Una ministra cubana contra los mendigos 

    La escena ocurrió más o menos así: un restaurante privado en La Habana Vieja, a punto de cerrar, y afuera una fila de personas de la tercera edad. La actriz Kiriam Gutiérrez, por casualidad en el barrio, pregunta al amigo a quien está visitando qué hacen ahí todas esas personas tan tarde en la noche, y el amigo responde que espere. Los dos esperan, en silencio. Pocos minutos después, un empleado del restaurante empieza a sacar bolsitas de nailon anudadas y las deposita en un cesto de basura. El amigo explica que son sobras de las comidas que sirven ahí. Las personas de la tercera edad, una a una, van acercándose al cesto de basura y, muy discretamente, recogen la bolsita, trasladan la comida a un pozuelo, o se sientan en el contén a comer de la bolsita. Los dueños del restaurante no pueden dar las sobras directamente a esas personas porque serían multados por las autoridades sanitarias. La solución que han encontrado es esta: bolsitas con porciones, bien anudadas. Kiriam pensó en grabar con su celular, pero no pudo, no tuvo fuerzas, y rompió a llorar. 

    Supe de esto hace unas semanas en una conversación con ella sobre la situación del país. Es difícil, casi imposible, hablar de algo distinto cuando se habla con alguien en Cuba. Si la conversación no empieza ahí, termina o pasa por ahí. Kiriam, con 48 años, me dice que el país está peor que nunca, que las cosas que se ven ahora no se veían antes, o no de maneras tan crudas. Lo peor, me cuenta, y yo coincido, son las imágenes de gente comiendo directamente de la basura. Muchas de ellas no sufren enfermedades psiquiátricas evidentes ni andan en busca de materia prima para venderla luego al Estado por unos cuantos pesos. No son los típicos «buzos» de basura que solíamos ver en las calles, casi siempre en barrios residenciales de clase media. Muchas son, dolorosamente, personas de la tercera edad con hambre, demasiada hambre, a quienes su jubilación no les alcanza para vivir. 

    Pero este lunes Marta Elena Feitó Cabrera, hasta ayer ministra de Trabajo y Seguridad Social, realizó unos comentarios ante la Asamblea Nacional del Poder Popular que terminarían costándole el cargo 24 horas más tarde. Dijo que escenas como la descrita al inicio, que forman parte de la cotidianidad de la isla, son un «flagelo negativo» [sic] a combatir. No creando políticas y programas que amparen a las personas en condiciones de vulnerabilidad. No ocupándose de las causas estructurales de la pobreza en el país. Para Feitó Cabrera, quien es pobre es porque quiere. En su comparecencia, que, vale precisarlo, concluyó con aplausos de los diputados, la ahora exministra exhortó a llamar las cosas por su nombre, y empezó ella, visiblemente irritada: «Una persona que está en la calle limpiando parabrisas, eso no es un deambulante, eso es una persona que ha buscado un modo de vida fácil en un semáforo, limpiando el parabrisas, y posiblemente después, con ese dinero, lo que va es a tomar bebidas alcohólicas en la esquina».

    Tampoco los mendigos son en realidad mendigos: «Cuando usted les mira las manos, cuando usted les mira las ropas que llevan esas personas, están disfrazadas de mendigos». Feitó Cabrera aseguró que «en Cuba no hay mendigos», sino gente que encontró «un modo de vida fácil para ganar dinero y no trabajar como corresponde»; es decir, pura gente vaga y sinvergüenza que no quiere doblar el lomo. Y mucho menos hay buzos: «los buzos están en el agua». 

    La también miembro del Comité Central del Partido Comunista explicó que las personas que vemos hurgando en los basureros no buscan comida sino materias primas para lucrar: «ilegales del trabajo por cuenta propia» que violan el fisco al ejercer «una actividad económica» por la cual no pagan impuestos. Algo, a su entender, totalmente inadmisible. «Hay que combatirlo. Hay que combatirlo. No podemos permitir estas conductas», insistió.   

