LA HABANA, Cuba. – Con las celebraciones del régimen por el aniversario 60 de la creación del periódico Granma, aparecen los fantoches de siempre tratando de pasar como un logro de la “genialidad de Fidel Castro” un hecho que representa el momento en que, oficialmente, la dictadura decreta y concreta el final de la prensa libre, de la libertad de opinión, así como criminaliza el ejercicio periodístico.
Por uno de esos muchísimos programas de propaganda ideológica que tiene el Partido Comunista en la televisión nacional, que dirige y financia con presupuesto del Estado, ya pasó, entre otros, Yoerky Sánchez Cuellar, el director recién estrenado del “órgano oficial del PCC”, contando con emoción desbordada anécdotas sobre cómo el mismo Fidel Castro escribía los editoriales o reescribía artículos y noticias firmados por otros, como práctica común que se extendió casi hasta los días finales del dictador.
“A la oficina del director [de Granma] todos le decían ‘la oficina de Fidel’” y “el Granma no se imprimía hasta que Fidel no lo ordenaba”, se escuchó en la Mesa Redonda del pasado 6 de octubre. Los voceros oficialistas también han resaltado que en los talleres los obreros y redactores esperaban de brazos cruzados hasta bien entrada la madrugada por que el “Jefe Supremo” diese la señal de encender las máquinas. Había que esperar hasta que Castro enmendara las planas con sus “correcciones”. Esos y otros son los “lindos recuerdos” de los “periodistas” cubanos.
Y lo dicen visiblemente emocionados, como si en realidad estuviesen convencidos de que ese perpetuo acto de censura, de prepotencia, de total desprecio del oficio periodístico y de las personas que lo ejercen (aunque sea como simulación), hubiese sido un punto de evolución y no uno de los episodios de represión, de violencia política más lamentable en la historia del castrismo, así como uno de los pilares que lo han sostenido durante décadas hasta que comenzó a erosionarse con la llegada de internet a Cuba y la proliferación de medios independientes cada vez más profesionales, así como dispuestos a continuar su labor de informar a pesar de obstáculos y de los peligros que implica buscar la información donde el acceso a esta es un privilegio o un crimen al mismo nivel de una “traición a la patria”.
Pero el acceso a internet (con las restricciones que existen) es algo que no sucedió por “voluntad política” o porque un día Raúl Castro amaneció arrepentido de la perversidad del dios Fidel, sino porque no tuvo más remedio que aceptar el “mal necesario” de internet, así como alguna vez lo hicieron con el turismo, las inversiones extranjeras y el “sector privado”, a los que, a golpe y porrazos, han ido acomodando políticamente a sus “necesidades”, al punto de arruinarlos por completo, a imagen y semejanza de la ruina que representan los comunistas por sí mismos.
Así, la crisis económica y política que, insistente y convenientemente, han querido atribuir al “bloqueo” (para sacudirse el asunto de encima, igual que han hecho con la basura convirtiéndola en un problema “de la comunidad”), es en realidad el resultado de lo que han querido hacer con el turismo, las inversiones extranjeras, el “sector privado” (y así en todo donde se meten) y hasta la prensa: convertirlos en “otras cosas” que parezcan ser pero que en realidad no sean, es decir, desvirtuarlos, y alzar sobre sus restos eso que intentan pasar como “productos únicos”, innovadores, y que en realidad no son más que algo muy penoso, mediocre.
Con el periodismo el ensañamiento ha sido más intenso en tanto siempre fue identificado con el “enemigo” más peligroso, puesto que, ejercido como debe ser, tiene que ver en primera instancia con la búsqueda de la verdad, más allá de filiaciones ideológicas o militancias políticas, de lealtades que no sean otras que las debidas a la profesionalidad del ejercicio, y el castrismo solo tiene un enemigo, que no es un país extranjero, ni un imperio, ni fuerzas internas o externas, sino la verdad.
El turismo, las inversiones extranjeras, el “sector privado” son males necesarios porque no tienen con qué reemplazarlos (en tanto el ideal de “gobierno” es ejercer el poder de modo absoluto sin cuestionamientos ni cuentas por rendir ni pagar), pero aun así, saben que el turista común no busca la verdad sino la mentira que le han vendido; que el empresario viene para hacer dinero y, si finalmente lo hace, no cuestiona la realidad que lo favorece, así como que el “sector privado”, tan dispuesto a hacer negocios con quien los desprecia y los estafa a la cara, también está dispuesto a otras complicidades si con eso se les perdona la vida. En fin, un razonamiento en extremo tonto pero, lamentablemente, abundante en Cuba.
El periodismo jamás puede caer en esas tonterías porque, cuando lo hace, ocurren tragedias tan lamentables como fue la creación de Granma hace más de medio siglo, y escenas tan bochornosas como las de “periodistas” celebrando el fin del periodismo como una conquista. Porque el verdadero periodismo, para la dictadura, es un mal, a secas, y por antonomasia. Y es por eso que dedican 11 de cada 10 programas televisivos de propaganda a lo que llaman “guerra mediática”; así como ninguno a rebatir con argumentos, con documentos, con pruebas y desmentidos, y no con consignas y amenazas, las denuncias e investigaciones que llaman “ataques”.
El periodismo no podría ser un “mal necesario” porque el castrismo no “necesita” de que alguien demuestre con verdades algo de apariencia tan simple pero a la vez tan demoledor como que todo el sistema, por muy militarizado que se muestre, por muchos millones de dólares que acapare, y que por tanto a muchos parece tan difícil de derribar, se sostiene apenas sobre un cúmulo de mentiras, que por demasiadas que sean y que se apilen unas sobre otras, jamás le ofrecerán solidez. En consecuencia, el régimen no caerá por sí solo, es cierto, pero fabricado con mentiras como está, sí sucumbirá frente a un periodismo hecho con verdades.