Day Casas: la belleza escapista

    A veces los emigrantes preferimos evadir el hecho de que la vida continúa en el sitio que tuvimos que abandonar. La sensación de haber conseguido escapar nos quita un peso de encima. Pienso en el poster de cualquier película de acción: el protagonista mirando al frente y detrás, la pirotecnia, la destrucción masiva.

    En los primeros tiempos ya afuera, se desata una especie de FOMO (fear of missing out o, en castellano, «miedo a perderse algo») hacia aquello que sucede en la isla. Es una reacción totalmente carnal y suele agravarse en los que ostentaban una florida vida social o intelectual allí.

    Hace poco una amiga nombraba de okupas a un grupo de escritores, periodistas y artistas que continúan en Cuba y tienen cierta visibilidad en redes sociales. «Creo que alardean de permanecer allá como si su decisión de quedarse, personal o no, los legitimara sobre el resto», me dice. Al llamarle okupas ella supone que un espacio en el país aún le pertenece, aunque más bien le pertenece su ausencia en él. Supongo que eso justifica su resentimiento, alguien tuvo que ocupar su sitio en la casa vacía.

    ***

    Elena Gelpi es una modelo e influencer, algo así como la Jessica Rabitt cubana. El algoritmo es sabio, sus fotos aparecen en mi feed justo cuando llego del trabajo, agotada. Entre las promociones a restaurantes y tiendas virtuales, encuentro algunos retratos firmados por Day Casas.

    Uno de ellos muestra una habitación en penumbras, en la pared de fondo hay un título universitario enmarcado, corroído por el tiempo. Elena en un conjunto de ropa interior, semi cubierta por un abrigo de cuero. Debe haber unos 28 grados en La Habana y yo en Madrid preguntándome cómo sería escabullirme de la vida adulta yéndome a vivir entre las tetas de Elena Gelpi.

    Hay algo en estos retratos de Day Casas que los alejan del típico fotoshooting para modelos Instagram y de la estética tropicaloide del videoclip cubano. Se intuye una pretensión high couture, un acabado tan detallado de las atmósferas que hace pensar en lo que está ocurriendo fuera de esa composición.

    ¿Qué ocurre en La Habana en el momento del disparo del lente? Qué comen las personas, cómo se transportan mientras ultima los detalles, selecciona colores y arma en sus fotografías un invernadero fashion con casi nada, al estilo de las páginas centrales de Vogue francesa.

    Una cápsula de belleza escapista para evadir la crisis, la escasez material y espiritual. Hacen colaboraciones, promocionan cualquier cosa con una creatividad tremenda. Parecen una productora audiovisual, pero son tres o cuatro chicas con una cámara y accesorios vintage, ropa de Zara o Shein que llega a Cuba con precios astronómicos. Indago en el perfil de la fotógrafa. Su nombre me resulta conocido, pero no encuentro ningún autoretrato. Escribo por DM: «Oye, ¿eres tú?»

    Su nombre completo es Daymi Casas Vázquez, estudiamos en la misma escuela secundaria. Vivía en la calle Consulado y yo en Blanco y Trocadero. Debajo del uniforme llevábamos «ropa de calle» para fugarnos a caminar Prado arriba Prado abajo. Fui su visita los domingos para almorzar arroz con perrito y piropear a los muchachos del preuniversitario de su cuadra. En esa etapa la recuerdo alta, más espigada que yo. Le daba una importancia tremenda a lo estético y a las costuras del uniforme que ahora me gusta entender como un síntoma de su vocación.

    ¿Cuándo decidiste dedicarte de lleno a la fotografía?

    Comencé cuando tenía 23 años. Trabajaba en un bar y eso me aportaba una relativa solvencia económica, pero sentía que no hacía nada por superarme. Intelectualmente hablando, me sentía vacía.

    Comencé a tomar clases de fotografía en la Escuela Creativa de fotografía de La Habana. El primer día tenía mi cámara en la mano e intenté tomarle una foto al director. Tenía la velocidad muy baja y la foto salió totalmente blanca, pero te juro sabía que era lo mío.

