente de La Casa Blanca, y por transitividad, la fuerza política más influyente del mundo, se enuncia como la salvaguarda de la «verdadera democracia», la cual «secuestró» el Estado y las instituciones y que será devuelta desde la prédica y praxis de un «líder» de relevancia como Donald Trump. Los desbordes autoritarios de esta ideología se vuelven atractivos para millones de personas que, luego de mucho tiempo ahogándose dentro de la disfuncionalidad representativa de la democracia liberal, supondrán un respiro en cualquiera que bien sepa venderles un poco de aire, al precio que sea necesario.

    El entendimiento de que la democracia liberal está hueca, donde las estructuras formales permanecen, pero no tienen un impacto real debido a la influencia desproporcionada y vertical de corporaciones y élites económicas, también contribuye a esta crisis. Lamentablemente, las «alternativas» que terminan alternando o prometen alternar a ese sistema, parten de las alas más reaccionarias y/o corruptas, donde los problemas del engranaje sistémico crecen bajo la sombra del autoritarismo populista.

    El colapso del sistema liberal tal y como lo conocemos es un hecho. Hace más de una década es una verdad inminente que la pandemia aceleró y hoy más que nunca está a la vanguardia de la política global. Los tantos genocidios y conflictos bélicos, el auge del caudillismo autoritario, la crisis de credibilidad que enfrenta, la añoranza con que determinados sectores entienden cuestionables etapas y figuras del pasado, el desplome de múltiples economías, la fragilidad de instituciones claves, la injerencia activa de corporaciones y magnates en los diferentes ámbitos de la política global, así como la desobediencia y reacción popular en muchas regiones conforman las evidencias principales de ese derrumbe.

    Pensar nuestra democracia de forma autónoma. Los autoritarismos regionales y su peligrosa popularidad

    En Cuba, quinientos años de colonización y más de sesenta de adoctrinamiento inflexible no dejaron un daño antropológico, como desacertadamente se ha expuesto, pero sí una huella cultural muy grande y nefasta para el desarrollo sociopolítico de nuestro pueblo. La inexistencia de un poder ciudadano y de conciencia política pasan factura a la hora de imaginar a una ciudadanía empoderada y comprometida en la construcción de una Cuba próspera, justa y democrática.

    Asimismo, la creciente afiliación y devoción a nuevos autoritarismos por una parte no minoritaria de cubanas y cubanos es de las alarmas principales para quienes participan y trabajan activamente en la construcción del futuro nacional. No son escasas las alternativas, pero no muchas asisten a los compromisos emancipadores que necesita nuestro pueblo en un futuro escenario transicional, donde un proceso de reparación con los tantos sectores preteridos es la más urgente tarea con vistas a la dignificación de las mayorías.

    Aquí entra a colación la alta representatividad del exilio cubano dentro del electorado trumpista, lo que significó un punto clave para el ascenso del magnate inmobiliario por segunda vez a la presidencia de los Estados Unidos desde donde ha desatado una serie de medidas y posicionamientos que dejan inestables las estructuras democráticas y violan sistemáticamente los derechos de un sinnúmero de personas, dentro de las cuales se hallan millones de cubanos a ambos lados del estrecho de la Florida.

    Gran parte del exilio habla de una «traición» de Trump, pero siendo rigurosos, el magnate siempre fue explícito sobre cuáles serían sus políticas en caso de llegar a la presidencia y a cuáles intereses respaldaría. Coqueteó muchísimo con alas evidentemente en ruptura con las directrices de su movimiento, pero eso no pasó de una estrategia muy bien articulada. Siempre estuvo claro que para el trumpismo los cuerpos del Sur Global solo significan leña que soltará en cualquier fuego que necesite avivar. Para la ideología del movimiento MAGA (Make America Great Again) solo somos desperdicio, monedas de cambio, sujetos ejemplificantes, identidades de prueba, masa muerta. 

    Durante toda su campaña, Trump vociferó que detendría las «guerras» que van en curso y ahí están todas intactas. En cambio, ejecuta intervenciones, conquistas territoriales y supuestas guerras inevitables como con el caso de Irán recientemente. Prometió «acabar» con las dictaduras en Latinoamérica y pacta con las antiguas mientras promueve otras nuevas. Financia y estimula el genocidio en Palestina y legítima la limpieza étnica contra ese pueblo. Deporta, arresta, reprime, asesina, vulnera derechos. Impone un régimen de pánico, de vigilancia, de constante expectativa. Por eso suscribo lo que varios politólogos plantean: no porque sea diferente al del siglo XX y parta de matrices y órdenes distintos, significa que sus políticas no sean fascistas o algo muy similar.

