MIAMI.-En 1980 su madre trató de sacar a Nelson y a su hermana de Cuba por el Mariel. Cuando ya estaban listos, su padre llegó con la policía para impedirles la salida. Tenía apenas siete años cuando vio cómo se llevaban presa a su madre, mientras los vecinos les lanzaban huevos y les gritaban: «gusanos», «escoria» . Ella, sola, enferma, con dos hijos pequeños, quedó marcada por aquel escarmiento público y la detención.
Desde entonces aprendió lo que significaba ser señalado. Vio a su madre, enferma de los nervios, deteriorarse, cargar con el estigma y aun así no rendirse nunca. De ella heredó la ética del trabajo y la obstinación por salir adelante.
Llegaron los 90 y Nelson Pino se subió a una balsa. Estuvo seis días a la deriva con la muerte rondando. Después sufrió la pérdida definitiva de su madre mientras él aún estaba en la Base Naval de Guantánamo, dejando sola a su hermana de apenas 15 años. Finalmente llegó a Estados Unidos e inició trabajando en oficios humildes. Hoy tiene una compañía próspera y tres restaurantes.
—¿Cómo recuerdas tu infancia?
Mi infancia fue muy buena, una infancia de aprendizaje, de crecimiento y de todo lo que soy hoy. Tuve una madre guerrera, una mujer que me enseñó muchísimo sobre cómo emprender en la vida, porque nunca dejó de trabajar. Falleció muy joven, pero dejó una huella enorme. Éramos ella, mi hermana y yo, y fuimos muy felices. Salíamos, disfrutábamos, y aunque vivíamos en un país con muchas carencias, nosotros teníamos bastante. Eso se lo debo a ella y a mi familia, que siempre lucharon, fueron emprendedores y trabajadores. Yo quería seguir ese mismo linaje, esa misma línea familiar.
—¿En qué momento empiezas a darte cuenta de que no había futuro en Cuba?
Desde muy temprano vi la diferencia, entendí que no había futuro en un país donde uno no podía crecer más allá de ciertos límites. Empecé a pensar en cómo salir. Mis tíos se habían ido muy jóvenes, en 1981. Mi mamá se divorció de mi padre cuando yo tenía unos seis años. Luego, ella se volvió a casar con una persona que quería irse por el Mariel.

—¿Intentaron salir por el Mariel?
Sí. En 1980 tratamos de irnos. Yo tenía unos siete años y recuerdo haber ido al Mariel, a un lugar como un edificio con muchas sillas donde la gente esperaba. Estaban los muelles. Mi padre llegó con la policía porque nos íbamos sin su consentimiento. A mi mamá la detuvieron. Ella se enfermó mucho en ese momento. Hubo todo el drama: los huevos, los gritos, el regreso a la casa. Lo peor fue que muchas de las personas del barrio que te atacaban después iban a tomarse café contigo. Cuba es así. Uno no olvida, pero tiene que aprender a perdonar, porque cargar con rencor es para toda la vida. A mi madre la hicieron sufrir mucho y perdimos la oportunidad de haber salido cuando yo tenía siete años y mi hermana cinco.
—¿Cómo viviste ese rechazo?
La gente te trataba como si fueras un delincuente. Yo era muy pequeño y no entendía bien lo que pasaba, pero tenía miedo. Ver a una madre sola, enferma, con dos niños pequeños, y no poder hacer nada mientras adultos te gritaban y te tiraban piedras y huevos, eso marca. Mi madre siempre estuvo enferma de los nervios. Todo eso, sumado a las carencias diarias, el agua, la comida, el estrés constante, dejó secuelas. Sentía vergüenza, confusión, culpa… no sabía quién era el culpable. Yo sentía que debía protegerlas porque era el varón; pero era un niño.
—¿Alguna vez hablaste con tu padre sobre eso?
Nunca se lo reclamé directamente. Él vive en Cuba. Yo lo ayudo, porque es mi padre. Pero nunca pude perdonarle eso. Siempre lo llevé por dentro. Tal vez él vea este video y sea la primera vez, después de 51 años, que lo digo en cámara. Nunca tuve el valor de decírselo de frente. Eso me marcó mucho, jugó con mi futuro y afectó profundamente a mi madre, que fue mi pilar, mi héroe, mi todo. Lo amo, pero es verdad que eso me afectó muchísimo. Después mi padre hizo su vida y no estuvo siempre presente en mi vida, como si lo estaba mi madre.