    La segunda semana fui directo a Cojímar dispuesta a hacerle fotos a una amiga, de la manera que yo llamaba «artística». Cuando llegué a casa y descargué la tarjeta de memoria, el resultado para mí había sido perfecto. Pasé de no saber qué era hacer una foto a tener una serie de fotografías correctamente expuestas y con lo que consideraba «un concepto» detrás.

    Seguía trabajando colateralmente en el bar. En una ocasión acompañé a mi pareja a Matanzas porque lo habían invitado a exponer allá. Cuando llegamos el curador me dijo, medio en broma medio en serio, que de no haber sido por el poco tiempo que quedaba para la inauguración hubiese incluido una de mis fotografías.

    La obra se llama Distopia y hace referencia a la crucifixión de Cristo. Muestra las piernas cruzadas de una muchacha saliendo de una ventana. Le tomé la palabra y salí por todo Matanzas buscando imprimir esa foto. Esa fue la primera vez que compartí mi trabajo en público. Han pasado tres años en los que no he dejado de hacer sesiones y mi relación con la fotografía ha mutado. Ahora es un vínculo menos puro, necesito contaminar las obras con la pintura o la instalación, aunque la fotografía siga siendo algo primigenio.

    A pocos artistas les gusta hablar de los empleos que les permiten subsistir económicamente. La última vez que nos vimos en La Habana trabajabas en un bar ¿Cómo es trabajar en la noche habanera?

    Trabajaba en el bar Luque que está en 23 y J, en El Vedado. La noche habanera es una experiencia tan envolvente como agotadora. El que haya conocido ese bar sabrá que era un lugar lleno de arte. Llegó a crearse una complicidad entre los clientes y los empleados tan grande, que una llegaba a conocer sus vidas, sus infidelidades, sus proyectos creativos, etc.

    La dinámica del lugar era especial, al menos esa fue mi experiencia. Hace tres años Cuba tenía otras circunstancias. Aunque parezca poco tiempo, la situación ha cambiado muchísimo. Cuando me atrapa la nostalgia me pregunto si esa dinámica podría repetirse en la cuidad ahora, esa noche habanera de hace tres o cuatro años. Creo que la mayoría de los clientes asiduos a aquel bar ya no están en el país.

    ¿Elena Ramos Gelpi es algo así como tu musa?

    Por supuesto. A menudo me atrapa la anatomía de alguien y cada parte de Elena es una fotografía, un cuadro. Fue una de las primeras personas que creyó en mi talento, eso fue clave para reforzar mi autoestima. Comenzar a socializar mi trabajo en una plataforma como Instagram, donde había fotógrafas cubanas con estéticas muy reconocibles, fue duro, porque allí todo va sobre números. Cuando nadie me conocía, y no es que ahora me conozca mucha gente, Elena confió en mi talento. Es mi musa, pero por encima de eso, es mi amiga. Si la conocieran personalmente, se dieran cuenta de su naturalidad y sentido del humor. Maneja un montón de registros y es capaz de adaptarse a cualquier contexto.

    Retratas algo así como una Habana bipolar, dividida entre la precariedad y cierto glamour nocturno. ¿Recuerdas a los bicitaxeros que se parqueaban afuera de la secundaria? Esos hombres tenían entre 35 y 50 años y nos decían las cosas más soeces del mundo. Desde hace unos días no dejo de recordar eso. ¿Los lugares donde has vivido han marcado tu obra?

    Cuando viví en Centro Habana no había comenzado en la fotografía, pero es un lugar tan contradictorio visualmente que te marca para siempre. A muchos artistas cubanos les ha sucedido así, es como si necesitaras más de una fiebre para sudar las atmósferas, el caos. Lo siento en tu obra, por ejemplo, pero tu viviste más tiempo en el barrio Colón que yo.