    Para mucha de la oposición histórica al castrismo, con nicho principal en Florida, las políticas del actual gabinete al frente de la Casa Blanca significan un atentado contra un grupo incondicional al Partido Republicano, sobre todo a sus facciones más reaccionarias. La historia demostró, una vez más y como de costumbre, que el analfabetismo político o el vil oportunismo de estos actores es también un cáncer para las aspiraciones de consolidar una Cuba democrática sin el autoritarismo castrista. Mientras esa parte de la oposición esté atada al fanatismo ideológico de cualquier movimiento que se diga «anticomunista», seguirán ahogándose en el juego circense de ser una oposición más que oportuna al castrismo y a las pretensiones oligárquicas de políticos estadounidense y no a los intereses mayoritarios del pueblo cubano.

    La oposición cubana, si realmente aspira a la democratización de la política en la Isla y a la dignificación de sus habitantes, debe comprender que la necesidad primaria para la transformación está en la creación de ciudadanía, la instauración de políticas efectivas en beneficio popular y la construcción de autonomía económica y productiva. Eso de esperar mesías injerencistas es una práctica más que caduca. Mientras, la alianza del trumpismo con los dictadorzuelos latinoamericanos y otros líderes autoritarios es un secreto a voces. El autoritarismo se abraza como sea, porque este no vive de ética ideológica, como piensa la derecha que hace el estalinismo. El autoritarismo solo vive por y para el poder a toda costa y en toda circunstancia.

    Mientras los lobbystas de Trump dentro de la oposición cubana le hacen campaña e intentan validar sus acciones respondiendo a sus pretensiones de César, millones de cubanos viven precarizados, hambreados y sin esperanza. Otros, tras las rejas del castrismo. Y así, otros, viven escondidos, vulnerables y en pánico, huyendo de las rejas del trumpismo, que les prometió el sueño americano y ahora los deporta, para exiliarlos por segunda vez.

    En un escenario similar se encuentra el pueblo venezolano, quienes sufren el gobierno dictatorial de Nicolás Maduro y el desencuentro en el exilio con alianzas racistas, supremacistas y sectarias que los discriminan y condenan a un estado de marginación tremendo. Al mismo tiempo, una oposición caudillista se apropia de la narrativa antigubernamental y totaliza los criterios políticos para una posible transición mientras centra en figuras específicas, como María Corina Machado, toda la legitimidad de la lucha antiautoritaria, desconociendo la realidad inobjetable de que a las dictaduras las echan abajo los pueblos, a los aparatos represivos del Estado los desafían los pueblos, las naciones las construyen los pueblos. Estamos en el siglo XXI, el caudillismo es la regresión histórica, la vuelta que traba el reloj. 

    La lucha en Venezuela es la del bravo pueblo que durante años busca democratizarse. Reducir esa batalla al rostro de María Corina Machado u otros actores, es pisotear a las tantas fuerzas de oposición y a los millones de rostros anónimos que toman las calles y conquistan la esperanza en la victoria. En Venezuela, como en cualquier otro rincón del mundo, si se aspira a la democracia, el objetivo debe estar en la victoria del pueblo, no en la del caudillismo. No es prudente para los intereses democráticos buscar salvadores o entereza donde solo hay intereses. El pueblo salva al pueblo, eso está más que claro en medio de la grave crisis que sufre la supuestamente imperfectible democracia liberal. 

    Tarde o temprano la dictadura de Maduro, como tantas otras alrededor del mundo, caerá por la fuerza y el empuje popular y ese triunfo será del pueblo venezolano, no de la lideresa o líder carismática/o de turno. Es una responsabilidad política dar los créditos con justicia, más para el pueblo cubano, que lleva experiencia en lo que significa que un solo rostro nos robe la victoria. Antes se decía que el triunfo en Venezuela sería de Capriles, luego de Guaidó, ahora es Maria Corina, luego, posiblemente otros rostros aparezcan. Pero no, siempre fue el pueblo y ese pueblo merece todo el crédito en su lucha. 

    Esa vocación mediática de reconocer a una persona como «salvadora de la masa inútil», como «liberadora de la gente», como «constructora del futuro de una nación», es de las principales herramientas del poder para invalidar los afanes populares. En la narrativa caudillista, se sostiene la dictadura de Maduro para blasfemar que por causa de María Corina Machado y sus vínculos con la injerencia estadounidense en Venezuela es que ocurren las protestas y no porque la gente está harta de vivir oprimida, hambreada o exiliada. Insisten en que si estos personajes no se plantaran frontales el pueblo no disintiera y en su defecto, apoyara al régimen. Venden al mundo que es María Corina Machado y su coalición quienes causan los disturbios cuando es evidente el fervor antimadurista en millones de venezolanas y venezolanos. Al mismo tiempo que la narrativa de esa fracción opositora arguye que su alternativa es la única válida porque es la que ha logrado desestabilizar y poner cara al autoritarismo y que solo con ellos se logrará un cambio legítimo. 

