diciembre 16, 2025

«Un título universitario vale menos que un papel sanitario»: jóvenes huyen al sector privado

Cuba continúa padeciendo inversión brutal de la pirámide social, donde servir mesas resulta más rentable que salvar vidas.
Jóvenes frente a la entrada del bar Estocolmo, en la ciudad de Guantánamo
Jóvenes frente a la entrada del bar Estocolmo, en la ciudad de Guantánamo (Foto referencial tomada de la página de Facebook del establecimiento)

HOLGUÍN.- “Hoy la gente no quiere trabajar con el gobierno; prefiere el particular. El salario estatal no alcanza y todo está carísimo. El gobierno no suelta los negocios, pero va a tener que hacerlo, porque la gente se les está yendo, sobre todo los jóvenes. Fíjate si es así que hay médicos trabajando en restaurantes privados”.

Las palabras del holguinero Roberto García resumen, sin eufemismos, la profunda crisis del mercado laboral cubano. No se trata de una queja aislada ni de un comentario casual, sino del reflejo de una realidad extendida: el título universitario ha perdido todo valor práctico frente a la urgencia elemental de comer.

Cuba continúa padeciendo inversión brutal de la pirámide social, donde servir mesas resulta más rentable que salvar vidas. Yordanis Tamayo, vecino del reparto Peralta, lo confirma con ejemplos cotidianos.

“En el paladar de aquí al lado hay tres médicos trabajando de meseros. Ganan más que en el hospital. Dejaron la medicina después de seis años estudiando y cinco años trabajando”.

De la vocación a la supervivencia

Esta migración forzada hacia el sector privado no responde a una preferencia, sino a una necesidad extrema. Michel Fonseca, residente en el reparto Alex Urquiola, recuerda el momento exacto en que abandonó su profesión de ingeniero civil.

“Un día se me rompieron los zapatos y no tenía con qué comprarme otros para ir a trabajar. Ahí dije: ‘se acabó’. Empecé como dependiente en un bar privado y hoy soy bartender. Fue difícil, porque uno tiene su orgullo, pero el orgullo no pone comida en la mesa. En una buena noche de propinas gano lo que antes me pagaban en un mes. Triste, pero real”.

La humillación profesional se ha normalizado. Dayana Tamayo, licenciada en Enfermería, explica cómo la vocación se convierte en un lujo cuando hay hijos que alimentar.

“Estudié años, hice guardias de 24 horas sin dormir, y hoy soy dependienta en una mipyme. Es humillante que un título universitario en este país valga menos que un papel sanitario. Pero tengo dos hijos y con vocación no se paga la merienda de la escuela”.

Los testimonios encuentran respaldo en los propios datos oficiales. El Anuario Estadístico de Cuba 2024, publicado por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), documenta una deserción masiva de profesionales de la salud.

Solo en el último año, 5.399 médicos abandonaron el sistema público, lo que representa una caída del 7 %. El número total de galenos del Ministerio de Salud Pública pasó de 80.763 en 2023 a 75.364 en 2024.

La afectación es aún más severa en la atención primaria. Según la ONEI, el número de médicos de familia descendió de 27.535 a 12.912 en apenas un año, una reducción del 53 %.

La matemática imposible del salario estatal

La causa de esta estampida de los jóvenes está en la economía doméstica. Carlos Manuel Pérez, del reparto Pueblo Nuevo, explica cuánto cuesta un desayuno básico.

“Solo el pan, que hay que comprarlo por la izquierda porque el de la bodega falla, cuesta entre 80 y 100 pesos el paquetico. Súmale el café, a 500 pesos la libra, y olvídate de la leche. Para que cuatro personas desayunen malamente, gastas entre 400 y 500 pesos diarios. En pocos días se va el salario de todo un mes”.

Yordanis Tamayo coincide en los cálculos: “Para medio comer, comprando lo mínimo, se van más de 700 pesos diarios. Para dos personas necesitas al menos 21.000 pesos al mes, y eso comiendo mal. Para comer decente hay que ganar más de 50.000. Con el salario estatal no da”.

