diciembre 3, 2025

Que la vida de Yosvany Rosell cuente para todos

Aunque el joven no representa ningún peligro para nadie ni jamás lo fue, permanecía esposado a la cama del hospital con una cadena atada a un pie. 
Yosvany Rosell García
Yosvany Rosell García (Ilustración: Julio Llópiz Casal)

LA HABANA, Cuba. – Yosvany Rosell García ha depuesto la huelga de hambre pero aún su vida corre peligro. Justamente había escrito unas líneas, bajo la angustia de ver morir a un joven sin poder hacer nada para revertir lo que parecía inevitable, cuando la noticia del término de su acción de protesta llegó. Ya casi no le quedaba tiempo de vida. La muerte lo estuvo rondando y se hizo tan posible, tan inminente, que ya en mi texto no había lugar para otro sentimiento que el dolor y la desesperanza. 

He sentido un inmenso alivio con la noticia de que comienzan a aumentar las probabilidades de que sobreviva. Y aunque el texto lo hice pensando en el peor desenlace, sigue mi pensamiento anclado en lo que significa para mí que Yosvany se hubiese colocado al borde de la muerte. Por eso salvo aquí algunas de esas ideas.

Fueron más de 40 días en huelga de hambre y, aunque el joven no representa ningún peligro para nadie ni jamás lo fue, aún permanecía esposado a la cama del hospital con una cadena atada a un pie. 

Es demasiado noble y valiente este joven para que muriera así, para que hubiésemos dejado que lo maten sin más consecuencia que nuestras condenas públicas, que ya no servirían de nada y que a los comunistas poco les importan.

Yosvany estuvo y aún está en peligro. Estuvo a punto de ser asesinado y aún necesita de nuestro auxilio inmediato. De la intervención divina, sí, pero, a la par, de nuestros esfuerzos directos. Colocarnos lo más cerca que podamos del que estuvo a punto de ser su lecho de muerte, abrazarlo a él y tocar puertas y hacer mucho ruido. Hacer por él lo que intentó hacer por nosotros ahora y también aquel 11 de julio de 2021.  

Intentar de que al menos por unas horas, mientras sepamos que aún sigue con vida, inundemos las redes sociales con reclamos por su libertad inmediata y, junto con la de él, la liberación de todos los presos de conciencia, de todos esos jóvenes que hoy están injustamente tras las rejas, en celdas de castigo, torturados y en peligro de muerte por el “delito” de encarar al régimen, de no doblegarse, de gritar “Patria y Vida” y tomar las calles, y con ese acto tan simple —que hoy deberíamos emular— demostrarle al mundo que eso que llaman “revolución” es una gran falacia. 

Yosvany no decidió morir por “voluntad propia”. Dejemos de repetir lo que los comunistas desean que repitamos para diluir nuestra culpa y, de paso, absorber nosotros la de ellos. 

No fue su voluntad morir sino la de vivir aunque sea en espíritu recordándonos qué y cuánto hemos podido hacer, y que aún tras las rejas y encadenados se puede continuar luchando, porque su huelga de hambre, como la de todo preso político que la usa como último acto de rebelión, de protesta, es una muerte que persigue exponer ante el mundo la naturaleza asesina de esos que lo dejan morir esposado a su cama, castigándolo a él y torturando a su familia.

No cometamos el error de aceptar que escogió la muerte, que tenía otras opciones de salvarse en un país donde ni siquiera en las calles y en nuestras casas podemos hablar de vida sino de constante supervivencia. En Cuba no se vive. No donde solo pueden vivir aquellos que viven de nosotros, y cuando uno elige morir como rebelión, como protesta, está dando su vida con la esperanza de que en algún momento comencemos a vivir en libertad, aunque sea en nuestras mentes si no en nuestros actos. 

Aunque las leyes de la dictadura establezcan lo contrario, incluso en contra de la Constitución que ellos mismos redactaron, Yosvany no cometió delito alguno sino tan solo ejerció su derecho a expresarse y manifestarse libremente, pero lo hizo precisamente ese grandioso y a la vez fatídico día en que los cubanos pudimos apenas acariciar con nuestros dedos la libertad, aunque solo por unas horas. 

Esa libertad, esa vida y esa patria por las que ha estado dispuesto a morir Yosvany, y a la que tanto temen los que dieron y continúan dando la “orden de combate”, reprimiendo a sangre y fuego la desobediencia y todo cuanto de bueno entiendan como tal, tenemos el deber de honrarlas con acciones inmediatas. 

Porque no estando conforme la dictadura con arrebatarnos la juventud, la rebeldía tan natural a tales edades, tanto que debería ser lo más sagrado más allá de símbolos patrios y fantasmas del pasado, se han ensañado con un joven al que, de morir o no, solo por el hecho de aferrarse a sus principios, todos le deberemos en un futuro de libertad plena —que sin dudas habrá de llegar más pronto que tarde— más que una plegaria.

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Efraín González

Bajo este seudónimo firma sus artículos un colaborador de Cubanet, residente en la isla por temor a represalias del régimen.