MIAMI.–La historia de Yanely Moreno es la de una mujer que tuvo que desafiar a la muerte más de una vez antes de poder empezar de cero. Su llegada a Estados Unidos no fue un viaje migratorio común: atravesó rutas peligrosas, la secuestraron,caminó días enteros sin certeza de sobrevivir, enfrentó abusos, hambre, amenazas y momentos en los que pensó que no volvería a ver a su familia.
Al llegar a EE.UU., su realidad tampoco fue sencilla. Tuvo que trabajar en lo que apareciera, adaptarse a una cultura completamente distinta y enfrentar la soledad y la vulnerabilidad que viven miles de migrantes sin red de apoyo. Sus primeros años fueron una cadena de empleos duros, sacrificios y aprendizaje a golpes, mientras intentaba estabilizarse en un país que ofrece oportunidades, pero también exige disciplina, resistencia y coraje.
Hoy, esa misma mujer que una vez caminó con miedo a morir en cada paso, es Gerente de Propiedades en Greystar, una de las compañías de administración inmobiliaria más grandes del mundo. Está al frente de River Landing, uno de los complejos de uso mixto más importantes del sur de Florida, que combina más de 528 unidades residenciales con un centro comercial de más de 100 mil pies cuadrados. Su ascenso no es casual: es resultado de años de esfuerzo, estudio, ética laboral y un instinto de supervivencia que transformó en liderazgo.
¿Qué valores te inculcaron en tu infancia?
Cuando era niña, mi papá me dijo que ser bonita y tener un hombre que te mantuviera tenía un precio y no duraba para siempre. Que lo único que realmente era mío era lo que yo fuera capaz de aprender, porque el conocimiento no ocupa espacio. Me enseñó que debía estudiar, ser independiente y no aguantarle paquetes a ningún hombre. Esa fue la crianza que me dio.
¿Qué estudiaste en Cuba?
Entré en la Lenin en 1995, supuestamente saliendo del Período Especial. Allí salí de la burbuja de mi casa. Mis padres eran de extracción humilde: mi papá era taxista y mi mamá oficinista, muy revolucionarios en aquel entonces. Yo quería estudiar Derecho, pero no alcancé la puntuación y había necesidad de maestros, así que te obligaban a poner magisterio como opción. Terminé en el Pedagógico Enrique José Varona en la especialidad de inglés. Estudié cuatro años, aunque no pude graduarme entonces porque salí embarazada.
¿También estudiaste Contabilidad por las noches?
Sí. Hacía el curso por trabajadores de técnico medio en Contabilidad. Lo hacía porque era el sueño del padre de mi hijo emigrar del país. Finalmente él se fue. Yo no. En la Lenin te meten un lavado de cerebro de que eres la cantera de la Revolución, así que yo no pensaba en emigrar.
¿Cuándo cambia tu visión?
Cuando me quedé sola con mi niño. Tenía que velar y proveer por él. Empecé a trabajar en Cadeca —las casas de cambio cuando existía la doble moneda—. Trabajé allí cinco años, con turnos de 24 por 72 en el aeropuerto. Vivía cómoda. Pero un día hubo una auditoría: varias compañeras cayeron presas por “tráfico ilegal de divisas”. Eso me asustó y me hizo entender que ese no era el país donde quería criar a mi hijo, que no había manera de vivir honradamente.
¿Volviste a estudiar?
Regresé a la universidad para terminar mi licenciatura porque quería ser guía de turismo y prepararme para salir del país. El padre de mi hijo puso la reclamación familiar en 2006 o 2007. Se demoró años. En 2015 mi hijo llegó a Estados Unidos con 13 años. Yo siempre me enfoco en lo que depende de mí, así que vendí mi casa, mis pertenencias y viajé a Ecuador —donde no pedían visa— . Ahí empezó mi travesía.
¿Cómo fue ese viaje?
Lo más difícil que he vivido. Cruzar desde Ecuador, Colombia, Panamá, Centroamérica… fue durísimo. Salimos de Necoclí en una lancha con el doble de personas de capacidad. Subimos una montaña de noche sin dormir. En una bajada me resbalé y quedé colgando de un acantilado. Mi pareja me salvó con una cuerda. Llegamos a Puerto Obaldía, donde había más de 500 cubanos. Las opciones eran selva o avioneta. No teníamos dinero, pero logramos conseguir un vuelo después de una semana.
¿Cómo fue la experiencia en Panamá y Centroamérica?
La policía panameña nos trató muy mal. Como inmigrante no vales nada, no tienes protección. Te miran como si no fueras nadie. Había miedo constante a asaltantes, violaciones, desapariciones. Fue muy duro.
¿Qué pasó en México?