Maritza Torres, trabajadora del sector educativo, lo resume con crudeza: “Mi salario no llega a 5.000 pesos. Eso alcanza para un cartón de huevos y un pomo de aceite. El resto sale del invento. Yo revendo cigarros y hago uñas los fines de semana. Si viviéramos solo del salario, ya estaríamos muertos”.

Pobreza extrema con empleo

El economista cubano Pedro Monreal aporta el marco técnico. Aplicando la línea internacional de pobreza extrema del Banco Mundial (2,15 dólares diarios), el 100 % de los trabajadores estatales cubanos caería en esa categoría.

Con un salario medio estatal de 6.685 pesos y un tipo de cambio oficial de 120 CUP por dólar, el ingreso diario equivale a unos 1,8 dólares. Si se utilizara la tasa informal, advierte Monreal, “el desastre sería mucho mayor”.

Datos del VIII Estudio sobre Derechos Sociales del Observatorio Cubano de Derechos Humanos refuerzan ese diagnóstico: la extrema pobreza alcanza al 89 % de la población y siete de cada diez cubanos han dejado de realizar al menos una comida diaria por falta de dinero o alimentos.

El Estado deja de ser opción

Ante este panorama, el empleo estatal ha dejado de ser atractivo. Yudith Almaguer, del reparto Lenin, observa cómo las ofertas laborales oficiales son ignoradas.

“Los carteles están ahí, pero nadie los mira. En un negocio particular, limpiando, te pagan mínimo 600 pesos diarios. En el Estado, por lo mismo, te dan 2.000 pesos al mes. ¿Quién va a trabajar por eso?”.

Luisa María García añade que no es solo el salario, sino las condiciones laborales: “Sin guantes, sin detergente, con un trapo viejo y el jefe gritándote. En el sector privado te exigen, pero te dan almuerzo, medios de trabajo y te pagan al momento. Con el Estado, el refrigerador vacío”.

Eusebio Batista responsabiliza directamente al gobierno: “Esto lo provocó la ineficiencia del Estado. Me recuerda a cuando en Bulgaria los ingenieros terminaron manejando taxis. Aquí pasa lo mismo”.

Publicaciones como The Economist advierten que Cuba se encamina a un colapso mayor si no hay cambios estructurales. El medio subraya la incapacidad del gobierno para definir su relación con el sector privado y la inseguridad jurídica permanente.

Analistas como Diego Acuña rechazan la narrativa oficial que atribuye la crisis exclusivamente al embargo estadounidense. “El problema es el modelo. No hay mercado mayorista, no hay libertad de importación, el Estado controla todo. Así nadie invierte”.

Incluso durante décadas de subsidios soviéticos, recuerda Acuña, la productividad cubana nunca despegó.

Mientras tanto, el discurso oficial sigue apelando a consignas ideológicas que no resuelven la vida cotidiana. Para los ciudadanos, la realidad es otra.

“Mi salario y el de mi esposo no nos alcanza ni para sentarnos una noche en una pizzería”, dice Yamilé Rodríguez, trabajadora estatal. “El fin de semana es para hacer colas, lavar a mano y pensar qué se va a comer el lunes”.

Caridad Hechavarría Aguilera, jubilada tras 38 años de trabajo en Comercio, resume el sentimiento de abandono.

“Mi chequera no me da ni para las pastillas de la presión. Me siento desamparada. Si no fuera por mis hijos, ya me hubiera muerto”.

En la Cuba revolucionaria, el pacto social se rompió. El estudio ya no garantiza dignidad, el trabajo estatal no asegura subsistencia y el mérito profesional ha sido sustituido por la capacidad de “inventar”. En ese escenario, cada vez más cubanos entienden que el problema no es individual, sino estructural. Y que el modelo, simplemente, dejó de funcionar.

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