    Irme a vivir a Cojimar fue crucial. La paz de ese sitio me da una fuerza tremenda para pensar no solo en mi trabajo, sino en mi familia. Esa calma te permite tomar una distancia analítica de todo. Viéndolo así, los sitios donde he vivido han marcado mi obra sin dudas. Lo andrógino, el postureo, el erotismo de la noche habanera y la soledad del mar de Cojimar han conformado lo que es mi estética visual.

    ¿Qué es Women´s Society?

    Women´s Society es un proyecto que coordino junto a Alay Fuentes. Surgió a finales del 2023 a raíz de una exposición que organizamos en la galería Luz y Oficios solamente con fotógrafas mujeres. Luego seguimos investigando un poco sobre el tema de la mujer en la historia del arte y cómo se había suprimido su el papel.

    El espacio está destinado a la visibilidad del arte hecho por mujeres. Incluimos a creadoras de todas las manifestaciones, desde diseñadoras de moda hasta pintoras. La nómina actual la compone una mitad de mujeres consagradas en el mundo del arte y otra mitad de mujeres autodidactas o noveles o emergentes, artistas que están despuntado y tienen una propuesta digna de promover. Nuestro objetivo es convertirnos en un espacio físico legitimador del arte hecho por mujeres.  

    ¿Crees que, si tu trabajo tuviera una connotación política más frontal, accederías a los mismos espacios de visibilización?

    Pues por el momento no es mi caso, nunca me ha interesado reflejar los temas políticos en mi obra, aunque no soy ingenua sobre todo lo que rodea al tema de la censura en mi país, he visto lo que ha pasado con otros colegas que sí abarcan el tema político en su trabajo artístico y han sido no solo censurados momentáneamente, sino suprimidos de todo el circuito artístico en el país.

    ¿Qué horario prefieres para hacer fotos?

    Eso depende mucho del concepto de cada foto, pero si tuviera que elegir un horario, sería en la mañana, sobre las ocho. En mi experiencia, la primera luz de la mañana tiene una misticidad irrepetible.

    ¿Exteriores o estudio?

    Totalmente exteriores, me encanta jugar con los objetos, las formas, las texturas, los colores, crear composiciones y entrelazar todo para el resultado final.

    Un referente

    Tengo muchos, a veces siento que tenemos demasiado acceso a la información, a lo que hacen los demás y eso genera una ansiedad horrible. Si tengo que escoger uno, sería Ellen Sheidlin.

    Una manía antes de comenzar a trabajar…

    Antes de comenzar a trabajar lo que hago es decirle a todos lo lindos que son y lo bien que van a quedar.

    Un trago

    Tú sabes que me encanta la coctelería y la mixología. El Marilú, un trago de autor creado por el bartender Yosvany González. Es una mezcla de miel, limón, ron oscuro y jengibre.

    Tres pros y tres contras de crear contenido en Cuba

    Siendo objetiva, el primer punto a favor es la libertad en la gestión de tu tiempo para hacer un trabajo artístico. Nunca he salido de Cuba, pero soy consciente de que el tiempo en otros países es algo reducido.

    Luego la empatía de la gente. Creo que las personas, porque lo encuentran novedoso, colaboran y comparten con uno, muchas veces puedes simplemente hacerlas parte de tu obra. El último pro sería la carencia, sin romantizarla. Llegas a trabajar con tantas cosas en contra que explotas tu creatividad, tu capacidad de gestión y piensas: «Dios mío, hasta dónde podría llegar en condiciones un poco más favorables».

    Contras: La promoción. Vender mi trabajo en la isla es prácticamente imposible. Inevitablemente comienzas a crear para un mercado exterior porque debes subsistir. Un cubano no puede pensar en comprar arte y menos de artistas noveles. Es agotador tener que promocionar mi trabajo siempre fuera del país. Otro contra sería la producción, no poder concretar muchas ideas debido al desfase tecnológico que tenemos en Cuba. Este contra es un poco triste, porque se trata de minimizar una idea al extremo, hacer una versión asequible con lo que hay. El resultado suele ser una idea metida en un corsé de carencias. Este proceso genera más frustración que felicidad, ya no es el proyecto que pariste, es un bastardo.

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