    Feitó Cabrera no estaba descubriendo el agua tibia. Sobran ejemplos a nivel global de gente como ella, casi siempre blanca, en una posición de privilegio, que se ha ofendido por la mera existencia de personas vulnerables en espacios públicos. De no haber tenido que presentar la renuncia a su cargo —según trascendió la noche de este martes—, la exfuncionaria quizás habría necesitado algunas buenas ideas para su cruzada contra mendigos. Hubiera podido consultar la Ley Tavera de 1540, implementada en distintas ciudades de España, que proponía, entre otras cosas, diferenciar entre pobres verdaderos y falsos y otorgar licencias para ejercer la mendicidad. O hubiera podido revisar la experiencia de la Alemania nazi, que perseguía a presuntos antisociales, entre ellos mendigos, desempleados, madres solteras, alcohólicos y prostitutas, y los mandaba a campos de concentración. O, de preferir un caso más próximo a nosotros, hubiera podido copiar las leyes de vagancia en Estados Unidos, con raíces en leyes de vagancia británicas, que sirvieron para combatir homeless y criminalizar afrodescendientes en el siglo pasado.

    La Habana, 2024 / Foto: ‘El Estornudo’
    La Habana, 2024 / Foto: ‘El Estornudo’

    Solo se me ocurren dos explicaciones para la intervención de Feitó Cabrera: o es una mujer extremadamente cínica y desalmada, o no vive en la misma Cuba que vive la inmensa mayoría del pueblo al cual debía servir, ni ha tenido interés en informarse y mirar más allá de su realidad inmediata. No necesitaba ir muy lejos. Solo leer la cobertura en los propios medios oficiales de las sesiones del Parlamento en las cuales participaba este lunes, o escuchar atentamente lo que en ellas se discutía, para darse cuenta de que el país se encuentra en una profunda crisis. 

    Pero tampoco nos engañemos: Feitó Cabrera jamás hubiera expresado esas opiniones con tanta seguridad si no las hubiera ensayado antes frente a otros dirigentes, si no las hubiera escuchado de otros dirigentes, si no fueran parte del sentido común de un régimen que ahora la ha convertido en su chivo expiatorio y pretende hacernos creer que sus palabras son solo una excepción. Ha sido indignante escuchar a Feitó Cabrera hablar con tanta insensibilidad acerca de personas vulnerables, pero no dijo nada que no diga, a gritos, todos los días, la realidad del país. No importa qué tan políticamente correcto pueda ser el discurso del poder, ni que ahora los dirigentes se esfuercen por limpiar con palabrería la imagen de la Revolución. Lo que cuenta, al final del día, son los hechos, y los hechos nos están contando, desde hace décadas, que quienes deciden el destino de los cubanos piensan igual que Feitó Cabrera, aunque muchas veces —no siempre— se lo reserven.

    Una abre ahora mismo Cubadebate, nada más lejos de un medio independiente, y no hay una sola noticia esperanzadora: que la economía ha decaído un 11 por ciento en los últimos cinco años; que la agricultura, la ganadería y la minería han disminuido en 53 por ciento; que desde 2019 existe «un decrecimiento sostenido en los balances de producción de carne y leche»; que la tasa mortalidad infantil ascendió a 8.2 por cada mil nacidos vivos en el primer semestre del año, y la materna, a 56.3, con 16 muertes registradas; que hay más de un millón y medio de personas residiendo en barrios vulnerables, de las cuales el 20 por ciento tiene más de 60 años; que no se cumplen los planes de producción de materiales locales de construcción, aunque cada año se recortan los objetivos; que el fondo habitacional creció apenas 0.1 por ciento, con dos mil 728 viviendas, y que 35 por ciento de las viviendas en el país se encuentra en estado regular o malo, mientras que el déficit supera la cifra de 805 mil. Y aquí no he hablado de temas como el abasto de agua o el sistema energético, que implica esa pesadilla recurrente que son los apagones de seis, ocho y hasta 20 horas en un día.  

