noviembre 25, 2025

«La Habana y todas las ciudades cubanas asemejan gigantescos barrios marginales»

Una parte de la izquierda latinoamericana empieza a retirar, aunque tímidamente aún, su admiración al régimen de la Isla.
Entrada de un solar en La Habana
Entrada de un solar en La Habana (Foto: CubaNet)

MIAMI, Estados Unidos. – La profunda crisis económica, social y política que atraviesa Cuba ha convertido al país en un símbolo incómodo y “anacrónico” para buena parte de la izquierda latinoamericana, que ha ido relajando su antigua devoción por la Revolución Cubana, según el académico Iván Witker, profesor de la Universidad Central de Chile.

“Cuba es emblema de un ideario anacrónico. Hace ya tiempo que dejó de conquistar corazones. La admiración se ha vuelto necesariamente laxa”, escribe el profesor al inicio de una columna publicada en el medio El Libero. Asimismo, sostiene que las “espeluznantes noticias” sobre la situación actual de la Isla han dejado “un sabor bastante amargo” entre quienes alguna vez admiraron el proceso revolucionario y, sobre todo, dentro de las “izquierdas nuevas” que aspiran a desmarcarse de los lastres del pasado.

Según el académico, tratar de “defender, explicar y justificar la favelización de todo el país se convirtió un imposible” y la Cuba actual vive una “decadencia absoluta”, que vincula con la realidad descrita por el escritor Leonardo Padura en su novela más reciente, Morir en la arena. Como resultado, la admiración hacia el experimento revolucionario se habría transformado en una relación distante, llena de incomodidad y matices.

Cuba como “nuevo Haití” y una crisis humanitaria indefendible

El primer eje de la columna se centra en el deterioro interno de la Isla. Witker describe reportes recientes sobre “una falta casi total de falta de luz y de agua” y afirma que no es rara la carencia de esos suministros “durante 15 o más horas diarias”. A ello suma la desaparición de “los alimentos esenciales” y “lo más reciente, los brotes de dengue (48.000 hospitalizados) y de chikunguña (700 infectados diarios), como terrible expresión de las graves enfermedades virales que acosan a prácticamente el 40% de la población”.

En su texto, el académico sintetiza así el impacto visual y social de este escenario: “La Habana y todas las ciudades cubanas asemejan gigantescos barrios marginales”. A partir de esa imagen, sostiene que, en los contextos democráticos donde se mueve la nueva izquierda, “defender, explicar y justificar este nuevo Haití” es “un imposible”.

Para reforzar la comparación, recuerda que “ni los Duvalier ni ninguno de los otros sátrapas que han gobernado Haití lo han hecho en nombre de la justicia social ni menos han querido erguirse como ejemplos de una sociedad ‘nueva’, especialmente en materia redistributiva”. A diferencia del régimen haitiano, señala, el castrismo sí ha pretendido encarnar una “misión salvífica”, en la línea de lo analizado por el historiador Loris Zanatta, y es precisamente esa pretensión moral la que vuelve hoy aún más incómodo el contraste con la realidad cubana.

Witker sostiene que las izquierdas latinoamericanas miran hoy a Cuba como “una alianza incómoda” y “un lastre a la hora de pensar en cómo reinventarse”. A su juicio, “las vivencias isleñas contienen demasiadas cosas molestas”, entre ellas “el despotismo de la gerontocracia gobernante”, “la falta de renovación de élites (incluso entre aquellas afines a la Revolución)”, “la anulación de la vida civil” y “la eliminación de las capas intermedias de la sociedad”.

A estas cuestiones estructurales se añaden, según el autor, otras “más incómodas”, en referencia a las violaciones de derechos y carencias humanitarias básicas. Ese conjunto plantea a la izquierda regional un dilema de fondo: “¿Cómo reconstruir a futuro una izquierda inserta en el juego democrático sin romper viejas nostalgias o provocar un suicidio ideológico?”.

La respuesta que observa en el presente es una especie de repliegue defensivo: “El camino, por ahora, es hacer laxa su adoración”. Es decir, preservar la nostalgia y ciertos símbolos, pero tomar distancia frente a lo que Cuba representa hoy en términos de práctica política, modelo económico y situación social.