    En ambos casos se descree del impulso popular que es el incuestionable generador del cambio. Asimismo, se obvian el sinfín de facciones políticas que se oponen a la dictadura desde distintos flancos y que también son partes de este nuevo despertar ciudadano que reclama la caída del madurismo. Mientras se impone una polarización de solo dos bandos en pugna, en Venezuela, como en Cuba, existen innumerables colectivos y colores políticos en busca de la de democracia, que se hallan constantemente junto a un pueblo que lucha por su bienestar. Latinoamérica no necesita más líderes mesiánicos ni más historias de un colorido mañana. Latinoamérica necesita democracia, desarrollo equitativo, participación ciudadana y soberanía. Eso es tarea del pueblo, no de redentores irredimibles. 

    El autoritarismo no tiene signos políticos sino a conveniencia. No existe un margen de acción ética para ninguna dictadura que no sea sostenerse en el poder a toda costa. Cambiar un autoritarismo que se vende al mundo como de «izquierdas», por otro que promete ser lo contrario, es repetir el ciclo tóxico de la alternancia autoritaria. Nuestros pueblos necesitan autodeterminación, no el arbitraje de ninguna potencia ni las imposiciones personalistas de caudillos o partidos políticos. Esto es esencial en un momento histórico donde el caudillismo regional está en alza, con la anuencia y respaldo del gobierno de los Estados Unidos y de oligarquías económicas que ven en América Latina un buen patio de extractivismo, como lo fue durante las décadas del setenta/ochenta durante el nefasto período que consolidó el Plan Cóndor. 

    Esta alza autoritaria en la región, encabezada por el gobierno de Trump y más que establecida por Nayib Bukele en El Salvador, tiene sus réplicas con mayor incidencia en Argentina, bajo el régimen de Javier Milei y en Ecuador, dentro del gabinete de Daniel Noboa. Aunque muchísimos partidos y alianzas aspirantes al poder en sus respectivos países han asimilado discursos y políticas similares con tal de montarse en la ola mediática que desde varios círculos de poder ofrecen popularidad a esta creciente embestida. Así la democracia pasó a ser un enemigo; la oposición, grupos terroristas; la pluralidad, ineficiencia corrupta; la justicia, discriminación; y así toda una narrativa psicótica dónde prometen acabar con enemigos construidos a la medida, mientras roban, reprimen y empobrecen a los pueblos.

    Un caso particularmente interesante es el de Javier Milei, quien lamentablemente goza de mucha popularidad en una cifra no despreciable de personas en nuestro país. Este personaje caricaturesco, producto del financiamiento del Club Atlas y la oligarquía agrícola de Argentina, ha dejado clarísimas sus ínfulas de dictador en innumerables ocasiones. No pocas veces ha presentado propuestas de otorgamiento de poderes por encima de lo constitucional. Criminaliza y desestima a las alas opositoras, al punto de establecer «protocolos de seguridad» con altas inversiones en armamento policial para aplicar técnicas represivas. Estas semanalmente son utilizadas contra manifestantes —en su mayoría ancianos— que cada miércoles toman las calles en señal de protesta contra los recortes a las pensiones de los jubilados. Al mismo tiempo encarcela y reprime a quienes utilizan su derecho constitucional a la libre manifestación ante la corrupción del gobierno. 

    A este escenario se añaden los tantos recortes en materia de salud pública y educación que condicionaron la quiebra de muchísimos centros vitales para sectores mayoritarios de la población. Asimismo, las tasas de desempleo se han disparado debido a estos recortes. La expulsión de miles y miles de trabajadores del sector público ha generado una crisis tremenda que deja desprotegida a una mayoría que sufre, además, el encarecimiento de la vida y la falta de acceso a bienes indispensables. En medio de este escenario, el gabinete de Milei, con protagonismo del ministro Caputo, ha aumentado la deuda con el FMI, mientras dicen «bajar» la inflación, pero todo a golpe de ajustes y recortes que generan empobrecimiento, mientras falsean informes respecto a la situación del país. 