    Es en ese contexto desolador, descrito por la misma oficialidad, donde la gran mayoría de los trabajadores debe sobrevivir con un salario medio que ronda los seis mil pesos cubanos al mes, equivalentes a unos 15 dólares en el mercado informal de divisas, o mejor, a unos 45 huevos, porque un cartón de 30 puede costar tres mil 500 pesos o más. Pero son las personas de la tercera edad, casi dos millones 500 mil que representan un 22 por ciento de la población, quienes peor lo pasan. La jubilación, como promedio, no supera los dos mil pesos. Algunos afortunados cobran un poco más, pero el hecho es que, para tener una vida digna, con lo esencial, cualquiera necesitaría por lo menos 300 dólares al mes, es decir, 115 mil 500 pesos. 

    De acuerdo con los cálculos del economista cubano Omar Everleny Pérez Villanueva, un hogar de dos personas en Cuba necesita unos 45 mil pesos al mes, de los cuales 24 mil 351 se gastarían en la canasta básica de alimentos, y el resto, en transporte, vestuario y cuidado personal. Pero, más que para vivir, yo diría que ese es el presupuesto para no morirse de hambre. Yo leí el listado de productos de la canasta básica y me horroricé: nueve libras de carne (cuatro de cerdo y cinco de pollo), un cartón de huevos, un paquete de perritos calientes, un kilogramo de leche en polvo, tres libras de frijoles, siete libras de arroz, aceite, café, pan y un poco de frutas, vegetales y viandas. Todo eso, que supuestamente debe alcanzar para dos personas en un mes, es menos de lo que como yo, viviendo sola, en una semana en Estados Unidos, y soy una mujer que mide 163 centímetros y pesa 140 libras. Si acaso, me sobrarían nueve huevos en un cartón de 30, y el aceite, porque no como casi nada frito. Sin embargo, también sé que, en muchísimos hogares de dos personas en Cuba, una canasta así sería un sueño. Y en los cálculos de Pérez Villanueva no se incluyeron medicamentos, reparaciones en la vivienda, productos para limpiar y lavar, toallas sanitarias o un simple paseo al cine, entre otras necesidades. Mucho menos bebés u otros menores de edad. 

    Ahora mismo, quienes no cuenten con familiares en el exterior que manden combos de comida, medicamentos, ropas, zapatos y hasta tintes del pelo, además de dinero, solo a duras penas logran sobrevivir; más aún si son personas de la tercera edad. El mes pasado, por ejemplo, mi madre pagó 20 mil pesos por el arreglo de un refrigerador Haier que llegó a mi casa en La Habana hace casi 20 años, cuando la Revolución Energética, y una lavadora que compramos cuando nació mi sobrina mayor, que ya va a cumplir 17 años. Ninguno de esos gastos es un lujo. Y este mes toca hacer un arreglo de plomería que costará una cifra similar. A pesar de haber trabajado ambos desde muy jóvenes, si mi madre y mi padre, con más de 70 años, no pasan hambre hoy es porque cuentan con dos hijas en Estados Unidos que jamás lo permitirían. Pero quienes no cuenten con un apoyo similar, pasan hambre o se alimentan con las sobras de otros.

    Nadie disfruta mendigar dinero en la calle ni comer de la basura. Nadie disfruta hacer fila en un restaurante para llevarse lo que sus clientes dejaron en los platos. Nadie disfruta convertirse en «deambulante», que es el término engañosamente conductista que emplea el gobierno para referirse a las casi tres mil 700 personas en situación de calle en Cuba, según sus propios registros, seguramente conservadores. Menos en la vejez, cuando se supone que toca descansar y recoger los frutos del trabajo de toda una vida. La gente que pide dinero, o come de la basura, no tiene culpa de su pobreza. Su pobreza es un síntoma de los fallos de un sistema que no ha sabido crear oportunidades y justicia, porque ha sacrificado lo más esencial, que es la libertad y bienestar de sus ciudadanos, por ambición de poder. Y los efectos serán cada vez más evidentes. Si la ministra de Trabajo y Seguridad Social quería eliminar la mendicidad, debió haber empezado por hacer su trabajo.