—¿Eso influyó en tu rechazo a vivir en Cuba?
Sí. No fue odio, pero sí un rechazo profundo. Yo sabía que ahí no iba a poder ser la persona que quería ser. Veía a los padres de mis amigos, a los abuelos, todos en lo mismo: luchando por el pan del día, una bicicleta, un poco de comida. Supe que eso no iba a mejorar. En la escuela también se sentía el rechazo cuando sabían que habías intentado irte. No todos los profesores eran así, pero sí existía un trato diferente.
—Intentaste salir de nuevo…
Sí, en 1991. Ya quería salir de la escuela y mi padre me puso a trabajar en un motel, Vista Alegre, en mantenimiento. Ahí, con una chapeadora, hicimos un motor para una balsa. Construimos todo con mucho esfuerzo. Éramos seis personas. Cuando ya estábamos listos, nos descubrieron unos hombres que decían estar cazando cangrejos. Prometieron no delatarnos, pero a los 40 minutos llegaron los militares. Nos arrestaron. Estuve preso en Villa Marista más de un mes. Tenía unos 16 años.
—¿Y finalmente en 1994?
En el 94 salimos. Estuvimos seis días en el mar. Nuestra balsa estaba dañada y encontramos otra con dos personas fallecidas. Esa balsa nos salvó la vida a seis. Nos rescató la Marina de Estados Unidos. Nos llevaron a Guantánamo, luego a Panamá. Estuve seis meses allí. En diciembre de ese año, mi mamá falleció con 42 años. Mi hermana quedó sola en Cuba con 15 años. Estuve un año y tres meses en Guantánamo antes de llegar a Estados Unidos.
—¿Cómo fueron tus inicios aquí?
Mi abuelo ya estaba aquí. Él fue el padre que me crió, el pilar de la familia. Me dio trabajo en una panadería. Después trabajé en cable, en MediaOne, y luego empecé a buscar cómo emprender por mi cuenta.
—¿De dónde viene tu inclinación por el trabajo manual y los negocios?
En mi casa siempre hubo un taller. Se hacían parrillas, muebles, soldadura. Empecé con camiones de comida. Trabajé, compré uno, luego dos rutas, luego más. Vendí, invertí, caí, me levanté. Monté un negocio sin permisos, me lo cerraron. Volví a empezar. En este país uno se cae y se levanta, y la experiencia no se pierde.
—¿Cómo llegas a la construcción de food trucks?
Empezamos mi esposa y yo con una tienda pequeña. Luego pasamos a vender equipos de restaurante. Alguien nos preguntó si hacíamos food trucks y dijimos que sí. Hicimos uno, luego otro, y otro. Vinieron contratos grandes, escuelas, compañías importantes. Formamos un equipo sólido. Con Reef Technology hicimos más de 100 camiones. Fue un contrato millonario que nos dio un gran impulso. Después empezamos a hacer baños, cocinas… Nuestra compañía se llama S4L Industries

—Nelson, hoy tienes también restaurantes…
Sí, empezó como hobby. Abrimos Cubiche, luego Butcher Cuisine en Miami Lakes y después Cubiche Barbecue Ranch, un rancho con música en vivo y parrilla. Me gusta trabajar, estar ahí. Trabajo siete días a la semana y me siento bien haciéndolo.
—¿Qué consejo le das a los que empiezan?
Este es un país que hay que agradecer. Aprender de los que llevan tiempo. El trabajo no mata a nadie. Primero hay que crear bases y raíces, después disfrutar. Concéntrense en algo que les guste y háganlo. Las caídas enseñan. Gracias a ellas soy quien soy hoy.
—¿Y tu hermana?
Mi hermana es una guerrera. Se hizo doctora en Cuba, inmunóloga. No la dejaban salir. Llegó a Estados Unidos por una conferencia y se quedó. Hoy es doctora aquí y ejerce. Se sacrificó muchísimo y ya trajo a su familia. Verla triunfar es una de mis mayores satisfacciones.
—Si te hubieras quedado en Cuba, Nelson ¿qué crees que habría pasado?
No me veo trabajando para el gobierno. Tal vez hubiera terminado preso, o perdido. En Cuba, inventar es peligroso. Cada cual termina como puede. Yo doy gracias por haber salido y por todo lo que he podido construir.