    Como si esto fuera poco, propaga discursos de odio contra el feminismo, el antirracismo, las sexodisidencias o la izquierda, apoya a genocidas como Netanyahu, militantes fascistas como Meloni, a delincuentes con causas federales como Trump, a dictadores como Orbán, a presidentes antidemocráticos como Bukele o a magnates extractivistas, esclavistas y explotadores como Musk. Niega la marca histórica de la última dictadura cívico/militar en Argentina mientras blasfema sobre la cifra de muertos y desaparecidos a manos de ese régimen. Implementa programas de vigilancia digital para reprimir el disenso a través de redes sociales. Aplica políticas dictatoriales al interior de su partido — La Libertad Avanza (LLA) — e impone la uniformidad ideológica entre su electorado y demás miembros de sus organizaciones. 

    Un claro ejemplo fue cuando estos supuestos defensores de la libertad expulsaron a Ramiro Marra, funcionario de LLA, porque no siguió ciegamente las ideas del «líder». Es evidente como la autonomía, el criticismo y el libre pensamiento que «defienden» no aplica para estos casos, sino solo para cuando se «enfrentan» contra cualquier facción que se oponga a sus retorcidas ideas. Cuando se echó a Marra por diferir con las imposiciones de Milei, quedó claro que las «ideas libertarias» solo son un bulo populista en las filas de ese partido, donde cualquier pensamiento divergente al del autoritario jefe, es punible. Se evidencia cómo las líneas de LLA se encaminan al régimen de un Partido, con un proyecto incuestionable en manos del líder carismático que define las líneas a seguir. Para los cubanos ese culto personalista no es novedad. La censura que impide otros posicionamientos más allá del oficial dentro del Partido nos es bastante familiar. 

    La aspiración por una Cuba democrática no puede venir viciada de otras corrientes que se presentan contrarias a sistemas como al que rige en la isla, pero que replican todo tipo de fórmulas de control, censura y empobrecimiento similares a los que combatimos. El futuro no está en ningún líder ni en apuestas reaccionarias. Está sino en la voluntad de todo un pueblo por construir un país digno, libre, democrático y de iguales.

    El sistema se derrumba, sí, es un proceso natural en los cambios de etapa y de paradigma. Pero, ¿hacia dónde se derrumba? Esa es la pregunta escabrosa que más intimida. ¿Este colapso, cada vez más acentuado, dónde sentará el nuevo comienzo? Las facciones más radicales y revolucionarias admiran con felicidad esta etapa. Se está cayendo el sistema. O mejor, lo están echando abajo. Pero las alas conservadoras, autoritarias y explotadoras también sueñan con las ruinas de la entidad liberal, porque desde ahí comienzan a fundarse imperios. 

    Seamos cautos, que el enemigo de nuestro enemigo, no es un aliado, sino un enemigo aún más poderoso, tiránico e intimidante. No alimentemos bestias que luego nos sacarán las vísceras. 

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    Una ministra cubana contra los mendigos 

    El propio Díaz-Canel, quien ni siquiera se dignó a pronunciar el nombre de su exministra, y eligió hablar de «deambulantes» en lugar de «mendigos», peca deliberadamente de lo mismo que, en esencia, se le achaca a su subalterna: niega o encubre la realidad. Pero Marta Elena Feitó Cabrera, desde luego, no formaba parte del selecto club de los intocables. Y, por suerte para ella, muy pronto pasará al olvido.

    La alternativa del refugio para miles de cubanos varados en México

    En la primera mitad de 2025, unos 20 mil 900 migrantes de la isla han solicitado refugio en México, que se ha convertido desde 2024, según la ACNUR, en el destino final para miles de cubanos.

    Morir antes de tiempo 

    Hoy vi las cajas de fósforos que dieron en...

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    Artículos relacionados

    Raymar Aguado, eterno estudiante y disidente de izquierdas: «El paro fue una victoria total de los universitarios cubanos»

    «Disentir del castrismo desde la izquierda es una postura política de sobrada coherencia».

    La celebración del burro en San Antero

    El Festival Nacional del Burro no es solo un evento folclórico o costumbrista; es un espacio para bailarle a la vida, un ritual comunicativo donde confluyen el humor, la devoción, el ingenio y la costeñidad en todo su esplendor. 

    Los aranceles y las ideas

    Es la Ilustración, no el «wokismo», la «corrección política» o la «izquierda radical» el verdadero, último adversario del movimiento MAGA.

    Flores para Francisco 

    Y ahí estamos todos —feligreses, prensa y curiosos—, a metros de Rivera Indarte. El mismo barrio que vio nacer y crecer a Francisco. Donde se formó en la fe católica. Dentro y fuera del recinto se llora mucho, como se llora la pérdida de un ser querido. La pérdida de un familiar cercano. Ese que iba a comer raviolis a casa los domingos, y te contaba historias.

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí