MIAMI.- A sus poco más de treinta años, Diana Ramos Gómez encarna una historia de superación notable dentro del exilio cubano reciente. Llegó a Estados Unidos en 2015 sin dinero, sin idioma y sin una red de apoyo, apenas con la certeza de que quería construir una vida distinta a la que le había sido negada en Cuba, donde trabajó desde los 19 años primero como maquillista y luego como dueña de su propio salón de belleza.
Hoy es madre, empresaria y fundadora de tres clínicas estéticas que brindan tratamientos cosméticos en el sur de la Florida, un logro inusual para alguien que comenzó atendiendo clientas desde un cuarto improvisado en su apartamento. Su trayectoria combina disciplina, fe, sacrificio y una determinación feroz por no repetir los límites que la marcaron en la Isla.
¿Cuándo abriste tu primer salón en Cuba?
A los 22 años logré abrir mi propio salón en Cuba. Era un salón muy artístico, decorado con ayuda de mis amistades de la escuela de arte. Con lo poco que teníamos lo levantamos. Se llamaba igual que mi negocio actual en Estados Unidos: Din Style. El nombre lo sugirió una amiga, y así se ha mantenido todos estos años. Desde Cuba conservé el mismo logo, la misma muñequita, y sobre todo la misma esencia.
¿Cómo mantenías un negocio en un país donde ni siquiera existían los insumos necesarios?
Era una locura. Quien no haya vivido en Cuba no puede imaginar lo que es tener un negocio sin un lugar donde comprar los recursos que necesitas. Todo era difícil: ataques constantes de inspectores, amenazas, presiones del gobierno, cuestionamientos sobre de dónde salía lo que usábamos.
El cubano es muy emprendedor, pero nos mataron los sueños. Podías darlo todo y aun así solo podías llegar hasta donde ellos quisieran. Crecer era casi imposible. Pero, a la vez, haber vivido eso me preparó para llegar a Estados Unidos sin miedo. Si logras emprender en Cuba, puedes emprender en cualquier lugar.
Mencionaste que sufriste más vigilancia cuando tu esposo decidió abandonar una misión médica. ¿Qué ocurrió?
Mi esposo es doctor y desertó de una misión en Venezuela buscando un futuro mejor y ejercer su carrera con libertad. Cuando eso ocurrió, inmediatamente comenzaron a llegar inspectores a mi negocio. Sabían todo. Intentaban intimidarme, amenazaban con que debía pedirle que regresara. Fue una etapa muy dura.
Afortunadamente, cuando él llegó a Estados Unidos pudo reclamarme. Yo pude emigrar y seguir adelante con él. Él retomó su carrera, estudió muchísimo y hoy trabajamos juntos.
¿Cuándo llegaste a Estados Unidos?
Llegué en 2015. En ese momento había una ley que permitía a los médicos desertores reclamar a sus esposas e hijos en un plazo de tres meses. Yo pude venir gracias a esa ley y cambió nuestra vida para siempre. Empezamos desde cero: estudiar, aprender el idioma, retomar nuestras carreras. El cubano tiene fuerza, empuje y carisma; lo que le faltaban eran oportunidades. Aquí las tienes todas.
¿Cómo fueron esos primeros años?
Muy difíciles. En Cuba no nos enseñan educación financiera, ni cómo manejar un negocio. Tuvimos que estudiar muchísimo, aprender el idioma, organizarnos. Lo más importante fue la disciplina. Nada llega por suerte; llega por sacrificio. Aprendimos a enfocarnos, a mirar hacia adelante y no compararnos con nadie. La preparación financiera y la disciplina fueron claves.
Los inmigrantes —y más aún los cubanos que llegan aquí sin nada, empezando desde cero— no se imaginan los obstáculos por los que van a pasar ni todo lo que van a tener que sufrir. Siempre les digo a mis amistades que acaban de llegar: “Enfócate en que estás en el mejor país del mundo. Te prometo que todos estos sacrificios van a valer la pena.”
Mi esposo y yo tenemos una anécdota que nunca olvidamos. Cuando él llegó primero a Estados Unidos, vivía con un tío al que apenas conocía y que llevaba más de 40 años aquí. Cuando le dijo que yo venía tres meses después, su tío le respondió que, si su esposa llegaba, entonces él debía irse de la casa. No quería tener a dos desconocidos bajo su techo.
Mi esposo me llamó para decirme que cancelara el pasaje porque no teníamos dónde vivir. Yo le contesté: “Dormimos en el carro, pero yo voy.” Vine preparada para todo: aquí no tenía mamá, ni papá, ni familia; sabía que cualquier cosa podía pasar.
Al final, una prima supo que no tenía dónde quedarme y me abrió las puertas de su casa. Más adelante, cuando mi esposo y yo logramos independizarnos, empezó el verdadero comienzo desde cero: pagar un lugar nuevo, trabajar sin descanso. Yo salía de trabajar a las 12 de la noche y por la mañana iba a la escuela. Teníamos un solo carro. Mi esposo trabajaba y luego tenía que quedarse horas conversando con el guardia del edificio, sin comer ni bañarse, hasta que yo pudiera recogerlo de madrugada.
Recuerdo un día en que no teníamos gasolina, no teníamos comida y no teníamos ni un dólar. Fuimos al mercado con la tarjeta de Food Stamps y mi esposo me dijo: “La única alternativa es pedirle a alguien que nos deje comprarle su comida con la tarjeta y que nos dé, aunque sea, 20 dólares para echar gasolina.”