En Tapachula casi todos los cubanos se entregaban a Migración, pero yo no quería ir presa. Decidimos coger la vía marítima por el Pacífico para evadir los retenes hasta llegar a Salina Cruz. Allí caímos en manos de hombres armados. Nos metieron en una cabaña, nos quitaron los teléfonos, nos separaron: mujeres por un lado, hombres por otro. Estuvimos una semana ahí, bajo golpes, amenazas y pedidos de rescate. Son recuerdos que todavía me cuesta procesar.
¿Lograste salir?
Un día nos quitaron las vendas y nos dijeron que podíamos seguir. Afuera estaban los coyotes. Llegamos al aeropuerto para continuar viaje, pero antes de abordar la policía mexicana nos detuvo y nos metió en la prisión de Las Agujas, donde llevan a reclusos comunes sin papeles. Pedían 20 mil dólares por liberarnos. Estuvimos 36 días ahí. Hambre, maltrato físico, todo lo que uno imagina de una prisión. Lo único que me daba fuerzas era mi hijo esperándome.
¿Cómo fue reencontrarte con tu hijo al llegar a Estados Unidos?
Llegué un miércoles y el papá trajo al niño un jueves. Mi hijo era un extraño. En dos meses y medio había crecido y cambiado muchísimo. Yo estaba mal emocionalmente. Nos abrazamos, y me pidió que le contara cómo fue el viaje. Le dije que nunca se lo contaría, pero que ya estaba allí y todo estaba bien.
¿Cómo fueron tus primeros meses en Miami?
Difíciles. Mi familia tenía un pequeño negocio de asociaciones y condominios. Me dieron trabajo por 8 dólares la hora. Llegué con 20 mil dólares de deuda. No me gustó Miami ni Estados Unidos. Vivía en un efficiency en Kendall con cinco personas. No entendía el sistema escolar. Lloraba todos los días en el baño diciendo “¿qué hago aquí?”. Pero veía que mi hijo sí se adaptaba, aprendía inglés, hacía amigos. Y dije: “Si él puede, yo también”.
¿Qué otros golpes enfrentaste en esa etapa?
Año y medio después, a mi pareja le diagnosticaron cáncer de garganta, etapa 4. No teníamos seguro médico. Fuimos al Jackson y 21 días después salió con un traqueostomo, sin poder hablar y con radio y quimio. En medio de eso vi un anuncio en Craigslist para manejar un portafolio en Los Cayos. Compré un vestido en Ross, fui, dije algunas mentiras para parecer más preparada, pero la persona que me entrevistó vio mis ganas y me dio la oportunidad.
¿Cómo avanzaste profesionalmente?
Con esfuerzo. Más adelante un reclutador me llamó para manejar un rascacielos de más de 400 unidades en Downtown. El salto salarial fue enorme —y las responsabilidades también—. Ese edificio tenía un presupuesto de 15 millones. Después llegué a donde estoy hoy.
¿En qué consiste tu trabajo actualmente?
Manejo un presupuesto anual —en este edificio, más de 20 millones de dólares—. Analizo el mercado, manejo ingresos y gastos, contrato servicios, superviso al personal, gestiono mantenimiento y genero reportes financieros para los dueños del edificio y para la compañía administradora. Aquí tengo 528 unidades, desde estudios hasta apartamentos de tres cuartos. Los de tres cuartos pueden costar 12 mil dólares al mes; los estudios entre 1,900 y 2,000.

¿Te imaginas cómo habría sido tu vida si te hubieras quedado en Cuba?
No. Mi papá habría muerto del COVID. Mi hijo se habría ido con 18 años. No había forma de vivir dignamente. No quería que mi hijo fuera víctima de un lavado de cerebro. Pensar en eso fue lo que me hizo tomar la decisión de irme. Cuba no tenía vida para mí.
¿Qué les recomiendas a los que emigran, y emprenden desde cero , especialmente a las mujeres cubanas?
Lo mismo que me dijo mi papá: la belleza y la juventud no duran para siempre. Que estudien, que se enfoquen, que busquen licencias, que tengan un sueño y luchen por él. Que se rodeen de personas exitosas porque el éxito se pega. Y que no se dejen intimidar: las personas con dinero son iguales que tú y que yo. Este país está lleno de oportunidades. El cielo es el límite. Solo hay que tener fuerza y guardar el miedo en la cartera para seguir.
¿Sientes que valió la pena todo lo que viviste?
Sí. Me casé de nuevo, llevo dos años y medio feliz. Mi familia está bien, mis padres están cómodos, mi hijo es un hombre de bien. Me siento respetada en mi profesión y rodeada de personas que admiro.
¿Qué sueñas ahora?
Quiero ser dueña de un hotel, quiero escribir un libro y quiero ayudar a criar a mis nietos.









