Le parece que ha perdido lo único que era realmente suyo y que no pudo meter en la mochila con que subió al avión. Algo intangible. Inexplicable. Algo que no puede compartir con los de acá, que esperan agradecimiento, ni con los de allá, que la envidian tanto.
Duermo con pesadillas y la comida se me atraganta pensando en Maryam, en los tanques aproximándose a su casa, en esos niños que tiemblan bajo las frías luces de los hospitales. Algunos miran con ojos aterrados y fijos, como si aún estuvieran bajo el bombardeo. Una niña tendida en la camilla le pregunta a su tío mientras le curan unos rasguños en la cara: «¿Esto es real o estoy soñando?»