Cuando se acercó a una señora para explicarle, ella empezó a gritarle: que por eso los cubanos estaban como estaban, que veníamos a “acabar con este gobierno”, que el gobierno daba esa ayuda “para que comieran y no para hacer esas cosas”. Nos ofendió sin conocer nuestra historia, sin saber que solo necesitábamos gasolina para poder llegar a trabajar.
Aquello nunca se me olvidó. Por eso digo: no juzgues a ningún cubano ni a nadie que haya llegado hace poco. No imaginas lo que tienen que pasar para simplemente comer o poner gasolina, cosas que aquí muchos dan por sentadas. Para un inmigrante recién llegado, nada de eso es fácil. A veces, es casi imposible.
¿Tu esposo trabaja contigo actualmente?
Sí. Aquí la estética está muy vinculada a la medicina. Él retomó sus estudios, hizo una maestría en enfermería y hoy se dedica a la belleza médica dentro de Din Style, en nuestras tres locaciones.
¿Cómo comenzaron a expandirse en Estados Unidos?
Yo empecé en un pequeño cuarto de mi apartamento. Siempre lo digo: sí se puede. Así fui construyendo clientela. Llegó un punto en que tenía demasiados clientes para ese espacio y decidimos abrir nuestra primera oficina. Teníamos poco tiempo en el país, había miedo, pero lo hicimos.
La primera oficina fue en Brickell. Las clientas al principio tenían miedo de venir porque los cubanos no frecuentamos mucho Brickell, pero funcionó. Dos años después abrimos Kendall, una oficina muy familiar. Después llegó West Palm Beach.
Hoy Din Style es una gran familia: nuestras clientas traen a sus hijas, yo he visto niñas crecer.
¿Qué los distingue y qué servicios ofrece Din Style?
Nosotros hemos viajado por el mundo tomando los cursos más avanzados, y creo que eso es lo que ha hecho que cada año mi negocio crezca y que nuestros clientes confíen tanto en nosotros. Ellos ven que, de tres a cuatro veces al año, estamos en distintos países aprendiendo las técnicas más nuevas y buscando los productos más recientes del mercado.
Siempre me lo dicen: “Diana, tú sí te superas, tú sí tomas cursos.” Y es verdad. Invierto gran parte de mis ganancias en capacitación. Más que en marketing o en cualquier otra cosa, prefiero gastar mi dinero en aprender, para poder ofrecer un servicio de excelencia.
En Din Style tenemos de todo: depilación láser, maquillaje permanente, botox, armonización facial (fuimos pioneros en Miami)… prácticamente cualquier cosa que necesites para tu rostro, nosostros lo hacemos.

Si tuvieras que aconsejar a quienes llegan de Cuba y quieren emprender, ¿qué les dirías?
Que escuchen consejos de otros con experiencia, que todo lo que sueñen aquí lo pueden lograr.
Este país tiene todas las herramientas, pero tú mismo te pones los límites. Es importante saber qué tipo de negocio quieres y qué experiencia quieres ofrecer.
Ponle corazón, humildad y agradecimiento. Cada cliente te eligió entre miles.
Estudia, prepárate, mantente en crecimiento. El camino tendrá altas y bajas, noches sin dormir, estrés… pero también recompensas enormes.
¿Cómo lograron crecer tan rápido siendo tan jóvenes? ¿Cuál es el secreto?
Para mí, el secreto es no perder el enfoque. Muchos, cuando tienen un éxito rápido después de venir de no tener nada, comienzan a gastar en lujos, en demostrar. Yo no. Seguí viviendo igual, con mi mismo auto barato, guardando dinero y preparándome.
Ese enfoque permitió que Din Style creciera rápido.
Sobre el futuro: tuvimos cinco locaciones (una franquicia en Naples y un local en Orlando). Ya no están. Hoy tenemos tres y estoy feliz, aunque a veces me despierto queriendo cinco más. No sé todavía cuál es el límite, pero sí quiero mantener siempre la excelencia.
¿Has pensado qué habría sido de tu vida si tu esposo no hubiera desertado de la misión?
Lo he pensado mucho. Los primeros años aquí fueron durísimos: sin familia, sin idioma, sin dinero. A veces uno piensa en regresar. Pero sé que, de no haber sido entonces, en algún momento habría decidido irme de Cuba.
La decisión de mi esposo cambió nuestras vidas. Pasamos hambre, necesidades, pero valió la pena. Mi mamá hoy vive tranquila aquí, mis hijos nacieron aquí. Mi hijo mayor sabe la historia del pueblo cubano; dice que quiere ser presidente de Cuba para ayudar a los cubanos. Está muy orgulloso.
¿Es difícil emprender siendo mujer y teniendo hijos pequeños?
Sí, muchísimo. Es imposible dar el 100% en todo: ser madre perfecta, esposa perfecta, empresaria, estudiar, hacer ejercicio… no se puede.
Hay días para los hijos y días para el negocio. Yo creo que mis hijos estarán más orgullosos de ver lo que he construido. Una madre feliz y realizada es mejor madre.
Con ayuda de mi esposo y mi familia lo logro. Me reparto entre mis hijos, mi negocio, mi esposo y yo misma.