El desgaste del argumento del “bloqueo”

El segundo gran argumento de la columna se refiere a la pérdida de credibilidad del embargo estadounidense como explicación casi total de la crisis cubana. Witker afirma que “la falta de credibilidad en que ha caído el famoso argumento del bloqueo” es un factor clave del deterioro de la imagen de la Isla entre sus antiguos aliados.

El autor recuerda que el embargo se originó “en un decreto presidencial y [fue] transformado en los 90 en un acto del Congreso”, y que se trata de “una ley que permite compras cubanas en EE.UU. De hecho, el régimen hace algunas”. Añade, además, que “aquella ley tampoco impide el comercio con otros países”.

Desde esa premisa, rechaza que el embargo explique por sí solo el “naufragio” de la economía cubana. Insiste en que el problema central es que el país “no produce nada exportable”. Enumera, entre otros factores, que “el turismo ha decaído”, que “ya nadie solicita sus servicios ‘médicos’ en otros países”, que “la zafra de azúcar se desplomó (logra apenas una décima parte de los famosos 10 millones de 1970)” y que “las remesas de los exiliados no son suficientes”, un listado que remata con “un largo e incómodo etcétera”.

Para Witker, “la realidad económica del país habla no solo de incompetencia crónica, sino de una indescifrable incapacidad para adaptarse a las nuevas realidades; tal como lo hicieron Vietnam, Laos y varios otros países con economías estatizadas”.

En este punto aborda también la crisis de combustible y niega que pueda atribuirse únicamente al embargo. Recuerda que “muchos países ―amigos de Cuba― son grandes productores de petróleo: Angola, Irán y otros” y concluye que, por algún “insondable motivo”, la élite cubana “se niega a aceptar lo obvio; nadie regala nada en el comercio internacional”.

Ruptura simbólica con las agendas progresistas

Un tercer bloque de la columna explora la brecha entre el régimen cubano y las llamadas “nuevas izquierdas”, asociadas por Witker a los llamados discursos “woke” (progresistas). A su juicio, se trata de “un todo incomprensible para la élite de los hermanos Castro”.

El autor señala que esas nuevas izquierdas perciben que el Gobierno de La Habana “acepta solo pequeñas incrustaciones en materia de feminismo o diversidad sexual (de la mano de una hija de Raúl Castro)”. También “captan que las preocupaciones en torno a la ecología son solo pasajeras y superficiales”, surgidas cuando Fidel Castro, “en su lecho de enfermo terminal”, escribía columnas sobre esos temas en el diario Granma. Añade que “el indigenismo nunca fue de interés para la Revolución Cubana”.

El malestar generalizado ha llevado, afirma, a que algunos sectores comiencen a “murmurar, tímidamente, que el experimento cubano ‘no es una democracia’ o que responde a ‘una democracia especial’”. Ante el panorama real en la Isla, Witker, considera que estos sectores se han visto forzados “a matizar, a descubrir argumentos sutiles, a desdramatizar. Pero eso cansa”, acota.

El caso Alejandro Gil

La columna cierra con las tensiones dentro de la propia élite gobernante cubana, personificadas en Alejandro Gil Fernández, exministro de Economía y exvice primer ministro. Witker lo presenta como “el hasta hace muy poco todopoderoso ministro de Economía” y destaca que ha pasado a ser el protagonista de “nuevas fricciones al interior de la élite gobernante; todas con una buena dosis de misterio”.

Según el académico, a Gil “lo acusan de corrupción, traición y delitos varios” y “en el exilio lo sindican como responsable del tremendo descalabro económico”. Más allá del contenido concreto de las acusaciones, subraya que ni el propio acusado ni los interesados en el caso “esperan un juicio medianamente justo y se asume lo inevitable, terminar ante un pelotón de fusilamiento”.

Witker define ese desenlace como “un destino cavernario poco compatible con la opinión pública de hoy en América Latina”. Reconoce que esa opinión puede ser “opaca y tendenciosa”, pero sostiene que “tiende a obligar a un mínimo de explicaciones”, algo que el sistema cubano no estaría dispuesto a conceder. “Ante eso, poco o nada pueden hacer las nuevas izquierdas”, concluye.

Con todos estos elementos, la columna de Witker presenta a Cuba como un país atrapado en una crisis integral, al que ya no es posible defender sin incurrir en contradicciones graves con los valores democráticos y las agendas de derechos que dicen representar las nuevas izquierdas.

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