    El Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas lleva varios años alertando acerca del impacto que las reformas del gobierno de Miguel Díaz-Canel han tenido en la seguridad alimentaria en Cuba. Lo ha hecho muy cuidadosamente, quizás para no colocar en riesgo su presencia en el país, que benefició en 2024 a más de un millón 300 mil personas en situación de vulnerabilidad, pero sí que lo ha hecho. Su último informe expresa que el acceso a los bienes básicos, especialmente alimentos, continúa siendo «una preocupación apremiante para la población» debido a su limitado poder adquisitivo y al aumento de los precios. «La mayoría de las familias está experimentando los efectos de la reforma económica de 2021, cuyas medidas no han tenido el impacto esperado en la mejora de las condiciones de vida. La falta de crecimiento salarial, sumada a la disponibilidad restringida de bienes y alimentos —en su mayoría confinados a tiendas privadas (comúnmente conocidas como MIPYMES)— han exacerbado estos desafíos». Además, subraya que los recortes sobre los productos subsidiados en la libreta de abastecimiento dificultan que distintos grupos de edad puedan alcanzar los requerimientos nutricionales. Pero estas alertas no han servido para cambiar mucho, porque cada año la situación del país empeora.

    Ante el rechazo masivo a las declaraciones de Marta Elena Feitó Cabrera, que se ha hecho notable en redes sociales y medios independientes, hasta el mismísimo Miguel Díaz-Canel decidió pronunciarse para intentar apagar el fuego y mostrar distancia de su postura. En un escueto post publicado en la mañana del martes en sus redes sociales, declaró lo siguiente: «Muy cuestionable la falta de sensibilidad en el enfoque de la vulnerabilidad. La Revolución no puede dejar a nadie atrás, esa es nuestra divisa, nuestra responsabilidad militante». No mencionó a la hasta entonces ministra. No la citó. No pidió disculpas. 

    Tampoco lo hizo más tarde durante una comparecencia en una sesión parlamentaria. Criticó las palabras de su subalterna, una vez más sin nombrarla. Reconoció que la problemática ha existido en otros momentos y que en la actualidad se habría agudizado. «Lo que pasa es que estamos en una crisis tan profunda que ahora las cosas también tienen otras dimensiones. […] Son cosas que tienen que ver con múltiples causas: […] económicas, sociales; hay problemas de ruptura de valores en determinados sectores de la sociedad…». Díaz-Canel se cuidó de utilizar la palabra «mendigo»; en cambio, acudió a los eufemismos con que, en otras ocasiones, no demasiadas, se ha abordado el tema en la prensa u otros espacios oficialistas: «Son nuestros problemas. Son nuestros deambulantes o nuestras deambulantes. Son nuestras personas en situación de vulnerabilidad, nuestras familias en situación de vulnerabilidad y nuestras comunidades en situación de vulnerabilidad», dijo.

    Tras presentar su renuncia, Feitó Cabrera fue «liberada» de su cargo por el Consejo de Estado y el Buró Político del Partido Comunista. La nota oficial confirma que la causa fueron sus declaraciones televisadas durante la sesión parlamentaria, en las cuales demostró «falta de objetividad y sensibilidad» al hablar de «fenómenos reales y nunca deseados por nuestra sociedad» que ocupan al gobierno. 

    Feitó Cabrera se convirtió así en una pieza política más entre tantas que ha sacrificado el régimen castrista para proteger su estatus simbólico y real. En rigor, ella no había hecho más que seguir el ejemplo de Fidel Castro, su hermano Raúl y muchos otros dirigentes que a menudo han pretendido tapar el sol con un dedo. ¿O acaso no nos acordamos de aquella intervención de Fidel Castro, en mayo de 2005, cuando exhibió, burlándose, una colección de ventiladores precarios, ollas viejas y electrodomésticos artesanales del pueblo, y dijo entonces que por aparatos como aquellos era que el país consumía tanta electricidad y había apagones? 

    El propio Díaz-Canel, quien ni siquiera se dignó a pronunciar el nombre de su exministra, y eligió hablar de «deambulantes» en lugar de «mendigos», peca deliberadamente de lo mismo que, en esencia, se le achaca a su subalterna: niega o encubre la realidad. Pero Marta Elena Feitó Cabrera, desde luego, no formaba parte del selecto club de los intocables. Y, por suerte para ella, muy pronto pasará al olvido.

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